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En Bayamo “…es vivir”

Una de las exposiciones inauguradas en la vigésima novena convocatoria de las Fiestas de la Cubanía, en Bayamo, se debe a José Angel Téllez Villalón, Tellerías (Santiago de Cuba, 1971). Le da tema al texto que sigue, pero vale señalar que es, entre las que vio y disfrutó quien esto escribe, una de las dos aportadas por creadores con formación autodidacta, y ambas expresan arraigo en la historia de Cuba, y el abrazo a la Revolución que hoy la defiende.

Entre las dos median ostensibles diferencias en técnicas y soportes. La otra aludida, de Oscar Naranjo Escobar, parte de recursos artesanales: finas cadenas de eslabones hechos a mano utilizando cables telefónicos reciclados, de distintos colores. Con ellos, gracias a un trabajo minucioso y tenaz, recrea retratos de figuras fundamentales de la historia de Cuba, y otras imágenes afianzadas en ella. Para paliar de algún modo la deuda en que ahora queda con la obra de Naranjo Escobar, el autor de este artículo remite al recorrido  que ha hecho sobre ella el periodista Luis Hernández Serrano.

Lo expuesto por Téllez Villalón se basa también en la tradición histórica y cultural de la nación cubana. Lo confirman sus obras, y el título, de resonancia épica y natural, particularmente en Bayamo, aunque resulta válido para toda la patria: “…es vivir”. Se trata de un conjunto que ratifica los caminos del artista, y lo que a continuación se esboza retoma la improvisación con que la presentó en la Galería Ventanas quien escribe el presente artículo.

Téllez Villalón, que cultiva además la talla en madera, no desdeña lo llamado analógico. Lo ha trabajado en piezas hechas sobre cartulina y otros soportes afines, pero brinda especial atención a las redes sociales, y a ellas va con una labor que se agradece: por su calidad formal y por el contenido, lejos de la banalidad y, por decir lo menos, del desarraigo que a menudo —no en sus “usuarios” dignos— las encharca hasta pudrirlas.

En “…es vivir” asume la figuración por vías digitales, y la fija en soportes de esa naturaleza. Su quehacer, con trazos cuya seguridad habla a la vez de pericia artística y de convicción en las ideas, sirve, entre otras cosas, para recordar que lo digital se nutre material y conceptualmente de lo analógico, de la tradición. El vocablo digital rinde tributo al valor de la mano, de los dedos, su raíz, aunque él se abusa como si fuera mágico y novedoso —tanto como de virtual—, de modos que parecen saltarse a la torera, o ignorarla, su etimología.

La formación de Téllez Villalón sugiere un apreciable braceo en la trayectoria histórica y estética de la imagen, que abraza sin vocación de neómano, sino como quien vive y actúa —es útil— en su tiempo. El crítico de arte Jorge Ángel Hernández ha visto en su desempeño “una reevaluación de la imagen icónica propia del renacentismo” y “preterida por la tradición pictórica posterior, hasta los días de hoy”.

Pero añade que, “acaso por la propia naturaleza del acto comunicativo que lo arrastra” —quizás sería más exacto decir: lo impulsa—, “esta tradición cobra vida propia y, lo más importante, desafía el prejuicio de la evaluación, devolviendo al ciudadano de a pie lo que había perdido a causa de la especialización”. Esas observaciones remiten a la actitud combativa y al sentido de responsabilidad de Téllez Villalón.

Sus obras muestran lo que vale apreciar como herencia en ellas del dibujo con signo humorístico. De hecho, ha logrado reconocimientos significativos en esa área en Cuba —señaladamente en el Museo del Humor de San Antonio de los Baños y en los certámenes que esa institución auspicia—, y fuera de ella. Testimonian esto último los logros internacionales que ha cosechado, como el Premio Mejor Historieta en el 18º Salón Internacional del Humor Limeira 2022, de Brasil.

A la integración de recursos apunta en su conjunto lo producido por Téllez Villalón. Y agréguese que, en lo tocante a sus deudas con el humorismo, confirma la seriedad de su tesitura, de su perspectiva. Después de todo, el humorismo es cosa seria, y el suyo, dígase para empezar, no es de los que se burlan —con ligereza y hasta con saña— de las víctimas de crímenes, como el bloqueo que pone a Cuba en posición vulnerable, y sacan dividendos de su burla. Él tiene claro contra qué blanco debe lanzar sus dardos, y los lanza. De todo eso puede venirle su recreación de los temas más solemnes con recursos que recuerdan el dibujo humorístico.

No es fortuito que en su obra ocupen lugar señero la presencia de fundadores y cimientos de la nación, y el culto a tradiciones y actitudes que la definen. Ese culto podría representarse en una de sus piezas: “Palma y caguairán”. La palma coronada con símbolos de actualidad, y que sirve de asta a la bandera en que ondea la certeza de “Patria o Muerte”, la sostiene el tronco, vital y de profundas raíces —no por causalidad de caguairán—, donde se plasmó “Libertad o Muerte” con decisión fundadora.

La producción gráfica, visual, de Téllez Villalón, es inseparable de sus contribuciones teóricas, o conceptuales, en textos como los que publica en Cubarte. El Portal de la Cultura Cubana, La Jiribilla y Cubahora. En este último sitio mantiene un espacio de opinión gráfica, “Politrazo”. Y su nueva exposición, que podrá verse y disfrutarse por un mes en la mencionada galería bayamesa, Ventanas, será una etapa más en una producción que seguirá dando frutos valiosos.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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