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La saga de una aventura periodística

Miró sin querer hacia la puerta por el rabillo del ojo y se sorprendió al verla entrar. Alejandra no le había comentado que vendría. Le pareció un poco sospechoso, pero quién sabe si a última hora la hija había decidido acompañarla. Después, cuando la presidenta del jurado leía el acta del Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la Vida, para el cual era candidata, se había ido reconociendo en cada palabra que pronunciaba «Juanita». El premio era para su trabajo, para ella: la espirituana Rosa Miriam Elizalde Zorrilla.

Rosa Miriam junto a su hija Alejandra García, también periodista, minutos después de recibir la noticia del Premio Nacional de Periodismo José Martí. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Nadie le adivinó el temblor cuando el saloncito prorrumpió en aplausos y tuvo que pararse para hablar, para agradecer:

«Uno piensa en tanta gente a la que le debe tanto y nunca recibió el premio —dijo—. Estoy pensando en Guillermo, en Manuel González Bello, en Agustín Pi, en Juan Dolset… personas que me ayudaron en mi formación y que lo merecían».

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Foto: Cortesía de la entrevistada.

Si no fuera porque es ella quien la escribe a diario, podría decirse que su historia debió haber salido de la cuartilla iluminada de algún escritor latinoamericano: una niña de ojos cuestionadores, rodeada de ideas diversas y marcadas por el conflicto, que se convirtió en una de las periodistas más importantes de su país y en una de las voces más respetadas en materia de comunicación. Su árbol genealógico está colmado no solo de sensibilidad, sino también de hombres osados y conspiradores. Por ahí se podrían explicar algunas cosas.

«En mi casa no había televisor, pero sí muchos libros y un gran fervor por la literatura, que venía del orgullo familiar por un ilustre antepasado materno, José María Heredia —mi bisabuela se llamaba María del Carmen Cancio Heredia y era nieta de José de Jesús Heredia Yáñez, el único hijo sobreviviente del poeta—, y de mi padre, que estudió solo hasta cuarto grado, pero era un lector voraz y me transmitió la pasión por la literatura, la historia y la política. Mi bisabuelo, Ceferino Elizalde, de oficio carbonero y vasco de nacimiento, formó parte de la oleada de anarquistas españoles que emigraron a Cuba en el siglo XIX. Mi abuelo era anarquista. Mi tío Rubén, a quien no conocí, fue el líder del Partido Socialista Popular (Comunista) en Sancti Spíritus hasta su muerte, a inicios de la Revolución. Anarquismo, comunismo, guiterismo, socialismo, fidelismo… eran lengua franca en mi casa.

«Algunos amigos se asombran cuando les digo que mi libro preferido, que he leído varias veces y del cual creo haber visto todas sus versiones para el cine, es Jane Eyre, de Charlotte Brontë; y que quizás algunos, despreciativamente, consideren “literatura para mujeres”. Fue la primera novela que leí y con la cual descubrí que hay verdades que solo se pueden contar y vivir a través de la ficción».

De novela en novela, la niña que coqueteaba con las letras en sus ratos libres, encontró, sin proponérselo, dos publicaciones que definirían su destino: la revista Somos Jóvenes y la edición dominical de Juventud Rebelde.

Recuerda que no tenía idea de lo que iba a estudiar hasta que empezó a leer «sus grandes reportajes y crónicas “viajeras” –en particular las de Leonardo Padura, quien luego las agruparía en su libro El viaje más largo-.

«Bajo la dirección de Jacinto Granda, primero, y de José Ramón Vidal, después, el diario vivía un momento de esplendor donde coincidía la innovación formal al incorporar las técnicas del llamado periodismo literario, que a mí me deslumbraron, y la mejor tradición del periodismo en Cuba, que involucraba a un grupo de fotógrafos, caricaturistas, periodistas y editores de primera línea.

Foto: Cortesía de la entrevistada.

«En Juventud Rebelde se concebía la prensa como espacio creativo y de experimentación, y las técnicas literarias como un recurso que salvaba de la fugacidad a la noticia y al diario impreso. En general, primaba una visión optimista del futuro de la prensa en Cuba, con notables experiencias a su alrededor: la revista Somos Jóvenes, como ya te dije, pero también los reportajes críticos de Bohemia y los editoriales del periódico Granma, el naciente programa radial Haciendo Radio, y varios espacios de debate en la Televisión.

