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El contagio de la confianza

Más que la curva que vaticina el pico máximo de la pandemia para la próxima semana en la isla, más que los modelos científicos que aseguran que puede haber miles de enfermos en una sola jornada, más que los casos confirmados que suman un día y restan al otro; más que todo eso, incluso, me preocupa que la inflexión de la gente vaya disminuyendo también —al punto de estar por debajo hasta del arco delineado como favorable— y que muchos no se anden alarmando ahora, como debieran, exponencialmente.

Me enferma. Basta ver todavía a las personas, aunque sea con el nasobuco puesto, en las calles lo mismo pregonando un dulce cualquiera que en una molotera por jabón; o saliendo de casa después de las siete de la noche cuando se supone se restringe el movimiento para todos; o sentados en el portal del vecino por costumbre, porque sí; o los carros entrando y saliendo a los lugares casi libremente.

Lo han propagado por todos los medios posibles las autoridades sanitarias: la COVID-19 se enmascara, empieza siendo un catarro y puede terminar en neumonía y te enferma con tan solo besar a quien tanto quieres. Y los partes del Ministerio de Salud Pública vienen a apuntalar cada día una estadística que eriza a los sensatos; sin embargo, debiera inquietar a todos: de los nuevos casos que se confirman diariamente la mayoría, por lo general, ni se han enterado que padecen la enfermedad porque “cursan asintomáticos”, como suele decirse en lenguaje médico.

De ahí que en todas las reuniones encabezadas por el Presidente de la República Miguel Díaz-Canel para analizar la situación epidemiológica del país el mandatario lo reitere hasta el cansancio: las mejores vacunas probadas hasta hoy son la prevención y el distanciamiento social.

Si se conoce que al vecino aquel le dio positiva la prueba; si se sabe que a fulano lo vinieron a buscar porque tuvo contacto con mengano; si se dijo que apareció otro caso en determinado lugar; si han repetido hasta las secuelas que quedan luego de enfermarse; si algunos viven en cuarentena obligatoriamente; ¿por qué aún tantos se niegan a entender? ¿Por qué otros ocultan que visitaron a un enfermo? ¿Por qué a muchos les cuesta quedarse tranquilos en casa?

Será que a la COVID-19 se le está empezando a ver como un ciudadano más; pero no es para acostumbrarse. Como nunca este país —y el mundo entero— se ha detenido. Se ha cerrado todo, excepto los hospitales. Y la vida ha comenzado a vivirse no como quisiéramos; según dicta un virus.

Mientras desde los hogares se ha exigido que cerraran las escuelas, que por las fronteras dejaran de entrar personas, que hubiese cloro abundante para comprar, que no escasease el jabón ni en la libreta de abastecimiento… quienes deben estar afuera, arriesgándose por todos, solo han pedido una simpleza, si se compara con el resto de los esfuerzos: quédese en casa.

Y se debería ser recíproco. Debería bastar tal reclamo para inmunizar todo egoísmo que aún infecta, porque no nos damos cuenta —al menos en la justa medida— que es ese el modo de pensarnos, es el único salvoconducto posible.

De nada vale entonces que el médico se exponga y se desvele horas y horas salvando vidas; de nada sirve que racionen el detergente por núcleo familiar; poco ayuda que se llegue a conocer el hombre que, lamentablemente, falleció a causa de la enfermedad. Son muchos en riesgo y solo a unos cuantos nos piden salvar a quienes nos salvan.

Y la gente no puede escudarse en supuestas ignorancias: jamás —por lo menos que yo tenga conciencia— con tanta transparencia se habían dado a conocer todos los días, por todos los medios de comunicación, todos los detalles de cada uno de los casos.

No hay desconocimiento que escude los yerros. A quienes violen lo dispuesto se les juzga con la máxima severidad —como se ha visto también— porque, más que los recursos materiales, está en juego la vida y eso, no ahora, siempre, será imperdonable.

Que no se reporten en días y días casos positivos al SARS-CoV-2 en la provincia —hasta ahora existen 61 y ojalá no hubiese ninguno— es un aliciente, pero no puede animarnos al punto de errar y provocar descuidos.

Disminuir la percepción de riesgo —como dicen los expertos— es como dejarle la puerta echada para alante al virus; suficiente una hendija para colarse y por esa misma ranura se puede escabullir también la existencia.

Ahora que han pasado casi dos meses de convivir con la COVID-19 debería tenerse más susto que al inicio cuando aún la estábamos descubriendo y creo que no es exactamente lo que sucede. Hoy, a mi modo de ver, el peligro es —casi más perjudicial que el de la propia COVID-19— ese contagio solapado de confianza. (Tomado del semanario Escambray).

Caricatura titulada Juntos Podemos, sobre la batalla que enfrenta Cuba contra la COVID-19. 5 de abril de 2020. ACN CARICATURA/Osvaldo GUTIÉRREZ GÓMEZ/

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