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Kissinger, halcón disfrazado de paloma

El pastel que este 28 de mayo cortará Henry Kissinger al cumplir un siglo de vida es una tarta envenenada. La veneración que alguien, con pleno raciocinio y sentido elemental de la justicia y los valores humanos, pueda sentir ante una existencia centenaria, se desvanece cuando escucha los juicios que el anciano estadista expande a los cuatro vientos.

Al recibir a un periodista del diario The Economist, que quiso saber su opinión sobre la volátil situación en Ucrania, declaró que “es mejor tener a este país en la OTAN donde no puede tomar decisiones nacionales sobre reclamos territoriales”.

Como principal argumento de una tesis indefendible, pero que pinta muy bien su carácter, dijo que esa era la manera más viable de conjurar la insatisfacción de las partes en conflicto, una de ellas, asumida beligerantemente por él, la Alianza Atlántica. En esa misma línea de echar leña al fuego, trasladó a un enviado del medio alemán Die Zeit: “Antes pensé que Ucrania debió haber permanecido neutral, como lo fue Finlandia. Hoy estoy absolutamente a favor de aceptar a Ucrania en la OTAN”.

Hay quienes opinan que la vocación de Kissinger por el performance obedece a su irrefrenable vocación de figurar bajo los reflectores de la actualidad noticiosa. Otros le conceden el beneficio de lo que consideran una ejecutoria controvertida pero sustentada en supuestas dotes de visionario político. Hablan de que merece atención por su larguísima experiencia y colocan sobre su cabeza la aureola santificada del hombre que supuestamente amainó la explosividad de la Guerra Fría, acercó a Estados Unidos y China durante su mandato como Secretario de Estado entre 1973 y 1977, y negoció el fin de la ocupación de Vietnam por su país, y ahora, en pose de perdonavidas, considera un error someter a Putin a la Corte Penal Internacional mientras llama a que Washington y Beijing encuentren el equilibrio, eso sí, sin renunciar a que “Estados Unidos defienda sus intereses vitales”.

Cuando en días pasados sopló las velas en una ceremonia que le dispensaron en un elitista club neoyorquino, sentenció: “Tenemos que ser más fuertes para resistir cualquier presión”.

No se debe faltar a la verdad ni a la memoria. En un artículo publicado por el diario mexicano La Jornada, a propósito del centenario de Kissinger, los analistas David Brooks y Jim Cason lo califican como ”tal vez una de las figuras más oscuras del superpoder estadounidense”, a contrapelo de haber sido investido con el Premio Nobel de la Paz y blasonar de un expediente académico en la Universidad de Harvard, puesto que “también ha sido acusado de ser el autor intelectual de crímenes contra la humanidad, golpes de estado y acciones militares ilegales alrededor del planeta”.

Si firmó los Acuerdos de París el 27 de enero 1973, fue porque Vietnam había resistido y vencido la agresión. La diplomacia pública y secreta vietnamita, esta última canalizada con absoluta discreción y firmeza, no permitió que ni tecnicismos ni devaneos por la parte estadounidense frustraran los objetivos estratégicos de conseguir la plena soberanía y la unidad nacional. Junto a Vietnam se alinearon los pueblos y contra eso la Casa Blanca, y Kissinger por supuesto, nada pudieron. A este le faltó la decencia del líder vietnamita Le Duc Tho, que renunció al Nobel de la Paz por cuanto tras la firma la guerra de agresión continuó hasta abril de 1975.

En América Latina fue notoria su garra injerencista en el caso chileno. Maniobró para derrocar el gobierno de la Unidad Popular y su presidente Salvador Allende y el apoyo que brindó a la junta militar encabezada por el tristemente célebre Augusto Pinochet. Por si quedaba un resquicio de pudor en su actuación, los Archivos de Seguridad Nacional de EE.UU. acaban de publicar transcripciones de los encuentros de Kissinger con el dictador. A uno de su equipo, presente en uno de los cónclaves secretos, que se atrevió a sugerir un regaño al militar para que mejorara su imagen como violador de los derechos humanos, el político respondió: “Queremos ayudarlo, no perjudicarlo”. Vaya de qué manera lo ayudó, haciéndose de la vista gorda ante el plan para asesinar en Estados Unidos al excanciller Orlando Letelier. El halcón mostró su pelaje por aquellos días, al justificar, como lo prueban documentos desclasificados, los métodos represivos de las dictaduras del Cono Sur implicadas en la Operación Cóndor.

Un halcón que quiso volar contra Cuba en 1976, aunque enmascarara su plumaje un poco antes cuando aconsejó a Gerald Ford que tratara de llegar a un entendimiento con La Habana, con el fin de aplicar con anestésicos los principios de la Doctrina Monroe. La misión internacionalista en Angola, decisión soberana del Gobierno y el pueblo cubanos, o sacó de quicio, al punto que ideó planes de bloqueo naval y bombardeos a puertos y objetivos económicos.

“Para mí no hay ninguna duda de que su política causó cientos de miles de muertes y destruyó la democracia de varios países”, expresó recientemente Reed Kalman Brody, experto en Derechos Humanos, quien denunció el maquillaje con que Kissinger pretende presentarse al mundo. Musassir Mamoon, catedrático bengalí, recordó cómo Kissinger alentó el genocidio en ese territorio asiático en 1971. “Si no sus manos, el alma sí la tiene manchada de sangre”.

Foto de portada: Tomada de El confidencial

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Pedro de la Hoz González
(Cienfuegos, 1953) Periodista y crítico de arte. Premio Nacional de Periodismo José Martí en 2017. Forma parte de la redacción cultural de Granma. Fue electo Vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Entre sus libros figuran África en la Revolución Cubana (ensayo, 2004) y Como el primer día (entrevistas, 2009).

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