PERIODISMO CULTURAL

Isis de Lázaro: el conjuro de los demonios

El origen del arte del horror —aunque no existe tal clasificación estilística— se remonta a la Edad Media (período histórico de la civilización occidental comprendido entre los siglos V y XV), cuando algunos artistas recrearon historias relacionadas con el infierno y el diablo y sus siniestras acciones, con el fin de fundar miedo y preceptos generalmente rechazados por la religión y la moral de la época.

Desde entonces, los pintores, dibujantes y escultores han dejado la impronta de sus pensamientos y sentimientos más profundos a través de obras que no son representativas de la belleza estética, sino de interpretaciones y reflexiones en torno a los miedos, inquietudes y tormentos del ser humano, como posteriormente pudo apreciarse en disimiles cuadros de grandes maestros del arte universal, como Munch (El grito), Goya (Saturno devorando a su hijo) y El Bosco (Jardín de las delicias).

Malecón. Acrílico sobre lienzo.

Dentro de esa vertiente iconográfica trasciende la  actual muestra titulada Tarántulas, de la reconocida artífice Isis de Lázaro, instalada en el Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño —Luz y Oficios, La Habana Vieja—, donde a través de siete decenas de piezas de pequeños y medianos formatos, el espectador disfruta de lo grotesco, lo violento y lo antiestético, en un imaginario de gran carga sugestiva que, en última instancia, despliega anclas en la cotidianidad insular, en asuntos escabrosos como la prostitución y el proxenetismo, las fatídicas derivaciones del aislamiento social y el temor al contagio del virus de la Covid-19 que aún amenaza la existencia del hombre en casi todo el mundo.

Esta vez Isis, continúa expandiendo su místico universo de formas, pero ahora con un tratamiento más juicioso y enigmático, en el que la abundancia de colores cálidos que han caracterizado sus anteriores producciones, son desplazados por matices más sobrios, como los grises —punto medio entre el negro y el blanco— en disimiles de tonalidades, acentuando así una perspectiva negativa, al psicológicamente asociarse este pigmento con la ceniza, la pérdida progresiva, la cercanía del fin, lo ineludible y lo cruel. En sus trabajos los grises igualmente pueden referirse a la piedra —de la que no germina la vida—, la falta de calor, la indecisión y la debilidad, así como a la tristeza y la melancolía; la preocupación, el miedo y la depresión.

En ese ambiente, totalmente intimista, la artista conforma sus narraciones las cuales extiende en figuraciones expresionistas que instan a la meditación sobre los peligros de la existencia humana. Fantasmagóricos personajes que la asechan y nos asechan en el devenir contemporáneo y que se dispersan en sus cuadros y pequeñas esculturas al punto de convencernos de que, ante cualquier adversa circunstancia existencial, nuestro mundo exterior e interior puede tornarse de color gris.

Consciente de que también este tono está unido a la honestidad, a la profesionalidad y a la confianza, así como a la discreción y al compromiso, esta creadora no pretende atemorizar ni amedrentar al espectador, sino todo lo contrario, ella trata de revelar su personal interpretación espiritual de la sociedad, y exaltar su imaginación, para exhortar al razonamiento sobre el convulso tiempo en que transcurre la presencia del hombre sobre la Tierra.

El célebre escritor estadounidense, Howard Phillips Lovecraft (más conocido como H. P. Lovecraft), autor de novelas y relatos de terror, en su texto titulado El modelo de Pickman, expresó que “cualquier ganapán de esos que dibujan portadas puede embadurnar un lienzo sin orden ni concierto y darle el nombre de pesadilla, aquelarre o retrato del diablo, pero sólo un gran pintor puede conseguir que resulte verosímil o suscite pavor. Y ello porque sólo un verdadero artista conoce la anatomía de lo terrible y la fisiología del miedo: el tipo exacto de líneas y proporciones que se asocian a instintos latentes o a recuerdos hereditarios de temor, y los contrastes de color y efectos luminosos precisos que despiertan en uno el sentido latente de lo siniestro…”.

Esa sentencia identifica las más recientes creaciones plásticas de Isis, quien tal vez escogió el nombre de Tarántula, como título de esta exposición, con la perversa intensión de vincular este proyecto con el temible arácnido —perteneciente a la familia Lycosidaeu—, cuyo nombre proviene de la ciudad italiana de Tarento (Taranto, en italiano), donde eran abundantes. Bien es sabido que pocos bichos causan tanta repulsión como estas arañas grandes, peludas, venenosas y armadas con grandes quelíceros que aterran al más valiente de los mortales.

Las figuras humanoides que Isis presenta en esta exposición se perciben como extraños seres que soportan un destino ignoto plagado de dolor e incertidumbre. Reflejo de la maestría del oficio de la artista; quien demuestra que “en estas esculturas, dibujos y pinturas lo importante no es el color sino la luz, los grandes contrastes, los volúmenes y las sombras, en perfecta armonía, con la expresión de las figuras-personajes”, según expresó María Teresa González, curadora de la muestra.

Cada cuadro nos asoma a universos oníricos, fantásticos y tenebrosos, como si fueran derivados de alucinaciones, en los que las figuras femeninas son el eje principal de la línea de pensamiento. Entre estos sobresalen las “tarántulas coronadas” unos 40 dibujos realizados por la artista en tiempos del distanciamiento social decretado ante la presencia de la pandemia en La Habana, entre los que sobresale uno relacionado con las experiencias de la enfermera Yaquelín Collado, quien permaneció durante varias semanas en cuidados intensivos debido a este flagelo.

En Tarántulas —abierta al público hasta finales de noviembre— los pasibles cuerpos multiplicados y desfigurados, tienden sus miradas de desolación e impotencia, para provocar la meditación sobre situaciones inherentes a la vida misma, con sus alegrías y tristezas, dolores y esperanzas, en un paradójico y extraño sentimiento de consolación y seguridad que insta a enfrentar la diaria acción individual y colectiva, y conjurar los demonios que se interponen en nuestros caminos, y continuar el avance seguro en medio de los infortunios, las turbaciones y las vicisitudes, circunstancias que son inherentes a la existencia misma del hombre desde que aprendió a pensar.

Isis de Lázaro Cubillas, escultora, pintora, dibujante, instalacionista y profesora graduada de la Academia Nacional de Artes Plásticas San Alejandro y fundadora de la Asociación Hermanos Saíz. Pertenece al Fondo Cubano de Bienes Culturales. Sus obras se encuentran en colecciones privadas de México, Venezuela, República Dominicana, Francia, Italia, Bélgica, Argentina, Perú, San Vicente, Puerto Rico y España. Ha realizado 104 exposiciones —30 colectivas y 74 personales—, en Cuba y otros países de varios continentes. Entre sus esculturas se destacan el busto de Amadeo Roldán, ubicado en Escuela de Música del mismo nombre; así como los de Máximo Gómez, respectivamente emplazados en una biblioteca capitalina y en Baní, República Dominicana, entre otras como dos monumentales en dos círculos infantiles de La Habana.

Imagen destacada: Obra El demonio, la duda y el miedo. Acrílico sobre lienzo.

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