PERIODISMO PATRIMONIAL E HISTÓRICO

En el origen fue la mezcla

Cuba es un gran ajiaco. Una mezcla total de razas, costumbres, comidas, ideas. Aunque las estadísticas hablan de una población mayoritariamente blanca, de origen español, la realidad es fruto de una rica urdimbre étnica y cultural, que fue justamente el primer gran desafío para reconocer su propia identidad y su carácter caribeño, característica que aunque simplificada en la alegría sensual de gozar de la vida, se constituye en un proceso histórico complejo de explotación, discriminación colonialista y la búsqueda de lo que el poeta cubano de Camagüey, Nicolás Guillén, denominara color cubano, color propio.

A diferencia de otros países de ese carrefur que es el Caribe no será hasta después de aparecidos y consolidados los sentimientos de identidad, de pertenencia a una nación que la literatura y las artes asuman el mestizaje, no únicamente racial, sino en su sentido más abarcador, el de la fusión de elementos de culturas diferentes que condiciona la llegada de una manera de ser, de sentir, de comportarse, una cosmovisión distinta para un universo surgido de un amasijo doloroso y fecundo.

Nicolás Guillen, un cubano mulato, nacido con el siglo XX se convertirá en el devenir del proceso de consolidación de la identidad en ese periodo, en el poeta, el artista que asumirá definitivamente en su obra el color mestizo de Cuba, o dicho con sus propias palabras el color cubano. Antes de esa consagración transcurre prácticamente la historia de la formación del país y de su cultura.

Antecedentes

Es sobradamente conocido que los españoles colonizaron Cuba. El rigor del coloniaje prácticamente acabó con los originales habitantes de la Isla: Guanajatabeyes, Siboneyes y Taínos. Tal fue el motivo de la llegada de los africanos como fuerza de trabajo esclava. Los españoles eran ya un pueblo mezclado, como casi todos lo son. Y fueron arribando a la ínsula provenientes de todas las regiones de la península. Los africanos también venían de diferentes zonas del continente. Cierto es que esos son los troncos fundamentales del mestizaje racial y cultural de Cuba, pero luego, en sucesivas inmigraciones, se fueron añadiendo al melange, franceses escapados de la Revolución de Haití, braceros asiáticos, algún inglés que se aplatanó después de la toma de La Habana, un sabio alemán fascinado por la naturaleza y por último norteamericanos interesados en la caña de azúcar y jornaleros haitianos y jamaicanos, mercaderes árabes, judíos y hasta japoneses.

Pintura de Belkis Ayón (1967-1999). La fuente temática de la obra de esta artista fue la religión abakuá.

Los especialistas sitúan en los finales del siglo XVIII las primeras manifestaciones de diferencia entre los nacidos en la Isla y los nacidos en España. Insulares se llama a unos, peninsulares a los otros. En el Espejo de Paciencia (1608), considerada la primera obra de literatura producida en Cuba, aparece el término criollo, que primero designaba a los hijos de africanos nacidos en Cuba y luego va a nombrar a todo lo nacido en la ínsula, hasta dar lugar al término cubano.

Los primeros en llamarse a sí mismos cubanos son los representantes de la clase enriquecida con el trabajo esclavo, nucleados en torno a la Sociedad Económica de Amigos del País y al Papel Periódico de La Habana. Claro está, son cubanos blancos y ricos que comienzan a manifestar las costumbres de la Isla en crónicas, artículos, viñetas de escenas de la calle, retratos de personajes populares.

Manuel de Zequeira y Arango (1764-1846), reconocido como uno de los primeros poetas cubanos, será justamente uno de los iniciadores de lo que ha sido consagrado como el género costumbrista. Ya en 1840 se publica Escenas Cotidianas, una de las primigenias colecciones de artículos de costumbre escritos por Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño (1803-1866).

En esa misma corriente se involucrarán otros importantes escritores, poetas, pensadores, entre los que, a manera de ejemplo, pueden nombrarse Anselmo Suárez y Romero (1818-1878), Julián del Casal (1863-1893), Antonio Bachiller y Morales (1812-1889) y el Científico Felipe Poey (1799-1891).

