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Una manera de recordar a Cintio Vitier

Razones de peso para recordar a Cintio Vitier abundan, y maneras de hacerlo. A la memoria del autor de estos apuntes —nacidos de la entrevista que le hizo el canal Europa por Cuba el pasado 26 de septiembre para el programa “Ese sol del mundo moral”, homenaje a Vitier con ocasión de su centenario— lo han traído en estos días, ya se verá por qué, hechos como la prosperidad inducida del odio contrarrevolucionario, que no es nuevo ni tiene en la mira solo a Cuba: es parte de una ofensiva internacional reaccionaria para aniquilar a las fuerzas de izquierda.

Tratándose de Cuba, la menor discordia que una persona pueda tener —o fabricarse— con la realidad que ha vivido aquí o quiere hacer creer que ha vivido, se usa como pretexto para lanzar calumnias contra este país. Hace unos años un joven mimado en instituciones culturales decidió emigrar, y en cuanto lo hizo se puso a exhibir su “currículo de perseguido”. Denunció que en la escuela secundaria una profesora de matemáticas le había quitado puntos en un examen por su “temprana disidencia política”, y una destacada escritora del país para donde se había ido le respondió: “¿No serías más creíble si confesaras que eras un mal alumno?”

Acaso no esté de más añadir que no manifestó antes de irse de Cuba una disidencia que habría sido incoherente en el mimado que, hasta en público, reverenciaba a quienes lo dirigían. Pero, por hilarante que sea, la anécdota reverdece ante otros casos, tampoco fortuitos, dada la pasión que la pelota genera en la idiosincrasia cubana. Hay peloteros que, habiendo sido también mimados en Cuba, ahora la condenan con “argumentos poderosos”, para los cuales pueden manipular hasta el colmo la subjetividad y la imaginación.

Todo vale para azuzar contra Cuba —particularmente desde Miami— el coctel emocional en que descuellan odio, resentimientos, incapacidad para afrontar frustraciones dignamente, y otras tirrias similares, como la rabia. No la que podría alimentar energías emancipadoras, sino la que calza “razones” para hacerles el juego a las fuerzas más contrarias a la emancipación y la justicia, y a la ética.

Frente a hechos tales no es azaroso recordar la actitud de Vitier, quien no permitió que el odio y sus derivaciones guiaran ni su manera de pensar ni sus actos. Que algo lo hiciera sufrir no lo desviaría de una compostura reflexiva que aunaba patriotismo y solidez ética, vocación de justicia, inteligencia alumbradora y formación filosófica y religiosa.

Esa conducta le granjeó el rechazo de quienes aspiraban a que incomprensiones y medidas torpes que sufrió en momentos difíciles —más que un acertado laicismo el país asumió oficialmente posiciones ateocráticas, que han quedado atrás aunque haya quienes lo ignoren o no lo sepan interpretar— lo llevaran a ponerse contra su patria. Habrían festejado verlo convertido en enemigo del proyecto revolucionario que se había propuesto sanearla con la soberanía política, el cultivo de la ética y la justicia social, ideales que habían sido básicos en las añoranzas características de lo que puede considerarse la familia, no solamente literaria, de la que él formó parte.

El eminente poeta, ensayista, pensador, tenía cultura más que bastante para saber que ningún proyecto humano —por mucho que haya querido fundarse en las ideas más puras— se ha librado de errores. Estos habían marcado no solo revoluciones, que no se habían hecho ni se harían en circunstancias ideales ni en hombros de seres infalibles, y a menudo cargarían con un mal entendido afán de pureza ideológica, origen de excesos deplorables. Tampoco habían escapado de graves errores las jerarquías que, proclamando asegurar la ortodoxia de la Iglesia, siguieron caminos jalonados por los crímenes de la Inquisición y alianzas harto alejadas de la fe.

Las tradiciones humanas, buenas o malas, no solo se manifiestan en lo más ostensiblemente político, y aquí la precisión más ostensiblemente apunta a un hecho. Lo político suele identificarse de manera estrecha con asuntos en que intervienen gobiernos terrenales, y esa reducción soslaya que, sobre todo al institucionalizarse, también lo más ceñidamente religioso se ubica en las relaciones por las cuales se rige o debe regirse la polis, raíz del vocablo política y sus significados.

Por encima de disquisiciones teóricas, y de formaciones doctrinarias, Vitier vería en la Revolución Cubana el primer gran esfuerzo práctico —en el poder— por darle a la patria la independencia que la intervención imperialista de 1898 le había arrebatado, y que era imprescindible para su saneamiento. Era un camino del que no se podría desertar sin deshonor, y en el cual el legado del patriota insignia que echó su suerte con los pobres de la tierra y organizó una guerra de liberación nacional contando básicamente con ellos, a la vista de alguien como Vitier se fundía con las enseñanzas del mártir que pagó en la cruz una prédica opuesta a los designios de un imperio y de los mercaderes.

El saldo de esa fusión no menguaba —crecería con efectos prácticos—, por el hecho, que Vitier reconocía, de que el héroe caído en Dos Ríos no viera en el crucificado, con quien más de una vez se identificó a sí mismo simbólicamente, al hijo encarnado de Dios, sino un ejemplo ético y conductual. En el que se considera su primer cuaderno de apuntes —contaría, pues, alrededor de dieciocho años— escribió: “Cristiano, pura y simplemente cristiano”, para añadir: “Observancia rígida de la moral,—mejoramiento mío, ansia por el mejoramiento de todos, vida por el bien, mi sangre por la sangre de los demás;—he aquí la única religión, igual en todos los climas, igual en todas las sociedades, igual e innata en todos los corazones”.

