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Existiríamos el mar, libro de Belen Gopegui,
ENTREVISTA

Belén Gopegui: “Lo habitual es aceptar servidumbres para poder seguir viviendo”

Lena, Hugo, Ramiro y Camelia viven en un piso del número 26 de la calle Martín Vargas de Madrid. Antes compartían su vida también con Jara, pero ella ha desaparecido sin dejar rastro. En su habitación vacía no hay pistas de dónde se ha ido, ni qué pretende conseguir con su repentina ausencia.

Sus cuatro compañeros de piso están preocupados por ella, la echan de menos. Pero tampoco les sobra el tiempo para buscarla: viven asediados por trabajos precarios y voluntades que se apagan por falta de energías. Todos rondan los cuarenta años, su futuro no pinta especialmente agradable y se han dado cuenta de que lo poco que tienen, su patrimonio, consiste en su amistad y afecto. Lo que tienen entre ellos es todo lo que tienen.

Existiríamos el mar, la última novela de Belén Gopegui, cuenta su historia. La de cinco personajes con tantas dudas con el progreso como duras certezas con el presente. Una novela brillante, escrita con una prosa exquisita que no maquilla un lacerante discurso político. Gopegui hace del lirismo una forma de manifestación política en la que, de una forma u otra, estamos todos.

En Martín Vargas la precariedad parece ser un compañero de piso más. Decía Remedios Zafra que esta precariedad se perpetuaba por una suerte de autoexplotación. ¿Debemos empezar por cambiar el sistema o por poner límites sobre nosotros mismos?

El mundo de las profesiones culturales que trata Remedios Zafra tiene características propias que ella analiza muy bien. Si lo ampliamos al trabajo en general, creo que es más claro hablar de explotación a secas que de autoexplotación o de precariedad, porque las engloba. En cuanto al “no acepto”, hay muchas situaciones en que no se puede exigir a alguien que lo diga desde la soledad. No es raro que los sindicatos en inglés tengan la palabra ‘unión’ en su nombre, a veces incluso se les designa solo con el “union”, sin la expresión completa, “trade union”. Desde la unión es menos difícil ejercer el no acepto. Luego esta lo concreto, a veces un sindicato, que etimológicamente parece que vendría de “con justicia”, no la practica, pacta con quien no debiera, transige cuando podría no hacerlo, o simplemente no estudia, comete errores por pereza, y no se ocupa de colectivos que podrían estar en su ámbito de actuación.

Y está la vieja discusión sobre si pedir mejoras concretas aquí y ahora no puede ser insuficiente y reformista cuando hay tanto que cambiar. Pero me gusta mucho un concepto que el colectivo Contraeldiluvio saca de contexto, el concepto de salto organizativo. Dada la carestía de organización que hay hoy, creo que organizarse para las mejoras concretas puede producir esos saltos organizativos que conecten luchas diferentes, además de facilitar la vida de muchas personas exhaustas.

Dada la carestía de organización que hay hoy, creo que organizarse para las mejoras concretas puede producir saltos que conecten luchas diferentes, además de facilitar la vida de muchas personas exhaustas

En este sentido, Ramiro sabe que no le van a ascender por pertenecer a un sindicato, mientras que Camelia dedica sus horas de liberada sindical a mejorar las condiciones de vida de otros compañeros. En la novela, la precariedad no se combate sola, sino politizando los espacios de trabajo y reclamando mejoras de condición de vida materiales. ¿Cree que el papel de los sindicatos se ha diluido en generaciones de trabajadores más jóvenes como los milenial?

Una novela plantea formas de mirar, formas de vivir, ideas que debatir y que se materializan en la trayectoria vital de unos personajes de ficción. De ahí a proponer un programa de reforma de las organizaciones sindicales hay un gran trecho y no he estudiado la realidad sindical tan a fondo como para recorrerlo. Sí creo que es necesario conectar distintas luchas, aceptar que existen muchas formas de autodefensa laboral, poner todos los recursos al servicio de lo común y no de pequeñas ambiciones prefabricadas.

