COLUMNISTAS

Del Estado televisivo haitiano al plano de la realidad (II parte)

Encerrados en la isla

La estrategia de guerra cultural contra Haití se inició desde el mismo 1804, cuando los franceses se negaron a reconocer la independencia de la colonia, a la vez que iniciaron junto al resto de las potencias de la época una campaña sobre la crueldad de la sublevación, que no sólo arrasó la riqueza material de la isla, sino que segó la vida de la totalidad de la población blanca, incluyendo la violación de mujeres, siendo este último elemento de mucho peso en la moral racista de aquel tiempo. El miedo a un nuevo Haití demoró mucho más las ansias de las propias clases oligárquicas de emanciparse en el continente, pues prefirieron buscar la manera de poder hacer negocios por sí mismos, pero conservando hacia el interior el mismo sistema de castas coloniales. A su vez, tanto Francia, como Inglaterra, como España y Estados Unidos, decretaron un bloqueo hacia Haití, prohibiéndole el uso de buques mercantes y de guerra, con lo cual el comercio y la vida económica de la república negra quedaban originalmente dependiente a los intereses de los blancos. El gobierno haitiano, en su afán por integrarse a un mundo donde se sabía rechazado, realiza este tipo de concesiones, porque además no había otra manera para reconstruir el país que comerciando con el exterior y manteniendo la paz. Puerto Príncipe sabía que cualquier pretexto le daría entrada a los blancos para volver a apoderarse del país y por ello se evitaban confrontaciones.

Esa extrema cautela llevó al país a replegarse sobre sí mismo, como ya calcularon las potencias que pasaría, de Haiti salía poca información y la imagen quedó entonces en manos de los esclavistas, que crearon la leyenda negra del negro que se rebela. El bloqueo comercial fue poniendo también a la clase política a merced de los poderosos del momento, y resquebrajó el espíritu radical y emancipador que dio aliento al proyecto político haitiano original, a la vez que se empezaron a afianzar hacia el interior de la sociedad las castas y las diferencias sociales que hoy son abismales. El principio de la crisis perenne comenzó cuando en 1820 Francia le pidió a Haiti el pago de una deuda monstruosa a cambio de reconocerla como nación independiente, a lo que los caribeños accedieron, endeudando el país muy por encima de su producto per cápita hasta más de un siglo después, con lo cual los locales no pudieron invertir en los insumos necesarios para competir en el mercado internacional, ni hacer moderna y sustentable la agricultura para el autoabastecimiento. Ya en el siglo XX, la porción francoparlante de la isla era más pobre que la hispanoparlante y el discurso racista de los vecinos dominicanos llegó al punto de cerrar la frontera y aislar a los haitianos, llegándose al caso de matanzas a manos de bárbaros como el dictador Leónidas Trujillo.

A la altura de la segunda mitad del siglo XX asciende al poder, mediante las urnas, Francois Duvalier, un médico negro que llevó a cabo una propaganda populista y racista contra el elemento mulato, aprovechándose del odio ancestral que tanta desigualdad ha generado. Ausente de tradición democrática, el Estado haitiano no conocía aun la alternancia en el poder, por lo que fue muy fácil para Duvalier apoderarse de la totalidad y declararse “presidente vitalicio” mediante una elección en la que obtuvo la nada creíble cifra de 100 por ciento de los votos a favor. El aislamiento de la nación se hace completo, ya que el dictador gobernará mediante el uso de su brazo armado personal, los tonton macutes, para disolver lo que quedaba del aparato administrativo y colocar todo el país a sus pies, haciéndole además el juego al anticomunismo férreo que por entonces se predicaba como parte de la guerra fría. No había programa de gobierno, solo la continuidad, la permanencia de un hombre que se erigió a sí mismo en la personificación del país, incluso mediante el uso de la creencia mágica en el vudú.

