EFEMÉRIDES

El Apolo Habanero y La verdad, dos periódicos muy distantes y diferentes

El 10 de enero, pero de diferentes años, vieron la luz dos memorables periódicos tan diferentes en sus estilos, lugares de fundación y tendencias como en el contenido de sus noticias, artículos y comentarios.

Me refiero a El Apolo Habanero, creado en 1836 por Francisco Montero y Lorenzo Mier, y La verdad, surgido en 1848, en Nueva York, bajo la tutela de Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño.

El apolo habanero 

La primera de estas publicaciones estuvo dedicada, fundamentalmente, a la promoción y la crítica sobre música en tiempos en que esta manifestación artística gozaba de extraordinario auge en Cuba. Reflejó a figuras de renombre en la composición y la ejecución de diferentes instrumentos musicales como el piano, la guitarra y el violín, las cuales precisaban de una mirada periodística que propiciara el análisis de la enjundiosa obra de esos creadores.

“La Habana era música y ello debía conllevar, necesariamente, la aparición de revistas que enaltecieran este arte, y no esperar a las que, tardíamente, llegaban del viejo continente. Aficionados había muchos, diletantes y petimetres que se paseaban por las marquesinas de los teatros habaneros de entonces —aún el Tacón estaba en planes de construcción—  necesitaban que su ciudad no pasara por el bochorno de no contar, en ese momento, con una revista dedicada a este arte”, apunta en un extenso artículo sobre este impreso publicado en La Jiribilla (Año X. 7 al 13 de enero de 2012), bajo el título de El Apolo Habanero, una rareza bibliográfica dedicada a la música, Cira Romero, destacada ensayista, crítica literaria e investigadora de figuras y temas de literatura cubana.

Aunque este no fue el primer periódico dedicado al tema —desde 1812 comenzaron a circular en Las Habana diferentes diarios, semanarios y mensuarios, de pocas trascendencia y tiempo de duración—, El Apolo Habanero fue una empresa que asumieron con extraordinaria devoción y entrega por dos aficionados a la música: Francisco Montero y Pino y Lorenzo Mier y Terán, a quienes no les eran suficientes sus buenas intenciones, ya que carecían de los fondos necesarios para asumir tal empeño.

Sin embargo la suerte los acompañó al interesarle el proyecto a Don José María de la Herrera y Herrera, uno de los hombres más ricos de Cuba en la primera mitad del siglo XIX, de quien se  decía era melómano.

En muestra de gratitud por tan admirable gesto, Montero y Mier divulgaron una nota que expresaba: “Publicar El Apolo Habanero bajo los auspicios de V. E., es anunciar su más brillante séquito, y presagio de indefectible progreso, pues que una mano benéfica y protectora de las bellas artes, se digna admitir ofrenda, que con particularidad merece su atención. Prevalido de las bondades que V. E. dispensa a las artes y en particular al de la música, es que sometemos El Apolo Habanero a la alta protección de tan digno Mecenas, impetrando su indulgencia. Dígnese V. E. acoger tan pequeño obsequio, y mirarlo con la benevolencia que le es característica, y que admiran por siempre sus más atentos y seguros servidores” (Sic.).

Según Cira Romero, “en la época en que se publicó El Apolo Habanero la capital cubana bullía de entusiasmo ante la música. Los negros libres, los mulatos y, en general, el llamado ‘pueblo bajo’, se reunía para gozar de la danza y las interpretaciones orquestales en los llamados ‘bailes de cuna’, como bien se puede leer en nuestra novela por excelencia del siglo XIX, Cecilia Valdés o La loma del Ángel, donde al compás del violín del propio Brindis de Salas, los ignorados mutuamente como medios hermanos, Cecilia Valdés y Leonardo Gamboa, se estrechaban en una armónica contradanza. Pero los desposeídos no podían contar con una revista como esta, entre muchas otras razones, porque la absoluta mayoría era analfabeta. Entonces, el mecenazgo o la ‘culta’ ostentación ponían a disposición de un reducido número de lectores revistas como El Apolo Habanero, cuya significación en la historia musical de Cuba está aún por dilucidar completamente”.

La primera edición del periódico  se produjo el domingo 10 de enero y es la única que se conserva de las doce que vieron la luz. Se imprimía en los talleres de Terán, perteneciente a un sobrino de Lorenzo Mier. Además de cuestiones relacionadas con la técnica, en este impreso aparecieron varias composiciones de contradanzas, canciones, óperas y misas; así como autores destacados, presentaciones en teatros e invenciones correspondientes al universo de la música.

La verdad, un periódico anexionista

Gaspar Betancourt Cisneros, fue uno de los más connotados intelectuales cubanos del siglo XIX. Fue reconocido como un articulista de costumbres, labor que mucho tenía que ver con su temperamento socarrón e irónico. Su gracia criolla que trascendió a sus textos aparecidos, entre 1838 y 1840, en la sección Escenas cotidianas de La Gaceta de Puerto Príncipe los cuales tenían como fin mejorar los modos de vida de Santa María del Puerto del Príncipe (Camagüey), donde nació el 29 de abril de 1803.

