Aunque quienes le conocen bien saben que suele guardar sus gemas de orgullo bajo siete llaves de modestia, Ricardo Ronquillo Bello, el presidente nacional de la UPEC, abrió de forma brusca el cofre íntimo y comenzó a elogiar a las mujeres del sector, en un almuerzo especial dispuesto para ellas, otorgándoles el regalo mayor: la confesión de que aprendió a admirar a las cubanas con solo mirar a Manana, la madre que ya no puede acompañarle, luchar sin reservas para sostener a su familia… ¿hay que decir que humilde?
De ahí en adelante, elogió a tantas, pidiendo aplausos dobles para ellas, que en cierta mesa del restaurant habilitado en la ocasión un par de amigos se atrevió a bromear: “¡Mmm… el presidente va a gastar en un rato el presupuesto de aplausos de todo el año!”.
¡Así de hermosas -con la hermosura martiana que brota desde adentro- son las colegas de este gremio, así que en la expresión de afecto valen todos los derroches!

Sobró consenso en los aplausos para la periodista nunca desaparecida Isabel Moya, la feminista “más encumbrada después de Vilma” en entender tempranamente -dijo Ronquillo- “que el socialismo es el sistema ideal para defender el feminismo”.
No hubo contención de aplausos para la colega de Granma Internacional Arlín Alberty Loforte, a quien el ahora presidente de la UPEC conoció cuando ella, en sus días de escolar, despuntaba ya como la cubana entera que ha demostrado ser.

En la UPEC, ante los suyos, ese “primer anillo” de respeto en todo el gremio que se le ensancha en esta Isla tan larga, Ronquillo firmó otro cheque en blanco de aplausos para Soledad Cruz, Premio Ramal, en prensa escrita, por la Obra de la Vida; y para Edda Diz Garcés, que este año recibió el más grande: el Nacional José Martí, por todo cuanto ha hecho en más de 50 años de virtud. Ellas dos picaron un cake tan limpio como la honra de todas, en un ejercicio de amorosa precisión que por momentos parecía la edición -con un cursor de mouse, más que un cuchillo-, de un párrafo en primera plana.

En ellas, y en las mujeres del sistema de la UPEC, allí sentadas en todo su valor; en las colegas que el presidente y todos vimos desde cualquier medio de Cuba salir en busca de ciclones, quizás esperanzadas de citarse, en el lugar del mayor peligro, con Fidel; en las que criaron a los hijos alborotando ilustres redacciones y en las que se tomaron un mandato haciendo mayoría en la presidencia nacional… está la ruta recta del aplauso.


Son, resumió Ronquillo, “las grandes mujeres de la prensa cubana, y merecen por ello todos los honores”. ¿Qué aplauso llenaría esa estatura?
Antes de ese almuerzo en la Casa de la Prensa, más de cuarenta compañeras destacadas del gremio visitaron, en La Habana Vieja, el Centro de Desarrollo Artesanal Industrial Quitrín, fundado por Vilma Espín el 16 de marzo de 1986 para ofrecer nuevas opciones de empleo a las mujeres y salvar, de paso, trabajos manuales típicos de antaño: encajes, bordados y otros elementos del patrimonio textil que la heroína, con esa vista sin par para lo bello, se empeñó en amparar.
A la entrada, en plena calle Obispo, las periodistas fueron recibidas por Sonya Rivero López, segunda secretaria nacional de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), y Nadia González Álvarez, la modelista y diseñadora que dirige Quitrín.

En Cuba no hay proyecto de mujer sin poesía incluida: Nadia reveló el peculiar origen de la marca. Resulta que Vilma consultó a Eusebio Leal cómo bautizar su sueño de emprender un viaje de recuperación patrimonial que llevaría a bordo a muchas mujeres, y el historiador le habló del carruaje antiguo que recorrió por siglos todas esas calles: el quitrín. ¡Ahí arrancó la travesía!
Desde la apertura comenzaron cursos y talleres comunitarios que formaron en todo el país a miles de artesanas encargadas de ejecutar el rescate de saberes de abuelas soñado por Vilma. Desde entonces, tienen dependencias en Santiago de Cuba y Varadero y, convertidas desde 1996 en empresa subordinada a la FMC y erigidas en proyecto de desarrollo local de referencia, hacen piezas de vestir con destino al turismo. Con sus ingresos han elevado el salario promedio, contribuyen con la Federación… y cumplen sus obligaciones tributarias.
Sonya Rivero destacó el reto del colectivo -37 compañeras en una plantilla de 50 trabajadores- de asegurar con los cursos la continuidad del trabajo y del arte (la mano y la obra, pudiera decirse) al tiempo de que buscan oxígeno en la economía con la certeza de que “sin Revolución no hay empoderamiento femenino”. Todavía les falta ganar otra batalla: la autorización de hacer ventas en divisa que facilitarían toda la gestión considerando especialmente la zona de la ciudad donde están ubicados.

La calle Obispo las conoce bien porque trabajan con los portones abiertos, como quien tiene solo hermosura que mostrar. Las cubanas de Quitrín se levantan en plena madrugada y tienen un horario peculiar: su jornada comienza oficialmente cuando llegan a su puesto, por muy temprano que sea.
Las periodistas, que saben mucho de preguntas, pero también de telas y vestidos, dialogaron con Nadia y sus obreras como amigas de hace tiempo, pero al llegar a la tienda pusieron “en problemas” a Liset Herrera, la subdirectora comercial; y a Martha González, la vendedora estrella, por el ritmo de actividad que le impusieron: hablar, comprar, probar, cambiar, querer/se… Las mujeres del gremio suelen ser, también, clientas especiales.
Al cierre, para reposar las emociones, la maestra Grisleda de la Barca ofreció a las visitantes un desfile de modas de su grupo Egos, que al filo del mediodía presentó, combinadas, piezas de las colecciones Vilma, Cubanísima, Rompimiento, Del Congreso… todas del Centro de Desarrollo Artesanal Industrial Quitrín.

Las colegas marcaron con bolígrafo el sitio en sus afectos, “bajaron” del quitrín y tomaron una guagua hacia la Casa de la Prensa, donde no sabían les esperaba, con el almuerzo de agasajo, un discurso improvisado del presidente de la UPEC, el hombre al que este viernes no le tembló el pulso para gastar de un tajo, por sus mujeres, el arsenal de aplauso de la organización.