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China, lo divino en la tierra compartido*

Por tiempo y por sabiduría, tiene que ser muy culto el pueblo que desde sus mismos albores entendió que no estaba solo y por ello reverenció a la naturaleza con la seguridad de que la tierra, el sol, la luna, las estrellas, el cielo y las aguas no eran meros adornos a su servicio sino sus padres directos.

China lo supo desde siempre, pero no se conformó con legar a la humanidad un patrimonio impresionante, sino que se ha empeñado, hoy más que nunca, por cierto, en difundirlo y extenderlo más allá de sus fronteras.

Pese a la complejidad de sus códigos e idiomas, la gran nación puede comunicar el tesoro cultural recogido en múltiples formas porque los chinos de hoy saben, como antes supieron los antiguos, que además de ideas prácticas, la caligrafía y el dibujo trasmiten emociones, energías y mensajes espirituales.

¡Bendita la visión de quienes encuentran, en la comunicación de cada día, un espacio para el alma!

Su camino como pueblo es más largo que la Gran Muralla. Se dice que los primeros seres humanos que rondaron esas tierras lo hicieron dos millones de años atrás y que hará alrededor de unos ocho mil ya estaban ordenados socialmente en el curso medio del río Amarillo y la cuenca del río Xiliao.

Aunque las fuentes pueden referir cifras diferentes, el tiempo de la civilización china genera un consenso formidable: todos concuerdan en que es obra de milenios. ¡No se podría hacer tanto en menos!

Son abundantes las disputas autorales sobre la creación de ciertos aparatos y avances de la humanidad, pero eso no pasa con China, tenida por el país de las grandes creaciones: allí nacieron el ábaco, la pólvora, la brújula, los fuegos artificiales, la imprenta, el reloj solar, y los cometas y linternas Kongming como primeras máquinas voladoras.

Hay más en su acervo cultural. China enseñó al mundo la porcelana, el té, la carretilla, los puentes colgantes, el reloj mecánico, los proyectiles, los cultivos en hilera y hasta el control biológico de los insectos.

Dicho claramente: todos los terrícolas somos un poco hijos de China porque sin ella, probablemente, no estaríamos aquí o estaríamos en mayores dificultades.

Dadivosa, la potencia del Asia compartió su obra a través de la antigua Ruta de la Seda, que a finales de la Edad Media llevó sus avances a Europa y a otras zonas para impactar para siempre en su desarrollo. Mientras en muchos países aún quedan «hilos» visibles de aquella Seda, la China del siglo XXI teje nueva Ruta, incluso con mayor alcance.

Por aquellos tiempos antiguos, la ventaja de China sobre otras culturas oscilaba entre uno y dos milenios, pero curiosamente su afán no estaba en negarse a mostrar sus innovaciones y descubrimientos, sino en abrirse para que el mundo los tuviera.

Otro hito antiquísimo con «marca país» ha sido la medicina tradicional, obra de un pueblo que cree en la existencia de cierta energía vital llamada Qi y en que solo el equilibrio entre el yin y el yang conduce a la buena salud.

La extensión de esta práctica por el mundo confirma la sagacidad de los primeros médicos chinos que afirmaban que el cuerpo humano estaba compuesto por elementos y energías y que el desajuste entre ellos conducía a enfermedades. Actualmente, distinguidos especialistas de la medicina occidental respetan los presupuestos de la tradicional china.

Siendo así de visionarios, los chinos tenían que mirar al cielo. Lo hicieron con tal detalle que, al cabo de siglos, sus astrónomos dejaron la más antigua recopilación de eventos complejos como el paso de cometas, eclipses de todo tipo y hasta explosiones de supernovas. El hecho de que el país disponga hoy de su propia estación espacial internacional no nació precisamente «del aire».

Son los perfiles del pueblo de cara a la luna. Tanto la quieren que inician los años en fechas diversas, regidas siempre por ella. El día primero del primer mes lunar será año nuevo para cada chino. Así, la luna alumbra la felicidad y da, en cada calendario, la arrancada a la carrera del tiempo.

Esa cosmogonía, que a otros puede parecer irrelevante, es parte de los pilares de la civilización indomable, la que nunca fue rendida o conquistada y hoy avanza con todo vigor por el siglo XXI.

Todo ello integra la ancha senda del taoísmo (el camino) de un pueblo que dialoga con los escritos de los filósofos Lao Tsé y Zhuanzi y concuerda con ellos en que la verdadera inmortalidad reside en la autosuperación del ser en armonía con su entorno. El entorno de China es el mundo, y también viceversa.

No es el chino un pueblo de oscuridad. A tal punto veneran los colores, que están seguros de que ellos pueden modificar la personalidad y la actuación de las personas e influir en su trabajo (dinero incluido), en la salud y hasta en el amor.

De tal manera el amarillo, que remite a la tierra y antes estuvo ligado a la alta nobleza (al primero de todos se le conoció como Emperador Amarillo), es de los más importantes y a menudo identifica a su gente y hasta al propio país.

