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El 11 de julio y las zonas rojas de la realidad

El 11 de julio nos sacó de los sobresaltos de las zonas rojas de la Salud por la COVID-19 a las de toda la realidad. Lo inesperado de los acontecimientos de esa fecha ubicaron a la sociedad cubana, como nunca, ante el dilema de «crisis total» en que la pandemia somete a nuestra civilización.

Sobre ello alertó uno de los columnistas más notables de nuestro periodismo, José Alejandro Rodríguez, en reciente encuentro con el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Lo hizo con el alma curtida de quien sostiene hace más de 20 años en el diario Juventud Rebelde una sección de los lectores, a contracorriente de torceduras sociales, burocracias, abandonos y otros lastres.

Lo que José Alejandro no tuvo tiempo de narrar, en más de cuatro horas de un encuentro tan profundo como comprometido con los destinos de Cuba, fueron las veces en que burócratas empoderados pretendieron silenciar o mediatizar su Acuse de recibo. Las veces en que, por revelar injusticias o marginaciones tristísimas, contrarias al sentido de la Revolución, se intentó cercenar o someter esa prestigiosa columna.

La importancia de que el espacio sobreviviera a numerosos «golpes blandos» y otros no tanto, en beneficio del cumplimiento de la responsabilidad social de los medios en el socialismo, la reconoció el mismo Presidente de la República en dicho diálogo, al comentar que utiliza lo allí expuesto para su ejercicio de Gobierno, que solo manipuladores y mercenarios a sueldo desconocerían que intenta responder al palpitar de la gente.

Y esa convergencia entre la misión del periodismo y el interés de un Estado y un ejecutivo en Revolución nos recuerda que el primero solo alcanzará su sentido verdadero y cumplirá dicha responsabilidad si funciona como contrapeso y equilibrio en la sociedad, algo no entendido suficientemente en todos los modelos de socialismo conocidos, incluyendo el nuestro en rectificación.

¿Cuál sería la utilidad social, o para la irreversibilidad del proyecto de independencia nacional y justicia social cubano, de un modelo de periodismo apologético o triunfalista, enajenado de los dilemas del ciudadano común o de deformaciones de diversa índole, al que se enfilaron las críticas de los últimos congresos del Partido Comunista de Cuba?

Reconozcamos que el derrotismo que nos intenta sembrar la maquinaria de odio y tergiversación desatada contra Cuba, con sus permanentes bombardeos de desaliento, en una guerra que no tiene límite ético o humano alguno, puede ser tan destructivo como el triunfalismo o el exceso de vanagloria que altera la interpretación de la realidad.

De ahí lo ineludible de superar el modelo de «periodismo de Estado», de alta dependencia institucional que se vio precisada a erigir la Revolución en circunstancias históricas muy concretas —diseccionado excelentemente por el ya fallecido premio nacional de Periodismo Julio García Luis en su texto Periodismo, Socialismo, Periodismo: La prensa y los periodistas cubanos ante el siglo XXI—, por lo que conceptualmente denominó como un modelo de autorregulación responsable de los medios.

Como bien señaló Díaz-Canel en el encuentro, no se trata ahora de avergonzarnos del modelo de periodismo que hizo posible que la Revolución construyera los grandes consensos sociales en un país sometido a acoso y agresión permanente desde 1959, frente a un modelo comunicacional mundial profundamente injusto y asimétrico, pérfidamente articulado y concebido para los intereses de las élites económicas y políticas.

Sería tan absurdo catalogar como fracasado al modelo revolucionario cubano de prensa, como irresponsable persistir en su permanencia inalterable. En esto Julio García Luis dejó suficientemente demostrado que restañar los problemas del periodismo no alcanza para resolver los déficits del socialismo nuestro, pero sin hacerlo sería imposible lo segundo.

Se precisa entender que esos consensos, así como la hegemonía de los ideales revolucionarios que trajeron victoriosa la Revolución hasta aquí, no se construyen de igual manera en el siglo XXI. Ello es mucho más complejo en una sociedad que vive transformaciones radicales, con fuertes deudas sociales acumuladas pese a su inmensa obra de justicia, y sometida a la asfixia de un bloqueo imperial llevada al paroxismo.

De ahí lo ineludible, como fundamentó en dicho diálogo el vicepresidente de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), Ariel Terrero Escalante, de promover nuevas formas de comunicación política y mediática. Ello requiere evadir cualquier tipo de confusión entre ambas, en una era de expansión acelerada de internet y de pérdida de hegemonía de los sistemas tradicionales ante la expansión de las redes sociales y de profunda segmentación de las audiencias.

Un patrón de periodismo actualizado demanda un nuevo tipo de relación entre el sistema de instituciones públicas y el sistema de medios, que apunte a convertir a estos en parte de los mecanismos de control social, como reconoce el propio Díaz-Canel.

Lograr lo anterior, incluyendo maneras modernas y transparentes de la comunicación institucional, previene contra lo que Rosa Miriam Elizalde, vicepresidenta primera de la UPEC, llamó la sacudida telúrica del 11 de julio, favorecida por problemas de gestión de la comunicación en un escenario clásico de guerra no convencional y con abrumador uso de la ciencia y la tecnología.

Muchas de las claves de la transformación salieron de otras reflexiones del encuentro. Tanto Edda Diz Garcés, directora de la Agencia Cubana de Noticias, como Armando Franco Senén, al frente de la revista Alma Máter, destacaron el valor esencial del tiempo en el ejercicio periodístico actual, la combinación entre racionalidad y emoción, así como el daño de los silencios, la falta de transparencia institucional y hasta los tonos de la comunicación. El director de Alma Máter insistió en la singularidad y urgencia de un tipo de periodismo hecho para jóvenes.

Las jóvenes colegas Lirians Gordillo y Cristina Escobar, de la Editorial de la Mujer y el Sistema Informativo de la Televisión Cubana, respectivamente, enfatizaron en la franqueza del diálogo con quienes piensan diferente, con quienes disienten de las ideas acomodaticias y no por ello son antagónicos, así como del valor de la polémica y de la crítica. Y todo ello con un discurso renovado, moderno, científicamente apoyado y alejado de lo abiertamente propagandístico.

Mientras desde Estados Unidos y la derecha mundial se nos quiere vender la idílica panacea del periodismo privado, al servicio de los poderosos y los ricos, y se paga muy bien para montar en Cuba un sistema paralelo de ese tipo, nosotros no debemos dejar de persistir en todo lo contrario, un sistema nunca erigido hasta hoy, parte de los mecanismos de una democracia verdaderamente popular.

Para que el discurso mediático revolucionario se legitime ante la pluralidad de audiencias e intereses de hoy tiene que estar especialmente vinculado con la realidad. No puede enajenarse o enmudecer ante las complejas geografías sociales que deciden la plenitud verdadera de la justicia en el socialismo.

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Ricardo Ronquillo
Periodista cubano. Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba.

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