«El lema del Congreso de la UPEC en esos años era “sin rectificación en la prensa no hay rectificación en la sociedad”, que habla de la conciencia de la dirección de la Revolución, y en particular de Fidel, de que los deficientes conceptos informativos vulneraban y retrasaban el proceso para superar los problemas de la sociedad. Fuera de ese contexto, y en particular sin Juventud Rebelde, yo no estaría en el periodismo».

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Foto: Cortesía de la entrevistada.

En 1989 salió de las aulas universitarias con ganas de enfrentarse al mundo y de vivir con intensidad para contarlo. Nadie imaginó la fuerza que se ocultaba detrás de aquella lozanía de muchacha citadina cuando pisó por primera la serranía holguinera.

«Fue la mejor experiencia profesional que he tenido, la que me marcó para siempre, aunque solo duró poco más de un año. En el verano de 1989 se concibió la idea de incorporar a un grupo de recién graduados como corresponsales de Juventud Rebelde en el Plan Turquino, el proyecto de desarrollo de las comunidades montañosas del país. Me tocó ir a la Sierra Cristal, en Holguín. Caminé todas esas montañas en mulo y en La divorciada, un camión con el tráiler para pasajeros, “divorciado” del chofer. Descubrí una Cuba espléndida y desconocida, en la que las distancias se contaban por pasos de río: restos arqueológicos de los aborígenes y de las haciendas cafetaleras de los franceses que huyeron de la Revolución haitiana; la cultura de la Tumba Francesa en su escenario natural, con mujeres que bailaban todavía con el deshabillé de sus abuelas, y negras y negros de ojos verdes y azules que se apellidan Guillot, Mallet, Leveque, Guibert, Vaillant, Laborde, Fabré, Despaigne; familias que dieron refugio en su casa a los mambises y una anciana centenaria que recordaba la voz de José Maceo; las huellas de la United Fruit Company, con sus poblados de bungalós y hoteles de puertas batientes que parecían estampas de películas del Oeste; el recuerdo vivo y la épica del Segundo Frente Oriental, dirigido por Raúl Castro…

«El paisaje de aquellas lomas es el más colorido de la Isla, porque los colonos franceses, por nostalgia de los jardines de Versalles, habían intercalado entre los cafetos plantas ornamentales, pero los pueblos llevaban nombres de raíz campesina: Calabaza de Sagua, Naranjo Agrio, Naranjo Dulce, La Ayuita… Descubrí al poeta silvestre del que hablaba Samuel Feijó, cuando describía la mitología del campo cubano. Una familia de arrieros, que me acogió como a una hija, tenía unos bueyes llamados Bordado y Rosado. Aquello era mi Macondo particular.

«Vivía sola en las afueras de Sagua de Tánamo, en la punta de una loma. Aquella casa tenía el único teléfono a leguas, y la vecina más cercana estaba como a medio kilómetro. Para facilitar las comunicaciones, colocaron a una cotorra en su jaula a mitad del camino y, si yo necesitaba algo o llamaban por teléfono, solo tenía que gritar para que el pájaro sirviera de eco. Pedí quedarme en el paraíso, pero llegó el Período Especial y cerraron las corresponsalías».

Foto: Cortesía de la entrevistada.

Aquello no solo significó el retorno a La Habana, sino el choque con otra realidad, muy diferente a la que había dejado casi un año atrás, pues la situación «se complicó mucho a partir del verano de 1990, cuando los impresos perdieron bruscamente el 85 por ciento de su tirada, muchos compañeros fueron reubicados y Juventud Rebelde, donde comencé a trabajar, pasó de diario a semanario. Aunque el periódico siguió defendiendo la calidad profesional y el abordaje crítico de los problemas —algunos derivados de la copia imitativa de muchos de los criterios, métodos y estilos que llevarían al socialismo europeo a la hecatombe a fines de la década del 1980—, se derivó a un periodismo de urgencia y a soslayar muchas informaciones, porque cualquier acuerdo comercial o plan de desarrollo que implicara inversiones o relaciones con otro país, era frustrado por el Gobierno de Estados Unidos. El escritor Eduardo Galeano diría entonces que a Cuba se le miraba con una lupa inmensa que magnificaba todo lo que aquí ocurría, usualmente para mal. Muchos de nuestros funcionarios se agarraban de eso para eludir a la prensa, justificar la práctica del secretismo y recompensar la propaganda. Se extendió la “brujería poética”, como llamábamos a los intentos de arropar con lenguaje seudoliterario actos, trabajos voluntarios y reuniones de los cuales no trascendía nada relevante».