Para cuando muere de causas naturales Duvalier, lo sucede su hijo Jean Claude, siendo una dictadura hereditaria[1], con fuertes vínculos con las mafias caribeñas, haciendo del país un narco-Estado, como trampolín de paso de drogas hacia los Estados Unidos. Ya la muerte de las instituciones se había concretado a manos de una corrupción que era la esencia ideologica del gobierno. Este periodo arrasó con lo poco que podía haber avanzado el país en materia de gobernabilidad, sentando el precedente de un fallido terreno político, caldo de cultivo de la ausencia de libertades y progreso. Baste decir que los Duvalier estuvieron en el poder gracias al apoyo de Estados Unidos, que financiaban a los dictadores a cambio de frenar cualquier ola de descontento y pro-comunismo. Solo cuando ya no necesitaron más de  la dinastía se decidió financiar a la oposición y ello determinó el regreso del país a una débil democracia en 1987.

El interés de los Estados Unidos por cierto gobierno civil en Haiti se debía al inminente estallido de una crisis humanitaria con la consecuente emigración masiva de balseros a la Florida, elemento este último que hasta hoy va a sostener el leitmotiv de la Casa Blanca: que los haitianos se queden en su isla, pase lo que pase, para eso enviaron tropas, para evitar los escapes sin control huyendo del hambre y la enfermedad. A partir de 1987 se inicia un periodo en el que a partir de los preceptos de la embajada norteamericana, los presidentes están o no en el poder, así ha sido con las dos fichas de alternancia, René Preval y Jean Bertrand Aristide, para evitar que el más estricto control se fugue hacia las manos del pueblo en realidad. De hecho, los norteamericanos han decidido desde la década del 90 quien gobierna y han sacado del poder a ambos mandatarios, cuando por coyunturas no les han convenido.

Todo lo anterior ha traido consigo que el país se ubique entre los de peor ranking mundial en cuanto a nivel de vida y desarrollo, siendo un país perennemente paralizado, donde las elecciones lejos de ser un factor de estabilidad, son un motor de luchas y desorganización que solo las fuerzas de ocupación pueden paralizar de facto. La inmensa pobreza hace que se mire al Estado como la única forma de vivir y ello gracias al por ciento de ayuda financiera que a dichas estructuras llega. Esto último aumenta los niveles de corrupción a percepciones imprevistas.

Con una ayuda financiera inmensa, el país es incapaz de moverse de su sitio de postración, así como de emprender una salida a las prisiones del endeudamiento y la dependencia. La ausencia de una fuerza armada nacional le entrega a las potencias ocupantes la seguridad del país, con lo que queda anulada una gran parte de la autonomía territorial y del manejo de los secretos de Estado. Apenas reconocible por sus fronteras y su bandera e himno, Haiti ni siquiera tuvo dinero para reconstruir el Palacio Nacional, derrumbado durante el gran terremoto, así como la mayor parte de sus edificios de gobierno. A la altura de la elección de Jovenel Moise como presidente, el nivel de abstencionismo y la polarización política de la oposición hacían insostenible todo esfuerzo de orden de parte del oficialismo, la crisis de gobernabilidad se avizoraba en el horizonte.

La crisis silenciada

La subida a los precios del combustible decretada por Moise disparó las críticas de la oposición y la movilización de los sectores menos favorecidos y mayoritarios. En el año 2019, mientras la OEA orquestaba el derrumbe del gobierno venezolano pretextando una crisis humanitaria, Haiti ardía en las calles, con peticiones de renuncia al presidente y con una pregunta que aún está en el aire: dónde está el dinero del petróleo de PETROCARIBE, usada como lema por los manifestantes.