Esos trabajos fueron publicados en una compilación impresa en La Habana en 1950. También sobresalió como epistológrafo.

Gaspar firmaba sus artículos con el seudónimo de El Lugareño, rúbrica con la que asimismo identificó sus colaboraciones en El Fanal, de Camagüey, y El Siglo, de La Habana.

Abiertamente opuesto al régimen colonial español, optó en ese tiempo por el anexionismo como programa político para Cuba, situación que le ocasionó múltiples enfrentamientos con las autoridades españolas. En 1846, una orden del Capitán General, Leopoldo O’Donnell, lo obligó a abandonar el país rumbo a Estados Unidos, donde desplegó una importante labor política al frente de la Junta Cubana de Nueva York.

En esa próspera urbe estadounidense, dos años después, el 10 de enero de 1848, fundó el periódico La Verdad, también de orientación anexionista.

No obstante, sus pretensiones de que la isla de Cuba pasara a formar parte del imperio del norte se desvanecieron al darse cuenta de la solapada política de los gobernantes estadounidenses. Entonces se identificó definitivamente con la causa de la independencia cubana.

En tal sentido escribió: “Desde que me resolví a conspirar contra el gobierno español, o más bien contra la dominación de España en Cuba, di por perdidas todas mis propiedades y no he pensado en recobrarlas sino con la independencia de la Isla de Cuba, y un gobierno propio, libre y digno de la civilización de sus hijos”.

La verdad se mantuvo gracias a los subsidios de los insulares, tal expresa en su primer número: “sostenido por el patriotismo cubano para circular gratis”.

El eminente abogado, José Ignacio Rodríguez Hernández, catedrático en la Facultad de Filosofía de la Universidad de La Habana hasta 1863, y profesor de Física y Química en varios institutos de la capital, en su extenso ensayo titulado Estudio histórico sobre el origen, desenvolvimiento y manifestaciones prácticas de la idea de la anexión de la isla de Cuba á los Estados Unidos de América (Anexión de Cuba a los Estados Unidos), publicado en 1900 en la imprenta habanera de La Propaganda literaria, apuntó que este periódico se distribuía en  el territorio cubano de forma clandestina, a pesar del empeño de las autoridades por impedirlo.

“Se le veía —expresó José Ignacio— frecuentemente pasar de mano en mano, aunque con grandes precauciones, entre los cubanos residentes en la Isla —sobre todo entre la juventud— como cosa altamente preciosa, que representaba la aspiración más noble y levantada de la virtud patriótica”.

En la edición e impresión de La Verdad, Betancourt Cisneros contó con el apoyo de Moses Yale Beach, personaje anexionista, inventor y empresario de periódicos estadounidense, además de director del influyente periódico The Sun. De algún modo esa ayuda contribuyó a consolidar el prestigio de la publicación, pues este hombre se había destacado por su contribución al desarrollo de la tecnología, en tanto fue, sobre todo, un importante desarrollador del periodismo popular.

The Sun llegó a ser considerado entre los medios de prensa más importantes de todo el mundo y cuya  tirada, en 1848, alcanzaba los 50 mil ejemplares.

Para acompañarlo en la empresa editorial, el ilustre camagüeyano contó con   el apoyo, como redactor, de una de las figuras más sobresalientes de la intelectualidad matancera, Miguel Teurbe Tolón. Profesor de historia, filosofía, inglés, esgrima y retórica, se había radicado en Nueva York a causa de sus ideas independentistas, dedicándose al magisterio. Asumió allí, al lado de Gaspar, la secretaría de la Junta Cubana Anexionista.

Teurbe Tolón ya gozaba de prestigio en la prensa cubana, en la que colaboró con varios periódicos y revistas, como Aguinaldo Matancero y La Aurora del Yumurí, de la cual fue redactor jefe; aparte de hacerlo en El Faro Industrial, La Piragua, La Prensa, La Floresta Cubana, Brisas de Cuba, El Duende, entre otros.

Vale apuntar que este insigne patriota cubano, promotor de sentimientos progresistas y separatistas, fue uno de los creadores de la bandera y el escudo nacionales junto a Manuel Márquez Sterling, Narciso López, José Aniceto Iznaga Borrell, su sobrino José María Sánchez Iznaga, Cirilo Villaverde y Juan Manuel Macías. Ellos juraron, sobre el estandarte de la estrella solitaria, luchar y ofrendar la vida por hacer de Cuba independiente.

Aunque no se precisa la fecha en que La Verdad dejó de circular, su presencia se hizo memorable entre los cubanos, los que además de los textos relacionados con las ideas anexionistas, los lectores se pertrechaban de luces a través de trabajos que introducían análisis de temas tan escabrosos en esa época como las críticas a la educación tradicional de la mujer,  la labor manual como actividad carente de dignidad, y por la solución de las deficiencias en la instrucción pública.

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