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Estela Bravo en sus 90

Este texto ha sido escrito a partir del panel realizado durante el Taller Internacional «Los cubanos en el escenario de los latinos en los Estados Unidos», en la Casa de las Américas, conducido por Ana Niria Albo, especialista del Programa de Estudios sobre Latinos en los Estados Unidos, y con la participación de los realizadores Roberto Chile y Esther Barroso. Se agradece la colaboración de Olga Rosa Gómez.

“Quisiera tener tantos ojos como la cámara de Estela Bravo”, escribió sobre ella el uruguayo Eduardo Galeano. A punto de cumplir 90 años en 2023, la cineasta dice que todo lo que filmó, fueron realidades que tocaron su corazón.

No deja de ser interesante recordar lo siguiente: la primera vez que tomó en sus manos una cámara fue para filmar la escena de dos niños parados frente a la Casa Blanca. Pedían al presidente Eisenhower clemencia para sus padres condenados a la silla eléctrica. Eran los hijos de los esposos Rosenberg. Estela Bravo tenía entonces 20 años y no comenzaría su vida como documentalista hasta los 47.

Esther Barroso y Roberto Chile participan en el panel Estela Bravo en sus 90: diálogo entre realizadores audiovisuales sobre una creadora singular, que se realizó el 23 de marzo durante el segundo Taller Internacional Los cubanos en el escenario de los latinos en los Estados Unidos, celebrado en la Casa de las Américas.

Y aunque ha realizado más de 40 documentales de diversas temáticas, es precisamente el tema de la emigración cubana y sus diversas realidades, coyunturas y escenarios lo que la lleva al mundo del cine.

Esa Estela que filmaba a los hijos de los esposos Rosenberg era una maestra y activista sindical que ese mismo año, 1953, viajaría a Bucarest para participar en el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, y en el Congreso Mundial de Estudiantes en Varsovia. Fue en ese contexto que conoció al argentino Ernesto Bravo, un bioquímico, también hombre de izquierda y en ese momento líder estudiantil.

Esa relación la condujo por el camino de la realidad latinoamericana y cubana. Vivieron juntos primero en Argentina y luego, a partir de 1963 y hasta hoy, en Cuba, a donde Ernesto fue invitado por el Ministerio de Salud Pública de nuestro país a ejercer por un año en el Departamento de Virología de la Facultad de Medicina. Ambos —Estela y Ernesto— compartían su admiración por la joven Revolución y junto a sus dos hijas vinieron a La Habana y han sido durante décadas un binomio perfecto como cineastas.

El realizador cubano Roberto Chile recuerda sus experiencias como colaborador de Estela Bravo en la realización de varios de sus más importantes documentales.

Al realizador cubano Roberto Chile que los conoce bien, le gusta decir sobre ellos: “No se puede hablar de Estela sin mencionar a Ernesto. Hay un concepto que yo aprendí de Miguel Gutiérrez en un taller de dirección actoral. Él decía que en actuación tiene que haber un loco que empuje y un cuerdo que aguante. Es un cocepto que se ajusta perfectamente a la vida. En este caso, en el mejor sentido, Estela es quien empuja y Ernesto quien aguanta”.

En los años 60, ya Estela Bravo se desenvolvía a gusto en el ámbito audiovisual. Cuando llegó a Cuba, era una gran conocerdora de la música norteamericana y también de buena parte de la latinoamericana, sobre todo de las expresiones populares y folclóricas que nacían o se rescataban en los años 50 y 60 en todo el continente. Tenía mucha información al respecto y una profusa colección de discos de la canción protesta, de profundo contenido político y social.

Comenzó a trabajar en Radio Habana Cuba y fue eso lo que la llevó hasta la Casa de las Américas, donde impartió una conferencia sobre el tema, génesis de lo que sería el Centro de la Canción Protesta que ella dirigó durante más de tres años. Aunque siempre ha otorgado todos los créditos de aquel proyecto a Haydee Santamaría, es justo reconocer que sin Estela no hubiera ocurrido el Ecuentro de la Canción Protesta, en 1967 y todo lo que se derivó de esa idea en el ámbito musical cubano.

Estela Bravo
Fotograma del documental Los que se fueron, 1980

Con esos antecedentes, llegó Estela a su primer documental: Los que se fueron, que se estrenó en 1980. Demoró casi dos años en su proceso de creación. Ha contado en varias ocasiones, y me lo reiteró hace unos días, que en su ir y venir a los Estados Unidos, como norteamericana residente en Cuba, le impresionaban y conmovían las escenas de los cubanos en los aeropuertos de La Habana y Miami.