El costumbrismo es de particular importancia en la etapa del surgimiento de las ideas sobre la identidad cubana en tanto diferente de la española, y va a ir evolucionando paulatinamente hasta casi llegar a la necesidad de separación de España; a la vez, es en las imágenes de costumbres donde comienzan a aparecer los pardos y los morenos como parte de la realidad peculiar de la Isla. Y esta tendencia será, de cierta forma, antecedente de la literatura antiesclavista y de la aparición luego de la obra cumbre en el Siglo XIX de la novelística cubana: Cecilia Valdés (1840-1882), de Cirilo Villaverde (1812-1894), una novela como un calidoscopio de todo el siglo XIX cubano, gran fresco de costumbres, de modo de vida y asunción de lo diverso en lo cubano.

Antes de la aparición definitiva de Cecilia Valdés o La Loma del Ángel (1882) se han publicado diversas colecciones de artículos de costumbres. Villaverde mismo elogia los de José M. De Cárdenas y Rodríguez y las de Anselmo Suárez y Romero. En 1852 se publica “Los cubanos vistos por sí mismos”, colección de tipos cubanos. Ese álbum, señala José Antonio Portuondo, está ilustrado con grabados de José Robles sobre dibujos de Víctor Patricio de Landaluze. El de este español es un nombre clave en la imagen de costumbres de Cuba. Portuondo señala que fue posiblemente el primer descubridor de la belleza plástica del hombre de color y sobre todo de la mujer de color. Habrá todavía un segundo álbum ilustrado por Landaluze, “Tipos y Costumbres de la Isla de Cuba” (1881) y en general Landaluce dejará para la posteridad, de forma epidérmica pero definitiva, los prototipos de personajes negros de la época y la aparición de la proverbial mulata cubana, la mestiza que en el siglo XX el pintor Carlos Enríquez llevará a sus lienzos como el color de la voluptuosidad y el pintor Víctor Manuel le dará rango de gioconda en su Gitana Tropical.

Gitana Tropical, de Víctor Manuel.

Antes de la versión definitiva de Cecilia Valdés o La Loma del Ángel (1882) se había escrito Francisco (1838-1839), novela de Anselmo Suárez Romero, inscripta en la tendencia de la defensa del negro como ente igual al blanco, tendencia que alcanzará los ribetes más líricos en Sab (1841) de Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873). Son la expresión de la teoría del negro con alma blanca, aunque en ambos están descritos los sufrimientos físicos y morales de los esclavos. También había aparecido la noveleta El Rancheador (1856) de Pedro José Morrillos (1803-1881), que con toda crudeza mostraba la sicología de un buscador de esclavos huidos, cimarrones.

Estas obras mencionadas, que Salvador Bueno incluye en la primitiva narrativa antiesclavista en Cuba, tienen –según él- el mérito de haberse realizado en pleno auge del régimen esclavista, cuando la población esclava y liberta de origen africano superaba en número a la población blanca formada por españoles peninsulares y sus descendientes, y reflejaba el más candente problema social de la época colonial.

La literatura antiesclavista había surgido en torno a Domingo Delmonte (1804-1853), verdadero animador de las letras cubanas. Fue Delmonte quien animó al poeta esclavo Manzano a escribir sus Apuntes Autobiográficos, y ellos servirían de inspiración para el Francisco, de Suárez Romero, y Fátima y Rosalía, de Félix Tanco, colombiano radicado en Cuba, de ideas tan avanzadas para la época como para advertir que la influencia de los esclavos en Cuba no sólo se manifestaba en las costumbres, las riquezas y las facultades intelectuales, sino también en el idioma, los bailes y la música. Los negros de la isla de Cuba, escribe Tanco a Domingo Delmonte, son nuestra poesía y no hay que pensar en otra cosa, pero no los negros solos, sino los negros con los blancos, todos revueltos …) sepamos de una vez lo que somos pintados con la verdad de la poesía.

