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El amigo Moltó

La última vez que conversamos fue sentados en el balcón de mi casa. Había salido de los ejercicios en el gimnasio del Instituto Cardiovascular y, como hizo otras muchas veces, se acercó, subió las escaleras e intercambiamos pareceres.

Por coincidencias en el tema de la enfermedad del miocardio, ambos nos contábamos historias de uno que otro ingreso y uno que otro infarto. Pero siempre terminamos hablando de periodismo, ese “vicio” que nos ha acompañado como profesión, alegrías y sinsabores a lo largo de muchas décadas.

Me hablaba con optimismo del Congreso de la UPEC que se acerca. De las áreas donde él consideraba había que poner los mayores empeños para que la prensa cubana se parezca cada vez más al país donde vivimos.

Siempre fue crítico a las apologías que aún aparecen en algún espacio de los medios. Su obsesión mayor era la de cómo llegar más y mejor a los jóvenes periodistas, cómo hacerlos más activos dentro de un proceso complejo pero al que no se le puede ver como un reto imposible.

Un día me llamó a la UPEC y me dijo: Hermano por qué no te embullas y acompañas a unas decenas de jóvenes estudiantes de periodismo que viajan a Holguín a un encuentro y luego visitarán Birán, la tierra de Fidel. Cuenta conmigo desde ya, le dije y dos días después enrumbamos en aquel ómnibus lleno de alegrías, anécdotas y frescor juvenil.

Llegar al lugar donde nació Fidel, conocer de la vida de la familia Castro, hurgar en detalles como la cuna en la que pasó sus primeros meses de vida, el río donde se bañaba y otros muchos, fue una clase magistral en la que se insertaron aquellos jóvenes.

Moltó, en los últimos meses de su vida, me pareció querer cumplir con tareas pendientes, quizás con el temor que nos afecta a todos, de que la muerte nos llegue antes de que los objetivos que nos propusimos se conviertan en realidad.

Un día me llamó, desde el Hospital donde estaba ingresado, para pedirme elaborar un artículo sobre la situación mediática en Venezuela. “Los dardos envenenados de la CNN” fue el título del trabajo publicado en Cubaperiodistas. A Moltó no se le podía decir que no y por tanto cumplí su misión.

Así fueron transcurriendo nuestros encuentros —telefónicos o en mi propia casa— hasta que una noche me llamó desde la cama de su convalecencia hospitalaria para pedirme que, en representación de él, me encargara de asistir en San Antonio de los Baños, a las actividades de la Bienal Internacional de Humorismo. “Resulta que de los cuatro organizadores de la Primera Bienal (Ernesto Vera, René de la Nuez, Enrique Núñez Rodríguez y Elson Concepción), el único vivo eres tú”, me argumentó.

Por primera vez le iba a decir que no, porque no me gustaba aquello de incluirme en una lista tan honorable, pero de personas ya fallecidas. Pero, antes de que yo meditara me apostilló: Ellos estarán muy contentos que la Bienal salga bien y podemos hacerlo. Confío en ti.

Dos días después, desde el propio San Antonio, lo llamé al hospital para informarle de cómo iba aquello. Que confiara y cumpliera su plan médico para que pudiera estar en la clausura de la Bienal. Pero su salud no se lo permitió.

Después de aquel contratiempo, ya salido en su casa, volvió a sus andares de cumplir el plan de ejercicios en el Cardiovascular. Y volvió a mi casa donde intercambiamos largo rato. Cuídate Moltó que la salud ahora es lo más importante para cumplir con todos esos planes de los que me estás hablando, le dije.

De la cita informal me dejó ideas y tareas. Una relacionada con el Congreso de la Upec y otra con el Premio Nacional de Periodismo José Martí.

Ya en estas últimas semanas no podía hablar con Moltó. Su deteriorada salud no se lo permitía.

Busqué entonces, en papeles y en mi memoria, la fecha en que lo había conocido, hace 43 años allá en Santiago de Cuba. Fue por aquellos años el presidente de la Upec en esa provincia. Juntos estuvimos en la concepción de los nuevos planes de estudio para la carrera de periodismo en la Universidad de Oriente. Visitamos y nos reunimos con los periodistas de entonces en la CMKC —su radio preferida— y el periódico Sierra Maestra. Los dos medios eran paradigma para el periodismo oriental y del país.

Hoy, cuando físicamente no está entre nosotros, prefiero tenerlo como el amigo Moltó, el de hace cuatro décadas y el de la última vez que conversamos sobre periodismo y periodistas.

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Elson Concepción Pérez
Periodista cubano y analista de temas internacionales. Forma parte de la redacción del diario Granma.

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