El poeta Silvio cantaba y sus versos gravitan en la memoria. Como las aguas de un torrente, confluyen en estos días cuando parece que no sale el sol, sino el rostro ensangrentado y polvoriento de un niño en Palestina o Ecuador, o cuando uno lee en las noticias que un funcionario polaco niega el papel de los soldados soviéticos en la liberación del campo de Auschwitz [Director de Asuchwitz dice que una visita rusa al memorial sería “cínica”].
Recuerdo a un hombre duende, él dibujó una vez una pelota esquinada, solitaria, triste y desamparada sobre un fondo de oscuridad. Eduardo Muñoz Bachs sugería así el sentimiento que le inspiraron las historias de los niños robados, asesinados, o que no pudieron ser paridos a la luz, durante las dictaduras militares en la Argentina.
Él —Eduardo— podía sentir la desolación y la tristeza que sugería en aquella imagen impresa desde la seda, porque calladamente guardaba sus recuerdos de la niñez. Había vivido en un campo de concentración fascista y de allí le patearon la pelota al infinito. Como parte de su familia, pasó la frontera hacia Francia cuando los fascistas españoles, alemanes e italianos devastaron a España y se impusieron a la República, mediante la traición primero y el horror de los bombardeos después. De la experiencia amarga en territorio francés, Eduardo heredó una salud frágil de estatura desgarbada, un hábito silencioso, de humo de cigarrillo y, al mismo tiempo, una rebelión de espíritu en que anidaba la ternura con una persistencia de dimensión insólita y restallante en su imaginación. Sus fantasías tenían siempre la apariencia de un dibujo infantil, colores intensos, objetos vivos y sonrisas de Chaplin que le ganaban la partida al dolor y el pesimismo.

Antes ya había pensado mucho y escrito sobre Eduardo, cuando la tragedia del niño Elián y la certeza de la culpa premeditada de quienes alientan en el norte revuelto y brutal -tal como lo definió Martí- los frágiles viajes que terminan en la muerte. Hay muchas formas de morir. “Vivir es muy peligroso”, susurraba el personaje principal de la novela brasileña Gran Serton Veredas. Entonces y ahora evoco como en collage, la serigrafía que anunciaba en un cartel de cine el documental Niños desaparecidos, de la cineasta Estela Bravo, la infancia de Eduardo y una historia narrada por el periodista italiano Curzio Malaparte:
“Los fascistas se detenían, apuntaban a unos agujeros en el muro del guetto de Varsovia y esperaban pacientemente que un niño asomara la cabeza, para entonces disparar y dar en el blanco sin errar el tiro”.

Evoco otra vez al niño que siempre fue Eduardo. Me pregunté antes cómo habría expresado su sensibilidad la tragedia de aquella madrugada vivida por Elián: honda, oscura y fría. Entonces, él, probablemente, habría dibujado una pelota solitaria, abandonada, danzando en olas de penumbra. Ahora tendría que pintarla entre los edificios bombardeados y derruidos de Gaza, en una carretera de Guayaquil o bamboleándose por el olvido y la ingratitud de quienes pretenden, sin conseguirlo, borrar al Ejército Rojo de la historia.
Imagen de portada: Eduardo Muñoz Bachs (Valencia, España, 12 de abril de 1937- Cuba, 22 de julio de 2001). Dibujante, pintor, ilustrador y diseñador gráfico. Su obra comprende ilustraciones para libros y revistas, publicidad, pintura, animación, así como más de 2000 carteles cinematográficos. Foto tomada de Endac.