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Nicolás Guillén: amoroso humor con Venezuela

Este mes de julio en que tanto en la «sóngora» isla de Cuba como en el gran planeta poesía pasamos a verso puro, en apenas seis días, de cantar sus 120 años de aliento a recordar los 33 de su inaceptable partida, uno siente el apremio de buscar a Nicolás Guillén. Más incluso que Poeta Nacional, o precisamente por serlo, Guillén es el poeta personal de casi todos los cubanos, que no podemos evocar sus versos sin una sonrisa, sin mucha emoción…

Hace un tiempo estuve en Venezuela y, en el remolino de mil historias por escribir, solo me detuve en unas pocas huellas poéticas y humanas dejadas allí por ese coterráneo especial que nuestra provincia común, como la patria entera, reverencia. Así que, de vuelta en casa, no pude menos que darme y darle la «revancha» en la búsqueda, a la postre premiada por otro ya ido poeta y periodista: Ángel Augier.

Primer biógrafo que acude al llamado cuando se piensa en Guillén, ya en los años ’60 del siglo pasado ―con el bardo de Cuba en plenitud― Augier tenía respuestas para esta curiosidad sobre el andar del autor de Motivos de son por Venezuela, recogidas prolijamente en textos biográficos que rezuman canto y luz. De modo que, leyéndolas más de 50 años después, uno comprueba que la risa brota fresca, cual blanca cuartilla por seducir.

Corría el bélico año de 1945 y el muy planeado viaje de Guillén a Caracas siempre se malograba por algo. En enero estuvo en La Habana el poeta venezolano Vicente Gerbasi, quien después anunciaría la visita del cubano a su tierra, en el artículo «Guillén: cónsul espiritual de los venezolanos», publicado en el diario caraqueño Últimas Noticias. Pero ni los dioses de la otra orilla, que tanto han bailado en su panteón milenario con los versos mulatos del camagüeyano, le facilitaban tomar el avión.

El 10 de abril, desde Caracas, otro gran amigo, Miguel Otero Silva, copropietario del diario El Nacional, comunica a Nicolás que la invitación corría a cuenta de ese periódico y de la Asociación de Escritores Venezolanos. ¡Ahora (entonces) sí…! Parecía que todo estaba listo: Guillén planeó su viaje para el 19 de octubre, pero cuando ya se veía bajando en Maiquetía, resultó que el 18 de octubre fue derrocado allá el presidente Medina Angarita. ¡A vaciar las maletas!

Los periódicos caraqueños no cesaban de tejer un puente de letras para que la idea del viaje no menguara. En la revista Élite, José Carrillo Moreno publicó el 3 de noviembre un reportaje que recogía el ardor con que esperaban al cubano varios de los más reconocidos escritores de aquella nación.

Guillén llegó a Caracas el 20 de noviembre de 1945, cuando ―y no es exagerado escribirlo― todos le querían, pero ninguno le esperaba. El titular en grandes caracteres del periódico El Nacional ―«¡Al fin!»― lo dice todo, o casi todo, si se considera también la foto del poeta a una escalera de avión pegado, imagen con cola que dice más que mil palabras, como se verá adelante…

La ampliación de la noticia del arribo, en la última página de ese diario, es una joya: «Ayer llegó a Venezuela Nicolás Guillén. Su visita había sido anunciada repetidas veces, durante varios meses, por los diarios caraqueños. Ya algunos la consideraban como vaga promesa de compromiso o como un tipo intelectual del relajo cubano. Periódicamente llegaban a Caracas las noticias del viaje de Guillén. “Ya salió de La Habana”. “Ya está en Camagüey”. “Ya viene volando…” Y los escritores venezolanos que bajaban a recibirlo a Maiquetía veían salir del avión a un deportista, a un militar americano, a un cantor de radio y a dos señoras gordas. Pero Guillén se quedaba en Cuba y de nuevo comenzaba la historia… Y ahí fue como ayer pisó, ¡por fin!, tierra venezolana un gran poeta americano que ama a nuestra patria intensamente y que ha vivido, desde muy lejos, las angustias y las esperanzas de nuestro pueblo. Un grupo de amigos y simpatizadores del poeta, con afectuosa tenacidad, volvieron ayer al aeródromo…».

Lo mejor del caso es que, aunque la «afectuosa tenacidad» estaba más que probada, el texto publicado era la nota cortés de los cansados de esperar: al poeta no fueron a esperarlo.

Nicolás mismo lo contaría, meses después, a la periodista Ezilda Olivera, para un reportaje en la revista argentina Leoplan: «Fui a Venezuela invitado por un amigo entrañable: Miguel Otero Silva. Durante un mes anunció diariamente mi llegada, y yo sin moverme de La Habana. Bueno, pues un día caigo en el aeropuerto. Los amigos que habían acudido a recibirme tantas veces en vano, acabaron por aburrirse. De manera que salgo de la cabina y no hay un alma en la pista. Mejor dicho, había una muchacha muy simpática, fotógrafo del diario de Otero Silva. “Todo el mundo se cansó de esperarlo ―me dijo―: Ahora súbase a la escalerilla del avión y salude a sus amigos venezolanos”. Así lo hice. Ella tiró su foto y al día siguiente aparecía yo sonriendo ante una multitud imaginaria, bajo un título que decía solamente: ¡Al fin!».

