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Del Estado televisivo haitiano al plano de la realidad (I parte)

Haití significa en la lengua originaria tierra de montañas y dicho nombre se conservó de un tiempo a otro gracias a la cultura de la resistencia que desde el mismo proceso colonizador europeo caracterizó a los habitantes de la isla de La Española. Se trata de la respuesta cultural ante la opresión sistémica que sobrepasa en fuerzas a un pequeño país diseñado desde un inicio por los amos del mundo solo para ser explotado, para exprimir cada palmo de tierra mediante el exceso de extracción, hasta el punto en que a la altura del siglo XVIII, la porción francesa de la isla mantenía los lujos de la élite de París y representaba un alto ingreso per cápita a la que entonces se conocía como la primera potencia europea y mundial. Saint Domingue se transformó en la colonia modelo, el ejemplo a seguir para el resto del continente de lo que era un pedazo de terreno bien aprovechado, mediante complicadas técnicas que daban un rendimiento muy por encima del resto de las estructuras administrativas en el continente.

Las llamadas Fuerzas para la Paz y la Estabilidad de Haiti (MINUSTAH) han seguido el modelo del resto de las intervenciones que desde 1915 ocurrieran en la isla

El precio a pagar por dicha renta capitalista fue la desaparición primero de los habitantes originarios de la isla y luego la introducción masiva de negros y la construcción de un sistema racista de castas que aún define el panorama político de la nación[1]. Junto al nombre del país, pervivieron no obstante tradiciones  culturales que hoy son casi la única respuesta funcional a la crisis de las instituciones políticas de corte occidental en el país. Tras un terremoto en 2010 que dejó el país de rodillas, solo en la cultura nacional y regional ha habido un futuro para la construcción del aparato de gobierno y de las instancias que reivindiquen la cosa pública haitiana. Lejos de eso, las fuerzas interventoras, desde antes del terremoto, han tendido a obviar la cultura autóctona como un valor para la construcción del Estado y constantemente  se evalúa el camino de la democracia mediante herramientas de origen anglosajón y básicamente estadounidense, con lo cual se le envía una clara señal al resto del continente: el estado de derecho solo se entiende mediante el prisma blanco y colonizador, y en  aras de ello Haití cae entonces en una especie de estatuto de protectorado de la Casa Blanca.

Obviamente, sabemos que la democracia en sus diferentes variantes es una respuesta cultural y que como tal debe responder a la cultura y las dinámicas sociales que de esta se derivan en cada entorno. Y es que en el centro del Estado haitiano autóctono hay un elemento que el mundo colonial no está dispuesto a acoger y sancionar como políticamente correcto: el derecho a la igualdad total de los hombres. Tal principio, consagrado tempranamente por los sublevados de  Haití, se sitúa como alfa y omega del orgullo nacional y dio comienzo a un largo proceso de emancipación que aún hoy está en curso en los rincones del planeta, donde perviven diferentes formas de esclavitud. El interventor, que conoce la fuerza de la cultura, al punto de basar su política exterior en tesis sobre teoría cultural (como las esbozadas por Samuel Huntington para justificar la “superioridad” de Occidente y Estados Unidos) no permitirá que el paradigma haitiano vuelva a florecer en medio del Caribe, zona por demás estratégica, junto a la siempre rebelde Cuba, el otro ejemplo descolonizador del hemisferio. Para la Casa Blanca, Canadá y Francia (el Tridente Imperial como se les conoce) Haití debe existir solo como un seudo Estado, con instituciones y gobernantes manejables, y desde un paradigma de sujeto colonizado sumiso y atento a los mandatos de la comunidad internacional.