En esa coincidencia ética Vitier hallaría una fuente de energía para encarar incluso motivos de tristeza personal, o incluso de amargura. Desde su patriotismo, su cultura y su intuición poética, podía prever que las aguas hallarían su mejor cauce en la defensa de la justicia. Y eran aguas en las cuales se agitaron contra la Revolución —que tuvo relevantes religiosos en sus filas, y una masa con diversa y extendida religiosidad— representantes de una jerarquía ajena al ímpetu de la justicia social y al arraigo patriótico y que, por tanto, distaba mucho del Félix Varela que abonó caminos revolucionarios.

Frente a ello crecieron en nuestra América replanteamientos teológicos asociados a la liberación y promovidos por pensadores —religiosos y laicos— afines a Vitier, y en esa realidad la Revolución Cubana influyó por entre contradicciones y, sobre todo, por entre coincidencias prácticas y éticas. No es este el espacio para profundizar en hechos cuya esencia se conoce y está básicamente plasmada en el libro Fidel y la religión. Conversaciones con Frei Beto. Aquí se recuerdan principalmente por lo que tuvo de triunfo la capacidad de espera de Vitier.

Pero la suya no fue una espera pasiva: se debe señalar su propia resistencia, encarnada en frutos como sus estudios de Martí y un libro de la significación de Ese sol del mundo moral. También se roza el tema pensando en quienes apostaron a que los desencuentros iniciales —en que junto a circunstancias antes aludidas intervinieron no solo ignorancia, apasionamientos y confusiones, sino también actitudes oportunistas— hicieran de Vitier en un contrarrevolucionario más.

En la medida en que mostró su firmeza, y la luz alcanzada en el país propició que —para bien especialmente de la patria, no solo en acto de justicia a él— recibiera el reconocimiento que merecía en el funcionamiento del país y la defensa de sus destinos, fue crecientemente objeto de la rabiosa ojeriza contrarrevolucionaria. Voceros de ella empezaron a condenarlo, y no faltaron ataques “académicos”. Un catedrático de origen cubano y mimado por el imperio, empleó su discurso de agradecimiento en un homenaje que se le tributó en la Universidad de Puerto Rico, para dictaminar que Vitier no había escrito una sola página perdurable.

Como testigo que tuvo ocasión de refutarla, quien escribe los presentes apuntes comentó esa devaluación en la conferencia que se le pidió para la apertura de un foro literario dedicado en Bayamo al eminente intelectual y patriota (https://luistoledosande.wordpress.com/2011/11/08/cintio-vitier-en-el-sol-del-mundo-moral-2/). Y aún cabe insistir en que la actitud del autor de Lo cubano en la poesía y De Peña Pobre tuvo un sólido cimiento filosófico y espiritual asociado al rechazo del odio, que, incompatible con la grandeza de miras, degrada a quien lo cultiva, no al blanco contra el cual se dirige. Pero no se confunda ese rechazo con tendencia a ofrecer la otra mejilla: expresó, ante todo, una sólida convicción de las ideas defendidas, y del propio valor personal, ese que se asocia con el reclamo cristiano de amar al prójimo como a uno mismo.

La mencionada conferencia recordó a Vitier citando enfáticamente, como quien proyecta conceptos propios, un juicio de Martí sobre Carlos Manuel de Céspedes: “Decía Céspedes, que era irascible y de genio tempestuoso:—‘Entre los sacrificios que me ha impuesto la Revolución el más doloroso para mí ha sido el sacrificio de mi carácter’. Esto es, dominó lo que nadie domina”.

Con respecto al martiniqués Frantz Fanon y al tunecino Albert Memmi —relevantes pensadores de la liberación en el siglo XX, Vitier halló en Martí una perspectiva metodológica diferente para pensar, y para actuar: el cubano fue capaz de “no devolver odio lúcido por odio ciego” y “no ser un resentido histórico, una irremediable víctima intelectual y emocional de la colonia”, por lo cual fue “un pensador revolucionario de lo que se llamará el Tercer Mundo; y, sobre todo, eso tan raro, casi milagroso en la historia de las luchas políticas: un hombre libre, dentro de la esclavitud; por lo tanto, un auténtico libertador”.

Aportó con ello Martí una luz válida incluso para seguir librando de malas herencias al ser humano después de alcanzada la liberación política. Encarnó un no-odio que solo se comprende plenamente si se conoce su convicción de que la patria “que tuviese el odio por sostén” sería “tan triste por lo menos como la que se arrastra en el olvido indecoroso de las ofensas”. Lo que hoy se ve en muchos ataques contra Cuba, nada tiene que ver con desmesura circunstancial ni con búsqueda equivocada de la justicia: da voz a la intención de magnificar dolosamente todo lo que, descontextualizado o magnificado, o de ambos modos a la vez, pueda esgrimirse para negar las justas razones de Cuba y avalar, o promover, acciones genocidas contra ella.

Para quienes personifican tan detestables actitudes, no serán gratos, sino más que incómodos, el pensamiento y la actitud del patriota eminente que, afincado en la historia de Cuba desde su personal filiación cristiana, y abrazado a Martí, le aportó a la Revolución contribuciones valiosas para encarar creativamente la realidad en la hora actual.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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