También creo que el desprestigio de la lucha sindical no obedece solo a los numerosos errores de las organizaciones. Han obtenido victorias pequeñas y grandes, muchas personas han encontrado apoyo en esas organizaciones, muchas grandes empresas han tenido que ceder, y se ha dedicado, por cierto, un esfuerzo constante y sostenido desde el poder para contribuir a su desprestigio, tanto en la imagen difundida como minando la labor que hacen y ejerciendo todo tipo de presiones, a veces corruptoras, a veces con amenazas que se llevan a cabo. De modo que ese desinterés de parte de la generación milenial ha sido de algún modo producido, no es solo espontáneo. Y se trata quizá de construir tanto imaginarios como condiciones de vida en los que haya sitio para experimentar que el trabajo organizativo es importante.

En una escena de la novela los personajes debaten sobre si un sueldo de 3.000 euros al mes podría diluir la frontera entre realidad y ficción porque, a determinadas necesidades materiales cubiertas, “la realidad no te ofrece resistencia. Entonces te crees que la eliges”. También Zafra hablaba de la virtualidad como realidad suficiente. ¿Sin unas condiciones materiales dignas, puede uno dedicarse a la ficción o a profesiones creativas como la escritura?

En efecto, es curioso que el trabajo de las editoriales, por ejemplo, e imagino que también de productoras de cine y de música, se basa en el hecho de que existan miles de personas dispuestas a trabajar a cambio de nada durante un tiempo –en manuscritos de novelas y guiones, por ejemplo– para después ofrecer algo que tal vez la empresa no quiera. Esto no sería imaginable en otros ámbitos, nadie se pondría a hacer quinientos pares de zapatos si no fuera porque ya le están pagando el tiempo necesario para hacerlos. Pero como en la cultura se trabaja con el ego, con lo especial, con lo “artístico”, parece que en sí mismo debería ser recompensa suficiente. En cambio, hay muchas personas con historias que contar que sencillamente no tienen tiempo material para dedicarlo a pasarse dos años haciendo algo que quizá nadie quiera o que, incluso si alguien lo quisiera, lo que le paguen no cubra en absoluto los gastos ni el tiempo dedicado.

Así se establece un sesgo en la cultura: por lo general, hay que tener tiempo, o un colchón patrimonial familiar, o una situación de no explotación doméstica, o un salario elevado para poder escribir. Si hubiera un interés estatal en que se escuchen distintas voces, se instaurarían procedimientos para que así fuera, pero apenas se hace. En todo caso, sí creo que el capital simbólico es más capital que simbólico, y que la realidad virtual es más realidad que virtual.

El cansancio está cerca del no puedo más, que a su vez está cerca del no podemos más

Jara, pero también los compañeros que deja en Martín Vargas, están muy cansados. Se podría pensar que el cansancio adormece las fuerzas para acometer un cambio en nuestro entorno. Pero usted escribe: “Crees que estás triste […] y sin embargo es solo que se han ido acumulando los días y los años de levantar piedras y hay tantas clases de piedras. Cómo no vas a pensar en la revolución”. ¿El cansancio generacional puede ser también una razón de cambio social?

Puede serlo, si bien creo que debe converger con impulsos venidos de lugares diferentes, entre otras cosas porque una generación en sí misma tiene fracturas en su interior, y es difícil que trabaje toda ella en una misma dirección. Pero el cansancio está cerca del no puedo más, que a su vez está cerca del no podemos más.

¿Cree que la ficción actual tiene dificultades para imaginar futuros mejores?

Parece claro que es así; al mismo tiempo empieza a haber una conciencia mayor de la necesidad de ese nuevo imaginario, y no solo en la ficción. El trabajo de Layla Martínez en este sentido es ejemplar y creo que está abriendo camino. Por otro lado, distinguiría la ficción de la ciencia ficción y del ensayo político, aunque puedan tener zonas de intersección. Tanto en el ensayo como en la ciencia ficción es necesario trabajar sobre esos futuros.

