Enrique Ojito
GLORIAS DEL PERIODISMO CUBANO NOTAS DESTACADAS

Enrique Ojito: “A nuestro periodismo le falta pintarse más con todos los colores de Cuba”

—Las respuestas, ¡al fin¡ Las he escrito poco a poco, pero se me iba olvidando…

No hay sarcasmo, ni apología en la voz que llega por el teléfono. Es la de Enrique Ojito Linares: Un guajiro de La Sierpe, que de niño disfrutó ver cómo sobrevolaban la naciente comunidad aquellos aviones de panzas amarillentas, camino a los arrozales del Sur del Jíbaro”. Y que, a la vista de otros, pudiera tener miles de defectos; “pero no creo que me señalen por ingrato”.

Porque, “si ahora soy capaz de escribir, con menor o mayor soltura, se lo debo a todos mis maestros y profesores, incluso a los que me impartieron Ciencias. “A veces, he mencionado algunos nombres; otros se han puesto medio celosos. Nada de resquemores y, en definitiva, la sangre nunca ha llegado al río; así y todo, les ofrezco disculpas.

“Meses atrás, mi hermana Elina me puso al teléfono con mi maestro de Historia de Cuba, de cuarto grado, Carlos Lazo. Hacía más de 30 años que no tenía referencias de él. Se sorprendió cuando le recordé con detalles su clase sobre la conquista de España. Él se emocionó al extremo; yo, no menos. Y me confesó algo, que me dejó de una pieza: cada vez que se enfrentaba al aula, lo hacía con cierto recelo; debía prepararse muy bien porque, según él, yo preguntaba mucho y de todo. Quizás desde ese tiempo nació mi avidez por preguntar. Casi al final de la llamada telefónica, me dijo que, cuando nos impartió clases, apenas él cursaba el noveno grado. El sorprendido fui yo. En el recuerdo, seguía viendo a un joven, con bigote discreto, frente al pizarrón, pulcro en el vestir y en el decir, haciéndonos vivir la historia de Cuba. Para mí, el maestro Lazo fue y será un maestro grande, de aquel pichón de periodista.

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Optó por el periodismo por su inclinación hacia las letras y la lectura. “Han pasado décadas, y te puedo describir cómo era el librero de la casa de mi abuelo Cachón y el de mi papá. Lo primero que hojeé fue una revista Bohemia, no un periódico; vivíamos en ese entonces con mis abuelos maternos en Palma, pues la presa Zaza se había tragado nuestra casa de Bacuino. Recuerdo que abuela Carmen hacía para el almuerzo harina de maíz con empellas de puerco, que daba un sueño que le roncaba el mango me perdonas la expresión, y yo cogía aquellas revistas y me tiraba en el piso frío de cemento, hasta que el harinazo me vencía. Nos mudamos luego para La Sierpe, y la historia se repitió: mataperreaba como el que más; pero leía como un ratón de biblioteca.

“Durante el preuniversitario en la Escuela Vocacional Ernesto Che Guevara, de Santa Clara, integré un círculo de interés de periodismo, vinculado al periódico Vanguardia, que me dio algunas señales de la profesión, señales idílicas, más exactamente. La práctica se encargaría de demostrarme que no es lo mismo con guitarra que con violín.

“El periodismo no es el simple mástil de un velero. Es muchísimo más. Es como el torreón del Morro; empinado, no altanero; vigilante, no distraído. El periodismo debe ser luz y muralla; luz para indicar el rumbo, muralla para proteger el país, a la sociedad, de los filibusteros del siglo XXI, que medran en tierra firme, altamar y en el ciberespacio”.

Y piensa: “Los aportes lo hacen las glorias y los maestros del periodismo cubano. Sin falsa modestia, no me considero ni lo uno ni lo otro. Ello sí, he tratado de ponerle el alma a cada línea que escribo”.

Ojito recibe el Premio Nacional de Periodismo José Martí, en 2020, de manos de Ricardo Ronquillo, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba. Foto: Cubaperiodistas.

—En el plano personal, como el salmón, me he visto obligado a nadar a contracorriente por mi discapacidad visual. Nací prácticamente con espejuelos puestos; nada extraordinario. Que a los 49 años te diagnostiquen catarata precoz; tampoco lo es. Que te operen y empieces a conocer el color real de los ojos de tus hijos, esposa, amigos siempre me ha gustado mirar de frente, sí lo es.

