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Términos de Internet: ¿Acepto?

He leído y acepto los Términos de uso junto a la Política de Privacidad. ¿Cuántas veces has visto esta frase? Seguro más de las que eres capaz de recordar y muchas más de las que realmente tomaste en serio. Lo habitual es hacer clic en Aceptar sin detenernos a leer con atención, bien por falta de tiempo o de interés.

Las compañías lo saben. Aún así, estos contratos digitales están por todas partes: aplicaciones, software, navegadores, sitios de redes, videojuegos… cada nueva pestaña. Pero, ¿qué pasaría si tuviéramos que firmar en físico tantos, tantos y tantos autorizos, acuerdos de privacidad, condiciones de servicios, poderes sobre nuestros derechos e información y leer inciso tras inciso los acápites de Internet?

Nadie tiene tiempo para eso. De hecho, un experimento en un club de lectura noruego demoró 32 horas para examinar los términos de las apps más populares en ese país. La anécdota noruega ilustra cómo estos textos –igual que el párrafo anterior–, están pensados para agobiar. El diseño resulta nada atractivo: letra pequeña, fuente recta, mayúsculas, poco cambio visual y lenguaje jurídico.

Encima, los usuarios tal vez creen inútil revisar un contrato si no lo pueden cambiar, rechazar o comprender. Si bien no son los textos más difíciles de leer, necesitaríamos, mínimo, 250 horas a un ritmo de 240 palabras por minuto para chequear todos nuestros contratos en línea, según un registro de Visual Capitalist.

Entonces solo aceptamos por defecto cualquier cosa redactada por los equipos legales de las plataformas: un fenómeno contrario a los conceptos básicos de contrato y consentimiento informado. Los usuarios renuncian a sus derechos o toman responsabilidades sin saberlo. Ahora –ojo– no porque probablemente nadie los lea, dejan de ser válidos. Solo imagina Internet si no existieran normas.

Casos y cosas de los términos obviados

Tampoco en Internet el desconocimiento de la ley te exime de responsabilidad. Desentenderse de las regulaciones puede terminar con la inhabilitación de tu cuenta o una experiencia molesta. Youtube, por ejemplo, de repente te impide subir un video, pues infringe las normas de copyrigth de alguna canción solo con un par de segundos más de lo permitido en sus condiciones. Se trata de reglas que aceptaste. Asumirlas con conciencia evitaría situaciones similares e incómodas.

Sin embargo, a veces interactuamos con las plataformas desde una confianza ciega. Así ocurre con la aplicación de almacenamiento Dropbox, cuyos términos le ofrecen el derecho de suspender los servicios en cualquier momento a pesar de la pérdida de tus datos. Tal vez, si estuviéramos al tanto de este tipo de cláusulas en la web, haríamos más copias de seguridad de nuestra información en línea.

Otro acápite recurrente es el derecho de las plataformas a cambiar sus políticas sin avisar. De esta forma, una vez aceptes los términos podrían modificarlos a su conveniencia, como alerta la app de mensajería Sijú. Dicha herramienta además no garantiza la seguridad de datos personales y se acoge a normas de Facebook, una compañía con grandes escándalos relacionados también con el tema.

En Cuba, estos acuerdos digitales se emplean cada vez más como una cautela de los productores. Tal es el caso de los términos de ToDus que, a pesar de las críticas publicadas en medios como Juventud Técnica, no se actualizan desde junio de 2018. Pero sirven al menos a sus creadores para librarse de culpa en caso de problemas en el funcionamiento o robo de la información por terceros. Cualquier responsabilidad recae en los usuarios si deciden emplear la plataforma.

Por su parte, LinkedIn y varias herramientas para compartir música merecen una atención especial. Al aceptar sus términos les concedemos «un control internacional, irrevocable y perpetuo en cualquier forma conocida o por descubrir de la información que proporcionemos directa e indirectamente: ideas, conceptos, técnicas y datos de servicios, sin previo aviso o compensación».

No obstante, para abordar el traspaso de dominio sobre tu información los mejores ejemplos son Youtube e Instagram. La primera, se reserva el derecho a conservar tus videos aunque los borres y no estén visibles. La segunda recibe aprobación para tener licencia sobre tus fotos y hasta comercializarlas sin retribución.

Asimismo, lo más probable es que encuentres términos similares a los ya descritos en otras varias plataformas como Google, Pinterest, y cualquier servicio que las personas consideran gratis en Internet. Además de traer aparejada una Política de Privacidad, a partir de la cual estos sitios venden tus datos a terceros como parte del modelo de negocios de una industria mundial millonaria.

A lo grande… ¿y a mí qué?

En este debate se encuentran también usuarios que consideran extremista la idea de que empresas internacionales quieran sus datos. Mientras para los analistas los principales activos de Facebook son sus más de 2 400 millones de usuarios y las toneladas de información sobre ellos, recopilada y analizada para lograr la identificación de patrones de usuarios, sus modos de reacción e intereses.

Por tanto, cada registro cuenta para los estudios de Big Data desarrollados por estas plataformas. Incluso, no pasó mucho tiempo para que los gigantes de Internet vieran que estaban recopilando datos sin aparente valor –cifras basura– y pensaron monetizarlos. Esos datos apropiadamente procesados podían servir para estudiar y prever comportamientos de los usuarios, como en las búsquedas.

En los propios términos de uso, las personas permiten esos estudios globales y el registro de su actividad sin estar del todo conscientes. Las compañías deben pedir autorización a los usuarios para usar esos datos, pero al mismo tiempo se sobre carga a las personas con la decisión de permitir el uso de su información privada, en lugar de ser las empresas quienes garanticen la confidencialidad.

Al mismo tiempo, la información personal detallada que se recoge es muy susceptible de ser analizada con técnicas de minería de datos y de ser cotejada entre las distintas redes, sitios y formas de recopilación. Ese monitoreo puede detectar por tus interacciones en línea qué atrapa tu atención, si has leído este artículo hasta aquí y Google podría hacerte sugerencias de textos similares.

Esos detalles procesados por algoritmos son evaluados, igual que la participación en los servicios gratuitos en línea, donde seríamos la materia prima, la fuente de datos para crear perfiles hiperpersonalizados. De esta forma, se produce una ingente cantidad de información que se vende al mejor postor, incluidos gobiernos y grupos publicitarios, en función de influir en la cultura, economía y política.

Al tiempo que desde las propias empresas se vende la idea de una vida cada vez más transparente, donde muere la privacidad –como reforzó Mark Zuckerberg en una ocasión– en pos de desarrollar el llamado capitalismo de vigilancia. Un fenómeno ante el cual solo la alfabetización digital y la cultura informacional dotan al usuario de competencias para lidiar con este mundo hiperconectado.

Un mundo donde sería recomendable que leyéramos de forma íntegra nuestros contratos digitales en formato «Lista de Términos y Condiciones de Usos». Aunque también podemos optar por emplear extensiones de nuestro navegador como Terms of Service, que promete entregarnos un resumen de los elementos más importantes. Una herramienta útil, a pesar de tener que traducir su información.

Cualquier otro enfoque dirigido al abandono de nuestras aplicaciones cotidianas o la lectura obligatoria de los acuerdos sería un tanto apocalíptico. En realidad, depende de cada uno valorar su privacidad y comparar lo que está recibiendo de estas plataformas con lo que está dando para sopesar otras opciones.

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