La separación, el reencuentro, la partida, la llegada… Esa imagen que se repetía frente a sus ojos una y otra vez, como escena de película, la motivó a filmar Los que se fueron, que cuenta con el guion de Ernesto Bravo y un equipo muy diverso de cubanos y de estadounidenses. Producido por los Estudios Cinematográficos del ICRT, tuvo además como asesora nada menos que a la poeta Lourdes Casal, quien luego sería una entre los tantos cubanos emigrados que ofrecieron a la cineasta el testimonio de su vida entre dos países.

De los más de cuarenta documentales dirigidos por Estela Bravo, trece están relacionados, digamos de manera más abarcadora, con el diferendo EE.UU.-Cuba . y su impacto en la familia cubana a través del fenómeno de la emigración. Ese es, en mi opinión, el núcleo fuerte de su documentalística y donde, además, logró tocar fibras muy especiales de los espectadores dentro y fuera de Cuba en un momento, años 70 y 80, en que ese era aún un asunto tabú, poco explorado en el audiovisual cubano o presentado desde un solo punto de vista. Si bien hay que reconocer que a Estela se le anticipó Jesús Díaz con 55 hermanos, de 1978, pero filmado únicamente dentro de Cuba.

Fue Estela Bravo junto a sus colaboradores, quienes mostrarían las innumerables caras del fenómeno de la emigración cubana hacia los EE.UU., poniendo en valor además los archivos cinematográficos y de la televisión muy poco vistos con anterioridad.

Estela Bravo con el cartel del documental Fide
Estela Bravo con el cartel del documental Fidel, la historia no contada

“Hay algunos documentales que si ella no hubiera estado para hacerlos, no existirían, estoy convencido de eso”, asegura Roberto Chile. “Ella no se preocupaba mucho por la forma, iba directo a la médula de lo que trataba. Nosotros la ayudábamos en la factura. En Niños deudores, había unas imágenes de unos niños drogadictos, el material tenía problemas técnicos y yo como editor joven no quería usarlo, pero ella dijo que era imprescindible por lo que ellos decían, eso era lo que tenía valor. Cuando veías alguno de sus documentales, sentías que habías participado en el hecho. En Fidel, la historia no contada, estuvimos hurgando en los archivos varios meses en aras del mejor resultado”.

“Creo que para mí fue una suerte haber coincidido con ella la primera vez. Estábamos en una recepción en el Palacio de la Revolución, sentí su voz y la reconocí, yo tenía poco más de veinte años y la abordé para manifestarle mi admiración, y a las pocas semanas me llamó. Trabajamos días y noches, madrugadas, en edición y filmación. Y una de las cosas que puedo decir y que no se ve en los documentales, es que cuando ella estaba haciendo una obra, ya estaba pensando en la siguiente”.

Sus primeros documentales: Los que se fueron, ya mencionado, Cubanos en Perú dos años después, de 1982, (en ese mismo año realizó además Una bella misión, sobre Nicaragua)  y Los marielitos, de 1983, constituyen esa gran puerta que se le abrió a ella como realizadora, con varias bisagras, como el símbolo elegido para el Taller Los cubanos en el escenario de los latinos en los Estados Unidos, muchas de las cuales se resisten a moverse, ya por herrumbrosas, ya por erráticamente instaladas, pero otras son suaves, flexibles como ala de mariposa. Y la cineasta fue traspasando sin miedo puertas y más puertas.

Eso le granjeó el reconocimiento como realizadora y pudo continuar luego con inumerables proyectos donde aparecerán las que van a constituir las otras líneas temáticas de su filmografía: la huella de las dictaduras en América Latina y el Caribe (Niños deudores, 1985; Niños desaparecidos, 1985; El Santo Padre y la Gloria, 1987  y otros), el tema Cuba-África (Cuba-Sudáfrica después de la batalla, 1990; La última colonia, Namibia, 1990; Mandela en Jamaica, 1991; Mandela en Cuba, 1991; y Mandela y Fidel, 2013), y por último aunque en primerísimo orden, la figura de Fidel (Fidel, la historia no contada, 2000; Anécdotas sobre Fidel, 2011).

Estela Bravo ha dicho que un tema la llevaba al otro y un personaje a otro. Eso le permitió dar seguimiento durante décadas a algunas de su historias y personajes. De manera que, volviendo al gran eje Cuba-EE.UU. y la emigración,  los otros documentales que vendrían luego  van a ser como los hijos de los pirmeros. Así llegarán Miami-La Habana, 1992,  sobre las familias dividas por el conflicto Estados Unidos-Cuba y Los excluibles, de 1993, testimonio desgarrador de los cubanos que fueron devueltos a Cuba por el gobierno estadounidense, después de vivir diez y más años en prisiones de ese país, entre otros.