Por ello se ha llamado desde diferentes espacios a aunar esfuerzos primero para el rescate de un estado de derecho básico y democrático burgués haitiano, que pueda servir de  paso hacia una participación del sujeto social. Uno de los cónclaves en que el país ha tenido voz y se ha proyectado en la mencionada dirección es el Foro de Sao Paulo, no obstante  los vínculos financieros y políticos, y hasta en materia de defensa y seguridad, con el Tridente Imperial, han impedido tanto la unidad de los partidos del ala izquierda en Haiti como su integración en un plano político regional que le permita al nuevo gobierno una política exterior soberana y proactiva.

El propio Huntington coloca a Haití en su libro El choque de civilizaciones como una civilización aparte, nómada, consagrando así la visión alienante que desde Occidente se proyecta hacia la nación del Caribe: una especie de África desarraigada, que reniega de dicho pasado y mira hacia Europa y Norteamérica. La exclusión de los haitianos del grupo de países occidentales, tiende a justificar la colonización de dicha tierra por parte de las potencias blancas, ya que se estaría cumpliendo un cometido “civilizador”. Ello cuando en los fundamentos de la nación haitiana están los principios ilustrados y la concepción judeocristiana de la sociedad (si bien sincretizada con el vudú), dos elementos básicos que Huntington usa para establecer ese conjunto de países selectos que él sitúa en el club de los occidentales y que estarían “por encima” del resto.

Se trata entonces, el caso haitiano, de un claro escenario de guerra cultural, entre dos paradigmas: colonización contra emancipación. El Tridente Imperial conoce el núcleo del debate y se esfuerza, mediante mecanismos internacionales y a través de una supuesta ayuda, para sostener la tesis de que Haití no es capaz de autogobernarse, porque los negros no son capaces de construir su propio modelo político sostenible. En el tracto de la ideología hegemónica en el hemisferio, es importante para los Estados Unidos no permitir que existan naciones que propongan otros caminos diferentes de la democracia liberal de mercado y plutocrática, que consagra la desigualdad. El Haití pobre se usa, de hecho, como material de propaganda racista de lo que podría pasarle a los Estados si permiten que los oprimidos expulsen a sus amos y se adueñen de las instituciones. A raíz del terremoto del 2010, una masa de predicadores evangélicos norteamericanos eligieron a la nación caribeña como sitio de peregrinaciones para demostrarle al mundo cómo el vudú y la cultura autóctona eran los culpables de la reciente desgracia y de todas las tantas de la tierra haitiana. El propósito era enviarle un fuerte mensaje a la masa de creyentes y no creyentes acerca de la naturaleza “perniciosa” del elemento que se considera excluido del paradigma cultural anglosajón. Ello muestra un claro ejemplo de guerra cultural clasista con intereses coloniales, hecha bajo un manto legal y de buena voluntad, en el que participaron miles de personas honestas y creyentes de los Estados Unidos, que no estaban conscientes de ser usadas por la élite[2].

Las llamadas Fuerzas para la Paz y la Estabilidad de Haiti (MINUSTAH) han seguido el modelo del resto de las intervenciones que desde 1915 ocurrieran en la isla. Con la agravante de que no solo combaten el establecimiento de instituciones reales, mediante la cooptación de liderazgos soberanos, el manejo de las elecciones y del sistema legal electoral, la marginación de grupos sociales o la presión política y el golpe de Estado; sino que dicha fuerza internacional se presenta a sí misma como la única institución saludable y capaz de decidir hacia el interior como de representar al país en los diferentes cónclaves decisorios. Hoy se puede decir que Haití es solo un Estado televisivo, cuyas instancias existen apenas nominalmente tras el terremoto, para ser exhibidas en las cadenas internacionales como un banderín político, detrás del cual no hay poder real alguno y por tanto tampoco defensa de intereses soberanos y nacionales.