Resulta que según una investigación del parlamento y la oposición el presidente estaría vinculado en el desvío de 2.2 mil millones de dólares provenientes de los fondos de PETROCARIBE, donados por la Venezuela chavista de buena fe, con muchas facilidades de pago y que incluso una buena parte de dicha deuda se condonó cuando el terremoto, por lo que quedó como un regalo. Con tan elevada cifra, se hubiera dado solución a alguno de los dramas que aquejan hoy a Haiti, entre ellos el del agua potable, ya que las redes hídricas están en la práctica colapsadas. La subida del precio del combustible, generó además escasez de alimentos y agua, así como de servicios de electricidad (ya de por sí casi ausentes). Esta situación cuando los sobrevivientes del terremoto aun duermen en la calle, donde también hacen sus necesidades fisiológicas, a la vista pública.

Con un 80 por ciento de la población por debajo del nivel de la pobreza, luego de haber perdido 200 mil habitantes durante el terremoto, y sufrir la reducción de la esperanza de vida a 60 años producto de las consecuencias del desastre, Haiti necesitaba ese dinero solidario, entregado sin intereses a diferencia del resto de la ayuda que llega al país. Por ello la tonelada de desprestigio cayó sin demora sobre Moise y su gobierno, aunque Luis Almagro, Secretario de la OEA, le diera su aprobación al mandatario a cambio de apoyo regional contra el socialismo. Por ese camino, la élite haitiana pacta el silencio de lo que sucede en el país con las fuerzas externas y estas lo sancionan ante la comunidad internacional como un gobierno “legitimo”. Sin embargo, algo hace pensar que tras décadas de ingobernabilidad, algo pudiera estar pasando en un Estado que ha tocado fondo y que ya solo le queda nadar hacia arriba.

De la televisión a la vida política real

Haiti tiene que dejar de ser un espejismo y construir su propio modelo, al que ha estado renunciando desde 1820 cuando aceptó la deuda con Francia a cambio de un poco de legitimidad otorgada por las potencias. Para ello es indudable que hay que fraguar otra vez el Estado nación o sea partir de la creación de instituciones nuevas que respondan a la dinámica de la democracia burguesa, pero con una visión amplia y popular, con programas inclusivos de beneficio de la riqueza y de su creación. Para ello, la cultura dependiente de la actual clase política deviene en el mayor lastre, por lo que habría que apostar por un líder carismático o una vanguardia intelectual que logre interpretar el problema nacional y darle una solución práctica apelando a la cultura ancestral y los valores que le permitieron a Haiti la hazaña de 1804.

No hay que buscar en modelos imitados de Occidente sino en la excepcionalidad haitiana, en aquel factor que dio consigo una de las revoluciones más totales y radicalizadas de la historia, pionera de los derechos humanos en su más amplia versión. Esta respuesta cultural deberá hallar en el ser haitiano el factor ideológico clave a partir del cual construir una contra hegemonía del poder. El país debe ir primero hacia adentro, para luego ir hacia el mundo, y apoyarse en su entorno más similar. Más allá de la economía, está claro que aunque entren en el país millones de dólares estos no van a solucionar nada, como no lo han hecho hasta el presente, pues es el sistema lo que no funciona.

La democracia es un producto cultural, que no hay que verlo como un bien importado, sino nacido de las entrañas de un proceso real y producto de las propias dinámicas de dicho entorno. Una mayoría excluida y en la pobreza, no creerá en promesas mientras no tenga qué llevarse a la boca, y para hacerlo, la clase política deberá dejar de vivir hacia afuera, televisivamente, sin contacto con esa masa. El Estado haitiano no tiene otra alternativa que existir, si su pueblo quiere vivir.