En cuanto a la ficción, se hace con la materia de la vida, de esta vida, y puede perder pie si se desprende de la conciencia de lo que aún no ha pasado, a no ser que adopte el código de lo fabuloso, o lo irreal, pero en el código de lo real parece más lógico que entre en discusión con las formas vividas de interpretar la realidad y los caminos por los que se consolida lo que hay o se modifica. Por otro lado, la ficción avanza precisamente abordando aquello que parecería que no puede abordarse, y cualquier intento permitirá aprender.

Entiendo la necesidad de lo que reconforta, la cuestión es que a veces no es suficiente porque no es un confort real, porque se cierra el libro y sigue haciendo frío

Uno de sus personajes defiende que le gustan las novelas de espías porque sus acciones tienen un sentido último. “La vida sería más fácil si el sentido de la vida se jugara en unas pocas decisiones arriesgadas, dramáticas, y no en quinientas decisiones menores cada semana”, dice el personaje. En cierto sentido, ¿no es esa la razón por la que toda ficción reconforta, que otorga un sentido a cada acción?

En efecto, todo lo que está puesto en una narración está puesto por algún motivo, y en la vida no sucede así, por eso la narración religiosa se impuso con tal fuerza, permitía pensar que si algo sucedía era porque Dios lo había querido, y que tenía un sentido tal vez no perceptible a primera vista pero que sería comprendido tarde o temprano. La ficción no esconde su mecanismo, no pretende que haya un sentido en los hechos azarosos de cada vida, pero sí propone un encadenamiento de acciones y reflexiones que obedecen a una intención literaria, no oculta, como la supuestamente divina, sino hecha texto.

Ahora bien, ese sentido no tiene por qué ser reconfortante en el sentido de hacer creer que hay algo que al final permitirá encontrar la clave, un orden secreto. Entiendo la necesidad de lo que reconforta, la cuestión es que a veces no es suficiente porque no es un confort real, porque se cierra el libro y sigue haciendo frío. Entonces, esas veces, quizá sea mejor una ficción que no pretenda que existe tal clave, sino que ponga en cuestión los sentidos y sinsentidos establecidos, o que trate de que el sentido no viene dado, sino que se hace. Ramiro anhela a ratos esa épica un tanto peliculera en la que todo conduce al momento en el que una sola decisión concentraría el sentido de toda una vida, esa visión reconforta porque invita a pensar que tanta chapuza diaria se redimirá en un solo momento. Aunque es un anhelo comprensible, nos desprotege en el tiempo concreto; supongo que algunas ficciones en lugar de fingir promesas que no se cumplen, buscan caminos para hacer esas promesas menos necesarias.

Buscando trabajo en Internet, Jara reflexiona sobre que con la pandemia es aún más difícil encontrar uno porque hay muchísimas personas en situación de vulnerabilidad. “Esta vez no vienen en barcos, vienen de negocios cerrados, de despidos, de pérdidas o de considerar pérdidas lo que solo es disminución de la ganancia”. El pasaje me hizo pensar en el precio de la luz y las amenazas de las eléctricas cuando el Gobierno les ha dicho que van a ganar menos. ¿Por qué es tan difícil concebir que un derecho básico o un servicio público no tiene que ser rentable ni ofrecer ganacias a perpetuidad a unos pocos?

Es interesante que las amenazas de las eléctricas se hayan explicitado. Pocas veces el poder expone públicamente las amenazas, porque no lo necesita y es mucho más cómodo no hacerlo ya que genera una falsa sensación de asentimiento general y de que no hay fracturas, la famosa imagen de todos en el mismo barco. El que esta vez lo hayan hecho, el que se hayan visto obligadas a mostrarse, indica, o podría indicar, que son más vulnerables –en un sentido estratégico, no en el otro sentido, ahora recuperado, de vulnerabilidad que usa Jara– de lo que parecía. Y a su vez eso podría dar mayor impulso a quienes piensan que es imprescindible instaurar reglas que permitan introducir, si ya no justicia, de momento, sí al menos un mínimo de racionalidad en el funcionamiento de determinadas empresas. En todo caso, concebir la importancia de los servicios públicos es sencillo, lo difícil es vencer la fuerza que se opone a la pérdida de la máxima rentabilidad.

