COLUMNISTAS

Sobre diálogos y “diálogos”

Coyunturalmente algunos conceptos, en su función política, se apoderan del ciberespacio. Uno de ellos lo recorre con insistencia en estos vientos que corren: diálogo, colloquium, dialogus…

Diálogo. Término de connotación prestigiosa, condición humana, vía de la política, pero también anzuelo que han tragado algunos, sin digerir, y concepto que tiene una primera propiedad: es nefasto negarlo y oponerse a él.

Y cómo tiene múltiples planos y jerarquías de realización, su enunciado abstracto nada dice, y a nada conduce, sino a su finalidad política: poner en entredicho, y a la riposta, al poder político que al diálogo se niegue.

En determinados locutores su primer resultado es propagandístico. En efecto, si es obligado pedir diálogo, pues indirectamente significa que no lo hay, que no existe.

El segundo resultado: que existe una fuerza política legitimada que lo solicita.

El tercero, y en el caso de Cuba, – que toda la prensa occidental al servicio del capital demoniza a coro-: darle pasto para seguir propagando la leyenda negra del totalitarismo.

Pero es que en Cuba no existe esa base social. Pero es que en Cuba no existe base social sobre la que pueda levantarse ese liderazgo político, inexistente, para solicitar el diálogo político.

Pero es que en Cuba existen medios dependientes del financiamiento mercenario que se frotan las manos cada vez que alguien, en el pedestal de la abstracción, solicita diálogo.

Están tratando de crear una confusión y tendiendo una trampa.

¿En qué consiste? Como no existe un líder con suficiente base y apoyo social como para plantear en una mesa de diálogo sus demandas, condición previa de todo diálogo de reivindicaciones políticas, (porque aquí se trata de la POLITICA del poder, no enmascararlo), lo que se pretende es de exigir el diálogo para que de él surja un líder y demandas legitimadas por el «diálogo» mismo.

Con ello se oscurece el diálogo consuetudinario que la política cubana despliega: por sólo mencionar una de ellas: para la redacción de las leyes, para el avance de los cambios en curso, se consultan y participan muchísimos especialistas y líderes de sus respectivos temas y saberes.

Otro ejemplo: en el sitio digital del Gobierno, directamente los ministros están atendiendo y respondiendo las muchas consultas y temas que allí registra la ciudadanía. De esos continuos intercambios y retroalimentación gubernamental, no se difunde lo suficiente.

Pero ese diálogo no es el que importa a algunos aspirantes. Está claro. Hay muchos canales abiertos. Los primeros pasos del Ordenamiento transcurrieron mediante un diálogo continuo. Se modificaron varios puntos. ¿De qué fue consecuencia si no de una escucha atenta y responsable?

Pero ese no es el diálogo que interesa a algunos dialogantes. Hablemos claro. Uno de los últimos diálogos públicos… ¿Con qué finalidad lo solicitó, precisamente una persona que quiso tomar por asalto una institución cubana, un delito con todas las de la ley? Para utilizar el prestigio y la resonancia internacional de una personalidad pública de la cultura. ¿Qué fruto social, de importancia para toda una nación surgió de él, más allá de los beneficios personales de los participantes? La solicitud de una Amnistía cuando incluso todavía eran pocos los fallos judiciales a amnistiar, los procesos no habían terminado, ni se habían ejercido los derechos de apelar a los fallos. Pero era mucho el deseo de que ese tema recorriera el mundo, como era previsible que sucedería y sucedió, para ayudar a engrosar, incautamente, el expediente del barraje demonizador que inunda los medios internacionales hoy sobre nuestro país…¿Se entiende de qué van algunas solicitudes de diálogos? ¿Se entiende por qué no es útil a Cuba repetir las matrices enemigas de petición de diálogos en abstracto, y sin nada decir de los múltiples diálogos que en Cuba se producen?¿Por què una cosa no va acompañada de la otra?

La responsabilidad y la lucidez políticas aconsejan cumplir con el deber de dar relieve también a ese continuo ir y venir del gobierno con sus nacionales. Porque antes de difundir por las redes, – que hoy son una vía de agresión más-, existen los medios gubernamentales para hacer las consultas que, efectivamente, se atienden y son respondidas.

Es innegable la necesidad y utilidad del diálogo, y en este planeta no hay políticos ni dirigentes, ni servidores públicos, que den más continua información y escuchen más a la ciudadanía que el gobierno cubano. Hasta el proceso electoral es un amplísimo diálogo para consensuar. Y cada política trascendental del país. Claro, el problema es que los enemigos políticos no tienen cabida en él, ni son propuestos en sus barrios, y, a la postre, los que se han situado fuera por su propia voluntad, quisieran ese espacio, y por ello piden “diálogo”.

Entonces no confundamos, ni nos dejemos confundir. Algunos están pujando por un diálogo político público, de implicaciones en el poder para situar y legitimar agendas antigubernamentales. Y situándose o tratando de posicionarse, en el escenario del diálogo legítimo en Cuba, institucional, pero actuando desde fuera de ellas. Observemos bien la implicación del sustantivo y su adjetivo, pues allí radica el meollo político de este asunto.