Ya por esta época uno de los tertulianos ilustre de Domingo del Monte, el poeta y dramaturgo José Jacinto Milanés (1814-1863) había expresado rotundo que el negro constituía el fundamento de nuestra mejor poesía y el poeta mulato Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) (1809-1844) era reconocido por sus composiciones. Lo mejor del pensamiento liberal burgués criollo reconocía, por razones económicas y otras más sublimes, lo proclamado siglos atrás por Séneca: Todos los humanos somos miembros de un mismo cuerpo, la naturaleza nos hizo parientes al engendrarnos a todos con los mismos materiales y con los mismo destinos, pero en la sociedad esclavista del siglo XIX cubano los blancos ilustrados mantenían la mirada en las señas intelectuales de Europa y los negros escribían como los blancos para poder ser reconocidos.

Cuando Cirilo Villaverde publica su definitiva Cecilia Valdés, en 1881, exiliado en Estados Unidos, ya ha sucedido la guerra de independencia convocada en 1868 por Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria cubana, quien llamó a sus esclavos del ingenio La Demajagua a pelear por la libertad de Cuba como hombres libres. Esta versión ampliada de ese relato publicado 40 años atrás, su visión de la emergente nación, es más completa y se remite por ello con más profundidad a describir la totalidad de la sociedad colonial y lo que surgió como un relato de costumbres se convierte en un mural histórico de gran riqueza, donde el pueblo cubano aparece ya reflejado con los colores que le ha aportado el mestizaje.

Ese es el gran mérito de la novela Cecilia Valdés, que en el mural histórico presentado aparecen, por primera vez, en la literatura de Cuba los negros, los pardos y los mulatos como seres pensantes y sufrientes, y en el transcurso de la novela se ofrece el entretejido del mestizaje étnico y cultural. Ninguna otra obra literaria del siglo XIX alcanza esa estatura de documento histórico, al punto que fue calificada por el filósofo Enrique José Varona como historia social de Cuba.

La más somera mirada sobre el fenómeno del mestizaje cultural en Cuba advierte que este se ha producido originalmente entre dos contradicciones fundamentales: la de los cubanos contra el coloniaje español y la de los esclavos y esclavistas. José Martí (1853-1895), la figura cumbre de la cultura cubana del siglo XIX, organizador de la guerra necesaria frente al colonialismo, gran poeta, profundo intelectual, avizora los peligros que pueden derivarse de esas contradicciones para la república que pretende fundar, con todos y para el bien de todos, donde la primera ley sea el culto a la dignidad plena del hombre, y predica desde temprano que no hay oídos de razas, porque no hay razas. Todo lo que divide a los hombres, proclama Martí, todo lo que especifica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad.

Martí, hijo de Español, cubano por convicción, comprende con genialidad de visionario los factores distintos que se conjugan en el nacimiento de la nación cubana, y establece muy claramente en su programa para la independencia de Cuba y la fundación de la República, que “La política es el modo de conducir en la concordia de la justicia para el bienestar total, los elementos diversos” y convoca a negros y blancos, a cubanos y españoles de buena voluntad a la paz futura, a la colaboración de todos para el bien común.

Después de diez años de guerra, que no condujeron a la independencia, la unidad se perfila como sostén indispensable de la nación, y como sabemos la unidad siempre es mestiza en tanto reunión armónica de diferentes.

Es Martí también quien, con mayor claridad, reflexiona sobre la latinoamericanidad de la Isla, y quien mejor define su universalidad. Patria es humanidad, dirá la magnífica síntesis. Martí, luchador infatigable por la independencia de Cuba, organizador de la guerra de 1895, resume en su prolija obra ensayística Las Bases de la Nación Cubana, reconociendo los aportes de las distintas fuentes culturales de que se nutre; advierte los peligros futuros, alerta sobre el miedo al negro, devela las ambiciones del naciente imperio norteamericano y, con gran objetividad, señala defectos y virtudes de la nación vecina y deja establecido el compromiso histórico de solidaridad con otros pueblos, al proponer incluir en la lucha del pueblo cubano la independencia de Puerto Rico.

El siglo XIX cubano finaliza con la frustración de no haber conseguido la independencia, a causa de la intervención norteamericana. La literatura que se produce en las últimas décadas está marcada por los afanes de independencia y la del nuevo siglo por la frustración de no haberla realizado.

