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Negacionistas de la OTAN

Con motivo de la pandemia de Covid se ha popularizado el término negacionista para quienes negaban la existencia del virus, de la pandemia o de la eficacia de las vacunas. El concepto negacionista se usa desde hace tiempo para las personas que niegan verdades científicas y evidentes, desde que la Tierra es redonda hasta que el hombre viene del mono.

Pero en la guerra de Ucrania ha aparecido un discurso nuevo destinado a calificar de negacionistas a quienes se niegan a considerar válidas las versiones de EEUU y la OTAN, exigiendo más investigaciones y pruebas. Quienes planteábamos dudas somos señalados como conspiracionistas o negacionistas. Es como si dudar de la versión de un periódico o de un telediario fuese comparable a negar el holocausto. Para el poder dominante, la versión de EEUU, de la OTAN y de los gobiernos europeos tiene valor de infalibilidad científica, por ello quienes dudamos estamos al nivel de los terraplanistas que desconfían de la ciencia.

Hay que precisar que los supuestos negacionistas o consipiranoicos no son personas que se crean la versión rusa de alguno de los capítulos de la guerra, su delito era simplemente dudar de la versión oficial y pedir que no se saquen conclusiones hasta que no haya investigaciones independientes e imparciales, tal y como establecen tratados y legislaciones internacionales.

Uno de los capítulos más controvertidos se ha visto en la masacre de Bucha. Nos acusaban de negar la validez de los testimonios de los numerosos periodistas occidentales que estaban grabando las imágenes de los muertos. Pero no era así, nadie duda de la honestidad de decenas de periodistas y fotógrafos que están recogiendo las imágenes de esos muertos. Lo que hay que recordar es que ver cadáveres no te convierte en conocedor de las circunstancias del crimen ni de la autoría y esa era la duda. Esos periodistas que, ante un crimen en nuestro país, procuran añadir el supuesto o presunto por mucho que las pruebas del crimen sean abrumadoras, cuando llegan a Ucrania y ven los cadáveres, inmediatamente saben cómo murieron, cuándo y a manos de quién.

Pedir una investigación independiente es lo que hizo el periodista Joe Lauria, ex corresponsal de la ONU para The Wall Street Journal, que escribió que la masacre requería una investigación imparcial, que probablemente solo la ONU podría realizar, para conocer los autores.

En la misma línea se posicionó el exinspector de armas de las Naciones Unidas (ONU) Scott Ritter, quien afirmó que se necesitan pruebas médicas y forenses para demostrar si los cuerpos encontrados en la calle son realmente las víctimas del ataque ruso. Igualmente, el coronel Manuel Morato, que fue entre 2004 y 2008 agregado militar español para Rusia, Ucrania, Bielorrusia, Kazajstán y Uzbekistán con residencia en Moscú, señaló que la matanza de Bucha a manos de Rusia le resulta “difícil de aceptar” porque no cabe en la lógica militar y aboga por “hacer una investigación independiente”.

En esta guerra, Ucrania cuenta con el apoyo de unos protagonistas de los que ya tenemos una cierta experiencia sobre su modus operandi informativo en anteriores guerras: Estados Unidos y la OTAN. Probablemente el recuerdo más emblemático de su participación en un conflicto sean las armas de destrucción masiva en Iraq, que fueron presentadas con imágenes de satélite en el Consejo de Seguridad en la ONU para justificar la segunda guerra de Iraq y la invasión y que resultaron falsas.

Y si de crímenes de guerra hablamos, y de “errores” en las adjudicaciones de crímenes, también podemos recordar la noticia de la muerte de 312 bebés del hospital kuwaití d’Addan tras, aparentemente, robar las incubadoras las tropas iraquíes cuando invadieron este país en 1991. También se demostró falso.

En Libia, la versión de la OTAN y de los gobiernos occidentales era que, a partir de unas protestas en febrero de 2011, el ejército de Gadafi las había brutalmente acallado con un saldo de cincuenta mil muertos. Otra mentira para justificar una intervención.

Tampoco pudieron confirmar los inspectores de la ONU un ataque con gas sarín que tuvo lugar en agosto de 2013 cerca de Damasco en el marco de la guerra civil siria achacado a Al Assad, como nos dijeron.

Hasta la matanza de Rachak a manos de Serbia, que se usó para iniciar la intervención de la OTAN en Kosovo, se mostró falsa.

Y si seguimos hacia atrás, llegamos a los asesinados en Timisoara por Ceaucescu, que resultaron ser cadáveres desenterrados del cementerio y expuestos para la televisión.

Parece que, cuando se trata de versiones de la OTAN y de EEUU, es más científico ser negacionista y no creérselas que ser un iluminado dándolas por verdaderas.

(Tomado de Mundo Obrero)

Foto de portada: Rusia rechaza las acusaciones sobre el asesinato de civiles en Bucha, cerca de Kiev. Foto: RT

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Pascual Serrano
Pascual Serrano es licenciado en Periodismo. Crítico con la prensa tradicional, en 1996 fundó la publicación electrónica Rebelión (www.rebelion.org), proyecto que abandonó hace 13 años. Durante 2006 y 2007 fue director editorial de Telesur. Su denuncia a los métodos de información de los grandes medios tradicionales se ha reflejado en libros como Desinformación (2009), con prólogo de Ignacio Ramonet, o La prensa ha muerto: ¡viva la prensa! (2014). En Foca ha publicado Traficantes de información (2012), Medios democráticos (2016) y Paren las rotativas (2019). En 2019 recibió el Premio de Periodismo de Derechos Humanos que anualmente concede la Asociación ProDerechos Humanos de España (APDHE). En la actualidad dirige en Akal la colección A Fondo y colabora con varios medios.

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