—En meses esos rostros se me fueron desdibujando y hoy ni siquiera conozco plenamente el de mi nieta. Hay que tener agallas de a peso macho el par para recibir la noticia, a los 51 años, de que padeces de retinosis pigmentaria. Sabía las resonancias que ello tendría en el periodismo, con olor a calle, que disfrutaba ejercer. En verdad, lo siento más por los lectores. Pero, de seguro, no fui ni el primero ni el último con ese diagnóstico a esa edad, y aquí sigo, frente la computadora. No soy de los que levantan bandera blanca, y ello lo aprendí de mis padres.

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—Usted ha dicho que intenta descubrir la noticia en lo cotidiano ¿Cómo lo hace?

—No he sido un periodista de grandes coberturas, si las asociamos a la intervención en estas, por ejemplo, de figuras prominentes de la política; más que un inconveniente, ello me ha precisado a aguzar el olfato de reportero para convertir un hecho o una persona, que ni por asomo en su vida pensó hacer un titular de prensa, en un acontecimiento noticiable, como los dictados del periodismo mandan. Esa elemental lección la aprendí del entonces periodista de Escambray, Ramón Barreras Ferrán, mi primer tutor, en una práctica preprofesional.

“Cursaba yo el segundo año de la carrera y Barreras me invitó a que lo acompañara a Fomento, donde una brigada había arribado al millón de arrobas de caña cortadas. Y en aquel yipi Wazz nos metimos por no sé cuántas guardarrayas, hasta que dimos con los macheteros casi al borde de las montañas del Escambray. Apenas me bajé del carro, limpié mis espejuelos, que tenían más polvo que el mismísimo Sahara, para ver cada paso de mi tutor, cuándo apuntaba en la agenda, qué y cómo preguntaba.

“Cuando el jefe de brigada le dijo que entre sus integrantes había un machetero de 80 años, Barreras únicamente me miró. Volé sobre los plantones de caña y encontré al hombre, que lucía más arrugas, que la tierra en la peor de las sequías. Y mi mano, todavía hoy dicen que de cirujano, se perdió en la suya, cuarteada por la mocha y por la vida. Así nació «Los secretos del abuelo», mi primera entrevista; así nació la inclinación por descubrir la noticia en lo cotidiano”.

Desde 1991 hasta hoy, también ha estado vinculado a la radio (Foto: Cortesía del entrevistado).

—Como periodista, ¿qué momento prefiere: ¿el de investigar, el del reporteo o el de escribir?

—Los tres son claves; mas, ante la disyuntiva, me inclino por el de investigar, el encontrarle la quinta pata al «gato», porque, periodísticamente hablando, a veces sí la tiene. Suelo dudar de los datos, sobre todo de aquellos que la propia fuente casi te escribe en la agenda. La contrastación de estas me ha salvado, como a otros tantos colegas, del cadalso.

“Independientemente de que existen investigaciones de menor o mayor calado, durante su realización el periodista demuestra la madera, el calibre de que está hecho; sus habilidades para obtener la información. Y, a no dudar, la riqueza del dato condiciona la riqueza de la historia.

“Como buena parte de mis colegas, he escrito textos que ni siquiera merecen un lugar en la «papelera de reciclaje» son 35 años de ejercicio profesional; sin embargo, hay algunos que sí me son entrañables porque más que neuronas, le he puesto el alma y me han salido, como se dice, de una sentada frente a la computadora. Ahora bien, puedes anotar con letra gruesa que disfruto investigar y también escribir.

Al graduarse en 1988 en la Universidad de Oriente, junto a la hoy Doctora en Ciencias de la Comunicación Hilda Saladrigas Medina (Foto: Cortesía del entrevistado).

“Cada texto lleva los genes del periodista; por ello, la escritura debe asumirse como un proceso creativo, y no como la sumatoria de sujeto y predicado. Si bien el tema a abordar y el género escogido median, entre otros factores, el acto de escribir, a la hora de lidiar con la pantalla en blanco siempre busco sentar al lector a mi lado, para que vea, respire y oiga lo mismo que yo; obviamente, no en todas las ocasiones uno lo logra, y en ello inciden, también, los referentes culturales e ideológicos de las audiencias.

“En tiempos en que la instantaneidad pretende reinar como valor/noticia dentro del ya no tan nuevo ecosistema mediático, le concedo mayor relevancia al «cómo», al «por qué» y a situar en contexto el asunto tratado, en lo fundamental en los materiales publicados en el semanario Escambray”.

—Algunos colegas refieren su habilidad para tratar temas escabrosos ¿Tiene que ver con su curiosidad innata?

—Tiene que ver con la comprensión de la responsabilidad social del periodismo y la necesidad de comunicar el país que vivimos y que no es el arcoíris que les pintamos a los públicos en no pocas oportunidades, en detrimento de nuestra autoridad social.