Esther Barroso y Roberto Chile en el panel Estela Bravo en sus 90: diálogo entre realizadores audiovisuales sobre una creadora singular, que se realizó durante el segundo Taller Internacional Los cubanos en el escenario de los latinos en los Estados Unidos, en la Casa de las Américas.
De acuerdo con Roberto Chile, quien veía un documental de ella jamás se olvidaba de su voz. “Una vez recorrimos juntos casi toda Cuba filmando para uno de sus materiales y donde quiera que ella hablaba quizás no la conocían visualmente aún,  pero sí por la forma de hablar. Quienes hayan tenido la oportunidad de sentarse a conversar con ella en un ámbito privado, seguro saben que terminábamos contándole nuestros problemas. Tenía  una capacidad extraordinaria como entrevistadora. Por eso es que la línea narrativa que prima en sus documetanles es la entrevista. Eso le permitió confirmar que lo importante era precisamente lo que las personas necesitaban contar. Más que olfato periodístico, tenía un sentimiento muy profundo que se manifestaba en su preocupación por la diáspora cubana y su relación con los que estan acá. Yo trabajé con ella en Los excluibles y tengo un recuerdo muy vivo de una entrevista que alguno de los colaboradores grabó con una de aquella personas, no sé por qué razón no fue ella quien lo entrevistó en ese momento. Estela no quedó conforme y se sentó con el entrevistado. A los pocos segundos de hacerle una pregunta, aquel hombre comenzó a llorar y a contar lo que posiblemente no hubiera dicho a nadie más y ese es un documental muy dramático. Tenía una vara mágica para sacar los sentimientos de las personas que entrevistaba.”

En 2010 estrenó Operación Peter Pan, cerrando el círculo en Cuba, que después daría lugar a un libro con el mismo titulo publicado por el Fondo Editorial Casa de las Américas en 2013. Para esta obra Estela Bravo estuvo filmando desde 1979 hasta 2009.

En todos estos documentales que indagan en el tema de la emigración, hay una marcada intención de la cineasta en mostrar los varios rostros del conflicto y la hondura  del drama humano que ha vivido el pueblo cubano, más allá del matiz político. Hay un compromiso explícito de la realizadora con el tema, ella deja escuchar su voz a través de sus preguntas, es incisiva, pero sobre todo está atenta a sus testimoniantes y les permite desnudarse emocionalmente. Contrapone las visiones del que se va y del que se queda, del que alcanza el éxito soñado y del que sufre la derrota. Esa manera de exponer el tema en los años 80 fue una revelación para una audiencia que dentro de la isla estaba acostumbrada a estigmatizar prácticamente a toda la emigración.

El crítico cubano Joel del Río al reseñar una muestra-homenaje que organizó el ICAIC en 2019 escribió: “Muchísimos cubanos recordamos el enorme impacto, político y emocional, que provocaron en Cuba sus documentales…”.

Pero a estas impresiones, habría que añadir la percepción instalada en la mente de muchos espectadores de entonces que consideraron era fácil para ella concebir y materializar esas piezas, debido a su condición de ciudadana estadounidense.

“Eso no fue así”, me aseguró recientemente Ovidio Cabrera, quien fuera vicepresidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión. “Si bien algunas cosas se le facilitaron y en la televisión cubana la ayudamos, ella tuvo que enfrentar numerosas dificultades materiales, incomprensiones, intentos de censura, etc. Siempre se mantuvo firme en una idea, en un proyecto y nunca permitió que ninguna de sus obras fuera mutilada, ni accedió a demandas de cambios para suavizar los enfoques. Algunos de sus documentales tuvieron que esperar meses y meses, y sortear numerosas trabas, hasta ser estrenados. Y al final, eran muy bien acogidos por un público que necesitaba conocer esas hitorias, contadas por ella con profundidad y transparencia”.

En el segundo Taller Internacional Los cubanos en el escenario de los latinos en los Estados Unidos, celebrado del 22 al 24 de marzo de 2023, el director del Programa de Estudios sobre esa especialidad en la Casa de las Américas, Antonio Aja, insistió en la importancia de continuar construyendo con todos sus matices la historia migratoria de Cuba. En esa labor fecunda e inacabada no se podrá prescindir de la obra documentalística de Estela Bravo. Y habrá que tomar en cuenta lo que ella misma dijo al recibir la Medalla Haydee Santamaría en 2019: “Me gusta mucho repetir una frase de Martin Luther King. Quiero estar en el lado correcto de la historia”. (Tomada de La Ventana).

La prestigiosa periodista y documentalista norteamericana Estela Bravo recibió en la Casa de las Américas, de manos de Alpidio Alonso Grau, ministro de Cultura, la Medalla Haydee Santamaría, el 4 de julio de 2019. A la derecha, Ernesto Bravo.

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