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El asalto al Capitolio de Washington no fue una sorpresa

El 6 de enero estadounidense ya tenía motivos para trascender, bien podría haber sido recordado por la confrontación entre republicanos y demócratas, la certificación de la victoria electoral de Joseph Biden o por discutir las causas de la pérdida del partido rojo en Georgia. Sin embargo, trascendió como un día de caos, violencia, manipulación y muertes. Un intento de golpe de Estado en el país que los ha promovido en el extranjero. Trascendió-publica el diario Politico- como el día que “rompió al Partido Republicano, tal como lo conocemos” y comenzó su ajuste de cuenta con el trumpismo.

Trump agota y también sus seguidores en Twitter, Facebook, YouTube o en Gap y Parler, redes sociales en la que prepararon el asalto al Capitolio, con una ridiculez acromegálica. A sus partidarios no les importa enterarse de que están solos en lo que consideran la defensa de la democracia estadounidense.

Por ejemplo, este jueves en la noche, 24 horas después de los disturbios, su Emperador volvió a trastornar el discurso. Desde un comunicado en Twitter se mostró “indignado, como todos los estadounidenses, por la anarquía y el caos”. Luego de 12 horas sin publicar en Twitter, esa declaración ofrece un triste e indignante contraste con los mensajes que él mismo enviara a sus seguidores cuando atacaban el Capitolio y escribía: “Estas son las cosas y los eventos que suceden cuando una victoria electoral sagrada y aplastante es eliminada de manera tan brutal y sin ceremonias”.

Rosa Miriam Elizalde. Foto: Heriberto Gonzalez Brito.

Rosa Miriam Elizalde, vicepresidenta primera de la Unión de periodistas de Cuba, explicita, con su análisis, algunas claves imprescindibles para entender la compleja posición del sistema de medios de prensa estadounidense frente al hampa de la Administración Trump, desde 2016.

¿Por qué los medios de comunicación estadounidense fueron blanco de los ataques este 6 de noviembre?

Desde que era candidato en 2016, Donald Trump estaba en guerra contra los medios de comunicación. Se ha pasado toda la presidencia disparando contra los periodistas ataques e insultos en una batalla frontal contra la legitimidad de la prensa, a la que ha convertido en un enemigo político. Esta fue una construcción deliberada del principal estratega de su primera campaña, Steve Bannon, ideólogo de la llamada “derecha alternativa”, arquitecto del Brexit, de la empresa Cambridge Analytica y de más de 200 elecciones en las que han participado partidos conservadores en todo el mundo, incluidas las de Mauricio Macri, en Argentina, y de Jair Bolsonaro, en Brasil.

Bannon ha seguido moviendo los hilos en la Casa Blanca, a pesar de no estar nominalmente allí. Mantiene un canal en Youtube y en Facebook, celebrados por Trump, donde hace solo unas semanas pidió la ejecución de Anthony Fauci, el principal experto en enfermedades infecciosas de Estados Unidos, y del director del FBI, Christopher Wray. Ni Facebook ni Google, dueño de Youtube, cerraron entonces sus cuentas.

Aniquilar la credibilidad de los medios profesionales es esencial en esta maquinaria, que se sostiene sobre la base de la desinformación, con un bombardeo publicitario multimillonario destinado a moldear la opinión de los estadounidenses y desmovilizar a las bases electorales del contrincante.

Recordemos que Trump, un día después de su toma de posesión, mintió sobre la cantidad de participantes que había asistido a este acto y cuando la prensa, apoyándose en datos de agencias federales, demostró que era una afirmación falsa, dijo que había “hechos alternativos” o “verdades alternativas”.

Uno de los datos que ayuda a comprender lo que ocurrió el miércoles en el Capitolio de Washington los aportó el Reuters Institute en noviembre de 2020: solo un 13% de estadounidenses de derecha confía en los medios tradicionales.

Cuestionar la credibilidad de la prensa como institución, burlarse de los periodistas, calificarlos de “escoria”, “mentirosos”, “mediocres” y acusarlos de actuar por intereses políticos formó parte de una estrategia de propaganda basada en el fomento de la confusión. Y logró su objetivo, al punto de que no podremos dejar de asociar la quema de libros perpetrada por los nazis en 1933 con la pirámide de cámaras, luces y otros artefactos de los periodistas destinada a ser quemada antes del ataque al edificio del Congreso este 6 de enero.

Por otra parte, ¿cuál ha sido la función de las redes sociales en estos acontecimientos?

Los ejecutivos de las empresas de redes sociales han permitido teorías de conspiración, racismo y odio durante años y han obtenido por ello cientos de miles de millones de dólares. Han vendido sin pudor nuestros datos para que sean utilizadas en operaciones de marketing o de guerra psicológica. Pocos especialistas dudan de la responsabilidad de esas plataformas en lo ocurrido no solo el 6 de enero, sino en otros procesos donde hay evidencia del uso de sistemas de inteligencia artificial para modelar procesos políticos.