Esta MINUSTAH permitió además, como parte de la imposición de la ideología neoliberal, que la isla se abriese de aranceles totalmente, convirtiéndose en un foco importador de productos norteamericanos, así como en un terreno fértil para contratistas privados que hallan en la ausencia de garantías legales el caldo de cultivo de la explotación extrema. Las llamadas Organizaciones no Gubernamentales (ONG) en realidad actúan como embajadoras políticas del tridente imperial y agencias de negocios privadas, que fomentan el divisionismo y la corrupción en el sistema político, al tratar a los haitianos como ciudadanos de segunda clase en su propio país. Más de un analista ha llamado a las ONG como el verdadero Estado, ya que nada ocurre sin su consentimiento, al ser ellas las depositarias de la ayuda internacional, de la cual por cierto se apropian en su mayor medida, haciendo que dichos capitales no se inviertan en la nación, con lo cual todo el proceso de reconstrucción se devela fallido.

La MINUSTAH se erige en árbitro del mundo público, aplastando la tradición democrática, decidiendo los calendarios de las elecciones y los partidos que deben participar y el mecanismo de chantaje que usan es siempre la ayuda financiera, de cuyos magros efluvios depende que abran diariamente las oficinas del Estado y que los funcionarios, incluyendo el presidente, cobren sus sueldos. A la vez, las ONG son la principal fuente de corrupción administrativa, ya que se rigen por los intereses de los dueños de las empresas y no por las leyes haitianas, imponiendo su derecho por la fuerza de las finanzas, lo cual ha generado la debacle y el desempoderamiento de la clase política local, a favor de los intereses externos. Ha llegado el límite de que los haitianos, en su imaginario, no conciben el país sin la ayuda y la intervención, a la vez que desconfían casi absolutamente del Estado-nación y ello se expresa en altos niveles de abstencionismo y apatía, que son los ingredientes del estallido social y el descontento.

Como si lo anterior no fuera poco, la misión internacional no ha cumplido con sus propios estándares de seguridad y legalidad, y fue la responsable por negligencia de la introducción de la epidemia del cólera en Haití, considerada la peor catástrofe asociada a dicha en enfermedad en la Historia. Hoy se piensa que casi la totalidad de la población es portadora del vibrión del cólera, aunque no padezca sus síntomas, a la vez que las condiciones sanitarias no han mejorado a pesar de los millones de dólares destinados y el intento de las Naciones Unidas por tapar los errores cometidos, mediante supuestas inversiones a través de las ONG. El caso de Haití, a la vez que sirve para desprestigiar el modelo político emancipador, justifica la presencia de fuerzas militares en la región, que tendrían como base no ya controlar una supuesta crisis humanitaria local, sino servir de avanzadilla en el Caribe contra Cuba, los países caribeños del ALBA-TCP y Venezuela en particular, de manera que para el Tridente Imperial resulta crucial que no se resuelva la situación extrema en que se halla el Estado haitiano.

Tampoco las ONG tienen pensado cómo terminar con las penurias del pueblo, ya que de hecho Haití se transformó en una fuente jugosa de dividendos mediante el desvío de la ayuda internacional, que es la mayor que de forma financiera destina la ONU a un país con problemas. La nación se ha convertido en una industria de la desgracia, para muchos bolsillos poderosos, que no están dispuestos a empoderar al país y cortar los vínculos de la dependencia política y económica. Haití está preso no solo de su propia miseria material sino de la ayuda del hemisferio, que se condiciona políticamente mediante el juego en el tablero de las posiciones regionales.

Uno de los ejemplos claros de que Haití ha estado cautivo, se define a partir de la tibia relación con Hugo Chávez y el ALBA-TCP, a pesar de los ofrecimientos que los países de la vertiente socialista le hicieron a la nación y sus líderes. La clase política se empeñó en ser fiel a su dependencia hacia Estados Unidos, evitando no solo hacer ningún tipo de compromiso con Venezuela o Cuba, sino incluso no teniendo encuentros abiertos y de alto nivel con los líderes de esa izquierda. Así, cuando Chávez visitó Haití, como parte de sus intentos de que se integrara a la alternativa y a PETROCARIBE, se le enviaron constantes mensajes a la embajada norteamericana en Puerto Príncipe acerca de la toma de distancia que en marco ideológico tiene supuestamente Haití con respecto a las ideas bolivarianas y de emancipación soberana. El Departamento de Estado de Estados Unidos, a su vez, dejó bien claro en un memorando que condicionaba su ayuda a Haití si no se llegaba a ningún trato político especial con Chávez[3]. Un claro ejemplo este último de que lo que acontece con el caso haitiano es un ejemplo claro de dominación cultural, cuya proyección busca expandirse en el resto del continente, borrando de la memoria de los pueblos el ejemplo que en fecha tan temprana como 1804 diera la isla caribeña.