El arte de principios del siglo XX cubano ya ha asumido la presencia del negro y asumirá la mulatez como producto del mestizaje de los dos troncos étnicos culturales fundamentales: lo español y lo africano. No evitará tal toma artística el racismo de la recientemente abolida sociedad esclavista. No podía evitarlo, lógicamente, cuando la neocolonia en que los yanquis convierten al país, potenciaba las diferencias económicas, raciales y por sexo.

Durante el siglo XIX cubano se había reconocido la importancia del negro como elemento actuante en la formación de la cultura nacional. No pocos mestizos, mulatos, se habían destacado en el arte musical y literario, o en el ejercicio intelectual, como es el caso de Juan Gualberto Gómez, abogado, periodista, patriota y amigo de José Martí. Pero no será hasta los estudios profundos y desprejuiciados de Don Fernando Ortiz que se reconozca la importancia del negro en la cultura que produce el país.

Señala el científico Don Fernando Ortiz: El aporte negro a la cubanidad no ha sido escaso. Aparte de su inmensa fuerza de trabajo, que hizo posible la incorporación económica de Cuba a la civilización mundial, y además de su pugnacidad libertadora que franquea el advenimiento de la independencia de la patria, su influencia cultural puede ser advertida en los alimentos, en la cocina, en el vocabulario, en la verbosidad, en la oratoria, en la amorosidad… pero sobre todo en tres manifestaciones de la cubanidad: en el arte, en la religión y en el tono de emotividad colectiva. En el arte la música le pertenece. El extraordinario vigor y la cautivadora originalidad de la música cubana es creación mulata… tangos, habaneras, sones y rumbas, amén de otros bailes mestizos que desde el siglo XVI salían de La Habana con las flotas para esparcirse por ultramar.

La cultura propia del negro- consagra Don Fernando- y su alma siempre en crisis de transición, penetran en la cubanidad por el mestizaje de carnes y culturas, embebiéndola en esa emotividad jugosa, sensual, retozona, tolerante, acomodaticia y decidora que es su gracia, su hechizo y su más potente fuerza de resistencia para sobrevivir en el constante hervor de sinsabores que es la historia de este país.

«Como artista plástico tengo la responsabilidad de dar con un poco de color a lo que acontece en mi cultura, en mi país», dijo Choco, autor de esta obra, Premio Nacional de Artes Pláticas, en una entrevista publicada en Juventud Rebelde. Foto: Abel Rojas Barallobre/Juventud Rebelde.

Color cubano

La presencia del negro en la cultura cubana había comenzado a ser reconocida desde principios del siglo XIX cubano, pero la concepción de que lo cubano era fruto de la fusión de lo africano y lo español será sin dudas el gran aporte de Nicolás Guillén (1902 – 1989), quien asume de manera consciente, con pleno conocimiento del fenómeno cultural cubano, la mulatez en términos artísticos con sus poemas sones.

Son numero 6

Yoruba soy, soy lucumí

Mandinga, congo, carabalí

Atiendan, amigos mí son que sigue así:

Estamos juntos desde muy lejos,

Jóvenes, viejos,

Negros y blancos, todo mezclado

Uno mandando y otro mandado

Todo mezclado

La música había sido hasta entonces la simbiosis más evidente entre lo africano y lo español con el nacimiento del son montuno, que mezcla las sonoridades de la guitarra española y la percusión africana. Motivos del Son, poemario de Nicolás Guillén publicado en abril de 1930. aprovecha como modelo rítmico la estructura del son en lo formal y acude inicialmente a ciertas pinceladas del costumbrismo, de los sucesos y andares de la vida cotidiana de los negros pobres, su modo peculiar de hablar el español y los problemas que el racismo existente llevaba a sus vidas.

Negro bembón

Por qué te pones tan bravo,

Cuando te dicen negro bembón

Si tienes la boca santa

Negro bembón?