La turba de ultraderechistas que se apoderó del Capitolio había estado planeando el ataque durante semanas y lo hicieron abiertamente por Internet, incluso con escalofriantes llamados públicos a la violencia.

Los que estaban transmitiendo en vivo en la tarde del miércoles por la plataforma DLive y por canales de Telegram que tenían nombres tan llamativos como “Me robé los post-it de Nancy Pelosi” -la presidenta de la Cámara de Representantes-, lo habían hecho impunemente durante semanas, sino meses. Una cuenta, con el nombre “No Trump No Peace #GoTime”, publicó la imagen animada de una soga con un nudo corredizo, junto a una leyenda que decía: “¿A quién le gustaría ver ‘colgado’ primero? 1) Nancy Pelosi 2) John Roberts 3) Pence 4) otro (nombre) Me inclinaba hacia Nancy, pero podría tener que ser Pence (el Vicepresidente de EEUU)”. Dos días después de esa publicación, el titular de esa página transmitía en vivo desde la sede del Congreso tomada por los simpatizantes de Trump.

Durante los meses previos a las elecciones, el Presidente sembró a diario la duda sobre la legitimidad del proceso electoral, tuiteando repetidamente que le robarían los votos y que habría fraude. Los medios hiperpartidistas de derecha -los únicos libres de toda sospecha para el régimen totalitario- y los influencers en las redes sociales cultivaron esa duda. Amplificaron sus afirmaciones manipuladas y buscaron en Internet historias que pudieran encajar con esas teorías.

Kate Starbird, una experta en desinformación de la coalición Election Integrity Partnership, demostró que las afirmaciones falsas más populares sobre los procedimientos electorales en los grupos de derecha provenían de personas con mucha influencia en el círculo presidencial y en el Partido Republicano, que continuamente pedían formar un “ejército para Trump” que reuniera las pruebas del fraude electoral, mucho antes del día de las elecciones. Cientos de miles respondieron a esta convocatoria.

Después de la votación del martes 3 de noviembre, Trump y sus partidarios atizaron la incertidumbre y colaboraron con sus audiencias en las redes para elaborar teorías de conspiración de fraude masivo y las llevaron a los tribunales. Cuando estos fallaron en su contra, estimularon el asalto violento a la sede del poder legislativo. Aprovecharon lo que los expertos llaman “sesgo de confirmación”, una tendencia en los seres humanos, que solemos buscar y aceptar más fácilmente aquellas ideas que confirman nuestras creencias.

¿Qué papel ha tenido la regulación en estas plataformas?

Hemos visto durante toda la Administración Trump decenas de simulacros regulatorios en las plataformas de redes sociales, ante la avalancha de críticas por sus prácticas monopólicas, la comercialización de los datos privados de los usuarios, la legitimación del discurso de odio y de la violencia simbólica, la manipulación y muchos otros crímenes.

Temerosos de provocar una reacción violenta de Trump y sus aliados, los ejecutivos pronunciaron discursos vaporosos en defensa de la libertad de expresión, redactaron políticas especiales para justificar su inacción ante las barbaridades de la campaña de Trump y colocaron etiquetas de advertencia débiles en sus publicaciones, mientras censuraban a diestra y siniestra cuando le convenía a Washington.

Marta Peirano, una extraordinaria investigadora española, ha dicho que Mark Zuckerberg es el maestro de pedir perdón por delante y, a la vez, triplicar por la espalda sus esfuerzos para seguir haciendo daño. Cuando entró en vigor la GDPR (el Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea), el magnate dijo que le parecía muy bien y que garantizaría que todos los usuarios de Facebook en el mundo tuvieran las mismas garantías que los europeos. Ese mismo día su empresa movió miles de millones de cuentas fuera de sus bases de datos en Irlanda (donde pagaba menos impuestos) para que no le pusieran multas.

A propósito del anuncio de Facebook, Twitter y Youtube este miércoles, que prometieron sancionar a Trump por incitar a la violencia, Kevin Roose, el principal analista de temas digitales de The New York Times, recordó que las plataformas no han bloqueado indefinidamente las cuentas del Presidente, como le hacen a los simples mortales: “Técnicamente, llamarlo ‘prohibiciones’ no es exacto. Son suspensiones temporales”, alertó.

Y en medio de todo esto, no ha faltado quien ha llamado la atención sobre la paradoja de tener a un presidente en EEUU al que no se le puede confiar su propia cuenta de Instagram, pero que tiene los códigos para apretar el botón nuclear y hacer estallar el planeta.

¿Por qué todos acusan a Facebook de ser parte de lo que se vio este miércoles en Washington?