Algunas personas consiguen ser tan coherentes que casi no pactan con nada en lo que no crean. Son personas con un valor y una resistencia excepcionales, o con unas condiciones que les permiten hacerlo

El personaje de Jara dice que solo quiere poder vivir de lo que hace, poder decidir cómo ser sin atender a las reglas del juego. ¿Esas ‘reglas del juego’ son, en cierto sentido, un sistema de opresiones que todos aceptamos para convivir? ¿Se puede vivir dentro del sistema sin aceptar las reglas del juego?

No es que Jara no quiera atender a esas reglas, es que sabe que la excluyen y no quiere aceptar esa exclusión, quiere que la dejen pasar. Y se pregunta por el dilema que planteas, el de la necesidad del vivir en dos tiempos, el de lo que hay y el de lo que podría haber. Algunas personas consiguen ser tan coherentes en sus vidas que casi no pactan con nada en lo que no crean. Son personas con un valor y una resistencia excepcionales, o a veces, también, con unas condiciones que les permiten hacerlo. No se puede pedir a todo el mundo que sea así. Lo habitual es aceptar servidumbres para poder seguir viviendo, y para no darse cabezazos contra la pared. La cuestión es cómo alimentarse para mantener el sentido crítico, para que la próxima vez quizá se haya construido un entorno en el que sea más fácil plantar cara, y un día ya no sea necesario.

Quédate este día y esta noche conmigo se lo dedicó a Carmen Martín Gaite. En esta novela, Jara recita unos versos suyos: “Ni aguantar ni escapar, ni el luto ni la fiesta, ni designio ni azar”. ¿Qué significó para usted Carmen Martín Gaite y qué influencia tiene en Existiríamos el mar?

Me agobia un poco hablar de esto porque lo he dicho tanto y Carmen Martín Gaite apoyó a muchas escritoras y escritores y otro montón de personas, su influencia está por todas partes en la literatura que se ha seguido escribiendo; no quiero olvidar la gratitud pero tampoco creo que deba hablar de influencias, porque las influencias son las demás quienes deben analizarlas. Ese poema es magnífico, Chicho Sánchez Ferlosio hizo con él una canción, y en concreto el verso “ni designio ni azar” sintetizaba de forma perfecta una de las reflexiones que atraviesan la novela. El resto del poema creo que aborda con precisión y luz lo que no es la equidistancia sino un rechazo al pensamiento binario que a veces obliga a elegir entre tres posiciones rechazables, y al decir tres incluyo también la equidistancia, las tres son rechazables, lo que hay que rechazar es la obligación de elegir entre determinados términos, conseguir no entrar al trapo de una contraposición falsa.

Además de Gaite, encontramos citas a Malcolm Lowry, Roberto Bolaño o a René Char. En cierto sentido, Existiríamos el mar contiene muchas otras voces, muchos libros. ¿Concibe la literatura como un diálogo constante con otras voces literarias?

No solo voces literarias, gran parte de la novela podría datarse en el sentido de contar de dónde viene, con qué sombras estaba boxeando, de quiénes vienen pequeños relatos, reflexiones, alusiones, la información, los caminos para llegar a una idea, en qué conversación, artículo, tuit o mail o lectura o charla surgió una línea de diálogo; tal vez un día si logro tener tiempo haga esa suerte de base de datos, porque sería un modo de demostrar que la idea del inmunólogo Agustín Lage de que las colectividades hacen ciencia a través de los individuos también se da en la literatura y que no es solo algo abstracto ni tampoco significa que no exista el trabajo de una autora o autor, sino que ese trabajo se suma a otros muchísimos. Por eso los agradecimientos en una novela obligan a una selección irreal, ojalá un día pueda hacerlo, documentar página a página, solo como un caso, una muestra que deje constancia.

(Tomado de eldiario.es)

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