“Por fortuna, hay colegas y medios que no practican la táctica del avestruz y abordan los claroscuros de nuestro variopinto día a día con ética e intencionalidad periodísticas, distantes de la clásica posición del francotirador, vestido con el ropaje camaleónico propio del hipercrítico.

“Visto así, el que hurguemos en asuntos escabrosos, peliagudos con más sistematicidad antes que ahora, debido a mi discapacidad visual tiene que ver con el respeto que le debemos a las audiencias, y a la urgencia de que la prensa pública cubana afiance su credibilidad entre estas.

“Desde hace más de 15 años, en Escambray comprendimos las nefastas consecuencias de esa crisis de credibilidad, y un adelantado en desmontar y analizar dicho fenómeno resultó Juan (Antonio Borrego Díaz), quien lideró los destinos de este medio espirituano desde 1997 hasta su temprano fallecimiento el 4 de octubre de 2021 por la Covid. No por azar, Juan colgó en el salón de reuniones un cartel metálico, donde aparecía una acotación lapidaria de Fidel, tomada de la entrevista de Ramonet: ‘Todo es mejor que la ausencia de crítica’.

Ojito Linares preside la Cátedra Honorífica Juan Antonio Borrego Díaz, compañero de estudios universitarios, amigo y quien fuera director de Escambray durante casi un cuarto de siglo (Foto: Vicente Brito).

“Para ser consecuentes con la frase, Juan, un director que jamás cuidó su puesto, nos espoleaba constantemente a ejercer un periodismo de gran calado, no de libretazos, sin perder de vista el contexto. Es interminable la lista de encargos editoriales de estas características que me planteó, a tal grado que a veces le advertía: «¡Compadre!, déjame respirar».

“Lo mismo indicaba investigar por qué cierta entidad hotelera quemó literalmente más de una veintena de obras visuales (pinturas); o sobre el desfalco millonario en una empresa agrícola; o acerca del cierre temporal de una entidad camaronera incluido el otorgamiento de vacaciones generales a sus trabajadores debido al robo masivo del crustáceo, o de las irregularidades en la aplicación de una resolución de pago salarial, la deserción de personal médico en misiones de colaboración.

“Pero, Juan te enviaba, además, a la presentación de un ballet o de la Misa cubana, de José María Vitier, en el Teatro Principal; te orientaba reseñar las películas Inocencia o Conducta, la trayectoria de la espirituana Berta Martínez, Premio Nacional de Teatro; entrevistar al pastor, líder la Primera Iglesia Bautista aquí; redactar un editorial en uno de los picos pandémicos de la covid, o un artículo para enfrentar aquella campaña de descrédito contra Díaz-Canel, urdida a partir de aquella frase sacada de contexto: «La limonada es la base de todo.

“Significa que, preparación mediante, el periodista sí debe asumir el más insospechado encargo editorial. Al menos en los medios donde he laborado, ello ha estado condicionado, como tendencia, por el déficit de colegas, independientemente de las inquietudes profesionales de cada quien de abordar determinado tópico”.

Enrique Ojito aboga por la especialización en el periodismo, pues, por un lado dice, allana el camino hacia la profundización del tema a tratar y, por otro, facilita la organización de las dinámicas productivas al interior de nuestros medios. Tampoco ladeamos la cabeza ante otra realidad controversial en el plano ético y analizada en más de uno de nuestros foros gremiales: la habitualidad de algunas fuentes informativas puede sesgar la hondura del discurso periodístico, en lo esencial cuando se impone el abordaje de asuntos peliagudos y álgidos. “En suma, a partir de su cultura profesional, enriquecida con el día a día, el periodista puede hablar de lo humano y lo divino”.

—Cita a Martí cuando dice que el periodismo es un pilluelo para penetrar y un guerrero para combatir…

—A Martí ha de volverse siempre. Justamente, ese apotegma al que aludes aparece en «Sobre periodismo», artículo publicado en Patria, donde el Maestro no solo cartografía las misiones de la profesión; sino, también, el modo de asumirla.

“Lo de «piñuelo para penetrar» lo he aplicado, por ejemplo, en cierta habilidad adquirida con el tiempo a la hora obtener este o aquel dato, que determinada fuente informativa busca esconderlo en su agenda de burócrata; igualmente, lo he empleado en tratar de apelar más al lenguaje sugerente, no tan plano, en dependencia de la intencionalidad y el género. Ello me lo he planteado de manera deliberada y, claro, si los ojos del lector pasan de largo por delante de esa entrevista, crónica, todo quedó en el intento.

