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México. Lecturas de la injerencia

Pese a ocupar en el mapa la silla más cercana al presunto maestro estadounidense, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se ha consolidado como uno de los más respondones líderes latinoamericanos. Mientras otros se muerden la lengua, el presidente mexicano no titubea a la hora de poner en su sitio, tanto a la antigua metrópolis colonial como al imperio —decadente adulto mayor— que, al otro lado de su frontera, llevó el despojo a su máxima expresión. De hecho, más de una vez Estados Unidos le robó a México hasta la frontera.

La más reciente rebelión verbal de AMLO contra el vecino, se produjo hace poco cuando la Casa Blanca, que tan inefables maltratos prodiga a su propia prensa, criticó la protección a los reporteros en México. Más allá de las bajas reales y de la falsa preocupación de Washington, lo que trasciende del episodio es cómo el mandatario reiteró una reprobación: ¡basta de injerencia!

No son pocos los capítulos. En mayo del año pasado, a raíz de un artículo de la revista Contralínea —que documentaba cómo la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo (USAID) fue, entre 2018 y 2020, la principal donante de una organización que ha tenido serios contrapunteos con AMLO—, este advirtió que plantaría una queja por intervencionismo.


Según la revista, la asistencia de la USAID a Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), sumaba 25,7 millones de pesos mexicanos —casi 1,28 millones de dólares— pero, tras admitir el obsequio yanqui, María Amparo Casar, la presidenta de MCCI, se defendió comentando:  “Esto no tiene nada ni de ilegal ni de raro y denota un profundo desconocimiento de cómo funciona el sistema de cooperación internacional” .

Ya en agosto de 2020, el presidente había presentado en su habitual rueda de prensa una lista con nueve organizaciones contrarias a su proyecto del Tren maya y que recibieron desde 2006, cual caridad del Dios de la cooperación, cerca de 14 millones de dólares de cinco fundaciones estadounidenses. ¿Habrá algo más parecido a un proyecto de descarrile?

Aun los pasajes más dolorosos de la historia mexicana involucran la oscura mano de la Casa Blanca. Hace unos 14 años vio la luz el documental “1968: La conexión americana”, en el cual el cineasta Carlos Mendoza expuso la intervención de la CIA en el conflicto con los estudiantes y su manipulación para que el Ejército desatara la violencia resultante.

La masacre de Tlatelolco, ocurrida el 2 de octubre de 1968, dejó al menos 300 muertos. Pero antes de los disparos mortales, Estados Unidos había lanzado una intensa campaña para hacer creer que en México se gestaba una «revolución comunista». Un artículo de la revista U.S. News & World Report, de junio de 1967, afirmaba que dicha revolución sería apoyada por la Unión Soviética, China y Cuba. Como ángel anunciador de la muerte, Richard Helms, el entonces director de la CIA, estuvo en México pocos días antes de la matanza.

Es la historia del país: muy pronto, la ruleta geográfica — “¡tan cerca de Estados Unidos!” — se tornó agobio político. En 1822, un año después de ganada la independencia, José Manuel Zozaya, el primero de los ministros plenipotenciarios mexicanos en Washington, escribió a su gobierno: “La soberbia de estos republicanos no les permite vernos como iguales, sino como inferiores; su envanecimiento se extiende a mi juicio a creer que su capital será de todas las Américas… con el tiempo han de ser nuestros enemigos jurados”.

En 1823, con la Doctrina Monroe, se exacerbaron las intromisiones. Cuando el gobierno de John Quincy Adams decidió ubicar un ministro en México, optó por Joel Roberts Poinsett, quien, además de la diplomática, tenía la misión de apoyar el arribo de colonos de su país a Texas para apresurar el despojo de ese territorio. No por gusto, años más tarde sería secretario de Guerra.

Poinsett escribió en 1825 a Henry Clay, el secretario de Estado: “… será importante ganar tiempo si queremos expandir nuestro territorio más allá de las fronteras acordadas en el tratado de 1819. La mayoría de las buenas tierras de Colorado al Sabino han sido concedidas por el estado de Texas y se están poblando de manera rápida con concesionarios o colonos de los Estados Unidos, población que encontrará (el gobierno mexicano) difícil de gobernar y posiblemente, después de un corto período, ellos (México) no serán tan persistentes en mantener esa porción de su territorio como ahora”.

Llegó a tal punto su injerencia que, en 1829, el gobierno mexicano —donde no estaba AMLO, por cierto— le devolvió el pasaporte y le exigió, con la amabilidad del caso, que abandonara el país.

Tras marcharse llegó un nuevo ministro: Anthony Butler, quien, para no variar, tenía como objetivo esencial… obtener tierras en Texas para los Estados Unidos, y fue igualmente “bateado” por los mexicanos. Instruido por el presidente Andrew Jackson, Butler intentaba incluso sobornar autoridades con tal de facilitar la compra de ese pedazo de la nación. Mientras, sus colonos seguían entrando a México, cual miles de aqueos a Troya, con caballo y todo.

En 1845 comenzaron, con la bendición del Congreso estadounidense, los mecanismos de la anexión, la guerra y la rapiña. No fue solo Texas. Véase un mapa: los vecinos de los altos tajaron la mitad de México. ¿Quién dice que López Obrador tiene un profundo desconocimiento de cómo funciona la “cooperación”?

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Enrique Milanés León
Forma partede la redacción de Cubaperiodistas. Recibió el Premio Patria en reconocimiento a sus virtudes y prestigio profesional otorgado por la Sociedad Cultural José Martí. También ha obtenido el Premio Juan Gualberto Gómez, de la UPEC, por la obra del año.

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