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Fotografías de Angola entre balas

Por Isaura Diez

El fusil iba delante con la cámara detrás, en la trinchera escuchaba las balas para identificar la dirección del combate y entre tiros hacía las fotos, recuerda hoy Juan Manuel Muñoa, corresponsal de guerra en Angola.
El fotógrafo de Prensa Latina rememora que hace 45 años partió junto a otros periodistas hacia el país africano donde Cuba prestaba apoyo militar para preservar la soberanía de esa nación con la Operación Carlota.

“Sobre lo desagradable de la guerra ya había aprendido en la invasión a Playa Girón (1961) y como parte de la milicia en la lucha contra bandidos en la serranía del Escambray, pero nada te prepara para lo que vas a vivir después”, comentó.

Muñoa relató cuando le propusieron en 1975 una misión secreta que aceptó enseguida junto al periodista Eloy Concepción, también de esta agencia informativa latinoamericana. De acuerdo con el corresponsal, su destino era Cabinda, donde recientemente las tropas internacionalistas cubanas y las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola habían triunfado contra la invasión del ejército de Zaire.

“Llegar fue todo un desafío, era de madrugada, nos metieron en un camión tapado y no se veía nada, sentíamos las voces pero no podíamos ni hablar, cuando estuvimos en la base nos vistieron de verde con pistola y fusil AKM”.

Estaba bajo el mando del jefe de uno de los Centros de Instrucción de Angola, Ramón Espinoza Martín, y su objetivo era moverse junto a la tropa para tomar fotos que luego distribuiría en Cuba la Sección Fílmica de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).

“Estuve en muchas acciones combativas, sobre todo en emboscadas. Había que tirar y cuando lograbas meterte en el hueco lo primero era acostumbrarse al ruido, pasar el impacto y asimilar lo que estaba ocurriendo'”, recordó.

Realizaba fotos apaisadas con una Nikon al principio y luego con Canon, disponía además de un teleobjetivo de 300 milímetros que casi no usaba por el peso del trípode.

“He visto películas, series, documentales que reflejan a la gente como si no tuviese temor y eso es mentira. Todo el mundo tiene miedo en ese momento, pero hay que coger un respiro y tratar de ubicar la dirección de los disparos”.

Según explica, en medio del combate había un instante en que dejaba el fusil, agarraba la cámara y hacía las fotos, “!ápero sin sacar el cuerpo!”.

“Aquello era desde la trinchera, hay que imaginar un fuego cruzado, incluso tenía que escuchar el silbido de las balas que pasaban cerca para saber de dónde venían y luego sacar las fotos”.

Desde la posición de corresponsal de guerra se convirtió en un soldado más y como tal, cargó heridos, combatió y vio morir a algunos de sus compañeros.

“Un día en Cabinda íbamos en una caravana a ver un fuerte que habían entregado los portugueses cuando nos agarró una mina retardada”.

De acuerdo con Muñoa, este tipo de artefacto trabaja por contacto y no denota en el primer momento.

“Pasó el primer transporte con todos los jefes y activó la mina, el segundo la hundió más, ya con el tercero hizo contacto y explotó. Nosotros estábamos en el quinto carro, fíjate si la mina era grande que acabó con todo el parabrisas, la capota y a mí me aflojó todos los dientes porque en ese momento íbamos casi sin protección”.

Cuenta el fotorreportero que cuando algo así ocurre el cuerpo necesita un instante para aclimatarse.

“Hay un momento de inacción, de entender qué pasó…no era solo y ¡A todos nos pasó igual!… Yo agarré la cámara abajo en mis pies y tiré bastantes fotos, lamentablemente ahí murieron cuatro compañeros: el jefe de comunicación, dos médicos y el chofer”, comentó e hizo silencio.

Todo esto le ocurrió en aproximadamente tres meses, al término de ese tiempo regresó a Cuba, donde continuó su trabajo hasta que volvió al país africano en 1982, esta vez a Luanda. “Mi esposa era militar, capitana y jefa de propaganda especial en el Estado Mayor. Le dijeron que iba a cumplir una misión en Angola y que yo podía acompañarla”.Entre risas recuerda que años antes viajó a Cabinda con los grados de primer teniente, pero ahora le tocaba regresar a Angola como subteniente bajo las órdenes de su mujer.

En la capital del país africano tenían un buen laboratorio para revelar las fotos y podía recorrer varios puntos de la geografía nacional en busca de mejores tomas.

Sin embargo, en 1983 experimentó uno de los momentos más difíciles sobre el que apenas quiso hablar.

“A Cangamba fuimos en tres helicópteros con otros fílmicos y fotógrafos. Ahí fue impresionante ver a los heridos, la gente aguantando en aquel cerco, aquello fue terrible…muy duro de verdad. Todos tiramos… Esa gente había que sacarla de ahí”.

Se refiere a la batalla de varios días donde las fuerzas de la Unión para la Independencia Total de Angola (Unita), secundadas por las tropas de Sudáfrica, establecieron un cerco y trataron de aislar la provincia de Moxico para impedir el arribo de refuerzos de angolanos y cubanos.

“Volver a contar todo esto es regresar, es volver a vivirlo, muchos compañeros perdieron la vida, los vi morir…”.

Recuerda que uno de los pasajes más impresionantes de su estancia en Angola sucedió durante una visita a un quimbo (aldea africana) atacado por la fuerzas enemigas.

“La Unita había acabado, lo que usualmente hacían a gente indefensa: los mataron, violaron, robaron, en fin…una de las señoras de ese quimbo pudo escapar en medio de aquello y se salvó, pero después ella regresó y vio a toda su familia muerta. Nosotros estábamos allí haciendo fotos y la vi junto a sus hijos, nietos pequeños, todos muertos uno al lado del otro en el piso’.

Según refiere, al mismo tiempo un cerco de tropas cubanas capturó a miembros de la Unita que participaron en esa masacre y los traían como prisioneros.

“La señora se paró al sentir que venían. Yo la seguí tirándole fotos, ¿por qué? No sé bien, la experiencia de la guerra supongo. Ella logró entrar muy rápido dentro de la escolta que venía con los presos, sacó un machetín (cuchillo pequeño) y a uno le rajó la cabeza, al otro lo decapitó. ¡Todo fue tan rápido! Nadie pudo hacer nada”.

En su opinión, estas situaciones aportan grandes experiencias como fotógrafo pero vienen acompañadas también de un dolor que impresiona y perdura.

“En 1983 regresé a mi país, luego ocurrieron las conversaciones para el regreso de los cubanos y yo volví a Angola a cubrir esa salida a finales de la década de 1980”.

En Cuba, el fotógrafo recibió homenajes de la dirección del país y numerosas condecoraciones como las medallas por la victoria y la del 50 aniversario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

A sus 86 años, Muñoa continúa con su trabajo en Prensa Latina, acompaña a las nuevas generaciones a coberturas de prensa y cumple las solicitudes de jóvenes periodistas como si fuese su primera vez con un lente.

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