COLUMNISTAS ECOS DEL CONGRESO PARTIDISTA

Todo es mejor que la ausencia de crítica

¿Por qué en nuestras escuelas de periodismo todavía se habla de “Los shogunes del cemento”, el conjunto de reportajes de Félix Pita Astudillo sobre el manejo del poder en una empresa de Santiago de Cuba, publicado en Granma (agosto de 1985), si la mayoría de nuestros estudiantes no lo ha podido leer y casi la totalidad de nuestros profesores ni siquiera conoció a su autor?

¿Por qué en el país se sigue referenciando la serie que publicara en Juventud Rebelde la periodista Rosa Miriam Elizalde en los años 90, que ayudó a comprender y en buena medida a combatir el ejercicio de la prostitución en las mismas entrañas de la Revolución que había intentado barrer tan pernicioso fenómeno desde el primer día de su llegada al poder?

¿Por qué el periodista Enrique Ojito fue visto por muchos directivos de Sancti Spíritus como un bicho raro, «como un enemigo» al que no debían abrírsele muchas puertas, cuando a principios del corriente siglo comenzó a hacer «preguntas torcidas» y a publicar en el semanario Escambray su serie de reportajes sobre las deformaciones, los desvíos y la mala calidad en las obras constructivas que se levantaban en la provincia con el sello de la Batalla de Ideas?

Podemos darle mil vueltas a la noria, pero sin dudas los susodichos productos comunicativos trascienden varias décadas después de haber sido facturados por dos razones esenciales: por su indudable calidad y oportunidad en sus respectivos ámbitos de influencia y, más que todo, porque son excepción y no regla en el concierto de la prensa cubana.

Nos duela o nos resbale, el ejercicio del criterio, reconocido como consustancial a la actividad periodística por el propio Partido, constituye rara avis dentro del sistema de medios públicos del país, una culpa que por décadas nos la hemos repartido entre periodistas, directivos de los medios y el propio Partido; que salta desde los congresos de la  Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) hasta las delegaciones de base y viceversa y que también muchas veces silenciamos en nuestros debates por aquello de no hacerle el juego al adversario.

El asunto no resulta nuevo e, incluso, muchos aceptan que el propio José Martí, el periodista excepcional que nos inspira, un ícono continental si de reporterismo y edición de medios se habla –escribió para más de una veintena de periódicos, fundó varios, dirigió, tradujo…– tuvo también que afrontarlo por los días en que andaba concibiendo Patria, el periódico que debía acompañar su “guerra sin odios”.

“Una es la prensa, y mayor su libertad —–decía el Héroe Nacional cubano en el primer número de Patria—, cuando en la república segura se contiende, sin más escudo que ella, por defender las libertades de los que las invocan para violarlas, de los que hacen de ellas mercancías, y de los que las persiguen como enemigas de sus privilegios y de su autoridad. Pero la prensa es otra cuando se tiene frente al enemigo. Entonces, en voz baja, se pasa la señal. Lo que el enemigo ha de oír, no es más que la voz de ataque”.

Está muy claro que desde su primer día la Revolución sobrevive —y hoy tal vez más que nunca—, frente a un enemigo que no es cualquiera, pero resulta muy diferente pasar la señal «en voz baja», como sugería Martí para que no se filtrara «la voz de ataque», que no dar señales de ningún tipo o hacerlo demasiado tarde o cuando ya otros lo hicieron, que es justamente lo que nos sucede muchas veces.

De la imprescindible oportunidad de la información, de no dejar nuestros espacios a otros, de enterrar para siempre los silencios dañinos ha hablado nuestro presidente de la UPEC, Ricardo Ronquillo, quien de manera reiterada viene alertando que de poco valdría contar con un sistema de medios públicos robusto por su estructura y composición si este carece de influencias en la sociedad.

De ello ha hablado también el propio Raúl Castro, no solo en este Congreso, sino en varios: en el VI (2011), por ejemplo, nos reprochaba la proliferación en nuestros medios «en no pocas ocasiones, de materiales aburridos, improvisados y superficiales», males que, lamentablemente, sobreviven hasta los días de hoy.

Que el país ahora se encuentre en una fase de sensibilización generalizada sobre la importancia de los procesos de la comunicación social, que ya contemos con una política en fase inicial de implementación y que incluso el reciente Congreso del Partido en voz de Raúl y de Díaz-Canel haya colocado el tema en el lugar donde siempre debió estar constituyen oportunidades que los periodistas cubanos no debiéramos dejar pasar de largo.

De Congreso en Congreso

Si en el Congreso que acaba de concluir los periodistas cubanos salimos peor o mejor parados que otros actores de la vida nacional no debiera ser hoy la comidilla de nuestras redacciones; en todo caso no fuimos los únicos cuestionados y tampoco resultó la primera vez, más allá de que nos disguste o no alguna frase o de que nos sintamos más o menos «culpables».

