TESTIMONIO

Cuando un amigo se va…

Hace unos días estaba en Maimón, República Dominicana, en la Jornada de Homenaje al Ché en su cumpleaños 80, conversando con jóvenes dominicanos sobre el insigne guerrillero argentino – cubano, y ya al final del coloquio uno de los organizadores dijo con inocultable orgullo: “Usted está en el centro mismo del país”.

No pasa un día sin que en algún momento, por alguna razón, me visite el recuerdo del Guille, pero tan singular coincidencia con Guaracabuya, el centro geográfico de nuestra Patria, lugar escogido por él para despedirse de la vida el primero de julio del pasado año, me trajo vivamente aquella memorable mañana de domingo, cuando a la voz convocante del Guille se dieron cita  numerosos tecleros de todo el país para expresar lo que era central en sus vidas, el día central del año, en el centro de Cuba, a la hora central del día.

Así era Guillermo, ocurrente, ingenioso, genial, rezumaba ideas nuevas, entusiasmo desbordante, no paraba de crear, de trabajar, de luchar por lo que creía.

El jueves en la noche, dos días antes de partir a Sancti Spíritus, me había preguntado en El Costillar, qué era lo central en mi vida. Lo pensé un rato, mientras me miraba expectante, y finalmente le dije que lo central en mi vida era el trabajo y que como en éste yo me empeñaba en demostrar la necesidad y viabilidad del socialismo, creía que la lucha por el socialismo era para mí lo central. La respuesta del Guille fue tan ingeniosa como emotiva: “Flaco, tú y yo tenemos el mismo propósito en la vida, yo estoy convencido que lo central en mi vida es hacer felices a los demás, y el socialismo es eso, hacer felices a los demás”.

No sé exactamente cuándo hablamos por primera vez, pero sí se que lo conocía de toda la vida. Cuando comencé a escribir algunas cosas para la prensa, él ya trabajaba en el Granma. Yo tenía en vena la costumbre del profesor, explicaba demasiado las cosas. Un día que había enviado un artículo a esa redacción, le pregunté si le había parecido bueno el trabajo. Su respuesta fue tan ocurrente y fraternal como educativa. El modo en que me dijo que sobraba cerca de la tercera parte del texto no se me olvidará. “Poeta: tú empiezas a calentar el brazo en la tercera página”.

Guille era directo, franco, decía cualquier verdad por dura que fuera, pero nunca hizo sentir mal a nadie por ello, todo lo contrario. Creo que difícilmente alguien podría molestarse con él, porque le sabían de buen corazón y ánimo abierto.

Él encarnaba al antiburócrata por definición. Solo temía no hacer las cosas bien. Cuando se trazaba nuevos propósitos -y una y otra vez los tenía- comenzaba a trabajar para superar obstáculos, su gusto por lo nuevo, por los retos, era quizá el secreto de su perenne juventud. Muchas veces se refería a quienes trabajaban con él como “sus insubordinados”, no quería elogios ni hablaba nunca de sus muchos méritos, pero no mezquinaba cuando eran merecidas las palabras de aliento y reconocimiento para todos quienes le rodeaban. No olvido el día en que coincidí con mi hija menor en el Instituto, nos encontramos con el Guille y éste le dijo “tú no sabes cuánto queremos aquí a tu padre”. Me llegaron al fondo esas palabras. No hay galardón mayor que el cariño de un amigo y da gusto tener amigos así.

Su oficina tenía el imán de su personalidad, allí nos encontrábamos a menudo muchos conocidos, el Guille nos convocaba en silencio. Sus puertas siempre abiertas, su amabilidad con todos, el querer ayudar a todos. Su entrega al trabajo, su sensibilidad, su atención a la formación de los más jóvenes y su decisión de hacer de cada pieza que publicaba un mensaje cargado de enseñanzas y de gusto por la vida, sumados al rigor y la excelencia en el uso del lenguaje, hacían de Guillermo un ser humano especial y un destacado profesional del periodismo.

Un día regresaba de la UCI donde presentó ante cientos de estudiantes su libro teclero y me comentó con sano orgullo humano y profesional: “firmé muchísimos libros, a cada uno le puse algo diferente.”

Recuerdo solamente una frustración del Guille: el no haber podido realizar su día del beso universal. Tan cargado estaba de sensibilidad y amor que se propuso convocar masivamente a los cubanos a expresarlo en calles y plazas.

Él supo aglutinar voluntades para hacer del Instituto Internacional de Periodismo José Martí la institución académica de prestigio nacional e internacional que sigue siendo hoy, pero también lo convirtió en un lugar lleno de alegría, de amor por la profesión, un nido de amigos de todos los confines, un lugar de sonrisas y pasión por la obra revolucionaria. Guille convertía en amistad todo lo que tocaba.

Aquel jueves en la noche le vi la pierna hinchada y caminar con dificultad y le dije, lo que luego me enteré muchos otros amigos le dijeron: que debía reposar antes de salir ese fin de semana. Ya al irme le añadí con fraternal severidad, ¿tengo que llamarte o ir a tu casa para que mañana reposes? Y nuevamente soltó una de sus salidas singulares:: “Haz lo que tú quieras Flaco y yo vengo a trabajar”.

Cuando cayó fulminantemente en el improvisado comedor en Guaracabuya y la tristeza y el desasosiego se apoderaron de todos los tecleros, nadie quería encarar  la pérdida, sobre una mesa varios intentaron revivirlo, también en la casa del médico de la familia, aun sabiendo que ya no sonreiría ni escribiría más. Fue difícil lograr que regresaran a sus hogares y unos pocos seguimos con él hasta el hospital municipal.

Allí salieron dos médicos preguntando si había un familiar que autorizara la autopsia. Y el Guille no tenía familiares en Cuba, pero todos éramos su familia y les dije: “yo puedo autorizar la autopsia”. Finalmente lo acompañé en su viaje de regreso a La Habana una tarde noche llena de tristeza y de compromiso con lo que el Guille nos dejó.

Me ha sido difícil y sigue siéndolo escribir sobre alguien tan entrañable, porque creo que ningún texto le hará la justicia que merece y porque él era un maestro de la palabra escrita y cuando eso coincide con el amigo uno se siente empequeñecer. Este primero de Julio se cumple un año de su desaparición física, cada vez que entro al edificio de 21 y G, donde el Guille entregó lo mejor de sí los últimos años de su vida, lo siento ahí, vivo en la sentencia martiana: la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida

(Texto escrito al cumplirse un año de la muerte de Guillermo Cabrera Álvarez)

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Dario Machado
Licenciado en Ciencias Políticas y Doctor en Ciencias Filosóficas. Preside la Cátedra de Periodismo de Investigación y es vicepresidente de la cátedra de Comunicación y Sociedad del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

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