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Periodismo en tiempos de cobertura

“Carrera difícil, la mía, Matemática. ¡Esa sí que se las trae! El Periodismo jamás se le podrá comparar. ¡Es como un círculo de interés!”, me dijo un día, medio en broma y medio en serio, un condiscípulo de mis tiempos en la santiaguera Universidad de Oriente. Y, como para neutralizarme con una evidencia que le pareció irrebatible, sacudió ante mis ojos un cuaderno repleto de ecuaciones y de combinadas que me hicieron recordar los caracteres del alfabeto chino.

No me dejé provocar y admití que, en efecto, la ciencia de los números es compleja y exige aplicación. Lo confirmé en cada oportunidad en que los de mi grupo llegábamos a la residencia estudiantil pasada la medianoche, después de unas horas de diversión, y lo encontrábamos a él y a varios de sus compañeros “mechando” en uno de los salones de estudio para enfrentarse al otro día a un seminario o examen.

Pero todas las carreras tienen sus complejidades. Se les llega a dominar de acuerdo con la actitud y a la aptitud de cada quien. Cierto: los periodistas no somos expertos en álgebra ni en geometría. Los matemáticos tampoco lo son en gramática y estilística. Así que cada uno a su oficio, como en la célebre fábula de Emerson, en la que la montaña quiso dar cátedra de grandeza a la ardilla, y obtuvo como respuesta una observación de antología: “Ni yo llevo los bosques a la espalda, ni usted puede, señora, cascar nueces”.

Los primeros años de ejercicio periodístico son definitorios en la formación de un reportero. La academia proporciona herramientas para entender las sutilezas de la profesión. Pero es frente a la virginidad de una página y en la cacería de noticias donde se fragua y pule el oficio. Sí, porque el periodismo es, exactamente, eso: profesión y oficio. Y ambas cosas se ponen de manifiesto no solo a la hora de formular preguntas, sino, además, a la hora de las coberturas.

Cuando la dirección de un medio de prensa le encomienda a un reportero cubrir una visita de primer nivel, el estrés y la ansiedad se disparan. Todo comienza varias horas antes de iniciarse el recorrido. Para entonces ya el periodista debe tener a punto su equipamiento, conocer qué medio de transporte abordará y cuál será el itinerario previsto.

El momento en que la comitiva toma carretera es uno de los más peliagudos. Si el vehículo en el que se desplaza el visitante está en perfecto estado técnico —por obvias razones, siempre lo está—, pisarle los talones a bordo de otro menos dotado será una misión poco menos que imposible, por mucho que el conductor se esfuerce en darle alcance.

Lo recomendable es llegar primero a las escalas, para tomar posición donde haya mejor visibilidad cuando haga su entrada el grupo principal. Pero casi siempre ocurre lo contrario. Se llega de último y eso conmina al reportero a lanzarse a toda prisa del carro y protagonizar un aparatoso corre-corre con el único propósito de recuperar la información perdida.

La cobertura es también un desafío a los sentidos. Si es en un central azucarero, un taller de ensamblaje o una empresa metalúrgica, el ruido de las máquinas no dejará escuchar lo que el visitante conversa con sus directivos. Entonces habrá que preguntarles a los funcionarios que lo acompañan qué dijo y qué sugerencias dejó para hacer más eficiente la labor productiva. Y así en esta escala, y la otra y la otra.

La última fase de la cobertura es la redacción y el drama ante la cuartilla en blanco. Hay que transcribir lo grabado, descifrar nuestros propios jeroglíficos, poner en orden las ideas, torturarnos en busca de la escurridiza primera línea y comunicarles a quienes aguardan por el reportaje que no se impacienten, que en pocos minutos tendrán en sus manos 160 líneas con lo fundamental del recorrido del visitante.

Luego de aporrear las teclas de la computadora durante un buen rato, de eliminar enunciados completos, de incorporar otros, de borrarlos todos, de comenzar otra vez desde el principio, de corregir ortografía, de verificar cifras, de padecer buscando un buen título, de contestar al teléfono a quien pregunta por cuarta vez que si falta mucho…, le ponemos punto final al texto, lo adjuntamos a un mensaje electrónico, lo enviamos a la jefatura de Información y solo entonces, como quien sale de un trance con un orgásmico suspiro de triunfo, se retorna a la normalidad y concluye la tortura.

En fin, el Periodismo no será la profesión más difícil del mundo —¿acaso alguna lo es?—, pero tiene sus complicaciones y demanda neuronas. Me encantaría ver al amigo que lo compara con un círculo de interés en medio del torbellino de una cobertura difícil, corriendo, preguntando, grabando, anotando, sufriendo… Y todo con el tiempo y el estrés en roles de verdugos. Apuesto a que cambiaría de criterio.

(Tomado de Juventud Rebelde)

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Juan Morales Agüero
Licenciado en Periodismo por la Universidad de Oriente (1993). Máster en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de La Habana (2009). Graduado en Educación Física y Deportes (1976). Profesor universitario adjunto de Comunicación Social. Premio de la Ciudad en Periodismo (1996). Diplomado en el Instituto Internacional de Periodismo de La Habana (1999). Cobertura periodística en la República de Guatemala (2002). Ganador de varios concursos provinciales y nacionales. Corresponsal en Las Tunas del periódico Juventud Rebelde. (Las Tunas, Cuba)

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