En ese contexto, a la periodista que había «pulido» su estilo literario entre el rumor de los afluentes y las historias del lomerío, le esperaba otra prueba de fuego, pues, como ella misma rememora, a fines de 1990 en la ciudad todos hablaban de «la opción cero» (referida a la difícil situación energética) y había cambiado dramáticamente su paisaje urbano.

«La jinetera era muy visible, sobre todo en los centros turísticos y en la línea que va del Malecón hasta el final de 5ta. Avenida, aunque el fenómeno no era nuevo. Somos Jóvenes había abordado el tema con El caso Sandra, en 1987, y un año después el término apareció registrado por primera vez en la obra De lo popular y lo vulgar en el habla cubana, del investigador Carlos Paz Pérez. En diciembre de 1990 una vecina me había hablado del drama de su hija y la muchacha accedió a darme una entrevista bajo la condición de que no revelara su nombre. En el periódico, que entonces dirigía Bruno Rodríguez, el actual canciller, no era excepcional que un periodista se apareciera con un trabajo de este tipo. Pero antes de publicarlo, Bruno me pidió obtener otros testimonios que nos permitieran explicarnos muchas de las interrogantes que teníamos y que, obviamente, no aclaraba la joven. Por ejemplo, por qué estas mujeres no se reconocían como prostitutas y apelaban a la palabra “jinetera” y “luchadora”; si la causa era económica o el fenómeno era multicausal; qué características tenía esa prostitución, y otros elementos que nos permitieran acercarnos con mayor profundidad al problema. Eso hice. Utilizando la técnica de “la bola de nieve” — entrevistar a conocidos de conocidos—, empecé una exploración de casi tres años con fuentes de todo tipo, incluidos investigadores sociales, y con la ayuda de amigos como el periodista italiano Mauro Casagrandi, quien me acompañó alguna que otra vez en esta aventura. Publiqué un artículo previo, a cuatro manos con Amado del Pino; un ensayo en la revista Contracorriente y la serie que se publicó íntegramente en 1995, con Arleen Rodríguez de directora de Juventud Rebelde.

«Pero quizá lo que más me ayudó fue un diálogo que tuve con Vilma Espín. Alguien le contó que yo estaba entrevistando a prostitutas en la calle y me llamó a su oficina de la Federación de Mujeres Cubanas. Llegué muy nerviosa, con la idea de que me regañaría o me pediría que me ocupara de otra cosa. Nada de eso. Puso a mi disposición su biblioteca y me dio una lección de sensibilidad y ética: “No olvides ni por un minuto que esas mujeres son las víctimas: los criminales son otros”».

Las respuestas de los lectores no se hicieron esperar, incluyendo desde las positivas hasta las más desagradables. «La peor fue la amenaza de un proxeneta que me esperó a la entrada del círculo infantil al que iba mi hija. Aunque el periódico recibió gran apoyo por la publicación de la serie y se sumaron artículos de otros periodistas, como uno extraordinario de Guillermo Cabrera Álvarez que reclamaba no estigmatizar la relación con el extranjero y recordaba que Martí amó a “la niña de Guatemala” y Mella a Tina Modotti, algunas personas se negaban a reconocer que ese fenómeno existía y que el periodismo podía ser un vehículo del diálogo social, un medio de integración del pensamiento colectivo a través de la exposición de los problemas, y del debate y el intercambio de ideas».

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En el Aula Magna al recibir el título de Doctora en Ciencias, con Antonio Moltó, Randy Alonso, Irene Pérez y David Vázquez. Foto: Cortesía de la entrevistada.