“Lo de «guerrero para combatir» viene asociado a la idea de echar pie en tierra en defensa de nuestro proyecto de país desde la palabra comprometida, desde el tratamiento de temas como la corrupción administrativa y delitos contra la economía, no en los códigos del periodismo amarillista”.

—También ha dicho que su padre le enseñó que las ideas no se injertan, sino que se siembran para lograr la cosecha. ¿Cómo aprovecha esa lógica en su ejercicio periodístico?

—Poco a poco, las tecnologías de la información y las comunicaciones han ido llevando al colapso el discurso verticalista de los media, para dar paso a un rol activo de las audiencias en los procesos comunicativos, construidos más desde la horizontalidad. En este escenario, acuño todavía más esa lección de mi padre: los públicos suelen rechazar las ideas impuestas “a la brava”, desde un mensaje reiterativo, aferrado a otro tiempo; en tales casos se asiste a la llamada lectura oposicional, enunciada por Stuart Hall.

“Mi padre no conoció ni remotamente las observaciones teóricas de este clásico de los Estudios Culturales británicos; pero la lógica le indicaba el valor que tienen en la persuasión el argumento, la ejemplificación, la apelación a lo emocional de forma comedida. No hay que hacer un estudio profundo para corroborarlo; lo he constatado en los comentarios de los internautas a mis propios materiales publicados en la web de Escambray. Cuando he bajado la guardia, las audiencias lo advierten al vuelo, y lo que ‘cosecho’ no son elogios, precisamente”.

—Igual se ha referido a que su camino en la profesión es «no ser rehén del periodismo impresionista ¿Quiere decir efectista? ¿Cómo lo evade?

—Quiere decir un periodismo anclado en presunciones, supuestos, generalizaciones y no en el dato, en la evidencia, que respalden la aseveración más noble o más álgida. Al respecto, he tenido dos referentes muy cercanos: las colegas Mary Luz Borrego y Elsa Ramos.

“No tiene la misma consistencia comunicativa, que uno afirme que ‘la malversación constituye la expresión más frecuente de corrupción administrativa en Sancti Spíritus’, que uno le ponga nombre y apellidos a ese fenómeno, a partir de casos específicos desenmascarados, tal como lo concebimos en un artículo.

Enrique Ojito  saluda a Fidel
De manos de Fidel y en nombre del colectivo de Escambray, Enrique Ojito Linares recibe el Gran Premio Acumulativo del II Festival Nacional de la Prensa Escrita en el 2000 (Foto: Ismael Francisco).

“Tampoco es lo mismo que uno asegure que ‘los migrantes irregulares cubanos arriesgan sus vidas en el tránsito por varios países hasta llegar a Estados Unidos’, que lo demuestres a raíz de la historia real vivida por un matrimonio de espirituanos que venció ese itinerario, cuajado de extorsiones, asaltos, policías corruptos, incluida la violación sexual de un joven a punta de pistola por no contar con dinero para pagar el paso por una montaña en Colombia.

“O sea, intentar no ser rehén del periodismo impresionista debe traducirse en la práctica en la construcción de un discurso periodístico distante de la divagación, de la verborrea, que tanta comezón provocan en las audiencias”.

La cultura individual asegura Ojito es la llave maestra en el ejercicio periodístico. “Te abre las puertas para situar el asunto abordado en contexto y definir con celeridad la intencionalidad editorial, desde la más simple nota informativa hasta el más complejo reportaje de investigación. Te permite no desafinar durante una entrevista y asumirla como el Periodismo y Dios mandan. En nuestro ejercicio, la cultura no debe entenderse como un alarde de palabras, volcadas sobre la pantalla de la computadora; emplear el término exacto y el tono adecuado también constituyen expresiones de cultura individual”.

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Mucho le agradece Ojito a su mamá Elda Linares su formación como ser humano e, incluso, como profesional (Foto: Cortesía del entrevistado).

Su padre se llamaba Esney. “Era un hombre de pocas palabras; sin embargo, decía mucho con su actuar. Nació en Guayos, Cabaiguán, donde fue machetero, tabaquero y carpintero. Después nos mudamos para Palma y más tarde para Bacuino, donde hizo carbón y monteó ganado. Fue dirigente del Partido en Guasimal y su primer secretario en La Sierpe. De esos tiempos, recuerdo que me llevaba a sembrar pangola en los potreros de Botijuela, en domingos de trabajo voluntario, o a recorrer las terrazas de arroz, casi hasta el borde de la costa, en su empeño de que la empresa Sur del Jíbaro recolectara el plan, seguido a punta de lápiz por Fidel. Digo con orgullo que mi papá era un dirigente que se enfangaba las botas; no pactaba con la mentira y, mucho menos, con el doble discurso. Mi padre se me fue demasiado temprano, a los 73 años.

