LAS CARABINAS DE POCHO

Weyler y el Vietnam de España

Un lector curioso, que no debe de ser cubano ni español, me pregunta por qué dije alguna vez que la Plaza Weyler, de Santa Cruz de Tenerife, era un lugar “detestable”. Lo dije a propósito de mis breves estancias en Tenerife, donde estuve trabajando en el guión de la película Mambí (1998) de los hermanos isleños Teodoro y Santiago Ríos. En realidad, lo que dije fue que la Plaza Weyler era el único lugar detestable de la ciudad, y lo era simbólicamente, por haber recibido ese nombre en honor de Valeriano Weyler, gobernador de Cuba durante nuestra última guerra de independencia. Weyler fue el inventor de la “Reconcentración”, maniobra que condujo a los primeros campos de concentración de la época moderna. Para la memoria histórica de los cubanos, Tenerife –una pequeña, acogedora ciudad turística del archipiélago canario– tiene el mérito de ser el lugar donde naciera doña Leonor Pérez, la madre de Martí. A la amabilidad de mis anfitriones y de sus compañeras debo una justa visión de la isla y productivas jornadas de trabajo, pero eso no bastaba para hacerme olvidar que un vulgar delincuente –de alto rango, eso sí– hubiera podido recibir  honores como el de  ser recordado por su título de Marqués de Tenerife.

Sobre Weyler y la Reconcentración me permitiré recordar lo que ya escribí hace tiempo en una de estas Carabinas, aludiendo al testimonio del médico Pérez Abreu, ayudante de Máximo Gómez.[1] Mientras duró la política de tierra arrasada que se estableció bajo el mando de Weyler, los pobladores pasaron más hambre que ratones de ferretería. “No quedaron reses en los potreros, ni viandas en los sembrados, de manera que hubo que comer caballos y mulos viejos, jutías, majases, jicoteas, naranjas agrias y limones.” La matancera     Lola María cuenta, en sus memorias, que en plena ciudad vio desfilar a los reconcentrados, una multitud “hambrienta,  descalza y harapienta”, que vagaba por la calle con sus enfermos y dormía allí, “a la intemperie”.[2]

En Marchando con Gómez, editado por Ciencias Sociales, el corresponsal norteamericano Grover Flint, refiriéndose al periódico El Boletín de la Guerra, que se publicaba en la manigua, cuenta que por momentos, privada de su función habitual, la maquinaria del periódico tuvo que ser dedicada a otros menesteres, como “prensar queso”. En fin, que en Cuba el solo nombre de Weyler suscita un agrio rechazo, el recuerdo de una de las etapas más siniestras de nuestra historia colonial. De ahí que me complaciera encontrar en un blog, hace unos días, la opinión de un prestigioso historiador español entrevistado con motivo de la aparición de su libro sobre la violencia en la política española del siglo XX.[3] No es que dijera nada nuevo sobre Weyler, es que  llama las cosas por sus nombres. Empezando por ese justo, novedoso reclamo que se insinúa en el título de este comentario. A juicio del historiador, ambos bandos se vieron arrastrados a “una guerra de desgaste” que hacía necesario “el control de la población no combatiente”, pero el empleo, por la parte de española, de estrategias marcadas “por la represión indiscriminada (como la reconcentración de una parte significativa de los habitantes en campos vigilados) prefigura algunos de los crímenes de guerra más notorios que perpetrarían los ejércitos de ocupación  [en Europa y sus colonias] durante el siglo XX.”

Valeriano Weyler nació en Mallorca. Fue auxiliar del Conde de Valmaseda en la reconquista de Bayamo, en 1869. Al reanudarse la guerra de Cuba y fracasar la gestión pacificadora de Martínez Campos, es nombrado, en 1896, Capitán General de Isla. Nueve años antes había  heredado el marquesado de Tenerife. La Reconcentración –observa la autora de “Memoria de una herida”—“ha creado su propio discurso imaginario en la literatura y las artes en Cuba”.

(Publicada en el Boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Imagen destacada: Dary Steyners).

Notas:

[1] Cf. “Lo mismo, pero no igual” (18.9. 2020). La ilustración que acompaña este comentario—Weyler volando, como un ave de rapiña, sobre los despojos de sus víctimas— apareció originalmente en la revista de los emigrados Cuba y América, en 1897.

[2] La cita es de  Memorias de Lola María, pero la tomo de “Memorias de una herida”, de Zaida Capote Cruz, uno de los ensayos del volumen Tribulaciones de España en América, que acaba de obtener el Premio Nacional Alejo Carpentier. Dicho ensayo “surge de la idea de cómo desarrollar el vínculo genocidio-literatura”. Su exhaustiva bibliografía me exime de detenerme en otros aspectos del tema.

[3] Cf. Enric Llopis: Entrevista al historiador español Eduardo González Calleja, autor de Política y violencia en la España contemporánea (Akal). Tomado de Rebelión (2 marzo 2021).

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Ambrosio Fornet
Ambrosio Fornet (Veguitas de Bayamo, 1932), ensayista, crítico literario y editor. El autor de Cine, literatura y sociedad (1982); Alea, una retrospectiva crítica (1987); El libro en Cuba (1994); Las máscaras del tiempo (1995); Carpentier o la ética de la escritura (2006); Las trampas del oficio (2007) y Narrar la nación (2009). También de los guiones para los filmes Retrato de Teresa (1979) y Mambí (1998). Es miembro de la Academia Cubana de la Lengua y ha sido merecedor del Premio Nacional de Edición (2000) y del Premio Nacional de Literatura (2009).

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