LA CÁMARA LÚCIDA

Cromatismos de los sabios de la tierra

Avisto un hermoso telar donde el blanco negro colma los colores de un encuadre. Estos cromatismos significantes toman forma, veracidad y protagonismo en la pantalla. Suman estéticas, corporeidades, requeridos cauces textuales. Se erigen como agudas formas pretéritas que engrosan las lógicas de un relato contundente. El pasado se yuxtapone en los hilos del presente.

Los límites son reales, están enmarcados por el canon que afinca el tiempo y las convenciones de reciclados abordajes, que emergen en subrayadas líneas de pensamiento. Frente a ese escenario, nuestra imaginación y la declarada capacidad de salirnos de sus trampas. A fin de cuentas, todo se traduce en auténticas provocaciones y toca redoblar empeños para ser un observador activo, necesariamente crítico.

Estos son los primeros apuntes, a manera de prólogo, que definen -más bien dibujan- Sabios de la huerta (Savis de l’horta), del cineasta valenciano David Segarra, un cortometraje documental sobre el hombre y su inquebrantable relación con la tierra.

Estamos ante un texto en arte final y es hora de interpretarlo, de tocar sus costuras. Se trata de reescribir los cercos de una puesta en escena de agudas filosofías donde las palabras emergen contundentes, soberanas, trabajadas como relatos vestidos con envolturas de alertas o retrospectivas de sus memorias.

La cámara transita observacional. indagadora, dialogante. Se desdibuja entre grandes planos, superpuestos por nítidos encuadres de voluptuosas dimensiones, y planos detalles. Mejor decirlo con otras palabras, se nos invita a un collage de soluciones fotográficas, a los parajes de virtuosas riquezas estéticas, determinados por una sustanciosa gama de planos, que son riquezas, pluralidad.

Es cierto, la geometría de un texto fílmico no tiene límites, tampoco declaradas fronteras o final a la vista. En este filme se nos revelan distinguidos detalles de lo simbólico o el emplazamiento de lo testimonial.

El filme evoluciona con acabados bocetos, resueltos por la materialidad de la creación, que convergen en unos pocos núcleos. Suman organicidad textual, como trazos de una lógica, en los parajes de un relato esencial donde la reflexión transversaliza el sentido del filme. La memoria toma forma y se cristaliza con los verbos de la vida.

El cineasta documental edifica retratos de sus protagonistas testimoniantes. Los pone frente a una cámara anclada, gustosa de narrar los acentos de personajes sacados de los confines de la tierra. Lo que predomina en muchas geografías occidentales son parajes de cemento absorbidos por voraces flujos de urbanizaciones cubistas, pintadas con una linealidad morbosa. Muchas de ellas resueltas hasta la saciedad por construcciones clonadas.

Emergen en el filme los discursos de las tradiciones, los relatos de historias familiares convertidas en sucesos del presente. Se producen, desde los pilares de sus parlamentos, un contrapunteo de lógicas o reflexiones que parten de esas herencias y sabidurías, fundadas por los cúmulos de la vida.

No son puestas en las baldas cinematográficas de esta pieza coral como aleccionadores didactismos. Resultan vitales apuntes sostenidos por la narración oral, solventadas como crónicas e historias de vida, que redoblan y fortalecen el sentido de una no ficción de pilares virtuosos, de escrituras metáforas. Todos estos relatos atemperan contextos en su estructura de nítidos blancos negros.

La modernidad y el “desarrollismo” están emplazados por la cultura ancestral, por reciclados legados o la sabia de tradiciones, que los trepidantes tiempos de la era digital pretenden truncar como ejercicio brutal contra la cultura.

Segarra articula con sobrias narrativas los parlamentos que resultan sólidos protagonistas de una puesta frugal desde la perspectiva del tiempo. Sin dudas, un ejemplar filme por la solidez de los argumentos que el cineasta erige en medidas proporciones, en cuidadas métricas cinematográficas.

Lo verdaderamente sustantivo en este relato, desde una mirada documental, es que las palabras colman los sonidos que saben a eticidad, a compromiso con los anclajes de la tierra, con las muchas herencias que nos deja este medular asunto para la evolución humana.

Son los testimonios de hombres y mujeres apegados a sus orígenes, narrados desde sólidos estratos culturales los que Sabios de la tierra pone en los pliegues del filme. Emergen como telas de vocablos, trenzados por las muchas horas curtidas por el bregar de la vida, de sus vidas enteras puestas en los bordes del texto cinematográfico. Son vidas hechas por el duro laboreo de tratar la tierra, cimentada por las salpicaduras de virtuosos oficios y de observarlo todo.

Cómplice del realizador de esta pieza es Efrén López que aporta sonoridades acústicas de una probada belleza. El compositor traduce los acentos de veteranos personajes, les da fuerza, notoriedad, coherencia discursiva. Empasta acordes que sirven para significar personalidades, narrar delgados argumentos. Compulsa reveladas circunstancias o pasajes personales. Todos estos aciertos humanizan y legitiman los sentidos del documental, los pretextos de su desarrollo.

El creador musical construye puentes entre los testimonios y los parajes que se justifican en cada metro del filme. Entronca con efectividad con el montaje pausado pero profundo, esencial para entender los pilares argumentales de esta entrega audiovisual.

La organicidad y la coherencia de los oficios cinematográficos es un logro de Efrén López, que se integra a la llana escritura bocetada por David Segarra, resuelta también con medulares trampas alegóricas, que son parte de los resortes para cimentar recuerdos en los públicos.

El filme nos alerta sobre los peligros en torno a las rupturas de las herencias, al negacionismo trunco de las tradiciones culturales. Subraya los valores de la tierra y la relación natural que debemos de tener con ella.

Tradición y modernidad no son palabras antónimas, resultan esenciales rutas cuando convergen, fortalecen, edifican como ciudadanos de un presente que no desconoce los valores del pasado.

Este filme documental narra con exquisita horizontalidad las raíces que nos perpetuan y las vitales coherencias que nos sostienen ante los crecientes desafíos de la existencia humana. No es posible desentendernos de las sabidurías de la tierra, de sus portentosas bondades, que son traducidas en la película por actores que no han perdido el surco de la vida y los cauces que en ella convergen.

Este filme, escrito con agudos trazos de autor, constituye un vital aporte a un asunto que trasciende lo local. Geografías enteras están sumergidas en este desafío que David Segarra nos relata, apelando a la poesía visual, a los poderes del discurso que toca todos los estamentos del tiempo. Y es que, en Sabios de la huerta, el presente trasmuta al pasado por los discursos de sus actores, ejemplares interpretes de un peligro anclado en nuestros más cercanos perímetros.


Ficha técnica

Título original: Savis de l’horta

Título en castellano: Sabios de la huerta

Año de producción: 2018

Duración: 12:52

Dirección: David Segarra

Música: Efrén López

País: España

Idioma: catalán

Producción: Área de Cultura de la Diputació de València, Museu d’Etnologia de València y Consell Agrari Municipal de València

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Octavio Fraga Guerra
Periodista y articulista de cine, Especialista de la Cinemateca de Cuba. Colaborador de las publicaciones Cubarte y La Jiribilla. Editor del blog https://cinereverso.org/ Licenciado en Comunicación Audiovisual por el Instituto Superior de Arte de La Habana.

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