CONCURSOS Y EVENTOS

Ignacio Canel, Premio Nacional de la Radio 2013, propina un cero hit, cero carreras

Acompáñenme a fines de 1958. Aunque estudiaba en  las Escuelas Pías e integraba su conjunto de béisbol en el torneo escolar, prefería a los Diablos Rojos de Cayo Hueso, equipo de mi barrio natal, de uniformes diversos desteñidos, gorras viejas,  más tenis deteriorados que spikes, formado por negros, blancos y mestizos. Algunos de mis condiscípulos nos vieron en un desafío, y regalaron hasta carcajadas. Los retamos: “Si no tienen miedo, nos enfrentamos la tarde del próximo domingo en los terrenos de la Shell; ya verán…”.

Aceptaron el duelo. La hora de la verdad. Nuestro pitcher, Ignacio Canel, dependiente de bodega, con lo que gana algunos pesos y los mandados; cursa el bachillerato en el Instituto de La Habana, quiere ser universitario. Se gradúa de contador pero, después de la victoria del pueblo, prefirió el ámbito de los medios de comunicación y comenzó en Radio Habana Cuba. De cargar discos y otros materiales, ascendió a archivero, sonidista, musicalizador, locutor y periodista. Llegó a subdirector. Recibió el Premio Nacional de la Radio en agosto de 2013. También soñó con ser un Wilmer, Vinagre, Mizell- a la derecha- sobre el box.

Volvamos a aquel juego. Ignacio pone la pelota donde duele a cada rival. Su velocidad la siente mi mano enmascotada a pesar de la esponjita. Cuarto capítulo.  El robusto cuarto bate en pose.  “Este es grande por gusto”, suelto. Sigo molestándolo para desconcentrarlo al estilo de Yogui Berra, el receptor de los Yankees. Viene la bola… ¡Tac! Fly largo por el jardín central. Felo Argote -será médico- persigue la redonda.  Salta y captura. Respiro hondo mientras me quito la careta (aquí no hay peto ni chingalas): voy a ocupar mi turno a la ofensiva.

Ulises me obsequia una transferencia. El  Moro -buen barbero después- toca. Estoy en segunda. Lo saludo con un ligero movimiento de cabeza cuando va hacia el banco; digo, a sentarse sobre la tierra: ¿quien habla de dogout o vestuario en este sitio? Con el madero, el mulato José Ángel  Mustelier: será ingeniero. Aprieta el Odiseo pitcher como nombramos al lanzador contrario para chotearlo. Dos strikes. Recta. ¡Estacazo! Anoto.  En tercera quien me empujó. Dos palomones; fin del episodio.

Continúa tranquilo el partido. Mas por un error, Name ancla en primera al principio del séptimo. Par de elevados a segunda. Diosdado sí conecta y duro entre tercera y short. Puppy, con el guante de revés… ¡Dios mío, que no le falle el brazalete! Se estira el zurdo Jaque. ¡Out! Ambos, mecánicos de autos en la adultez. Al bate. No escapamos del cero. A servir. Base al pequeño y veloz Arsenio. Converso con Ignacio en la loma. “Hay jugada en el ambiente: cuídalo bien”.  Me advierte: “Oye, afina tu brazo tan loco”.

Cuando regreso a mi puesto, con la máscara en la mano, me doy cuenta: ¡Ignacio está dando un no hit no run! Rectazo. Arsenio sale. El bate solo encuentra el aire. Tiro a segunda. Atrapo al atrevido. Mi compañero de batería cierra la entrada con par de ponchetes. De uno, dos y tres, Ulises resuelve el octavo.

Su última oportunidad. El primero en utilizar el barquillo, de segunda a primera. Los nervios: boleto. Grito:Palante, mi pitcher, tú eres mejor que todos ellos”: Con una curva sabrosa emborracha al tercer bate. Otra vez el monstruo. “Ya te dije que este es grande por gusto…”, rujo. Si las miradas fueran balazos… Suinazo. Línea al jardín central. ¡Ay, se rompe el encanto…! Felo hacia delante. Pica la pelota. La recoge. Tira a primera. Y ¡lo saca! Por suerte, el gigante es un tractor… Muchos años después le canté a la mayor victoria de los Diablos Rojos.

Recuerdos de pelota

/ Cada pelota/llevaba/ el deseo de las Grandes Ligas, /

esa envidia a Ted Williams y a Musial/que llegaba al negro Willy Mays./

Los files perseguían los batazos/con sus piernas de gamo/y sus brazos largos/

mientras Piersall y Mantle sonreían./Los lanzadores,/Sphan o Robin Roberts,

luchaban por los ceros/y los ponches desesperadamente./Berra, Campanella/

y el joven Foiles /apoyaban a los cátchers /en cada robo de segunda./

Una tarde, Ignacio/ lanzó un no hit no run/ y yo, con mi cabeza de vena,

fui su camarada de batería/ Aquel equipo de negros y blancos/de zapatos rotos/

cruzó los terrenos de la Shell/a galope alegre.

/En Cayo Hueso,/nos pasamos hablando de la hazaña/ toda la noche.

 

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