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El día después de la oscuridad

Al volver al mundo de la información, después de treinta y ocho horas continuas sin electricidad, sin una barra de cobertura para el móvil, sin Internet, sin comunicación por telefonía fija, vimos en redes sociales las imágenes del desastre dejado por el huracán Ian en Pinar del Río.

Cualquiera en Cuba pudo pensar que la debacle estaba en casa, en medio de las tinieblas quizá alumbradas (con suerte) por alguna lámpara recargable, una vela sobreviviente después de tantos meses de apagones o algún candil inventado con una lata vacía o un pomo de cristal. Quién sabe. Cualquiera pudo pensar que la catástrofe estaba en la cama del postrado con su queja perenne, en el llanto del bebé que no entiende, en los nervios a punto del desequilibrio de quien siente que este es un tiempo perdido, sin posibilidad de previsiones.

La Isla toda a oscuras, resistiendo a tientas, sin entender la causa del “desbalance entre la zona deficitaria de generación y la superavitaria”, informado por la Unión Eléctrica (UNE). En medio de un apagón total, la gente quiere soluciones posibles, información clara, no tecnicismos. Uno dice “Cuba entera apagada” y lo cree porque lo ha sufrido, y porque muchos no se han podido comunicar con su gente en otros territorios: con la falta de electricidad, en varios lugares, tampoco hubo telefonía fija ni cobertura para móviles. Y el desconcierto no hizo otra cosa que crecer.

A muchos les duele todavía, cincuenta horas después del apagón general: no solo no se ha hecho la luz sobre ellos, sino que tampoco tienen certeza de cuándo podrán conectar sus aparatos de refrigeración. Ahí están, chorreando las últimas gotas de lo que hace dos días estuvo congelado. Comida le llamaban. Hubo quien, en escaramuza desesperada por conservar lo poco que había logrado acopiar para terminar el mes, lo cocinó todo. Todo. ¿Y después? Hubo quien ni cocinar pudo: buena parte de Cuba no dispone de gas para la cocción de sus alimentos, ni cuenta con patio donde encender un fogón de leña o de carbón. Hay quien ni agua tiene. Tampoco.

Han sido dos noches terriblemente hondas, desesperantes entre el paso lento del tiempo y la incertidumbre del amanecer. Agotadas las alternativas para la resiliencia (ni ganas de cantar o de hacer chistes le quedan a la gente), otra vez los cuerpos escogieron los portales, los balcones, las azoteas… para intentar disipar las tensiones del día.

Cualquiera puede pensar que no hay peor pesadilla que la propia, la que se vive con el cansancio y la desilusión de estar sin electricidad, sin una noticia, sin saber hasta cuándo. Cualquiera, menos quienes en Consolación del Sur se metieron en el baño y abrazaron fuerte a las niñas, sintiendo el techo del resto de la casa temblar bajo la furia de Ian, temiéndoles a las ráfagas, con el corazón a punto del colapso; cualquiera, menos el escritor pinareño Nelson Simón quien, al filo de las tres de la madrugada del martes, corrió a “sujetar las puertas del fondo porque (Ian) quería entrar. Tres horas sosteniendo una viga, bajo el agua que entraba, para que la puerta no cediera”. Cualquiera, menos la periodista Belkis Pérez Cruz que, mientras sentía los embates contra su casa, pensaba en la posibilidad de que el viento abriera la puerta con la violencia descomunal con que destruyó los tanques, las tuberías y los techos de sus vecinos.

Es verdad que la tragedia ajena no soluciona la individual, ni siquiera la calma. No hay por qué comparar apagón general contra la destrucción en La Coloma, San Luis, El Corojo, Punta Esperanza, San Juan y Martínez, Consolación del Sur, Pinar del Río… Pero si prestamos atención, apenas por unos instantes, a las imágenes de las casitas deshechas por la furia del viento, los hogares al descubierto, sin ventanas…, veremos que la desdicha tiene tantos matices como los contextos de la gente que la sufre.

Es duro perderlo todo. Perder cualquier cosa, por pequeña que parezca, constituye una catástrofe para esas familias, para cubanos en medio de la peor inflación que recordemos. ¡Y ahora esto! Por eso las imágenes muestran a los vecinos buscando lo que pueda servir entre los escombros; empapados los colchones, la ropa, los proyectos, los sueños…, deshechas las casas de tabaco tapado, un desastre económico para tantas familias. Y ellas también sin electricidad, sin teléfonos, sin cobertura, sin datos móviles…

Han sido días terribles, en medio de la oscuridad más profunda. Lo sabe Cuba entera, lo sufre. Cualquiera pudiera pensar que la debacle ha visitado su casa, en estos días de apagón total. Y tendría razón. Pero la catástrofe tiene varios rostros. Pinar del Río la ha vivido, otra vez, a causa del huracán Ian, y no le queda otra opción que buscar maneras para levantarse.

Fotos: Jorge Luis Sánchez Rivera

(Tomado de Bohemia)

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