A Rosa Miriam Elizalde es complicado definirla: 55 años de edad, Doctora en Ciencias de la Comunicación, 13 años como editora de Cubadebate, periodista multifacética, profesora universitaria, columnista de prestigiosos medios internacionales como el diario mexicano La Jornada, vicepresidenta primera de la Upec…; con una capacidad particular para motivar a la creación y a la búsqueda de la superación entre sus colegas, ella estuvo entre quienes proyectaron la aparición de los medios cubanos en internet…

Los tres puntos encierran un sinfín de cualidades que podrían llenar estas páginas. Para Juventud Rebelde ha sido un lujo tenerla a nuestra disposición. Por eso aprovechamos para que nos contara sobre sus experiencias, pero también para reflexionar sobre asuntos que definen hoy al sistema de medios públicos del país.

—¿Cuáles de los momentos cerca de Fidel atesora usted en un sitio sagrado de la memoria?

—Pertenezco a una generación de periodistas que tuvo la suerte de interactuar a menudo con él, en actos, reuniones, viajes, encuentros en la redacción. No estoy hablando de una élite de profesionales, sino que a cualquiera nos tocaba, porque Fidel se aparecía donde estuviéramos trabajando o discutiendo nuestros problemas, muchas veces sin previo aviso. Fue a todos los Congresos y Plenos de la UPEC, desde el primero hasta que enfermó en 2006.

Viví muchos momentos a su lado, la mayoría compartidos con otros compañeros, y uno muy triste, cuando Raúl depositó sus cenizas en el Cementerio de Santa Ifigenia. Pero quiero recordarlo con la emoción de la última vez que lo vi, en su casa, junto a Dalia. Fue el 25 de diciembre de 2010. Él seguía cada detalle de la brigada médica cubana en Haití, país devastado primero por el terremoto y luego por una epidemia de Cólera.

El altavoz del teléfono estaba activado y se escuchaba el diálogo entre Fidel y un grupo de graduados de la Escuela Latinoamericana de Medicina, que tenían un hospital de campaña en medio de la nada. Uno de ellos estaba notablemente emocionado y apenas podía hablar: «¿De dónde eres, mijo?», le preguntó Fidel al muchacho. De Bolivia, respondió tras una pausa larga. De Valle Grande, Comandante. De La Higuera… donde mataron al Che… A partir de ese momento, el joven no pudo pronunciar más palabras y sentíamos su llanto del otro lado de la línea. «Asombroso», dijo Fidel, y veo todavía la expresión de sorpresa en sus ojos, como si él no hubiera tenido nada que ver con aquellas coincidencias tan tremendas.

Foto: Cortesía de la entrevistada.

—Ha sido testigo de conversaciones al más alto nivel entre Cuba y Estados Unidos, el recorrido del Papa en 2015, los acontecimientos en Venezuela… ¿Alguna experiencia deseada que se haya resistido a ese talento y a ese espíritu constante de la «aventura»?

—Habría querido ser corresponsal de guerra. Hay una épica que nos transmitieron los periodistas que cubrieron Girón, Vietnam, Angola, Etiopía, Nicaragua, El Salvador, Panamá… y que leímos en los libros de John Reed, Pablo de la Torriente Brau, Ernest Hemingway, John Dos Passos, Martha Gellhorn, Ryszard Kapuscinski, Stella Calloni, Ana María Radaelli… Muchos de mi generación soñamos con pertenecer a esa clase especial de reporteros con un enorme fervor por la veracidad de los hechos. Nos enseñaron que, por razones éticas, no pueden ser iguales la víctima y el criminal.

—¿Cuántos encontronazos ha tenido en la esfera internacional por ser una periodista de izquierda, consecuente con sus principios políticos?

—No recuerdo haber tenido grandes encontronazos en eventos internacionales por esta causa. Todo lo contrario. He recibido muchas muestras de respeto hacia Cuba en espacios donde he coincidido con periodistas e investigadores de medios y universidades de diversas partes del mundo. Los estereotipos relacionados con la falta de libertad de expresión y de prensa en Cuba —conceptos muy prostituidos, por cierto—, usualmente se escuchan en foros políticos, disfrazados o no de debate profesional, a los que no suelen invitar a periodistas «con el corazón a la izquierda, debidamente condenado por hereje», como diría Roque Dalton.

