COLUMNISTAS

El drama de las elecciones

“Días de drama, de ansia de victoria y derrota, de brillo y sorpresa, han sido en Nueva York estos últimos días. Vivir en nuestros tiempos produce vértigo. Ni el placer de recordar, ni el fortalecimiento de reposar son dados a los que, en la regata maravillosa, han menester de ir mirando perpetuamente hacia adelante. Sofocados, cubiertos de polvo, salpicados de sangre, deslustradas o quebradas las armas, llegamos a la estación de tránsito, caemos exánimes, dejamos, —ya retempladas en el calor de la pelea, —a nuestros caros hijos las golpeadas armaduras, y rueda al fin, en los umbrales de la casa de la muerte, el yelmo roto al suelo”.*

Con este extraordinario símil, comienza nuestro José Martí su crónica dirigida al director de La Opinión Nacional, de Caracas, fechada por él el 12 de noviembre de 1881 y publicada en el diario venezolano el 26 del propio mes. Uno de los temas que aborda —el principal— es el de las elecciones en la nación norteña y justo con este proceso realiza la comparación: dura, durísima competencia son las elecciones en Estados Unidos y, desde su tiempo, el Apóstol las describe en detalle.

Para ello, el avezado periodista precisa, redondeando el símil: “Al que se detiene en el camino, pueblo u hombre, échanlo a tierra, pisotéanlo, injúrianlo, despedázanlo, o,—para que limpie el camino,—húrtanlo los apresurados, embriagados, enloquecidos combatientes. Y en vano ya, si queda vivo, arrepentido de su flaqueza, levántase el caído, repara su abollada coraza, intenta mover el oxidado acero. Los grandes batalladores, empeñados en la búsqueda de lo que ha de ser, han traspuesto el magnífico horizonte. Y el perezoso ha sido olvidado. Van ya lejos; ¡muy lejos!”* .

Vale la pena releer, porque Martí, con su genialidad, traspasa la barrera de su época y habla para todos los tiempos: “Al que se detiene en el camino, pueblo u hombre, échanlo a tierra…”.* Y añade: “Ni de las riendas de su caballo debe desasirse el buen jinete; ni de sus derechos el hombre libre. Es cierto que es más cómodo ser dirigido que dirigirse; pero es también más peligroso. Y es muy brillante, muy animado, muy vigorizador, muy ennoblecedor el ejercicio de sí propio”.*

Dos lecciones vitales se vislumbran tras la palabra martiana: una, las evidentes diferencias entre nuestro propio proceso electoral tranquilo, transparente, en el que priman confianza y seguridad, y el sistema, generalizado en el mundo, en que los candidatos batallan entre sí y para triunfar, además de combatir entre sí, a veces con palpable deslealtad, prometen, prometen y prometen…

La otra va un poco más allá y nos toca a todos: el hombre libre no puede desasirse de sus derechos, ni acomodarse a que otros lo dirijan: en una democracia verdadera, como la nuestra, están creados los mecanismos para que la voluntad de todos y cada uno de los ciudadanos se haga realidad. Y es necesario que nuestro pueblo se manifieste a través de esos mecanismos como el verdadero poder, el poder del pueblo, en esta nueva etapa de nuestra historia, en la que jóvenes generaciones asumen la dirección del país.

Cuenta Martí que en las elecciones presidenciales en Estados Unidos “[…] salen a la batalla los más reacios, señoriles o perezosos elementos, y se combate con angustia, con fiereza, con rabia, con toda la fuerza de la voluntad y todos los músculos del brazo […]”.* Hoy en Cuba, la presidencia del Consejo de Estado ha cambiado de manos y ello no ha significado una batalla, sino el paso del batón a otro corredor, más joven pero con los mismos anhelos y objetivos, sin “[…] las ruindades, las deslealtades, los voluntarios olvidos de la verdad, de que se hace arma, con deliberado propósito, en las elecciones”* norteamericanas, donde, además, “se conspira, se anatematiza, se ridiculiza, se desfigura al rival candidato”,* mientras que en nuestro país se exaltan las virtudes.

Interesante resulta esta crónica, en la que Martí da cuenta del quehacer de dos candidatos: un millonario, que intenta comprar y corromper a los electores para conseguir sus votos, y un hombre de trabajo, que ha crecido en la vida gracias a su esfuerzo y por ello cuenta con popularidad.

Significativos detalles ofrece cuando habla de “omnímodos caciques” y “presiones bochornosas”, pormenores que nos recuerdan las elecciones en la Cuba prerrevolucionaria, donde determinados manejos “resultaban en la elección de hombres menguados, criaturas y siervos del cacique”.*

Señala Martí que, en Estados Unidos, “una aristocracia política ha nacido de esta aristocracia pecuniaria, y domina periódicos, vence en elecciones, y suele imperar en asambleas sobre esa casta soberbia, que disimula mal la impaciencia con que aguarda la hora en que el número de sus sectarios le permita poner mano fuerte sobre el libro sagrado de la patria, y reformar para el favor y privilegio de una clase, la magna carta de generosas libertades, al amparo de las cuales crearon estos vulgares poderosos la fortuna que anhelan emplear hoy en herirlas gravemente”.*

En Cuba no hay castas ni aristocracia, ni corre el dinero a cambio de votos ni bancas, ni se hace propaganda por uno u otro candidato, ni van los candidatos “A captarse simpatías, a mezclarse con los electores, a deslumbrarles con la frase cordial, la promesa oportuna, el modo llano o la plática amena”.*
Amén de todo lo que se puede criticar y debe ser perfeccionado, nuestros diputados reciben a cambio de su trabajo, más trabajo y una gran responsabilidad. Nuestro deber es apoyar su labor, aportar ideas y esfuerzos, criticar lo mal hecho con ánimo limpio. También se refiere el Apóstol, al papel que desempeñaba la prensa: “[…] los periodistas que vigilaban de cerca la contienda, y la narraban con realidad sangrienta e implacable, erguíanse con cólera contra aquel espectáculo, que tan baja cuna preparaba a las leyes, y tan vil empleo a las libertades, y de tales amenazas henchía el porvenir de un pueblo en que las llaves de la casa de la ley pueden ser así compradas y vendidas”.* Por eso, añade Martí: “[…] han sido las crónicas de esta campaña, verduguillos, saetas, lenguas acusadoras, espadas penetrantes, hachas de armas”.*
En cuanto a Cuba, independiente de lo mucho que nos queda por hacer en el convulso mundo de hoy, la llamada generación histórica, junto a todo el pueblo revolucionario, puede sentir satisfacción y orgullo. Raúl lo expresó en la clausura del cónclave: “[…] nos embarga la felicidad y confianza de ver con nuestros propios ojos la transferencia a las nuevas generaciones de la misión de defender esta obra”.1

Notas
* Todas las citas marcadas con este signo han sido tomadas de José Martí: “Carta de Nueva York”, en Obras completas, t. 9, Centro de Estudios Martianos, Colección digital, La Habana, 2007, pp. 103-112.
1 “Raúl: ‘Defender la unidad, resistir y resistir, ese es el deber de los revolucionarios’”, en Cubaperiodistas.cu, 19 de abril del 2018.

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María Luisa García Moreno
Profesora de Español e Historia, Licenciada en Lengua y Literatura hispánicas. Periodista, editora y escritora.

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