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Elegía habanera

Fue en noviembre de 1986. El motivo: La visita de Felipe González a Cuba, la primera de un presidente de gobierno español a la Isla. De escenario, La Habana Vieja, demostrando el interés del anfitrión, nuestro Fidel, por la historia en general y los infalibles antecedentes de la nacionalidad que forjan a un pueblo.

El centro histórico no tenía todavía los lustres devueltos gracias a un esfuerzo descomunal, múltiple, iniciado en 1981, mediando fuertes dificultades, pero dirigido con sapiencia y amor, buscando valorizar esa importante zona de la capital.

Eusebio Leal fue el encargado de hacer realidad lo que al momento de su partida, poco antes de cumplirse  4 décadas de trabajo bienhechor, es una obra de elevadísima importancia patrimonial, reconocida por entendidos y aficionados.

Su respeto al original autóctono, permitió una rehabilitación que se propuso conservar todo lo posible de cada edificio reparado. Algo así como enderezarle los huesos y la piel a una persona accidentada.

Y les contaba que el eminente Historiador de la Ciudad, tuvo a su cargo las explicaciones de rigor ante nuestro Comandante en Jefe y el visitante ibérico. Los periodistas que estábamos cubriendo el recorrido, disfrutamos de su gracejo narrativo en el patio central del Palacio de los Capitanes Generales.

No sería la única oportunidad que tuve de escucharle trasladar todo cuanto es capaz de reunir en palabas alguien sumergido en el antes, sin olvidarse del apremiante ahora.

Era un intelectual en regla, pero hombre sencillo, capaz de responder en persona la correspondencia que recibía y de mantenerse en segundo o tercer plano si no le instaban a otro papel. Recuerdo 1985, durante el Festival Mundial de la Juventud efectuado en Moscú, cuando el embajador cubano recibió a visitantes ilustres (el propio Eusebio, el novelista Lisandro Otero) y a los enviados especiales de la prensa cubana que cubrían  aquel  encuentro, el último efectuado en tiempos de la URSS.

En un saloncito de la sede diplomática estaba el grupo y él se mantuvo en silencio, enfundado en el uniforme de nuestra delegación y con una pañoleta pioneril que le habían anudado poco antes al cuello unos niños soviéticos.

Sus colaboradores le tenían gran estimación y respeto. Lo constaté hablando con restauradores, obreros de fila, etnógrafos, entre varios expertos. En su calidad de diputado cualquiera pudo verle formular conceptos atrevidos, pero bien cimentados y respetuosos. Todo tiene antecedente y muchas veces es necesario constatarlo incluso por parte de quienes no concuerdan con equis criterio.

Por azares de la profesión estuve en contacto con situaciones poco frecuentes. Él no le hacía ascos a cualquier encomienda. Por eso  coincidimos otra vez en uno de los salones del Habana Libre, durante un encuentro entre periodistas cubanos y españoles ya en los duros años 90 que comenzaron con dramáticos cambios para la humanidad.

El sostenido no fue un intercambio muy amable. La implosión del campo socialista y la orfandad transitoria que sufrimos, le hizo suponer a unos cuántos que contaban con autoridad para cuestionar doctrinas sobre las cuales tienen pésimos esquemas preconcebidas. Algunos de los invitados cruzaron armas verbales con nosotros pero en buena medida salieron trasquilados de aquella experiencia. El convencimiento, la firmeza de los principios, pueden ser muy persuasivos.

Compartí mesa entonces con el actual dirigente de la diplomacia europea, Joseph Borrell, uno de los gratificados por una intervención de Eusebio Leal quien exponía ante aquel auditorio que no parecía hacerle gran caso. Ocurrió, sin embargo,  que todos concluyeron por dejar en suspenso tenedores y cucharas, volverse hacia él y rendirse ante el verbo cálido y emotivo de quien estaba hablando de las mulatas y sus orígenes, con una gracia y erudición poco comunes.

No se lo propuso, pero concluyó convertido en centro de miradas, sonrisas expectantes y atención múltiple solo con voz y conocimientos que desgranó generoso y apabullante.

Su donaire expositivo es poco frecuente. La naturaleza o los hados, otorgan solo a elegidos determinados atributos y a Eusebio le concedieron en abundancia estos destacados atributos que él solidificó por sí mismo, demostrando humildad e inteligente perseverancia.

A inicios de cada año suelo dar un recorrido por la vieja Habana con mi familia. Es como comenzar el nuevo ciclo de vida partiendo de eslabones esenciales. Siempre encuentro algo nuevo, recobrado a nuestro paso. Así se lo hice saber en una oportunidad y él me dio las gracias, cuando debía ser yo quien se las retribuyera.

Seguiré andando sobre adoquines y entrando por portalones vigorosos o iglesias y remembranzas múltiples, recordándole. Imposible no hacerlo.

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