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Los cien años del vecino de los bajos

En junio del año 2000, cuando Enrique Núñez Rodríguez le daba vueltas a sus recuerdos para rematar la escritura de sus memorias, en una labor – según describió en Mis memorias de La Habana – realmente fascinante, aseguró que ese acto de condensar la vida “es algo así como darle rewind a la grabadora”, solo que – agregó – “al repasar la cinta, se van enredando en ella fragmentos del corazón”.

Hoy, en la Sala Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), la grabadora de Núñez Rodríguez echó a andar y esta vez fue encendida, aunque su aura también oxigenaba la atmósfera del lugar, por algunos de sus familiares, amigos y conocidos, quienes, a 100 años de su nacimiento, cosieron, en un mismo libro de cuentos orales, la médula espiritual del autollamado “vecino de los bajos”, alérgico a las mudadas y más si estas implicaban un traslado hacia plantas altas incontrastables con su “sedentarismo habitacional”.

Desde su “sótano”, en la página tres del Juventud Rebelde dominical, tenía la capacidad – reafirmó Magda Resik – de captar la realidad y regalarla con un modo sardónico y translúcido, capaz de penetrar los defectos más personales.

Por lo tanto, cartografiar la vida de quien sentía satisfacción “con ir más abajo” a confundirse con sus raíces, solo es posible a través de “su humorismo diáfano, su sensibilidad de juglar moderno y la complicidad de sus lectores”, como escribiera su nieto Tupac Pinilla en la presentación del libro El vecino de los bajos (2016), una selección de 99 textos nunca aparecidos en sus otras publicaciones “desde los muy populares Yo vendí mi bicicleta (1989) y Mi vida al desnudo (2000), hasta los menos recordados Oyee como lo cogieron (1991) y Gente que yo quise (1995)”.

Envuelto en un acto de fe por vencer a la desmemoria, “la marca fatal que distingue a estos tiempos”, Abel Prieto – a quien, obviando todos sus cargos y reconocimientos, Magda Resik presentó, como más avenía con la circunstancia: “un buen amigo de Enrique” – se reencontró con el cronista y desgranó algunas de las razones por las cuales su amistad tuvo el sello de una intimidad tremenda, pese a la diferencia generacional.

Abel Prieto, otro “buen amigo” de Enrique Núñez. Foto: Jorge Ricardo Ramírez.

“Qué falta nos haría, hoy por hoy- dijo Abel Prieto al recordar su prólogo para El vecino… – un cronista como Enrique, con su habilidad para llegar a mucha gente e inducirla, amable, campechano, a reír-reflexionar sobre qué fuimos, qué somos y qué no podemos dejar de ser”.

Para el presidente de Casa de las Américas, con sus estampas, Núñez Rodríguez se oponía a todo lo que desustanciaba y erosionaba las raíces cubanas. “Nos enseñó que no se puede ser un patriota en abstracto; hay que sentir un amor verdadero por el lugar donde se nace”.

Sin embargo, con sus letras tan pegadas a la cotidianidad de esos “seres anónimos”, logró traspasar su sentido de pertenencia fuera de los límites de su natal Quemado de Güines e hizo – contó Abel – que, “en medio del más duro periodo especial, la gente se reconciliara con las peores circunstancias”.

Como presidente de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), Tubal Páez tuvo la dicha de ser rondado por Núñez Rodríguez y de ese periodo concluye con un axioma: “Hay verdades que solo se pueden entender con humor”.

De ahí que el periodista Elson Concepción, otro de sus mejores amigos, lo catalogara como “el inventor de los festivales del humor en la UPEC” y otro de los fundadores de las bienales de humorismo gráfico en San Antonio de los Baños; mientras Kike Quiñones, director del Centro Promotor del Humor, destacara en sus crónicas un sitio de defensa del teatro vernáculo cubano.

De izquierda a derecha: Tubal Páez, Pedro de la Hoz y Kike Quiñones. Foto: Jorge Ricardo Ramírez.

Por estos días, cuando Nesy Núñez, una de sus hijas, empezó a remover “toda la papelería”, redescubrió la obra del padre, “lo que hizo y proyectó”, algo que solo se explica con una frase fugaz anotada por Luis Morlote, presidente de la UNEAC: “Son tantos Enriques…tan solo en Quemado de Güines, cada quien tiene su anécdota”.

Entonces, no solo fue hacedor de estampas y de amigos fue también “un soñador por el oído”, por lo que hoy hubiera estado feliz con el cierre musical de su centenario, a cargo de Beatriz Márquez, o como lo recuerda el periodista Pedro de la Hoz, “un maestro en ir de la anécdota a la revelación del carácter, un antídoto contra el ridículo”, a quien siempre -para decirlo con Pedro – habrá que llamar “para que nos hale las orejas y nos haga sonreír en las buenas y en las malas”.

Foto de portada: Jorge Ricardo Ramírez Fuentes

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