—Parece como si todo su tiempo estuviera dedicado a crear. ¿Cómo es su vida, más allá de lo que vemos publicado?

—Creo que vivo más tiempo escribiendo e investigando que viviendo. Aun así, disfruto mucho el tiempo que paso con mi familia, los amigos, una buena película, algunas series y muchos libros. A pesar de todo lo malo que ha traído la pandemia, he recuperado tiempo para hacer cosas que antes no podía.

—Desde la UPEC se insta al gremio a innovar y a utilizar las potencialidades de las tecnologías. ¿Nuestros medios —sobre todo los territoriales— cuentan con posibilidades reales para responder a esos desafíos?

—Ojalá el problema fuera un capricho de la UPEC, porque bastaría con que la organización no hablara de este asunto para que la innovación en la prensa dejara de ser necesaria.  Si entendemos la innovación exclusivamente asociada a la inversión tecnológica, ningún medio en Cuba está en capacidad de innovar. Pero la tecnología no supone necesariamente una innovación ni conlleva al «progreso» per se, sino que puede conducir a todo lo contrario, como muestra la evidencia empírica. La racionalidad tecnológica incorporada a la irracionalidad social multiplica el caos, dice Manuel Castells.

Hay innovación en la prensa cuando se añade valor a los procesos de comunicación y participación de la ciudadanía. Por tanto, lo que hemos defendido es el carácter social de la transformación de nuestras redacciones; que este carácter se exprese tanto en sus fines como en sus medios, para que no solo se satisfaga la demanda informativa de los cubanos en el ámbito local o nacional, sino para que se fortalezcan los saberes y los modos de hacer de los periodistas. Estas capacidades existen tanto en la prensa nacional como en la territorial, y de hecho, en el primer festival que realizó la UPEC en noviembre pasado, dedicado a la innovación, ganaron más proyectos territoriales (cuatro) que nacionales (dos).

—Mucho se habla últimamente sobre los llamados «medios independientes», con sus miradas puestas en la crítica hacia la gestión gubernamental. ¿Qué percepción tiene sobre ellos y en qué podrían estar fallando nuestros medios o, incluso, la academia, si tenemos en cuenta que algunos de esos periodistas son graduados de nuestras universidades, y algunos han ejercido en medios estatales?

—Hay varias premisas falsas aquí. No son medios «independientes». Son empresas que tienen un dueño y financiamiento privado o de instituciones extranjeras, con dominios y servidores fuera de la Isla. Por las restricciones del bloqueo estadounidense a Cuba, ningún ciudadano que resida aquí puede comprar esos servicios a empresas en Estados Unidos. Algunas de estas organizaciones mediáticas privadas dependen económicamente de instituciones que reciben financiamiento del gobierno de Estados Unidos, de acuerdo con documentos públicos de ese país. En esto no hay reciprocidad posible, porque es ilegal en Estados Unidos la injerencia y la propaganda extranjera en los asuntos de gobierno.

Algunos empleados de estos medios son periodistas graduados en nuestras universidades y hay incluso quien se vinculó temporalmente con un medio público en Cuba, pero otros ni siquiera pasaron por un aula universitaria y nadie discute que sean «periodistas». Algunos de esos dueños y empleados nominales viven en Cuba, pero la mayoría está fuera del país. Un grupo de estas empresas mediáticas, surgidas durante la administración Obama, poseen una redacción y defienden algunos valores profesionales. Otro grupo, creado al calor de la estrategia «estrella de la muerte», del equipo de reelección de Donald Trump en Florida, está diseñado exclusivamente para la intoxicación de la agenda Cuba en Internet, comparten empleados que gestionan varias publicaciones como maquilas informativas, y sus valores profesionales son iguales a cero.

Ambos grupos no critican la gestión del Gobierno cubano, sino que lo desafían e intentan erosionar la credibilidad gubernamental desde posiciones que van del antisocialismo vergonzante al anticomunismo visceral y ramplón. Algunos han organizado acciones de desobediencia civil, construyen deliberadamente la «noticia» y no se comportan como organizaciones mediáticas, sino como partidos políticos. Sin embargo, en términos de audiencia nacional, todos juntos no compiten con los medios públicos cubanos. Y no especularé sobre qué falló o no en nuestras universidades para que algunos graduados militen en los medios privados, por una simple razón: la mayoría sigue estando en los medios públicos, como muestran investigaciones de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, que hizo un exhaustivo estudio al respecto.