En cuanto a otro factor de lucha para el cambio, está claro que un líder distinto necesitaría de apoyo externo para poder llevar la balanza del poder que ha estado siempre en manos del Tridente Imperial, para ello deberá acercarse e integrar mecanismos como el ALBA-TCP, por dos cuestiones. La primera es que Venezuela tiene petróleo y puede resolverle esa crisis a la nación caribeña, la segunda es que Cuba posee experiencia asesorando y siendo ella misma un proyecto de rebeldía, por lo que en cuestiones estratégicas se sitúa como un actor clave. Esta integración Haiti no la puede hacer de inmediato, por lo que antes o durante deberá diversificar sus relaciones con otros países de contrapeso, como Rusia y China, que deben dejar de ver al país como un coto de caza norteamericano y comenzar el camino de socio de interés. Haiti posee para ello recursos naturales y posición geográfica[2] y puede apoyarse en la experiencia de Cuba al respecto. Sin este despliegue internacional en busca de legitimidad de parte de actores más fuertes, el líder carismático o grupo de vanguardia que tome el poder estaría expuesto al golpe de Estado.

Por otro lado, el líder y la vanguardia tendrían que asesorarse mediante la cercanía con otros procesos democráticos del continente, por lo cual la presencia en el Foro de Sao Paulo se torna factor clave, como elemento para una cultura política del cambio. A la vez, para evitar contraataques del imperio, convendría mantenerlo todo en el más estricto secreto pues podría ser abortado por agentes externos. Haiti no debe seguir en su soledad, aislado en la isla, como lo concibe el Tridente, sino en plena interrelación con el mundo, deberá regresar al concierto de los países para integrarse no ya como un receptor de ayudas, sino como un poder legítimo y decisorio.

La hegemonía de la emancipación presupondría la cooperación con otros proyectos similares a un largo plazo en el camino de la educación cívica para la democracia, de manera que quede trunco el legado de golpes de Estado, dictaduras e intervenciones. Pasar de la televisión al plano real no es fácil, pero o lo hace o desaparece como país y las consecuencias humanitarias podrían no tener final.

Del Estado televisivo haitiano al plano de la realidad (I parte)

Bibliografía mínima:

Franco, José L.: Historia de la Revolución de Haití. Academia de Ciencias. La Habana, 1966.

Gilbert, Randolph: Haití, antecedentes económicos y sociales. Fondo de Desarrollo Económico de la CEPAL. México. 2004.
Huntington, Samuel: El choque de civilizaciones. Editorial Planeta. Barcelona, 2018.    

Philipp Girard: Haití: the tumultuous history from Pearl of the Caribbean to Broken Nation. Palgrave Macmillan. New York. 2018.

Senteinfus, Ricardo: Reconstruir Haiti, entre la esperanza y el tridente imperial. Fundación Juan Bosch. Santo Domingo, 2016.

Roody Reserve: Haití, crisis sin fin. Universidad Católica de Chile. Santiago de Chile. 2010.

Susan Buck-Morss: Hegel, Haití and Universal History. University of Pittsburgh Press. Pittsburg. 2009.

Vázquez, Jorge Ignacio y Ferreiro, José Manuel: Conflicto social en Haití, análisis cronológico en base a notas de prensa del 2015. Universidad de Chile. Santiago de Chile. 2015.

[1] Duvalier Jr. regresó a la isla luego de gastar su fortuna robada en los fastos de su exilio. Para generar toda una polémica en torno a la culpabilidad de determinado sector élite del país en torno al problema de la dictadura, campaña que se usó una vez más de forma electorera para tapar los desmanes de los gobiernos del presente. El sanguinario tiranuelo murió en medio de tales debates, sin que se clarificara nada en el plano legal-penal.

[2] Llamemos la atención sobre cómo en Haití no se permite la misma industria del turismo que hay en el otro lado de la isla, ya que no ha habido una política de gobierno para ello. Además de levantar la economía, ello restaría poder al aislamiento del país. No obstante, tanto la pobreza como la soledad de la nación son parte del tracto de poder de las élites y del tridente imperialista.

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Mauricio Escuela
Lic. Periodismo por la Universidad Marta Abreu, estudiante de Ciencias Politicas por la propia casa de estudios, columnista de las publicaciones La Jiribilla y Cubahora. Se desempeñó como analista de temas internacionales en el diario Granma.

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