El verde representa riqueza y abundancia, se tiene como propiciador de dinero y un camino a la esperanza y al crecimiento, por lo cual sugiere pureza y armonía.

Sin embargo, en este trío de colores de buena suerte es el rojo el principal sinónimo de felicidad, fortuna y vigor.

Por ello, sin que le falten los otros tonos, China puede mirarse como una larga trenza de pueblos vestidos de rojo, verde y amarillo; esos colores que a menudo alumbran la estampa de un símbolo propio simultáneo de poder y bondad: el dragón.

Semejante caudal poético en torno al desarrollo chino no debe conducir a la idea de que su gente vive a la espera de cuanto produzcan los símbolos. Para ser lo que es, China ha tenido que luchar mucho y trabajar siempre.

Actualmente el Estado, guiado por el Partido Comunista, planifica la investigación y desarrollo de las obras e investigaciones e involucra a sus propias empresas para reducir, donde la haya, cualquier dependencia a las compañías foráneas.

Mientras se asegura eso desde adentro, la diplomacia propone levantar una comunidad internacional de futuro compartido a tono con la cosmovisión y valores que atesoran. El Partido Comunista Chino pone en la mesa del mundo la premisa que explica todas las ansias humanas: la felicidad.

Además de seguir su rica senda como pueblo, los comunistas chinos de hoy coinciden (y ello no es casual) nada menos con el Libertador latinoamericano Simón Bolívar, quien afirmó en su Discurso de Angostura, el 15 de febrero de 1819, que «El sistema de Gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política».

Ese principio también sería compartido, en mayo de 1884, por el prócer cubano José Martí en su artículo «Maestros ambulantes», en el periódico La América, de Nueva York, en el cual afirmó que «La felicidad existe sobre la tierra; y se la conquista con el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía del universo, y la práctica constante de la generosidad»

Es el mismo espíritu de la comunidad de futuro compartido impulsada por el Partido Comunista de China, que contempla el avance del país junto al avance del mundo y enlaza los sueños nacionales a las aspiraciones de toda la humanidad.

Durante la Reunión Ministerial del Foro China-Celac, celebrada en mayo en Beijing, el líder Xi Jinping hizo un interesante paralelo de sueños: «Tal como reza un antiguo verso chino: “La felicidad auténtica radica en la comprensión mutua”, un proverbio latinoamericano dice: “Quien tiene un amigo, tiene un tesoro”».

Habría que perfilar en la frase otra versión del proverbio. Los cubanos decimos: «Quien tiene un amigo, tiene un central», pues a largo de siglos asumimos los centrales azucareros como símbolos de la prosperidad. En la Isla sentimos que esta China de hoy es un central para todos.

Xi y China tienen plan de acción, sustento científico, valores, tecnología, economía y liderazgo para extender en la práctica los sueños propios, los de Bolívar y de Martí. Tienen el poder para multiplicar amigos que son… centrales azucareros.

Con miras a hacerlo, China está plena de referentes. Su literatura clásica, por ejemplo, cuenta el Libro de las Mutaciones (ese cofre de milenarios saberes orales) y El arte de la guerra, de Sun Tzu, piezas maestras a las cuales el pueblo agrega actualizaciones: cómo muta la cooperación humana a un estadio superior y qué caminos explorar en el mundo para que gane por fin el arte de la paz.

La China de ahora demuestra que los cinco elementos esenciales para el éxito en la guerra apuntados por Sun Tzu (influencia moral, clima, terreno, mando y doctrina) son también idóneos para ganar la concordia.

Los símbolos se resignifican: tal pareciera que China convierte su amada Muralla en el Gran Puente y que tras la puerta de cualquiera de sus torres los pueblos del mundo pueden hallar un colgante de nudos de terciopelo rojo que les invita a un año nuevo de reunión de afectos, buenos deseos, protección y amor.

Con sus milenarias rutas de enlazar pueblos y su presente de futuro compartido, el Imperio Celestial levanta lo divino en la tierra con la única ambición de multiplicar amigos. ¿Quién puede negarse a ello?

 

*Este artículo fue uno de los 51 seleccionados por los organizadores del evento, que cuenta con 106 colegas de 51 países, para integrar el libro Primeras impresiones de la cultura china, como parte del VIII Foro de Organizaciones de Periodistas de la Franja y la Ruta, que se desarrolla en la provincia de Jiangxi desde el 14 y hasta el 20 de julio. La delegación cubana está integrada por el presidente nacional de la UPEC, Ricardo Ronquillo Bello, y por el autor de este texto.

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Enrique Milanés León
Forma parte de la redacción de Cubaperiodistas. Recibió el Premio Patria en reconocimiento a sus virtudes y prestigio profesional otorgado por la Sociedad Cultural José Martí. También ha obtenido el Premio Juan Gualberto Gómez, de la UPEC, por la obra del año.

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