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Con José Martí, la plena cubanía

La publicación de “24 de Febrero: contra imperios y viles” (https://www.cubaperiodistas.cu/index.php/2021/02/24-de-febrero-contra-imperios-y-viles/), y la ilusión de que se haya leído, o se lea, mueve al autor a no insistir en un hecho indeseable sobre el cual no dejan de llegarle consultas o señales, y que internet ha seguido evidenciando: circulan citas que se dan como de José Martí sin serlo, y otras que, de tan falseadas, tampoco son suyas.

La manipulación dolosa de textos de Martí empezó cuando aún él vivía, y reclamar que un autor sea citado con rigor no es quisquilla de filólogos maniáticos, sino exigencia ética. Con especiales razones si se trata de Martí, por lo que significa para la nación cubana. Y para conocerlo rectamente no dependemos de que alguien diga lo que él escribió o dijo.

En otros casos, como el de Cristo —ágrafo, al parecer—, solo queda resignarse a leer lo que a lo largo del tiempo discípulos e intérpretes han dicho que dijo. Pero con Martí se disfruta la maravilla de una inmensa obra escrita por él mismo, de la cual forman parte discursos que improvisó ante el público pero cuya trascripción revisó.

Sus textos son obras de arte, y en eso —y en su coherencia entre palabra, pensamiento y actos— radica uno de los cimientos, y no el menor, de la permanencia de su mensaje. Tuvo la gracia de la perfección creadora, asociada a lo fundacional y al crecimiento, no a lo aséptico ni al redondeo de la muerte. Hasta su campaña política, que incluyó una guerra, la concibió, “con todo acto y palabra” suyos, “como una obra de arte”. Se lo confesó a Manuel Mercado en carta fechada 13 de noviembre y que por su contenido se ubica en 1884.

Hay muchos caminos por los cuales Martí convoca. Hablando de los Seminarios Juveniles de Estudios Martianos, hace tiempo que una compañera le hizo a quien ahora la recuerda una observación que no lo asombró, pero lo movió a pensar. Refiriéndose a quienes, entre la infancia y la adolescencia, participaban en los Seminarios, dijo: los distingue la fineza. Vale añadir: ese logro merece cuidarse, prolongarse.

Martí trasmite fineza, elegancia. Hasta para atacar al adversario tenía esas virtudes. Lo confirmó no en un texto para publicar, ni ante un auditorio, sino en una carta privada, la del 18 de mayo de 1895 a Manuel Mercado. Además de considerarse con razón su testamento político, puede tenerse como un testamento que desborda esa esfera y alcanza lo ético, lo social y lo estético, no solo porque Martí murió al día siguiente, sino por el conjunto de ideas que plasmó en ella, y el modo como lo hizo.

A los autonomistas y a los anexionistas —vale decir: a sus cúpulas rectoras, no a la masa, en la que habría seguidores confundidos y arrastrados por ellas— los llamó en esa carta “especie curial, sin cintura ni creación”. Quien conozca el español apreciará todo lo que está dicho en esos términos. Martí no se permitía descender de su altura ni para impugnar severamente a quienes lo merecían, y lo hacía con argumentos.

En las redes sociales circulan maravillas, pero también el lenguaje más soez, y el lenguaje expresa pensamiento, y riqueza o pobreza de él. Cuando compañeros nuestros, para responderle a la morralla que nos ataca, utilizan el mismo lenguaje que ella, tenemos razones para preocuparnos. En primer lugar, nos dificultan seguirlos, porque no debemos igualarnos a la morralla ni para condenarla. Quienes la repudian empleando el lenguaje que la caracteriza, ya están pareciéndose a ella, aun cuando intenten defender los ideales más elevados.

A veces, por ejemplo, para responderle a un abominable vocero de la gusanera en Miami, hay quienes creen necesario calificarlo groseramente de homosexual. Pero nuestros compañeros que son homosexuales, debemos preguntarnos, ¿qué van a pensar al ver que somos homófobos? Aunque solo se nos note cuando repelamos a seres viles, el que es homófobo en un “detalle” lo será en otros, o en todos.

Sobreponer prejuicios de cualquier a la dignidad humana, disminuye a quien los tiene. En “Mis negros” —apunte incluido en el tomo 18 de sus Obras completas aún vigentes— Martí enumeró personas de ese color a quienes quería, empezando por uno que lo “deleitaba, cantando y silbando”. Según el “Índice onomástico” de esas Obras, es el mismo “negrito Tomás”, de once años, “¡pobre negrito Tomás!”, a quien conoció, recluso como él, en el infierno del presidio.

Otros desaprobarían su amistad con Tomás, quizás no solo porque este era “travieso con todos los demás”, sino también, en el fondo, por su color. Pero Martí, en el apunte citado, aparte de acotar: era “quieto a mi lado”, comienza diciendo: “era para mí el Señor Tomás, […] el Excelentísimo Señor Don Tomás, Su Majestad Tomás”, y afirma: “lo era todo para mí, era mi amigo”.

En su obra, esbozos de esa índole suelen corresponder a temas sobre los cuales pensaba escribir”. De hecho escribió, ¡y de qué modo!, acerca de quien sigue a Tomás en el apunte: “El del bocabajo en la Hanábana”. Y, toda una sugerencia, junto a otro de los nombres reunidos en la lista escribió: “(Homosexual)”. También ese era un ser humano de su mundo afectivo —a ello remite el mi del título—, y así lo consideraba cuando los prejuicios en ese sentido serían mayores que hoy.