Los poemas de Motivos del Son, mal valorados por algunos, reconocidos como suceso importante por otros, serán el comienzo de una manera de hacer la poesía, que alcanzará mayores vuelos en Songoro cosongo. Poemas mulatos le llamó Guillén, y explicaba al respecto: “Participan acaso de los mismos elementos que entran en la composición étnica de Cuba, donde todos somos un poco níspero (…) por lo pronto, el espíritu de Cuba es mestizo. Y del espíritu de la piel nos vendrá el color definitivo. Algún día se dirá color cubano.

Estos poemas quieren adelantar ese día”.

La canción del bongó

En esta tierra, mulata

De africano y español

(Santa Barbara de un lado

del otro lado, Chango)

siempre falta algún abuelo

cuando no sobra algún don

y hay títulos de Castilla

con parientes en Bondo

vale más callarse, amigos

y no menear la cuestión

porque venimos de lejos

y andamos de dos en dos

Aquí el que más fino sea

Responde si llamo yo

No se trataba de una poesía negra frente a una poesía blanca, ha aclarado el propio Nicolás Guillén, sino de la búsqueda de una poesía nacional mediante la expresión artística de todo el proceso social cubano, desde la llegada de los primeros esclavos africanos, hasta nuestros días, su lenta fusión, no solo física, sino espiritual.

Balada de los dos abuelos

Lanza con punta de hueso,

Tambor de cuero y madera:

Mi abuelo negro

Gorguera en el cuello ancho

Gris armadura guerrera:

Mi abuelo blanco

…………………………….

Yo los junto. ¡Federico!

¡Facundo! Los dos se abrazan.

Los dos suspiran. Los dos

Las fuertes cabezas alzan;

Los dos del mismo tamaño

Bajos las estrellas altas

Los dos del mismo tamaño

Ansia negra y ansia blanca

Los dos del mismo tamaño

Suenan, lloran, cantan

Aunque con otros presupuestos, pero con similar propósito el poeta y ensayista Cintio Vitier se refiere a la importancia de la obra de Guillen como expresión genuina de cubanía al expresar en su ensayo Lo cubano en la poesía:

Un negro cubano típico se parece más a un blanco cubano típico que a un negro de África. Entonces lo que nos acerca y hermana es algo que no tiene que ver directamente con la raza.

Es el hecho de estar los dos sumergidos en el fenómeno misterioso, imponderable, esencial y por lo tanto sin explicación valida, de lo cubano (…) Esa zona no racial, aunque si profundamente popular es la que toca Guillen (…) Entonces no es el poeta negro o mulato, sino el poeta cubano tocando una cuerda que nos hace vibrar a todos. Esa cuerda es el son liberado de sus amarras ancestrales y telúricas, el suave son por donde cruza, como èl mismo dice la paloma del vuelo popular.

Guillén continuará trabajando en sus poemas mulatos. Aparecerá en 1931 Sóngoro Cosongo, y luego West Indies, LTD; más tarde Cantos para Soldado y Sones para turistas, y después El Son Entero, poemarios que aparejan al descubrimiento de lo cubano como mestizo los problemas sociales que sufren por igual blancos y negros pobres, que padecen la mayoría de los cubanos en la isla.

Dos niños.

Dos niños; ramas de un mismo árbol de miseria,

Juntos en un portal bajo la noche calurosa

Dos niños pordioseros llenos de postulas

Comen de un  mismo plato como perros hambrientos

La comida lanzada por la pleamar de los manteles,

Dos niños: uno negro, otro blanco.

Antes de la aparición de Motivos del Son, un entonces muy joven Alejo Carpentier (1904-1980) había publicado el artículo “La música cubana”, donde defiende el trabajo que están haciendo con los ritmos reconocidos como autóctonos, entiéndase mezclados, los maestros Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla. También Alejo Carpentier, el novelista por excelencia del siglo XX cubano, encuentra en la mezcla “Los elementos originales, asombrosos, insólitos, maravillosos” con los que construirá sus obras posteriormente. Ecue-yamba-O será un primer intento, que no saldrá a su gusto, pero que demuestra su voluntad de expresión y de método. El Reino de este Mundo, Los Pasos Perdidos, El siglo de las Luces, La Consagración de la Primavera. Todas sus novelas expresarán la gran mezcla latinoamericana y caribeña.

