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Desde su Habana como eterna sinfonía

Decía Aristóteles que la finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, y tal parece que Katiuska se cubrió con ese adagio para rebuscar en la realidad, y encontrar los ínfimos detalles que empeñan en escabullirse, incluso a los más avezados.

Esta vez,  Katiuska Blanco hilvanó un libro con la urdimbre de su subjetividad. Así  nació Desde mi Habana, unas páginas con algunas de las crónicas publicadas en Juventud Rebelde, unas páginas presentadas por vez primera esta mañana, en la Casa del Alba Cultural.

De izquiera a derecha. Rigoberto Santiesteban, Katiuska Blanco y Fidel Orta. Foto: Patricia Guerra.

Cuando Rigoberto Santiesteban, director de la Casa Editorial Verde Olivo (la cual publicó la presente edición) aludía al simbolismo del libro, recordó las palabras de  Omar González: “Es como si la obra de Katiuska y la de Rancaño danzaran”.

Y es que las ilustraciones del artista de la plástica Ernesto Rancaño, con sus pájaros en los fonógrafos y sus colibríes en las máquinas de coser, homogenizan en un mismo material el lirismo de la crónica, las artes plásticas y la danza.

Su nuevo libro —el de las pequeñas cosas, como lo catalogara Fidel Orta en la presentación—  no fue concebido para conmemorar una fecha cerrada, sino para mostrar “la capital de columnas, portales, y balcones invisibles, una urbe construida hacia dentro, como si su autora dejándose caer hacia el alma, nos permitiera un nuevo acercamiento a su yo más profundo”.

Alba María Orta Pérez, analista de la esfera de historia de la Oficina del Consejo de Estado,  seleccionó las crónicas que aparecen en el libro. A diferencia de los demás, las crónicas incluidas en este no se unificaban alrededor de una sola temática, “solo tenían un eje común: la espiritualidad, la delicadeza, la ternura escondida tras las historias que cuenta Katiuska”.

Foto: Patricia Guerra.

A golpe de turbiones de recuerdo, la autora no endulza su narración con menudencias narrativas, ni vocablos impuestos, ni barroquismos inservibles; sino que aporta una alegría estética dilucidada por Fidel Orta, al referirse a los lectores.

Por eso dijo: “Lean el libro y descubran la importancia que tiene la palabra cubanidad.  Ser cubano no es solo vivir en Cuba, sino tener la voluntad de ser cubano, algo bien presente en esta obra”.

El volumen está dedicado a Guillermo Cabrera Álvarez, alguien que para Katiuska continúa siendo un punto de partida, y a quien recordaba cuando cierta vez le dijo: “Escribe todos los días como si caminaras por las orillas del alma”.

En las palabras de Fidel Orta hubo muchas certezas, al denotar que Katiuska se presenta sin afeites demostrando que el buen periodismo y la buena literatura pueden andar juntos por el mismo camino.

Desde la perspectiva lezamiana cada palabra tiene preludios, y  Desde mi Habana —concluía Orta y sirva al lector— sea, pues, la obertura de aquello que vendrá para convertir en milagro el perfil intangible de lo cotidiano y volar bien alto como si todo el cielo formara parte de una sinfonía.

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