COLUMNISTAS

La prensa escrita en Cuba: entre la tentación y los desafíos

Cada vez con mayor frecuencia me pregunto si no estaremos a tiempo de irnos a freír croquetas, a vender en algún negocio rentable o a gestionar las voces de alguien más, tras sus páginas personales en las redes sociales. Ha sido la suerte y decisión de no pocos colegas en los últimos tiempos, y no solo en Cuba, sino en gran parte del mundo. Lo bueno es que otros ámbitos los han ganado. Lo malo es que los ha perdido nuestra prensa.

Yo también, lo digo abiertamente, he mirado en esa dirección y la realidad me ha tentado a soltar las amarras, pero siempre ha habido algo que me retiene. Algo invisible, secreto y público a la vez.

¿Qué los agarra a ustedes de la prensa escrita? ¿Qué los salva de saltar a ese lado que incita a dejarlo todo y lanzarse hacia otro universo, también creativo, y mucho mejor retribuido?

A mí me salvan las historias, los dolores de las personas que saben lo que sienten, pero no siempre encuentran maneras para describirlo; o quizás lo saben, pero necesitan que lo narre otro para que sea verosímil, o para que se expanda, y llegue a más. Me sostiene un profesor desconocido escribiéndome desde la Universidad de Las Tunas para decirme que usa mis crónicas en sus clases de Lexicología y Semántica. Ay, de esas crónicas, diseccionadas y analizadas hasta el escrutinio. Pero qué bien. Así no mueren dormidas en el archivo de algún periódico o entre los bits de una página web.

Me salva la gente que me lee en Cuba y también la que se va y, aun desde otros confines, me lee y comenta lo que escribo. El periodismo escrito es polvo, es la nada, si no hay un lector dispuesto a enterarse de lo que tenemos para contar, presto incluso a cuestionar o a rebatir lo que escribimos, pero que mantiene la confianza en nosotros. Si se pierde esa fe, se ha perdido todo.

Entre otras razones, la sensación de que la información está al alcance de las manos o al doblar de la esquina ha hecho que muchas personas elijan las redes sociales por delante de los medios tradicionales para estar al tanto de lo que ocurre en sus comunidades, en el país y en el exterior. No nos engañemos: no siempre se equivocan, a pesar de las fakes news y la inteligencia artificial, ahora de moda.

Cuando ocurrió la explosión del Saratoga, yo estaba escribiendo algo que ahora mismo me parece intrascendente, con todas las redes sociales abiertas en mi navegador. Un mensaje de Whatsapp nos dio la alerta: “Dicen que hubo un atentado en el hotel Saratoga”, escribió una madre en el grupo del aula de mi hijo. Nuestra prensa aún demoraría un buen tiempo en lograr colarse entre la confusión, el polvo, y la acción especializada para comenzar a reportar, minuto a minuto, desde el lugar.

Así ocurrió también con el incendio en la base de supertanqueros de Matanzas, cuyas primeras explosiones surcaron el éter con la rapidez de un clic, hasta esparcirse, tanque a tanque, como el desastre.

Las redes sociales tienen un poder que va más allá de nuestro alcance, porque una persona con un móvil a su servicio es capaz de lograr una versión actualizada de lo que antes fue tan codiciado en nuestro gremio: el llamado palo periodístico.

En ese entorno nos movemos hoy: lidiando con la inmediatez de las redes sociales y con las crisis de los medios, un fenómeno global. ¿Qué nos queda entonces, si no nos vamos, todavía, a freír croquetas? La responsabilidad profesional con la verdad, el apego a las necesidades de las audiencias que aún nos siguen, y la comprensión de que no se trata solamente de decirlo primero, que vale, siempre que se pueda, sino de ser rigurosos al contar los hechos. Hoy no solo se trata de ser veraces, sino hábiles para describir o narrar al detalle la vida de la gente que tanto nos necesita en este país. Para eso estamos. Por eso, seguimos estando. Felicidades a todos.

*Palabras pronunciadas en nombre de los colegas reconocidos con motivo de la premiación del Concurso Ramal de la Prensa Escrita Ricardo Sáenz y del Concurso 26 de Julio.

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