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La prensa y el reto de calcar la vida

A los medios de comunicación de esta isla les sigue pendiendo sobre sus destinos este año, como los anteriores, la misma espada de Damocles: calcar el día a día con total apego a la verdad y a la objetividad, pero sin reñirse con políticas editoriales y, mucho menos, con su función social. Es un karma, acaso.

Lo que los teóricos ansían y han definido como hacer coincidir la agenda pública con la agenda mediática continúa siendo un desvelo para los profesionales de la prensa y una deuda también. Quizás, porque el ejercicio periodístico se debate desde hace mucho en esa dicotomía: entre lo que se dice y lo que se vive y, precisamente, que no existan abismos es, acaso, el mayor de los desafíos.

Porque la comunicación —y no hay que dar lecciones de academia— dejó de ser por obra y gracia de la tecnología un emporio exclusivo de los medios tradicionales, léanse periódicos, televisoras, emisoras radiales. La velocidad de Internet ha supuesto que se viva en tiempo real lo mismo el mundial de fútbol, acontecido en Catar, que un accidente de tránsito ocurrido en cualquier lugar de Cuba. La creciente conectividad de los móviles y el advenimiento de las redes sociales hacen que los sucesos se publiquen y se compartan, muchas veces, antes que las versiones oficiales.

Y en ese escenario mediático tan dinamitado —por las manipulaciones, por los mensajes malintencionados, por las fake news, por la deliberada guerra comunicacional…— la prensa debe librar la colosal batalla de informar oportunamente y ser creíble.

Porque cada vez que los medios callan pululan las tergiversaciones. Y parece una letanía repetida hasta el cansancio por los periodistas: es mejor comunicar a tiempo en voz de las fuentes oficiales que apagar luego, a deshora, las lenguas de la mentira. Despejar dudas con la verdad primero resulta más útil que intentar arrancar de raíz las incertidumbres después.

De la importancia de la comunicación en este proyecto de país que vamos construyendo y perfeccionando con el hacer de todos han insistido no solo los periodistas, sino que lo ha reconocido en varias oportunidades el propio Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien ha elevado la necesidad de comunicar a los primeros planos en su gestión gubernamental.

En agosto del 2021 cuando se reunía con un grupo de periodistas, editores y directivos de los medios de comunicación del país en el Palacio de la Revolución recalcaba el Presidente: “Creo que tenemos que defender dos ideas que ustedes han expresado aquí en lo fundamental: entender la gestión de la comunicación como algo vital para la Revolución en estos momentos; y cómo uno ve que la tenemos que gestionar desde la verdad, desde la investigación, desde la responsabilidad, desde la objetividad, y también desde los sentimientos y las convicciones”.

En ese propio encuentro Ricardo Ronquillo, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba, compartía una idea que deviene, tal vez, piedra angular del periodismo nuestro de cada día: “Nos hace falta una sinfonía de discursos que encaje en la diversidad”.

Comunicar es eso: dar voz a la polifonía que nos va componiendo, tocar las cuerdas humanas que nos habitan, narrar las historias que nos circundan, denunciar lo que duele para contribuir a sanarlo, compartir lo que nos engrandece sin triunfalismos de más ni reconocimientos de menos… La realidad es una metáfora disonante y nos supera siempre.

En días tan aciagos como los vividos durante la pandemia de la covid, comunicar fue también un aprendizaje. Y la prensa devino antídoto de no pocos contagios de desinformación. Como nunca antes, tal vez, aquel ritual de partes diarios en voz de expertos, tanto del Ministerio de Salud Pública como de sus homólogos en la provincia, no solo llevaron la información necesaria a cada hogar, a cada persona, sino que confirmaron también la importancia de la comunicación.

De esas lecciones que se han ido aprendiendo en el camino árido de la información la experiencia más cercana está en los canales de Telegram o de Facebook que se habilitaron, por ejemplo, por la Empresa Eléctrica para compartir la programación de los molestos apagones.

Porque informar no corresponde únicamente a los periodistas —aunque sean los emisores por excelencia—, sino a todo aquel que ocupa una responsabilidad social. Y, aunque ciertos directivos aún lo olvidan, la información es un bien público y un derecho ciudadano. Esa mudez es uno de los molinos contra los que, hasta ahora, no se termina de luchar.

Precisamente, ese es uno de los aspectos a los que se refiere la Ley de Comunicación Social, recientemente presentada a la Asamblea Nacional y cuya aprobación ha sido postergada. En el proyecto que se coció desde las delegaciones de base y hasta la academia se solventan no pocas necesidades de los medios de comunicación en Cuba, se da cuerpo legal a aspiraciones de años y convierte en norma el ejercicio comunicativo a partir de una visión mucho más integradora donde todos somos actores de ese complejo proceso.

¿La ley salda todas las insatisfacciones? Imposible. Puertas adentro de las redacciones desvelan los mismos insomnios: que la prensa se parezca a la cotidianidad; que quienes nos leen, nos ven o nos escuchan se reconozcan en cada uno de los mensajes; que ninguno de los temas, por peliagudo que sea, resulte proscrito.

Y en ese entramado comunicacional Escambray no vive de espaldas. Que nos ha ganado la inmediatez de otros es cierto; que no se han abordado asuntos trascendentes ha sucedido; que los lectores nos han cuestionado con razón también es verdad… Son deudas a saldar en este y los demás años por venir.

La varilla más alta de los medios de comunicación en esta isla radica, exactamente, en eso: lograr una instantánea en blanco y negro de la realidad. Por los días de los días seguirá pesando la misma pretensión de que la prensa sea imagen y semejanza de lo que vivimos.

(Tomado de Escambray)

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