CRÓNICAS DE UN INSTANTE

SOS United States

El integrante más prominente de esta banda, el que está ubicado en la extrema derecha de la foto —el más alto de los cinco— acicaló gustosamente sus botines de piel curtida con pasta de brillantez plomiza antes de salir del recinto policial. Cómo todo funcionario que “se respeta”, sus “misiones cívicas” se han de materializar con las botas “bien limpias”.

Cumplida la rutina de revisar toda la gama de artefactos que dibujan su fisonomía, y antes de poblarse con toda la escafandra que le arropa, el protagonista de esta imagen se roció las axilas con desodorante Axe Ice Chill, que —según sus fabricantes— es uno de los productos de excelencia de esta multinacional. El antitranspirante, elaborado a base de roma de menta y limón, aporta hasta 48 horas de frescor.

Deben ser aplanados los olores “místicos” que generan las drogas sintéticas, artesanales o corrosivas, vigorizantes de sus músculos, sus palabras para desatar arremetidas físicas y orales contra los que “alteran” el orden público: táctica de todo “honorable” policía antidisturbios.

Entre las sumas visibles que se avistan en la fisonomía de este genuino descerebrado, se vislumbra un casco de protección hecho con fibras de plástico, capaz de soportar el impacto de objetos contundentes. También, porras de “última generación” que esconden en su interior un “juicioso” alambrón de acero, pensado para quebrarlo todo, más otros “objetos colindantes”.

No faltan, entre los artilugios de su vestimenta, rodilleras similares a las que usan los cácher de beisbol, “adecuadas” para patear, golpear o dejar las huellas que exige un “estado de derecho”.

Se suman a todas estas “especies”, un dosier de esposas de plástico desechables: seguras, flexibles, eficaces, arrojadiza y socorrida “herramienta” diseñada para anular la voluntad de movimiento e intimidar al “enemigo” que ha de saber —sin equívocos— donde habita y actúa el “poder divino”.

Son parte de los artefactos que se suman a su vestuario de plástico y antifaz —como colgaderas de un balcón pueblerino—, filtros antigases protectores de emanaciones tóxicas, que en verdad salen de sus propias cloacas; más sprays que expulsan gas pimienta. Todos estos objetos, reunidos en un programa de decodificación lingüística, terminarían en un calificativo: sencillamente inclasificable.

La “turba acecha” y toca “actuar”. Aflora entre los “antidisturbios” el grito mordaz, la mirada inquisidora, el gesto intimidatorio. El espacio público está en disputa y “urge ocuparlo por el bien de la ciudadanía” y el capital. Es la puesta en escena, el modo de actuar en una geografía —a veces simbólica— resuelta con los poderes de la violencia.

Usted ha de recibir la furia de mis podridas manos, de mis voraces piernas, entrenadas para patear dispares abdómenes, rostros o manos que se avistan en señal de protección, o en resueltos cromatismos de una paz, muchas veces amurallada.

La cuadrilla de las escafandras, que lucen sus execrables vestuarios con los colores de la noche, se organiza en columnas, en filas de a dos, también de a tres, que enfilan todas sus armas siempre trincadas en su cuerpo contra un enemigo, siempre “subversivo, radical, violento”.

Avanzan en una grisácea marcha de pasos calculados. Es la aritmética de la ingeniería antidisturbios, que en verdad es una tropa de choque del poder “inmaculado”, corporativo, mediático, empresarial. Una suma de fuerzas brutas —sin más— aupada por el complejo militar industrial. Domesticada con manuales y prácticas represivas diseñadas para infligir dolor.

Son convocados para arremeter contra el ecologista indignado, contra quien exige anular la furia del “fascismo posmoderno” que “cambia” sus vestiduras, pero no deja de serlo.

Guillotinan con trampas intimidatorias la legítima ira de negros, mestizos o inmigrantes, convertidos en “carne de segunda”; avistados como estadísticas que engordan las cárceles de una nación que asume el sistema penitenciario como un negocio de progresivos beneficios.

Apertrechados con sus brazas de atar anulan la voz del defensor de los derechos pisoteados de los trabajadores. Transitan alineados, geométricos, equidistantes. Desata escaladas represivas para quebrar el grito del inmigrante, emprendedor de los trabajos peor pagados en estas, las naciones del “estado de bienestar”.

Son los mismos que aplanan las legítimas protestas que emergen encendidas contra los bancos y entidades financieras, expropiadoras de viviendas, supresoras de proyectos empresariales de desarrollo local; pues, a fin de cuentas, lo intocable es el calculado por ciento del beneficio.

En los muchos perímetros de esta protagónica banda, que son muchas, pululan las que escupen balas de gomas, las que operan asimétricos carros lanza aguas. Tras ellos, a la espera, policías motorizados con otras indumentarias nocivas, dispuestos como fuerzas adicionales para contener los sueños, apagar el sentido de la ira o cortar el brazo extendido.

Son las huellas de una cotidiana contienda desatada sobre un inconfesable paisaje urbano, al que sobrevuelan helicópteros en un cuadriculado “teatro de operaciones” de una ciudad cualquiera. Signos del terror contemporáneo, que habitan en las pantallas de los ceros y los unos. Encendidos telares que dibujan cromáticos testimonios de una práctica aberrante, en nombre de una “incólume democracia”.

La bien conocida BBC News —nada sospechosa de ser un medio marxista leninista— subraya en una nota de junio de 2020 que, en esta última década, cada año ocurren más de 1.000 muertes por la brutalidad y las malas praxis de policía de los Estados Unidos.

Foto de portada: John Rudoff /Anadolu Agency

(Tomado de Cuba en Resumen)

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Octavio Fraga Guerra
Periodista y articulista de cine, Especialista de la Cinemateca de Cuba. Colaborador de las publicaciones Cubarte y La Jiribilla. Editor del blog https://cinereverso.org/ Licenciado en Comunicación Audiovisual por el Instituto Superior de Arte de La Habana.

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