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Hemos encontrado al enemigo y somos nosotros

Finalmente Donald Trump se ha puesto la mascarilla, ello representa una derrota en términos políticos para su programa de gobierno basado en el regreso del nacionalismo norteamericano y la solidez de la economía industrial. Para el magnate inmobiliario, la crisis vino como balde de agua fría y baja los humos de un Partido Republicano que iba confiado a las elecciones generales de noviembre. Ahora la pelea se da en unos términos tan feroces como polarizados, en un país que le dice adiós a sus últimos años como eje de la política mundial e imperio económico. Tras el coronavirus no caerá el capitalismo, pero tendremos uno mucho más líquido, inestable, cuya esencia entre un estadio y otro de la civilización lo torna volátil, explosivo. Por eso, ver a Trump con mascarilla conlleva una lectura mucho más allá del simple atuendo y nos sitúa en el plano de las connotaciones socioculturales de una etapa definitiva.

El amo de la Casa Blanca ha tratado desde el inicio de hablarnos del “virus chino”, haciéndole ver a su opinión pública y votantes que él estaría enfrentando una conspiración en conjunto de la oposición y de poderes extranjeros. Pero, más allá de la lucha partidaria, el pueblo de los Estados Unidos reclama soluciones concretas ante la avalancha de contagios y el golpe sin precedentes. Así se lo hizo saber el diario The New York Times en la edición del pasado 24 de mayo a Trump, cuando publicó en portada los nombres de los fallecidos por la actual pandemia. El mensaje contundente nos hace ver una dura realidad: la vida no es un juego político, sino un asunto sin vuelta atrás y fuera de toda negociación. Algunos como Trump han ido demasiado lejos, obviando que el norteamericano también piensa y pudiera esperarse un despertar de la conciencia colectiva, que le traiga a aquel país una verdadera revolución.

Como sucede en medio de todas las crisis, la élite adopta medidas socialistas o socialdemócratas, con el fin de paliar los efectos del caos social y que la dejen gobernar. Pero la fórmula se desgasta, el tiempo perdido no vuelve atrás y una pandemia como el coronavirus pasa factura con una crueldad implacable y deja sin respuestas a una clase política acostumbrada al juego de abalorios en los medios de prensa. Los demócratas, como era de esperarse, han sacado rédito político del momento, pero saben que el cambio luego de noviembre deberá ser radical, mucho más de lo que a ellos mismos les parece digerible como élite de poder. Quizás la crisis les sirva para ganar las elecciones, pero ¿y si el boomerang del virus termina golpeándolos también?

Atilio Borón, desde su columna en el medio digital Rebelión, nos da a conocer algunas de las claves que el capitalismo volátil deberá enfrentar a resultas del virus. Ya no van a valer los abalorios, ni los manejos de la opinión, se avecina un nuevo pacto y no tiene que ver con un devenir evolutivo desde el mejor capital hacia el socialismo, al contrario, el cambio se vincula a la toma de conciencia y la lucha en el terreno simbólico y subjetivo. A ello apuntan las principales fuerzas populares norteamericanas hoy desarticuladas, pero con una participación cada vez más activa desde las redes sociales, que se convierten en hervideros de conspiración. Entre tanto, para la élite, habrá la opción siempre del recorte de libertades, del cierre de derechos fundamentales y la excepción, que permita un gobierno ya no parlamentario, sino desde el dogma del mercado. Pero tales formulaciones pos capitalistas no tendrán el éxito que esperan los analistas de la derecha. A no ser que se introduzcan manejos del pensamiento a nivel colectivo, como micro chips o redes inalámbricas para los cerebros humanos, es previsible que la gente va a buscar un camino lejano de los actuales vicios de la privatización salvaje.

The New York Times ha marcado siempre el paso de los cambios elementales en la sociedad estadounidense, como lo hizo cuando se restablecieron las relaciones con Cuba. Previsible que, luego de noviembre, algo se cocina en el norte. Lo sabremos en  la medida que el coronavirus se convierta en la crisis terminal de la potencia anglosajona que rige los destinos del planeta, único suceso evidente que los historiadores hoy pueden vaticinar. ¿Qué pasará luego? Quedan las ojivas nucleares de la Casa Blanca apuntando a medio mundo, la arrogancia de la clase política y todo el peligro que ello conlleva hacia un camino más cercano a lo apocalíptico. Como mismo previó Marx, el cambio de sistema no será sólo económico, sino que presupone una transformación humana a nivel espiritual, una que rescate al hombre de las manos del dinero y que elimine de las relaciones a ese alcahuete, mercancía de mercancías, que define no solo quién vive y quién muere, sino que con altanería amenaza a todo el colectivo humano.

Sucesos como el Brexit y la amenaza de un Frenxit (salida de Francia de la Unión Europea), conformarán el nuevo mapa geopolítico del mundo, que no se basará solo en el mercado, sino en la regionalización de los recursos y el uso de la fuerza armada como elemento disuasorio ante la hegemonía de cada bloque. Estamos asistiendo, con el fracaso de Donald Trump, al final del proyecto político de la globalización neoliberal y del capitalismo salvaje posterior a la caída del Muro de Berlín. Lo que viene luego nadie lo sabe, ni siquiera los mismos integrantes de la élite, quienes se han construido refugios subterráneos para décadas de confinamiento a prueba de plagas y bombas atómicas, con todas las comodidades del mundo natural. En la filosofía de los que detentan el poder, no importa que el planeta sea irremplazable, tan adormecida anda la conciencia de los grupos y los líderes que han acorralado a la humanidad en este callejón.

De no producirse la toma de conciencia colectiva, la crisis arrastrará a la especie a un panorama apocalíptico, entonces tendría un enorme sentido aquella famosa tira cómica que firmara el ya difunto caricaturista Walt Kelley y que rezaba así: “Hemos descubierto al enemigo y somos nosotros”. El fracaso del capitalismo solo nos ofrece la alternativa de salvarnos y escoger la civilización, ya que ni siquiera la barbarie se sitúa entre las opciones que nos puede legar una guerra nuclear a gran escala. El cambio, por ende, no es solo económico, sino y sobre todo espiritual. Lo intuye Trump con su mascarilla, aunque haga caso omiso a  la voz del pueblo y conspire contra nosotros.

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Mauricio Escuela
Lic. Periodismo por la Universidad Marta Abreu, estudiante de Ciencias Politicas por la propia casa de estudios, columnista de las publicaciones La Jiribilla y Cubahora. Se desempeñó como analista de temas internacionales en el diario Granma.

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