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El mercado de los activos digitales no fungibles puede ser engañoso

En la cumbre “Seven on Seven” de Rhizome en 2014, el artista Kevin McCoy eludió en medio de su conferencia a los distribuidores de arte y monetizó su propia obra digital. Ani Dash, director ejecutivo de la empresa de programación “Glitch” y una de las voces más reconocidas en la industria de la tecnología, acompañó a McCoy durante su presentación y también lo secundó al comprar un GIF del creador y publicar la transferencia de propiedad en la cadena de bloques. Ambos estaban entre los pioneros de los Tokens No Fungibles (NFT, por sus siglas en inglés), activos coleccionables digitales que están transformando el mercado artístico.

Desde hace semanas, las noticias de las ventas de gifs, fotografías, tuits, artículos de prensa, memes, juegos, cápsulas de videos, obras de arte, por cifras sorprendentemente elevadas, constituyen la evidencia más exacta de los cambios de paradigma que vive el mundo y la tendencia actual de aplicar esas transformaciones a la teoría tradicional de títulos valores.

La economía monetarista y las ferias entre comerciantes propiciaron en la Edad Media la aparición de los cambistas, personas encargadas de trasladar las especies monetarias de un sitio a otro, un acto que urgió la aparición de documentos que certificaran el intercambio del dinero. Así, la circulación de bienes y valores fue evolucionando de un siglo a otro e incorporando instrumentos jurídicos reconocidos por el derecho germánico como “títulos valores” para facilitar el proceso. Pero la servidumbre documental que representaron tantos papeles acumulados cayó en crisis determinando su incorporación a un registro electrónico.

El desarrollo sociotecnológico de la humanidad ha impuesto revisitar esa teoría desde que en 2008, Satosi Nakamoto con su artículo “Bitcoin: a Peer-to-Peer electronic cash system” puso su ingenio en desarrollar la tecnología de bloques, un sistema monetario alternativo al operado por los bancos centrales y que facilita la circulación directa y sin intermediarios de cualquier derecho a través de referencias criptográficas registradas en una base de datos distribuida y pública.

Los NFT a diferencia de las criptomonedas, reconocidas en el entorno digital como unidades de referencia o tokens, asocian su valor a un objeto digital determinado y le impregnan los caracteres de exclusividad e indivisibilidad. Eso explica que cuando una persona adquiere un NFT posee un registro oficial que certifica que es la única propietaria del objeto.

El bombo publicitario que rodea a esta nueva tendencia considerada por algunos analistas como otra burbuja especulativa y pasajera de Internet, puede retar al asombro si comparamos el valor de los objetos negociados y los precios astronómicos que llegan a alcanzar en las subastas en línea. Entre incontables ejemplos está la compra de un NFT de ilustraciones de un artista digital de Carolina del Sur, conocido como Beeple, por 69 millones de dólares y la venta del primer tuit de Jack Dorsey, por la cual, el director ejecutivo de Twitter obtuvo casi tres millones de dólares.

Ilustración del NFT de Kevin Roose

Las ventas también involucran al periodismo. El miércoles 24 de marzo, Kevin Roose, articulista del The New York Times, decidió lanzar un experimento y subastó una columna sobre los NFT que fue vendida por 350 Ether o alrededor de 560 000 dólares. Para el usuario ganador de la subasta, cuyo perfil en el sitio estaba asociado a un perfil en Twitter perteneciente a una productora musical con sede en Dubái, “dedicar fondos y recursos suficientes para invertir en NFT como pioneros de esta industria” es una prioridad. Otros coleccionistas que abandonaron la subasta “creen que poseer tokens de cifrado importantes y tempranos será como poseer libros raros de primera edición o pinturas invaluables”, escribió Rossen.

Charlie Warzel, otro reconocido analista desde las páginas de The Times, aduce que los argumentos más optimistas acerca de esta tendencia ven con esperanzas “el comienzo de una nueva versión de Internet”; mientras que los detractores “lo ven como un mercado de especulación imprudente y exagerado” calificado como un peligro ambiental debido al poder computacional y por tanto generación y expulsión de carbono a la atmósfera, que precisan las cadenas de bloques de las monedas digitales Ethereum y Bitcoins.

Una de las representantes del primer argumento citada por Warzel es Li Jin, fundadora de una firma enfocada en bajar las barreras a las iniciativas empresariales, para quien Internet ofrece oportunidades de emprendimientos en un ecosistema infocomunicativo tan complejo en el que todavía no existe un equilibrio entre los creadores que acaparan todas las ventas y los talentos jóvenes que se insertan en el mercado.

A pesar de las perceptibles ventajas que pudiera representar este sistema para creadores, quienes ya no deben recurrir a distribuidores o intermediarios y pueden gestionar ellos mismos el valor de sus producciones, una de las crecientes preocupaciones que enfocan a los NFT está en un conjunto de inversores en criptografías que sobrevaloran los objetos digitales.

Paradójicamente, Anil Dash los califica como estafadores y ahora con otra visión sobre el asunto sostiene que el fenómeno de moda “no es empoderador ni sostenible, sino explotador”.

Por eso le dijo a Warzel que la única manera de participar en el sistema era a través de la compra de precios hiperinflados en un ambiente completamente artificial y comparó el mercado de NFT con los precios exorbitantes de los condominios en ciudades como Manhattan.

Aún está por verse si la venta de NFT es otra de las burbujas que en Internet modernizan el significado de la economía de la atención, o si por el contrario, favorece la promoción artística en línea y sella los productos digitales con un código criptográfico de autenticidad que devuelve directamente a los creadores el reconocimiento monetario por su trabajo.

Lo desconcertante del panorama es que esta tendencia se plantea justo cuando el mundo debate la pertinencia o no de leyes reguladoras funcionales en los sitios de redes sociales y cuando las políticas de esas plataformas comunicacionales se vuelven tan escurridizas que es imposible establecer sus límites de acción y manipulación.

Asumir posiciones ditirámbicas no es la alternativa aconsejable frente a sistemas mercantiles basados en maniobras de atención que continúan privilegiando a los participantes más poderosos.

Tomado de Cuba en Resumen

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