La humorística estampa no hace más que reafirmar la satisfacción por la llegada. El 22, el poeta Andrés Eloy Blanco dedicó al visitante su sección «Puerta sin llave», del diario El Universal; y el 25, el también bardo Juan Liscano se deshizo en elogios en su artículo «Nicolás Guillén: Poeta de Cuba y América», publicado en El Nacional.

Tras su arribo, se hospedó en el hotel Guimará, pero al cabo parecían no alcanzar las camas de Venezuela para el inquieto invitado. En Caracas tuvo eventos en la Universidad Central, el Teatro Nacional, el hotel Club Tropical, el Instituto Venezolano de Ciegos, el Liceo Nocturno «Juan Vicente González»…

También fue a Valencia, capital del estado de Carabobo; a Maracay, de Aragua; y a Cumaná, capital de Sucre. En todas partes dictó conferencias, recibió homenajes, leyó y escuchó poemas, dialogó con estudiantes ruborizados y con plumas consagradas. Al calor de las musas, el 25 de diciembre la Asociación de Escritores Venezolanos lo nombró Miembro Correspondiente, por considerarlo «una de las más destacadas figuras de la poesía de Cuba y del continente».

Conquistada Venezuela, y conquistado él por ella, ya era hora de arreglar su partida. Le esperaba la vecina Colombia. Era enero de 1946 cuando los periódicos anunciaron el acto de despedida, para el día 10, en el Teatro Municipal, con la presencia de los poetas Andrés Eloy Blanco, Miguel Otero Silva y Vicente Gerbasi.

El acto, en sí, fue pura poesía: Gerbasi alabó una vez más al cubano y Andrés Eloy, Otero Silva y Guillén intercambiaron, a fuego cruzado de pétalos, unos cuantos versos. «¡Sabed que me quedo entre vosotros…!», dijo nuestro poeta en una frase que resultó premonitoria. Porque si fue difícil abrazarle en Caracas, darle la palmadita final tampoco pareció sencillo, al punto de que, después de esa despedida, estuvo en Venezuela… ¡tres meses más!

Era como si lo del «…tipo intelectual del relajo cubano…» no solo se cumpliera, sino que además se contagiara: circulaba la anécdota ―siendo él como era, la contó con deleite― de que alguien le había dicho: «Caramba, vale, la verdad es que costó mucho trabajo el que usted viniera, pero por lo visto está costando mucho más aún el que se vaya usted…».

Algo de eso había. Guillén volvió a Valencia, el 17 de enero, y un día después llegó a Maracaibo, donde la sección estadual de la Asociación Venezolana de Periodistas le brindó uno de los tantos homenajes recibidos en esa región occidental. Por supuesto, paseó por el lago y pudo mirar, con paleta de poeta y filo de periodista, la hondura del paisaje social de ese enclave petrolero.

El 28 de febrero volvió ―uno solo puede imaginar con cuál sonrisa― a Caracas, la ciudad que tan intensamente le había despedido. Le diría adiós a comienzos de abril, pero aún seguiría en el país, porque decidió ir a Colombia por tierra, en ruta andina, lo que le hizo re/pasar Barquisimeto, Maracaibo, Valera, Mérida y San Cristóbal, desde donde cruzó el mediodía del 13 de abril de 1946 hacia el territorio colombiano de Cúcuta. ¿Seguro, Nicolás…?

La belleza colombiana no le hizo olvidar Venezuela. El 2 de mayo diría en Bogotá, sobre la tierra de Bolívar: «… me pasé cerca de cinco meses cuando iba por uno. Desde enero ―el día 10 fue mi «primera» despedida― hasta muy mediado marzo, he estado en trance de salir, de salir, de salir… para quedarme siempre». A seguidas, el poeta señala lo que pudiera ser la razón: «En realidad, el país es enormemente atractivo…».

Atractiva en grado sumo fue también la hermandad que encontró en la cuna de Bolívar. Miguel Otero Silva, uno de sus más entusiastas anfitriones, no se sentía cercano solo a Nicolás, sino a todos los hijos de la isla de que éste procedía.

Ya en 1937, mucho antes del «multianunciado» viaje de Guillén a Venezuela, Otero Silva había publicado su poema «Yo no conozco a Cuba», en el cual demostró quererla, que es la mejor manera del conocimiento: «Yo sé que tengo tanto de cubano que llegar a La Habana será como un regreso. Siempre encontré un cubano en mi camino para entonar un dúo antimperialista y escampar a la sombra de una risa fraterna.

Yo hasta sé bailar son, […] Cuando cayó Machado me puse tan alegre que hasta despilfarré la mitad de la dicha que tenía atesorada para cuando cayera Juan Vicente Gómez.

Yo soy casi cubano. […] Yo no conozco a Cuba. Pero mi llegada a La Habana –que algún día llegaré– tendrá toda la turbia emoción de un regreso».

Bueno, llegó a La Habana en ese mismo año de 1937 y pudo transcribir, en afectos concretos, sus propios versos. Guillén fue uno de los muchos hermanos que hizo en tierra cubana, de modo que nadie mejor que Otero Silva para retratar la estampa mayor de su amigo en Venezuela: «Ya, como en La Habana, el hombre de la calle lo saludaba al pasar: ―¡Adiós, Nicolás! Y él, como en La Habana, aceptaba alborozado ese fraterno reconocimiento del pueblo».

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Enrique Milanés León
Forma partede la redacción de Cubaperiodistas. Recibió el Premio Patria en reconocimiento a sus virtudes y prestigio profesional otorgado por la Sociedad Cultural José Martí. También ha obtenido el Premio Juan Gualberto Gómez, de la UPEC, por la obra del año.

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