Se ha ganado la reputación. Decenas de investigadores coinciden en que esta plataforma es la principal base de intoxicación y organización de los fanáticos de Trump, y tiene que ver con las estrategias de Facebook para obtener enormes ganancias. Ha vuelto a romper sus récords de ingresos, al obtener en el tercer trimestre de 2020, más de 21 470 millones de dólares. Eso es el PIB nominal de decenas de países juntos. A eso se suma que está cerca de romper la barrera de los 3 000 millones de usuarios, eso es el 40 por ciento de la población mundial.

El miércoles, en medio de la batalla campal en la sede del Congreso, la plataforma anunció que tomaría medidas contra el contenido que fomenta el odio y la violencia dentro de su función “Grupos”. El investigador catalán Hugo Sáez ha publicado un detallado hilo en Twitter en el que explica por qué es tan importante esta decisión a la hora de evaluar la responsabilidad de la empresa en estos hechos. Resumo a grandes trazos su análisis, que puedes leer directamente en su cuenta:

A finales de 2016, los directivos de la red social se enfrentaron al hecho de que los usuarios cada vez pasaban menos tiempo en la plataforma. Instagram (adquirida por Facebook) estaba robándose la audiencia de la casa matriz. Sin embargo, los datos internos reflejaban que los usuarios que pertenecían a un grupo activo pasaban mucho más tiempo que la media en la red, por lo que a principios de 2017 cambiaron los algoritmos y, segmentando los datos de los usuarios, incorporaron la función en que recomendaban grupos afines para aumentar así el tiempo dentro de plataforma. Lograron multiplicar por cuatro las personas que estaban en los grupo activos. Sumaron 400 millones de usuarios más a su función de grupos, con más de 1 800 millones de usuarios activos al mes.

Lo hicieron a pesar de que sabían desde el principio que las organizaciones ultraderechistas utilizaban estos grupos privados para fomentar el odio y la violencia, como demostraron informes internos de la plataforma filtrados por The Wall Street Journal. Facebook también era consciente de que el 64% de los nuevos miembros de estos grupos entraban gracias a las recomendaciones.

El diario británico The Guardian demostró que los grupos conspiranoicos de QAnon, por ejemplo, alcanzaban ya en agosto de 2020 los 4.5 millones de miembros en esa red social. Desde el 2019, el FBI había considerado a QAnon como una amenaza de terrorismo nacional. Si bien QAnnon no nació en Facebook (lo hizo en foros de Internet como 4chan), la red social ha sido clave en su popularización. Muchos de esos fieles creyentes de QAnon estaban en la manifestación en el Capitolio e incluso había numerosos miembros de este culto entre los que entraron en el edificio.

Como han advertido otros muchos analistas en las últimas horas, son numerosas las variables que confluyen en ese país para lograr la tormenta perfecta del 6 de enero, pero no ha sido menor el hecho de que franjas enteras de la sociedad estadounidense han estado sumergidas en burbujas de desinformación durante años.  No se le dio la suficiente importancia al hecho de que el acceso a Internet, para millones de personas, está mediado por esta y otras plataformas que no son un club de filántropos, sino empresas privadas transnacionales con un negocio oscuro -la compra y venta de datos personales- que reporta unas ganancias desorbitantes a una pequeñísima élite hipócrita y depredadora.

¿Era predecible que el mandato de Trump tuviera este cierre?

Los que seguían el comportamiento de los grupos de ultraderecha en las redes no se sorprendieron. Como dijo hace unos días Alex Stamos, ex ejecutivo de Facebook, “cuando hablas de organizar una insurrección (refiriéndose a Trump), solo necesitas hablar con tu base”. Esa base, que vive en la realidad paralela de las plataformas digitales y que cree firmemente que las instituciones son corruptas -sean medios, tribunales, centros científicos, escuelas o autoridades de salud- , sencillamente siguió a su líder.

Lo del Capitolio es la prueba de hasta dónde pueden llegar las campañas tóxicas y las guerras de desinformación, pero más espeluznante todavía es lo que no vemos: los millones de hogares estadounidenses que son leales a Trump y que simpatizan con la insurrección. Según YouGov, una firma internacional de investigación de mercados y análisis de datos basada en Internet, el 45 por ciento de los votantes republicanos aprueba el asalto al Capitolio de Washington.

Eso nos dice que aún cuando le tuerzan el brazo a Facebook y a Twitter, Trump todavía tiene a Fox News, Newsmax, OANN, decenas de plataformas en los bosques oscuros de Internet y legiones de partidarios dispuestos a creer y replicar sus mensajes.

En marzo de 2020, la revista The Atlantic vaticinaba que en la batalla por la reelección de Trump se invertiría más de mil millones de dólares -según datos oficiales, se emplearon casi dos mil millones- y que sería esta la campaña de desinformación más extensa en la Historia de Estados Unidos. “Tenga éxito o no en la reelección, la destrucción que dejaría Trump podría ser irreparable.” Y en eso estamos.

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