La altura de Martí fue integral. Con respecto a otros asuntos cabe recordar su crónica conocida como “Un drama terrible”, sobre la represión de los obreros en los Estados Unidos, que terminó con el linchamiento de varios de ellos. Ese hecho —denunció— retrataba a una república que temía al “poder creciente de la casta llana, por el acuerdo súbito de las masas obreras, contenido solo ante las rivalidades de sus jefes, por el deslinde próximo de la población nacional en las dos clases de privilegiados y descontentos que agitan las sociedades europeas”.

El sistema que de tal modo actuaba, precisó Martí, no temía “a la chusma adolorida que jamás podrá triunfar en un país de razón, sino a las tremendas capas nacientes”. Quien así se expresaba no era un aristócrata que confundía o quería confundir al pueblo con la chusma. Era el revolucionario que en su discurso del 24 de enero de 1880 en el Steck Hall neoyorquino —con perspectiva universal, pero pensando centralmente en su patria— había sostenido: “Ignoran los déspotas que el pueblo, la masa adolorida, es el verdadero jefe de las revoluciones”.

Tengámoslo presente, para que la chusma no nos contamine, y hagamos lo necesario para contribuir a que ella cambie de actitud, tome otro camino, por su propio bien y por el de la sociedad. Pero si alguna vez creímos que lo pertinente era complacerla, tolerárselo todo para levantarla sin que se sublevase, está demostrado que el lumpen es esencialmente antisocial.

Nace rebelado, o se forma en rebelión contra la sociedad, aunque lo haga sin saber por qué y no solo en realidades que le son hostiles. También actúa, como lumpen, contra proyectos justicieros que lo han beneficiado quizás más que a cualquier otro sector de la población.

Se ha visto en estos días, en personas manipuladas por el imperio que las llevó al Parlamento Europeo a infamar a Cuba. ¿Cómo es posible que haya cubanos que se presten para atacar a su patria de ese modo?, podría alguien preguntarse. Pero siempre ha habido cubanos apátridas. Recordemos la carta que le costó a Martí presidio y trabajo forzado, dirigida a un excondiscípulo —compatriota y apátrida— que se había alistado en el Ejército español.

Entre otros sentimientos, no poco de lo que ocurre actualmente da tristeza. Las derechas europeas, las de los Estados Unidos y las de otras latitudes son más o menos iguales. Tengan las características particulares que tengan, cargan con su presunta superioridad, esa lacra llamada supremacismo, que se asocia en particular con la sociedad estadounidense pero tiene en cada sitio su expresión concreta.

Aunque los utilicen, las derechas desprecian a esos compatriotas nuestros que en la farsa del Parlamento Europeo han servido a la política imperialista o le sirven en otros escenarios, hasta dentro de Cuba. Los desprecian por mestizos, por lo que han recibido de la Revolución que los formó como profesionales en distintas esferas, no solo como artistas, buenos o malos, y, en no pocos casos, porque cultural y conductualmente son lumpen.

No es necesario negar que alguien sea artista, si lo es, para reconocer que es apátrida, como no hay que negar que alguien sea médico, si lo es, para condenarlo por asesino: si comete un asesinato, es un asesino, aun cuando en su carrera de médico haya salvado vidas. Ojalá la formación profesional fuera siempre aliada de la virtud, no de la ignominia, pero hay casos que muestran lo contrario.

Estamos llamados a ser cubanos, buenos cubanos. Eso no supone que debamos aceptar acríticamente todo lo nacido en Cuba. Apátridas, chusma y groseros, personas despreciables, nacen también en Cuba. Pero no representan la dignidad cubana, no encarnan los ideales de la nación.

En el Patria del 20 de agosto de 1892 elogió Martí a la pianista Ana Otero, puertorriqueña, y dijo: “No le viene de indiferencia su variedad, sino de la condición, rara aun en músicos y poetas ilustres, de hallar la beldad, calce zueco o chapín, dondequiera que el hombre, risueño o tenebroso, ha sentido un golpe de luz en los ojos, o un golpe de sangre en el corazón”.

Esa es una brújula que necesitamos seguir con respecto a la condición de cubano. Serlo significa defender bien a Cuba, defender lo bueno que ella tiene y tratar de librarla de lo malo, hágalo quien lo haga: hágalo yo, hágalo un funcionario, hágalo el dueño de un negocio, hágalo un representante del gobierno, hágalo el vecino de al lado, hágalo el bodeguero… Si está mal, debemos desaprobarlo y, si está bien, apoyarlo, cuidarlo. Tal es el mayor y mejor camino para ser buen cubano.

Con esa convicción rindamos homenaje a un compositor, cubano, que no merece olvido, Eduardo Saborit. Entre otras obras compuso el himno de la Campaña Nacional de Alfabetización, cuyo aniversario 60 se cumple este año, y en una de sus extraordinarias canciones dijo: “Cuba, quien te defiende te quiere más”.

Quien diga que quiere a Cuba, pero pide que los Estados Unidos la invadan, y reclama fuego y bloqueo contra ella, o se hace cómplice de asesinos de niños, no la quiere, aunque haya nacido aquí. Si está equivocado, tratemos de sacarlo de su equivocación; pero a estas alturas, y en un terreno donde las definiciones y las decisiones son tan determinantes, y han de ser tan claras, es difícil que haya equivocados de tal magnitud.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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