Raúl Castro, quien durante muchos años ha sido quizás la persona que más ha hecho en el país por cortarle las alas al secretismo, tan dañino para el periodismo como para el resto de la sociedad, atribuía en el 2011 un papel sustantivo a la prensa nacional en el esclarecimiento y abordaje de manera «objetiva, constante y crítica» de la marcha de la actualización del modelo económico cubano, de  modo que con artículos y trabajos «sagaces y  concretos –sugería él–, en un lenguaje accesible para todos, se vaya fomentando en el país una cultura sobre estos temas».

Al presentar el informe al VI Congreso del PCC, el entonces Segundo Secretario del Comité Central reclamaba dejar atrás, definitivamente, el triunfalismo, la estridencia y el formalismo al abordar la actualidad nacional y generar materiales «que por su contenido y estilo capturen la atención y estimulen el debate en la opinión pública».

Para entonces, el propio Informe Central al Congreso reconocía un viejo y pernicioso problema que por décadas ha venido lastrando el ejercicio profesional en el país: que a pesar de los acuerdos adoptados por el Partido sobre la política informativa, la mayoría de las veces los periodistas no contaban con el acceso oportuno a la información.

Cinco años después, en 2016, el VII Congreso hablaba de avances en las acciones dirigidas a formar una cultura comunicacional en el país y de una disminución de las manifestaciones de secretismo en la sociedad, pero criticaba que continuaran presentándose vacíos informativos e interpretaciones erróneas a causa de la insuficiente comunicación del proceso de actualización e implementación de las políticas aprobadas.

El Congreso que terminó hace apenas unas horas reconoció como ninguno de los siete celebrados anteriormente la importancia de la comunicación social para los diferentes procesos, pero también señaló la proliferación de «manifestaciones de triunfalismo, estridencia y superficialidad en la manera en que (los medios) abordan la realidad del país», según las palabras de Raúl.

Dialogar, como sugería Alfredo Guevara, quien sostuvo tiempo antes de morir que el periodista «lo que tiene es que ser periodista» y aprehender de una vez y para siempre las pautas que nos legara nuestro profesor emérito Julio García Luis, tan detractor de los vicios de la prensa burguesa como de aquellos que heredamos del modelo soviético, debieran ser hoy platos fuertes en nuestros debates, tan pronto la pandemia nos deje respirar.

UN FACTOR PARA PERFECCIONAR NUESTRO SISTEMA

Cuando estuvo sentado frente a frente con Fidel Castro en aquellas jornadas de entrevistas desarrolladas desde principios del 2003  hasta mediados del 2005, que luego darían cuerpo a lo que muchos consideran la biografía más completa del líder de la Revolución cubana, el destacado historiador, escritor y politólogo Ignacio Ramonet puso sobre la mesa el siempre espinoso tema del ejercicio periodístico en la isla, un asunto quizás tan manipulado por nuestros adversarios como el mismo papel del partido único, la democracia socialista y los derechos humanos en Cuba.

Experto en la teoría de la comunicación y conocedor a fondo de la realidad de la isla, el autor de Cien horas con Fidel —también publicado como Fidel Castro. Biografía a dos voces— no anduvo con muchos adornos para llegar a lo que quería: «La impresión que se tiene es que, aunque hay excelentes periodistas, hay muy poca información crítica sobre lo que pasa en Cuba», le comentó Ramonet.

Acostumbrado a todo tipo de lanzamientos, Fidel comenzó a acomodarse en el home con una explicación sobre las características del sistema de medios públicos del país, pero el entrevistador volvió con el mismo martillo:

«La impresión que se tiene al leerlos (los periódicos de las diferentes organizaciones), al escuchar la radio o ver el noticiero de televisión, es que todo va bien, que solo se consiguen éxitos, victorias, que no hay problemas, que nadie está descontento. Es un poco extraño porque me imagino que en el propio seno del Partido debe haber debates y discrepancias y discusiones con mayor fuerza crítica», le disparó el director de Le Monde diplomatique.

Fidel no dudó en reconocer que durante mucho tiempo en el país existió la tendencia a suponer que los señalamientos críticos y la denuncia a lo mal hecho les hacían el juego al enemigo y a la contrarrevolución. «Hay temor de informar sobre algo, porque se piensa que puede ser útil al enemigo», le respondió el guerrillero del tiempo al periodista de origen español con la experiencia de haber vivido un cerco como el de Pablo Morillo a Cartagena de Indias, pero no durante 105 días, sino por más de 45 años.

«Y nosotros hemos descubierto que en la lucha contra los hechos negativos es muy importante el trabajo de los órganos de prensa. Y hemos estimulado el espíritu crítico. Llegamos a la conclusión de que es necesario desarrollar mucho más el espíritu crítico –le dijo el Comandante–. Y yo he estimulado al máximo ese espíritu crítico porque es un factor para perfeccionar nuestro sistema».

Fidel defendió en aquella conversación lo que denominó una «crítica responsable» y reconoció los riesgos que entraña este ejercicio para un país en permanente asedio, pero dejó claro una posición que debiera ser Biblia para nuestro sistema de prensa pública: «A pesar de las posibles consecuencias, todo es mejor que la ausencia de crítica».

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Juan Antonio Borrego
Licenciado en Periodismo. Director del periódico Escambray. Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular por el municipio Taguasco, provincia de Sancti Spíritus.

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