COLUMNISTAS

Los cabos sueltos de un fuego

Cuentan que Montaigne dijo que pretender enseñar a un niño es encender una llama y la metáfora me parece de máxima vigencia en una ínsula empeñada en privilegiar al conocimiento como placer ante los devaneos de una civilización que no ha aprendido a usar el galopante desarrollo tecnológico para el mejoramiento humano, dicho de manera rotunda y en términos martianos.

En Cuba se prendió ese fuego hace mucho tiempo, pero tal vez no arde con toda la intensidad que pudiera por falta de articulación de los elementos de combustión. En el país se han creado las condiciones para fomentar planes de lecturas, para publicar libros que complementen ese interés y estimulen la creación literaria destinada a niños y las niñas, pero todavía ni los escritores, ni los teatristas, ni los realizadores audiovisuales interesados en comunicarse con  esos destinatarios y destinatarias que serán los hombres y mujeres del futuro tienen el reconocimiento social, ni la participación requerida en los procesos del conocimiento para los más chicos.

¿Cuántos libros de literatura para niños llegan a las bibliotecas de las escuelas? ¿Cuántas veces en la semana el matutino está dedicado a leer un cuento o un poema? ¿ En cuál de las grandes actividades masivas hay la presencia de una de esas personas que escriben para los escolares? De la programación radial y televisiva, ¿qué espacio se dedica a reflejar la literatura para niños y niñas que se hace en el país? ¿Qué vínculos existen entre la campaña por la lectura y la asociación de escritores? ¿Qué peso tiene en la producción audiovisual la dedicada a los niños y niñas? ¿Cuántos poemas para los chicos están musicalizados? ¡Cuántas investigaciones están disponibles para saber cuáles son las tendencias entre los públicos primigenios?

Claro, por supuesto, que en comparación con las tres cuartas partes subdesarrolladas de este planeta se ha realizado una labor enorme y magnífica, pero en comparación con nosotros mismos, aunque todos abrazamos el principio de que nada hay más importante que un niño, todavía los temas de ese universo están relegados, o no suficientemente tratados e inconscientemente se ven como cosas de niño, algo que no es de la máxima importancia. Ese criterio subyacente influye en padres, luego en maestros y más tarde en todos los mecanismos sociales de autoridad aunque se publiciten todos los días los derechos de los infantes, que dicho sea de paso deberían estar complementados con los derechos de los padres para dar algún apoya a la pérdida de autoridad que comienza en el seno familiar, llega a la escuela y luego a los ciudadanos y ciudadanas que carecen por completo del más mínimo respeto a nada. En ese sentido se ha roto el antiguo autoritarismo dañino, pero no se ha fomentado suficientemente una ética de las relaciones a partir de una cultura del diálogo, que permita un entendimiento sin tiranizaciones de una parte, ni la otra.

Todos los procesos de la realidad  son complejos, mucho más cuando, como ha pasado en Cuba, la prisa obligada de ciertos factores de cambio impide una sedimentación que es la base de la cultura, amenazada ahora a escala global por una dinámica que compromete conceptos muy arraigados sobre el ser humano y el aprendizaje que se van transformando sin que tengamos tiempos para percatarnos. Uno de ellos es que los niños de hoy en día tienen una información que ya hubiera deseado para sí algunos de los más grandes sabios de la antigüedad, no siempre les llega por las vías más edificantes y sí de manera más simple a partir de los presupuestos sentados por el audiovisual.

La ventaja en Cuba, por sus características sociopolíticas, es que se puede diversificar esa tendencia, usarla con mejores fines si en verdad se logra articular un sistema donde exista una relación de intercambio permanente entre escritores, realizadores audiovisuales, programaciones en los medios masivos y las escuelas. Ya existen algunas experiencias provechosas en programas de radio y televisión  escritos por autoras reconocidas en el ámbito de la literatura para niños, pero podrían ser mayores.

Pero para conseguir esos propósitos que existen es imprescindible una mayor beligerancia de la literatura para niños que ha tenido un notable progreso en las décadas más reciente como demuestran varias antologías que  denotan diversidad estilística y de temas. Pero los escritores para niños siguen sufriendo las consecuencias del viejo prejuicio sobre la importancia de su labor. No son suficientemente visibles ni en la radio, ni en la televisión que son los medios para referir su existencia. No son promocionados a partir de los premios más importantes: el Nacional de Literatura o el de la Crítica en la medida que debieran, no se les dedica una Feria Internacional del Libro, muchos no tienen ni la Orden de la Cultura Nacional o si la tienen es por otros tipos de escritura e incluyo, por supuesto, lo que han escrito teatro para niños.

Independientemente de que en realidad los escritores y escritoras cubanas no son suficientemente promocionados o sólo lo son un grupo de presencia permanente, los que han centrado su quehacer en los públicos infantiles lo son menos. Entonces los padres no los conocen, ni los maestros, y por tanto no pueden sugerirlos, y se trata de padres y maestros que quizás tampoco leyeron literatura en su infancia porque no era suficiente, porque todavía padecía de mayores indigencias publicitarias o porque forman parte de generaciones que no escucharon las nanas cantadas por sus padres, ni los cuentos tradicionales que en ciertos lamentables momentos fueron desterrados por no considerarse ideológicamente convenientes y se perdieron la magia que tanto estimula la imaginación, como perdieron el encanto de las canciones para niños porque en los matutinos empezó a utilizarse cualquier música.

De manera que los asuntos relativos a la infancia tienen muchas aristas diferentes que analizar, hasta ese empeño de las madres de vestir a las niñitas como adultas con las peores tendencias presuntamente en moda. Y de manera multidisciplinaria habrá que estudiar todo eso para saber a qué atenerse en los planos más cercanos a lo científico. Pero la literatura tiene la gran ventaja de que puede incidir en todo esos fenómenos y puede ser la base, como lo ha demostrado ciertas producciones, de un mejor audiovisual, pero incluso si no hay recursos técnicos como los que requieren las nuevas tecnologías, un cuento, un poema , una canción dichos, leídos, cantados pueden ser  un suceso atractivo y reivindicación de la palabra como expresión del pensamiento.

No existe ningún obstáculo que no puedan vencerse para esa mejor articulación entre los diversos factores de la sociedad que pueden contribuir a una mayor influencia en ese universo complejo también de aprender enseñando a la gente de mañana. El fuego ha sido encendido pero, entre todos, hay que lograr que crepite con mayor fuerza.

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Soledad Cruz Guerra
Periodista, ensayista y escritora cubana. Trabajó en Juventud Rebelde como una de sus más sobresalientes articulistas. Fue la representante Cuba en la UNESCO.

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