En la presentación del libro de Julio García Luis. Foto: Cortesía de la entrevistada.

—Usted ha dicho que «las mentiras y la desinformación no se combaten con gritos o divulgando de cualquier modo nuestras verdades». Desde la ciencia de la comunicación, ¿cuáles son las mejores prácticas que se han impuesto en nuestro contexto?

—Hemos aprendido a desactivar con mayor agilidad las mentiras falsas o fake news, pero no basta. Estas son virus y actúan como tal. Este paralelismo no es gratuito: un virus no es una bacteria; es información genética, ADN o ARN, que tiene la capacidad de «engañar» o parasitar las células, las que, a su vez, sirven de vectores en un proceso que puede llegar a matar a un ser vivo.

En el cuerpo social, las fake news operan de manera similar. Se transmiten a través de quienes, por distintas razones, creen en el engaño e incluso a través de cuantos pretenden detenerlo, pero lo introducen en sus propias burbujas informativas, donde encuentran otros agentes que disparan el rumor. Hay laboratorios con tecnología de guerra, inteligencia artificial y grandes poderes económicos detrás, que deliberadamente se encargan de diseminar estos virus con precisión quirúrgica. Son evidencias ampliamente documentadas, sobre todo en momentos electorales o en crisis políticas, como el golpe de Estado contra Evo Morales en Bolivia.

Por eso es tan complejo parar tales procesos, que tienen ese enorme poder de contagio, al punto de que las Naciones Unidas acuñó el término de «infodemia» para catalogar la epidemia de bulos que se ha desatado con la Covid-19 y que ha costado la vida de muchas personas. De modo que, para enfrentar estas acciones, no basta con oponerles buenas prácticas periodísticas y acciones de desintoxicación informativa. Se necesitan políticas específicas y observatorios, como tienen muchos países, algunos de los cuales abordan este asunto como un tema de seguridad nacional.

—¿Cuánto aprecia el talento y las competencias de los jóvenes?

—Disfruto a mares el trabajo con los jóvenes, aprendo más de ellos que lo que pudiera yo transmitirles. Hay una práctica suicida en términos de comunicación, que es tratar a los jóvenes como si fueran menores de edad, cuando ellos son usuarios expertos en un mundo hiperconectado que supone cambios profundos e irreversibles en nuestra vida cotidiana. No tener en cuenta estas capacidades supone incomunicarnos con zonas cada vez más extensas de la sociedad, que hablan otro idioma. Los inmigrantes digitales, los que nacimos antes de 1985, cuando se popularizaron estas tecnologías, podemos aprender ese idioma, pero siempre se nos notará el acento.

El peso que ellos tienen se explica muy bien en el guion de una película que es anterior al nacimiento de la internet: Memorias del Subdesarrollo (1967). Ahí el personaje principal afirma, con grandes trazos que eludo para no extenderme, que subdesarrollo es desconexión más pérdida de la memoria histórica. Los inmigrantes digitales somos portadores de la memoria y los nativos digitales tienen el gen de la conexión. No es posible pensar ya no el desarrollo, sino en la supervivencia de una sociedad, anulando una de estas dos variables.

—Después de la sorpresa del Premio Nacional de Periodismo José Martí, ¿qué «nuevas aventuras» se ha planteado?

—Seguir investigando, escribiendo y acompañando a mis compañeros de la Upec hasta 2023, cuando concluye nuestro mandato. Hay un mundo fascinante allá afuera, en términos de comunicación, y no quiero perdérmelo.

—¿Cómo sueña a la Cuba que heredará su descendencia?

—Socialista y soberana, como nuestra vacuna.

(Tomada de Juventud Rebelde. Imagen destacada: Fotomontaje de Dary Steyners).

One thought on “La saga de una aventura periodística

  1. FELICIDADES a Rosa Miriam por el Premio José Martí. Ella se lo merece ampliamente, la respeto muchísimo como revolucionaria, cubana, periodista y mujer: son tantos sus atributos. Muy buen artículo. Gracias Cubaperiodista.

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