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El imperio contraataca

¿Regresan los viejos imperios?, esta es la pregunta que muchos se hacen en un momento de la historia como el que vivimos, plagado de procesos políticos donde el nacionalismo de las potencias del pasado está resurgiendo. La Inglaterra del primer Ministro Boris Johnson se fue de la Unión Europea mediante el Brexit, con el pretexto de realizar una política exterior más independiente y apegada a los valores tradicionalistas de Londres. En realidad, se habla de dos proyectos políticos que la Gran Bretaña tendría debajo de la manga para resucitar el viejo imperio global. La primera es su alianza con los Estados Unidos de Donald Trump, con los cuales firmarían un tratado de libre comercio que haría del Atlántico una zona exclusivamente de ambas potencias. La segunda, retomar, mediante la Commonwealth o comunidad de naciones británicas, los lazos comerciales y culturales imperialistas. ¿Lo lograrán los ingleses?, la aparente locura de Boris Johnson apuesta en todo caso por un nacionalismo pro monarquía bastante férreo.

El peligro del Brexit, como dicen los analistas, no está solo en que es un antecedente de salida de un país de la Unión Europea, un mal ejemplo para el resto que quiera imitarlo; sino el hecho de que un viejo imperio levante la bandera del colonialismo del pasado, lo cual pudiera despertar el mismo apetito en las demás naciones europeas. Por ejemplo, se le teme mucho a un Frenxit, o salida de Francia de la Unión, para tomar equivalentes caminos imperialistas y en ese caso Alemania se quedaría sola junto a un grupo de naciones no competitivas económicamente.

Ya desde la era de Obama algo se movía en torno a Occidente, una nueva reconfiguración de poderes en tanto el lobby financiero estaba promoviendo el Tratado de Libre Comercio para eliminar los aranceles atlánticos entre Inglaterra y los Estados Unidos, lo cual hubiere generado una punta de lanza global a favor de los intereses anglosajones, que tienen mucho más en común que la lengua o la cultura. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el propio Winston Churchill, a la vez que alentada la creación de unos Estados Unidos de Europa, abogaba por la unidad de Inglaterra con los norteamericanos como una única manera de proseguir existiendo como imperio colonial. La separación de las áreas de influencia, el papel de los ingleses en el Medio Oriente e Israel aún hoy, apunta hacia el rostro de un mundo que persiste, a pesar de las máscaras con que la legitimidad diplomática oculta las componendas y las tretas. No se  abandona, no obstante, el proyecto británico del globalismo y en buena medida se apuesta por afianzar, desde la cultura y las becas de estudio, el poderío de la élite de Londres allende el mar.

En su libro “Imperio” Michael Hartd y Antonio Negri establecen que el mismo marco de las Naciones Unidas es la base legal y transitoria del establecimiento de un poder supra, desde la agenda elitista, en torno al derecho internacional y los pueblos.  Para ambos politólogos, se trata, a fin de cuentas de una continuación en el proyecto mismo de la estructura estatal, surgido de los tratados de Westfalia del siglo XVII y que ya solo es funcional si se regionaliza dicho sistema de derecho, dejando de lado a la identidad cultural como un elemento de cohesión y sustituyendo eso por el mercado. La agenda globalista rechaza el derecho a la existencia de identidades soberanas fuertes y carcome, de diversas maneras, la existencia de culturas particulares. Las piezas del imperio, al parecer, son los imperios del pasado, los que pasarían a ocupar en el nuevo orden el sitio que les fue conferido por la Conferencia de Yalta. La lógica de este tino necesita la desintegración de determinado Estado Nación y el resurgir de otros, cuya esencia es el coloniaje y el capitalismo parasitario, como Inglaterra.

Según Hartd y Negri, el Imperio es ya una realidad, en tanto hablamos del Estado profundo, el orden corporativo que, a través del lobbysmo y la componenda financista, determina las políticas visibles de los gobiernos. Se tiene la noción errónea de una entidad como las de antaño, basadas en nacionalismos y agendas culturales oligárquicas fragmentadas. Nada de eso, el Imperio funciona únicamente porque es necesario para el flujo del capital en las mismas pocas familias. La agenda globalista puede echar manos en un país a las luchas de religión como un elemento de división y conflicto y azuzar entonces la existencia de facciones radicales (como el Estado Islámico) y a la vez denigrar, por ejemplo, al humanismo cristiano, financiando movimientos que blasfemen y provoquen en el seno de los países, ello con el objeto de que no haya un diálogo civilizatorio, sino un desorden que evidencie la debilidad del gobierno de turno y lo “necesario” de que intervenga una agenda global o nuevo orden.

El Imperio está generando, en algunos países de fuerte identidad nacional de derechas, movimientos preocupantes, en tanto su propuesta radical, como la Hungría evangélica, que ya está hablando del cierre de fronteras ante la “ola” del islam en una “nueva cruzada.” La agenda globalista tiene a primos hermanos peleando por un trozo de terreno, cuando los dientes de la verdadera fiera, los banqueros financistas y los dueños del poder corporativo, se afilan a la espera del auténtico asalto. Los viejos imperios parecen ser la única identidad que, a favor y en contra del Imperio en sí, del proyecto de la agenda globalista, surgirán en este marasmo dejado por la pandemia del coronavirus.

¿Regresan los viejos imperios? Quizás el mundo esté viviendo una segunda ola colonial cuando el coronavirus ha generado cambios en las zonas de influencia, conmociones económicas, caída y alza de grandes fortunas. La España conservadora levanta el estandarte imperial con el partido Vox, la tercera fuerza política del país, una agrupación que recoge, además de la más reciente historia del franquismo, la reivindicación del imperialismo hispánico y del catolicismo más rancio. ¿A quién le conviene un poder hispano influyente en América Latina, que opte quizás por seguir más los mandatos de los Estados Unidos que de Europa? Por ahí van los tiros de Vox, si alguna vez llegase al poder. Incluso el realce de Brasil como potencia geopolítica, responde a los fuertes negocios que existen en el gigante sudamericano con la Familia Real Británica, verdadera dueña de las finanzas brasileñas desde los tiempos del emperador Pedro I y la defensa del territorio portugués por las tropas británicas del Duque de Wellington. Más allá de que los pueblos tengan determinados intereses, la agenda globalista los baraja, los usa, los desecha, al más viejo estilo de la Roma imperial. Divide et impera.

La cristalización del Imperio se da en una coyuntura en que el mundo va a pedir que “políticas duras” garanticen un mínimo de orden y unidad. Con lo cual no será muy difícil que se les condicione a los gobiernos un nuevo pacto transicional en el marco de Naciones Unidas que conduzca a los pasillos del nuevo Imperio global. El 70 por ciento del dinero de estas agencias supuestamente pro derechos humanos viene de fortunas privadas. Y, recordemos, el capital no tiene más patria que la propia ganancia y la ataca o defiende siempre y cuando se respete el orden desigual del sistema de propiedad.

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Mauricio Escuela
Lic. Periodismo por la Universidad Marta Abreu, estudiante de Ciencias Politicas por la propia casa de estudios, columnista de las publicaciones La Jiribilla y Cubahora. Se desempeñó como analista de temas internacionales en el diario Granma.

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