En cuanto a Cuba[4], la presión norteamericana es mucho mayor, sobre todo para que Haiti no tenga un papel relevante en el Foro de Sao Paulo y cortar así la vía de que cualquier proyecto de rebeldía prenda en la clase política. Existe una persecución contra los lazos entre las dos naciones caribeñas, que ha hecho que todo se resuma al plano meramente diplomático y de ayuda humanitaria. Los jefes de Estado haitianos tienen que demostrar constantemente ante la Organización de Estados Americanos, que la reconstrucción del país pasa por el abandono de toda contestación al status quo de las democracias liberales y la economía de mercado, así como por el entierro de las ideas que hicieron original al Estado caribeño cuando surgió como una república de esclavos libertados, la primera en la historia y la única hasta el momento. Si el actual aparato ineficiente y vacío del gobierno quiere existir al menos para las cámaras, deberá ser un voto más en Naciones Unidas a favor de los intereses del Tridente Imperial.

[1] Para Samuel Huntington, el famoso politólogo de la ultraderecha norteamericana, Haití no entra en Occidente, y no da ningún detalle científico que justifique esa separación, de ahí que muchos le critiquen al profesor que su estudio denigra más que profundizar. Esta visión es bastante común entre el ala neoconservadora del continente americano con respecto a Haití. Ver: Huntington, Samuel: El choque de civilizaciones. Editorial Planeta. Barcelona, 2018.

[2] No es casual el uso de las iglesias evangélicas en operaciones de guerra cultural, las mismas han actuado en zonas periféricas bajo la acción neocolonizadora, como por ejemplo en los países del África Subsahariana. Baste decir que el grueso del evangelismo occidental dispone de un lobby poderosísimo en el Congreso norteamericano a la vez que financia campañas y prosigue adelante una agenda expansiva que lleva lo religioso de la mano de los intereses propiamente occidentales. Mucha gente ingenua y ajena a la élite participa de buena voluntad en este proyecto.

[3] Las presiones de Estados Unidos no solo fueron exitosas en la no incorporación de Haiti al sistema del ALBA-TCP, sino que situaron luego, oportunamente, a candidatos a la presidencia que a la vez que blindan el poder político, están comprometidos con escándalos de corrupción con las contratistas occidentales presentes en el país. Con esto, el país queda moralmente y de facto atado. Senteinfus, Ricardo: Reconstruir Haiti, entre la esperanza y el tridente imperial. Fundación Juan Bosch. Santo Domingo, 2016.

[4] Estados Unidos ha hecho lo posible por establecer a partir de Haiti un cordón “sanitario” alrededor de Cuba, de manera que los demás países giren comercial y políticamente en su órbita, de ahí las presiones hacia mecanismos efectivos y soberanos como PETROCARIBE y el intento una y otra vez de chantaje a los pequeños Estados con la amenaza de no entregarles ayuda de las Naciones Unidas. En el caso de Cuba, la presión norteamericana si no ha logrado romper los lazos ha sido por la cercanía histórica cubano haitiana, pues se hace lo imposible para segregar ambas naciones.

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Mauricio Escuela
Lic. Periodismo por la Universidad Marta Abreu, estudiante de Ciencias Politicas por la propia casa de estudios, columnista de las publicaciones La Jiribilla y Cubahora. Se desempeñó como analista de temas internacionales en el diario Granma.

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