Asumir la cubanidad como un resultado del mestizaje cultural y racial será una constante de los más representativos artistas del siglo XX cubano. En 1948, Virgilio Piñero (1912-1979) estrena Electra Garrigó. Se trata del traslado del mito griego a la idiosincrasia cubana. Fue un escándalo para la época ver en escena a los personajes mitológicos interpretados por negros y mestizos. Sobre las razones del tal proceder, Piñero explicó: “Cuando me sentí tentado por los héroes de la tragedia griega me pareció que todo resultaría un soporífero si me limitaba a presentarlos en escena más o menos enmascarados en el ropaje de nuestra época (…) Me dije fueron creados por autores que conocían muy bien a su pueblo”. Entonces, el dramaturgo decidió representar a su pueblo y no sólo en el aspecto externo, sino en lo profundo de sus características.

En la pintura cubana ocurre otro tanto. La vanguardia artística del siglo XX encontrará tema en el mestizaje. Las obras de Carlos Enríquez y Víctor Manuel lo reflejarán de modos bien diferentes. El más internacional de todos será Wilfredo Lam.

Es cierto que ese hallazgo nacional de la identidad unida al mestizaje coincide con las fuertes corrientes europeas que buscaban lo extraño, lo exótico en otras culturas, pero sobre el asunto el propio Nicolás Guillén será claro al expresar: “Al llegar a Cuba la moda de lo negro, no directamente de África, sino pasando por Montparnasse y el Barrio Latino, y aún por la Sorbona, se convirtió en un modo, determinado por la formación histórica de nuestro pueblo, hijo de las culturas africanas, venido al país durante tres siglos, y la hispana”.

Existen numerosos ensayos sobre el tema, una bibliografía activa y otra pasiva de gran riqueza. Pero la síntesis a la que obliga el interés de despertar la curiosidad me ha llevado a llamar la atención sobre los elementos que considero más relevantes: primero, la búsqueda de una identidad diferente a la española; luego la asunción del aporte africano; después el proceso de búsqueda de independencia y consolidación de la nación en tanto cultura y, finalmente, el reconocimiento del mestizaje como ingrediente fundamental de lo cubano, un proceso largo y doloroso que encontrará en el triunfo revolucionario de 1959 cauce propicio para luchar contra las prejuicios raciales , que no se pueden eliminar por decreto, y para el fomento de una cultura integradora de los elementos diversos de una identidad surgida en el batallar por afianzar la independencia nacional, para la cual son esenciales las raíces que vienen de distintos puntos del planeta y que en su fusión en la isla han creado ya un sólido color cubano, como avizoro Guillén.

Elegía a Jesús Menéndez

Entonces llegará,

General de las cañas, con su sable

Hecho de un gran relámpago bruñido

Entonces llegará

Jinete en un caballo de agua y humo

Lenta sonrisa en el saludo lento;

Entonces llegara para decir

……………………………………..

Fue largo el viaje y espero el camino

creció un árbol con sangre de mi herida

canta desde él un pájaro a la vida

la mañana se anuncia con un trino.

En el origen fue la mezcla y, hasta hoy, ella sigue siendo el elemento enriquecedor y vivificante de la cultura cubana, una cultura que ha afianzado su fuerza en un proceso revolucionario que tiene como escudo de defensa la unidad frente a un enemigo poderosísimo, cada vez más agresivo, una cultura que tiene como gran desafío la lucha por sobrevivir en circunstancias adversas luego de haber afianzado su vocación de independencia y justicia social.

Tengo

Tengo, vamos a ver,

Que ya aprendí a leer,

A contar,

Tengo que ya aprendí a escribir

Y a pensar y a reír

(En la portadilla, obras de Eduardo Roca Salazar (Choco). Pintor y grabador cubano)

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Soledad Cruz Guerra
Periodista, ensayista y escritora cubana. Trabajó en Juventud Rebelde como una de sus más sobresalientes articulistas. Fue la representante Cuba en la UNESCO.

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