Su madre se llama Elda, y “vino al mundo entre guardarrayas y cañaverales, en la colonia La Esperanza, en las cercanías de Guayos. Trabajó en una escogida de tabaco. A finales de la década de los 40, se mudó, junto al resto de su familia, para Palma, un lugar a medio camino de la antigua carretera Sancti Spíritus-El Jíbaro. Laboró en una tomatera, y tiempo después de mudarnos para La Sierpe en septiembre de 1972, primero fue auxiliar de limpieza y con posterioridad recepcionista. No me cansaré de repetir que, con su salario de 75 pesos, mami costeó mi estancia universitaria en Santiago de Cuba. A duras penas alcanzó el noveno grado en la Facultad Obrero-Campesina; no obstante, ella es una sabia. Antes, tenía un Aristos a mano; cada vez que escuchaba o leía una palabra que no entendía, allá iba a consultar el diccionario. Todavía hoy mi hermana Eraisy, que es bibliotecaria, le sigue llevando libros; le encantan las historias policiales y, más que eso, disfruta de su jardín verde y florecido, recién mojado por la lluvia. Al morir Neisy, mi hermano mayor debido a un cáncer, mami se nos perdía de la casa; Elina, mi otra hermana, me decía: ‘Búscala en el jardín’. Y si no la encontraba ahí, estaba en el patio, tumbando una guanábana para que Arelys, mi compañera, les preparara una champola a nuestros hijos.

Enrique Ojito
Arelys y Ojito (Sancti Spíritus, 14 de marzo de 2022. Foto: Oscar Alfonso Sosa/ ACN).

Su familia la que ha creado junto a Arelys—, no tiene nada de atípica; “padece y vive como la mayoría del resto de las cubanas. Arelys, periodista también, y yo nos hemos dado la familia que soñamos. Trajimos al mundo a Alejandro y Pablo, dos hijos amorosos, que lo mismo limpian la casa que cocinan un arroz amarillo, mientras su mamá y yo continuamos frente a la computadora. De ellos admiramos que defienden sus criterios, sus puntos de vista; no coincidentes a veces con los nuestros, afortunadamente. Tampoco los míos siempre convergen con los de Arelys, y eso crea un equilibrio; ella es más emprendedora; yo, más cauteloso. Si la situación lo precisa, nos sentamos los cuatro, cada quien en un sillón de sala y nos escuchamos, nos alertamos, nos aconsejamos. Ahora bien, el ‘juguete’ de la casa es Arya, la primera nieta e hija de Ale con Anabel. Toda la familia gira alrededor de ese pedazo de vida”.

Ojito junto a sus hijos Pablo (izquierda) y Alejandro (derecha) y su compañera Arelys García, también periodista (Foto: Cortesía del entrevistado).

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¿Qué le falta o le sobra a nuestro periodismo? Bucear aún más en las profundidades de la complicadísima realidad cubana de hoy. En ocasiones, me da la impresión de que nadamos; pero no nos sumergimos hasta el fondo en la cobertura de determinados tópicos o fenómenos. Le falta darles vida a modelos de gestión editorial, ajustados a las peculiaridades de cada organización mediática, que tributen a ese ejercicio pleno, analítico. Al periodismo le falta pintarse más con todos los colores azules, rojos ocres, grises de esta Cuba.

“A nuestro desempeño le sobran las reuniones y toda su familia; le sobran aquellas mediaciones externas que lejos de habilitar, constriñen las dinámicas productivas al interior de los medios. Nuestro periodismo debe distanciarse de la propaganda cuyas funciones reconocemos, sin que ello implique desmarcarse de sus propósitos misionales como componente de la comunicación social en la construcción del consenso nacional en torno al proyecto político de país que defendemos. Juégale al gallo canelo como diría mi tío Rafael que todo ello le falta y le sobra al periodismo cubano”.

(Imagen  de portada: Enrique Ojito, además del Premio Nacional José Martí por la Obra de la Vida, ha obtenido en tres oportunidades el Premio Anual de Periodismo Juan Gualberto Gómez en la categoría de Prensa escrita, e igual número de menciones en dicho certamen. Foto: Vicente Brito).

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Flor de Paz
Periodista.

One thought on “Enrique Ojito: “A nuestro periodismo le falta pintarse más con todos los colores de Cuba”

  1. Excelente trabajo periodístico sobre un gran profesional del periodismo cubano y de orgullo Espirituano 100%, que es Enrique Ojito Linares. Ejemplo a seguir por todos los jóvenes que forman parte de este gremio. Felicidades Ojito y todo el Colectivo de Escambray.

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