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José Martí, la muerte necesaria y el alma de la Patria

Mucho se ha hablado de José Martí y una especie de premonición acerca de su propia muerte. Cada vez que leo tales afirmaciones, viene a mi mente la carta de despedida del Che, paradigma de revolucionario, quien en esa misiva escribió: “Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera)”.[1]

Como el Che, Martí tenía muy clara esa posibilidad y estaba dispuesto a entregar su vida en aras de la libertad patria. Por eso, el tema de la muerte afloraba una y otra vez en sus escritos. Cuando el 25 de marzo de 1895 —fecha en que junto a Máximo Gómez firmó el “Manifiesto de Montecristi”— escribió a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal, valoró: “Lo menos que […] puedo yo hacer […] es encarar la muerte, si nos espera en la tierra o en la mar […]”.[2] Se refería a su gratitud por Máximo Gómez, en quien veía el modelo mayor de entrega y sacrificio a una tierra que si no era la suya por nacimiento, lo era por adopción.

No puede olvidarse que cuando el estallido redentor de Octubre, Martí —apenas un niño— lo apoyó y se convirtió en lo que hoy llamamos un combatiente clandestino. Su edad, la prisión y el destierro impidieron que se incorporara al ejército mambí; pero su joven corazón y su pluma aguerrida —no pueden olvidarse Abdala y otros escritos de esa primera etapa—peleaban ya por la libertad patria. Siempre admiró a los héroes de esa primera gesta y destacó sus hazañas en inolvidables semblanzas, como “Céspedes y Agramonte”, “El general Gómez”, “Antonio Maceo”, “La madre de los Maceo” y otras por el estilo. De igual forma, siempre se sintió en deuda, por no haber podido combatir arma en mano.

En otro momento de la carta a Henríquez y Carvajal expresó: “[…] De vergüenza me iba muriendo—aparte de la convicción mía de que mi presencia hoy en Cuba es tan útil por lo menos como afuera […]”. Se refería a los intentos de Máximo Gómez y otros patriotas para convencerlo de que se quedara en el extranjero y, desde allí, continuara su labor de agitación y búsqueda del dinero necesario para sostener la guerra. Estaba convencido de que los patriotas cubanos despreciarían a “[…] quien predicó la necesidad de morir y no empezó por poner en riesgo su vida […]”. Su clara inteligencia le permitía aquilatar su propia labor en la organización de la contienda y en el logro de la unidad revolucionaria; pero anhelaba combatir como soldado: “[…] Donde esté mi deber mayor, adentro o afuera, allí estaré yo. Acaso me sea dable u obligatorio, según hasta hoy parece, cumplir ambos […]”.[3] Y no se trataba solo de un humano deseo, Martí sentía la responsabilidad:

“[…] Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber.

”Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio; hay que hacer viable, e inexpugnable, la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo sabría morir, también tendré ese valor. Quien piensa en sí, no ama a la patria […] Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora […]”.[4]

Son precisamente esas palabras las que han dado lugar a que se piense que Martí presentía su próxima muerte. Es necesario ponerse en su situación: iba a la guerra, como delegado del Partido Revolucionario Cubano había organizado la contienda y había mostrado sus dotes de genial estratega; sin embargo, no estaba precisamente entrenado como soldado. Y él lo sabía; no es posible que un hombre de su inteligencia no se percatara de su propia inexperiencia como soldado. Ello hacía el riesgo mucho mayor…

Martí conocía como nadie los errores cometidos por los patriotas en la Guerra de los Diez Años y se proponía, mediante la Asamblea de Representantes a la que se convocaría, garantizar que esos errores no se repitieran. De igual modo, confiaba en el papel que a Cuba y a las Antillas correspondía: “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”.[5] No por gusto esta importante carta ha sido considerada su testamento antillanista.

¿Cómo creer que un hombre que tiene en sus miras tan cruciales propósitos está pensando en morir? En una brevísima epístola dirigida a Luis Rivera Maura, uno de los principales jefes de la clandestinidad en Guantánamo y colaborador del general Pedro Agustín Pérez Pérez, escribió Martí: “En la dicha de este campo libre, donde la abnegación funde a los hombres y la muerte no causa espanto, saluda a Vd. […]”.[6] En el documento escrito para el New York Herald, puede leerse: “Cuba se ha alzado en armas, con el júbilo del sacrificio y la solemne determinación de la muerte […]”.[7] En ninguno de estos dos textos escritos ya en sus días de manigua se refiere a su muerte; en ambos habla de la muerte como posibilidad real y como disposición de sacrificio de un pueblo en armas, cuyos hijos van a ofrendar hasta la vida.

Esa idea, de modo personal, la ratifica en la carta a su amigo mexicano Manuel Mercado de la Paz, su famosa carta inconclusa del 18 de mayo:

“[…] ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber—puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo—de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser […]”.[8]

De los principales jefes del Ejército Libertador —Carlos Manuel de Céspedes, Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Antonio Maceo, José Martí y Calixto García— solo dos no cayeron en combate: Gómez y García. Muchos oficiales del mambisado cubano también murieron en la lucha. Y es que en un ejército irregular, el ejemplo de los jefes es un importante elemento en el ánimo y la disposición combativa del soldado.

No es posible concluir sin hacer referencia a un texto anterior a estos —de 1891— en el que con sublimes palabras se refiere a la muerte y su significado:

“Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida […].

”Otros lamenten la muerte hermosa y útil […] la muerte da jefes, la muerte da lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!”[9]

 

[1] Ernesto Che Guevara: “Carta de despedida”, en El diario del Che en Bolivia, Editora Política, La Habana, 2003, p. XXIX.

[2] José Martí: “Carta a Federico Henríquez y Carvajal”, 25 de marzo de 1895, en Obras completas, t. 4, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, p. 110.

[3] Ibidem.

[4] Ibidem, p. 111. El destaque es de la autora del artículo.

[5] Ibidem.

[6] José Martí: “A Luis Rivera”, 30 de marzo de 1895, en ob. cit., t. 4, p. 142.

[7] _________: “Al New York Herald”, 2 de mayo de 1895, en ob. cit., t. 4, p. 152.

[8] _________: “A Manuel Mercado”, 18 de mayo de 1895, en ob. cit., t. 4, p. 167.

[9] _________: “Discurso en conmemoración del 27 de noviembre”, 27 de noviembre de 1891, en ob. cit., t. 4, pp. 283-284.

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María Luisa García Moreno
Profesora de Español e Historia, Licenciada en Lengua y Literatura hispánicas. Periodista, editora y escritora.

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