Un opositor puede solicitar el diálogo con un artista renombrado que se identifica críticamente con el proyecto político cubano. Y ser recibido. Todo el mundo tiene ese derecho, inalienable, privado, personal. También podría solicitarlo a un dirigente político, gubernamental o partidista. O utilizar las plataformas que están funcionando al efecto. Como de todo diálogo, pueden surgir propuestas útiles, examen de temas. Enriquecimiento mutuo. Pero ese no ha sido el objetivo, la aspiración, de ciertos círculos.

Obsérvese que en el primer ejemplo, la convocatoria fue pública. Ya eso llenaba de sentido los supra objetivos implícitos. ¡Por qué tenía necesariamente que ser público si era un diálogo entre dos particulares, sin representación de amplias bases, sin plataforma surgida y mandatada de interés para toda, o una parte significativita de la nación?

Recordemos que cuando el Ministerio de Cultura llegó a un acuerdo de continuidad de diálogo e intercambios con una representación de jóvenes artistas, con quienes se había reunido previamente, otro grupo tomó la iniciativa de extender y exigir un conjunto de condiciones no previstas que sabían inaceptables para provocar la ruptura. Entre esas condiciones, la presencia de medios mercenarios que se encargarían de hacer la tarea que tienen asignada. Diálogo de mala fe, impuesto, no es diálogo.

O planteado de otro modo, ¿en qué tipo de sociedad se establecen mesas de diálogos? Eso es típico en las sociedades fuertemente polarizada por intereses económicos y políticos antagónicos, a saber, presencia de la gran propiedad privada y mediática, enlazada con intereses de clases internacionales que las apoya.

En sociedades donde los intereses clasistas privados opuestos a políticas públicas favorecedoras de amplias capas de la población tienen base social significativa, incluso aunque sean minoría pero que, al contar con poder económico, los gobiernos emplazados no pueden desconocer. Típico de sociedades donde los gobiernos “progresistas” obtienen el poder político transitorio, pero no el poder económico y se ven obligados a negociar intereses, que es el objetivo de esas mesas.

El diálogo político en las sociedades capitalistas se diferencia esencialmente del diálogo político que transcurre por la ruta accidentada de un proyecto socialista como el cubano. En aquellos, la fractura clasista de la sociedad y la  consiguiente existencia de los Partidos que gestionan los intereses y reivindicaciones en pugnas, en momentos de crisis solicitan, de una u otra parte, “una mesa de diálogo”. Donde por cierto, muy raras veces se entabla un diálogo de buena fe. Cada parte, o lo plantea o lo acepta si está atravesando un momento de debilidad, en un caso, o si valora la correlación de fuerzas a su favor para negociar con ventajas, en otro caso.

El sustrato último y básico que sostiene la necesidad de esa especie de negociación que es todo diálogo, es la existencia de dos proyectos en pugna, representados, en esencia, por intereses de clase: uno por políticos que gestionan los intereses de las élites capitalistas, generalmente con el control de la economía y los medios; otro que puede ser un gobierno de proyección socialista, o progresista, como hemos visto en Venezuela, o Ecuador, o en Brasil, o en Argentina en sus respectivos momentos. Ambos embarcados en el juego de la democracia, pero con dos conceptos distintos de ella: mientras que las fuerzas progresistas, o de proyección social, o socialista, pugnan por implementar los elementos de la democracia que le exige la otra parte para ser aceptados en su legitimidad, la otra no la respeta, la cuestiona o boicotea si los resultados de esa implementación no le favorece. A eso se reducen las motivaciones y objetivos del diálogo en las sociedades clasistas. Son negociaciones que surgen de la debilidad o de la fuerza, y nunca son diálogos entre pares. Esa es la política del diálogo en el diálogo de la política en las sociedades clasistas. O está en el poder un proyecto de las mayorías sociales preteridas, razón superior desde la perspectivas populares desposeídas, o está en el poder la élite privilegiada a la que falta la razón histórica, desde la óptica de los explotados.

Esa es no es la realidad de Cuba. Y por ello a las concepciones ideológicas de la guerra cultural, a sus fuerzas de tarea, a sus reclutados en Cuba, le conviene trasladar y plantar en Cuba un concepto de diálogo político genérico, abstracto, en correlación también con un concepto universal e igualmente abstracto de la democracia.

No es el caso de Cuba. Por lo tanto los que claman desde declaradas opciones revolucionarias por el diálogo deben tenerlo en cuenta. Tener la lucidez de comprender la diferencia, y que en un diálogo interno siempre estará la presencia “licuadora” de la agresión mediática, omnipresente a través de las redes, el dinero de la subversión y la agresividad del bloqueo. Hay diálogos y “diálogos”. No implica negarse a èl. Consiste en saber convertirlo en armas de la Revolución.

(Tomado de postcuba.org)

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