COLUMNISTAS

No se habrá peleado a lo púgil, sino a lo serpiente

(Elecciones en los Estados Unidos)

Dolorosa tragedia la del pueblo estadounidense, al que no se le propicia otra opción que escoger entre un presidente monstruoso y otro que no es nada seguro que no lo sea también, independientemente de los matices que aporte. En una escalada que puede alcanzar perversidades aún mayores que las hoy palmarias, el país muestra el derroche de mistificaciones escenificadas por partidos que usurpan nombres intercambiables, como “republicano” y “demócrata”.

Implantados tales embustes, se comprende que personas con buenas intenciones acepten que no hay más alternativa que escoger el presidente entre los candidatos de esos bandos. Tal resignación, inducida, puede hacer que no se busquen otras soluciones, fuerzas que traten de revertir las trampas.

Ninguno de los dos partidos que contienden en los Estados Unidos ha de aspirar a tener voceros en Cuba. Ella viene de otra herencia y vive otra realidad. El autor de las presentes líneas lo ha recordado en varios textos. El más reciente de ellos, “La sincera democracia de José Martí, y el bipartidismo estadounidense”, lo publicó Cubadebate, órgano concebido en vida de Fidel para esparcir luz.

Cuba no se debe a continuadores de anexionistas o autonomistas, ni le torcerán el paso quienes crean oportuno mimar a esos continuadores. Tampoco la seducirá el “pacifismo” de nuevos Martínez Campos: sabe que ese “Pacificador” fue quien propuso que Weyler aplicara la táctica que se expresó en la llamada Reconcentración, recurso genocida para impedir el triunfo del ejército mambí.

Para la causa patriótica de Cuba creó José Martí el Partido Revolucionario Cubano, y cuando esta tierra, tras emanciparse de los Estados Unidos —potencia que le impidió disfrutar la victoria contra España—, emprendió la realización de los ideales martianos, se fortaleció una unidad raigalmente contraria a las reglas del juego del imperio.

Sobre esa unidad se constituyó el partido que dirige a la Revolución, y tiene la responsabilidad de representar al pueblo. Nadie venga a buscar en Cuba voceros de ninguno de los dos partidos dominantes en el imperio. Quien quiera participar en la campaña electoral —o electorera— de los Estados Unidos, hágalo en esa nación.

Cuba no ignora que las contingencias de aquel país pueden arreciar más o menos las medidas con que ambos partidos han tratado de asfixiarla. Pero no se han de buscar aquí patéticas caricaturas de “demócratas” ni de “republicanos”. Ningún espacio de la Revolución Cubana se ha de prestar para ofrecer plataforma a tales caricaturas, ni para amplificar sus ecos.

Nuestro camino, que Fidel Castro abrazó como la misión de su vida, lo trazó José Martí. No solamente al preparar la guerra necesaria —en la que cayó combatiendo— para librar a Cuba de España e impedir que se consumaran los planes imperialistas de los Estados Unidos. Lo hizo también al advertir sobre las entrañas de esa potencia en desarrollo.

Así la caracterizó en 1881: “Una aristocracia política ha nacido de esta aristocracia pecuniaria, y domina periódicos, vence en elecciones, y suele imperar en asambleas sobre esa casta soberbia, que disimula mal la impaciencia con que aguarda la hora en que el número de sus sectarios le permita poner mano fuerte sobre el libro sagrado de la patria, y reformar para el favor y privilegio de una clase, la magna carta de generosas libertades, al amparo de las cuales crearon estos vulgares poderosos la fortuna que anhelan emplear hoy en herirlas gravemente. (O.C., IX, 108).*

En función de sus intereses, ya entonces los políticos de oficio —que contarían con una maquinaria propagandística cada vez más poderosa— se burlaban de la opinión pública y del electorado. De 1883 data esta imputación hecha por Martí: “creen que el sufragio popular, y el pueblo que sufraga, no son corcel de raza buena, que echa abajo de un bote del dorso al jinete imprudente que le oprime, sino gran mula mansa y bellaca que no está bien sino cuando muy cargada y gorda y que deja que el arriero cabalgue a más sobre la carga” (O.C., IX, 345).

Al año siguiente describió cómo se concentraba la fuerza de la fusión aristocrática que había denunciado: “El monopolio está sentado, como un gigante implacable, a la puerta de todos los pobres. Todo aquello en que se puede emprender está en manos de corporaciones invencibles”. Y de esa realidad extrajo conclusiones terminantes: “Este país industrial tiene un tirano industrial. Este problema, apuntado aquí de pasada, es uno de aquellos graves y sombríos que acaso en paz no puedan decidirse, y ha de ser decidido aquí donde se plantea, antes tal vez de que termine el siglo” (O.C., X, 84-85).

Dominada por semejante tirano —que no era un individuo, sino un sistema—, la nación daba lugar a realidades como la que Martí describió en 1885: “Es recia, y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos. Desde mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza. Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidato a la presidencia aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyen a nombrarlo y sacarle victorioso” (O.C., X, 185).

Al no lograrse frenar —como intentaba hacer Martí— los planes imperialistas de los Estados Unidos, no se consumó la posibilidad de que “aquellos graves y sombríos” problemas, “que acaso en paz no puedan decidirse”, se resolviesen antes de terminar el siglo, y hoy son más complejos. Los manejos políticos del tirano industrial —que tiene actualmente en su médula un poderoso complejo bélico-militar— los retrató Martí en una crónica de 1889.

En ella plasmó un diagnóstico hecho sobre la lid electoral de entonces, pero puede leerse como escrito para hoy: “Los votos, como que estos Estados nacen en hombros de corporaciones poderosas, estaban de compra y venta, según los intereses de las corporaciones rivales, y el influjo de las que tienen por la garganta a los votantes, con lo que les han adelantado sobre sus empresas y tierras” (O.C., XII, 348).

No hay que asombrarse, pues, de que, al describir una de las campañas electorales de las que fue testigo, Martí escribiera: “Al fin, la batalla cesa: no se ha peleado a lo púgil, sino a lo serpiente: hay brazos que llevan para toda la vida la mordedura. En la pelea se notó demasiado encono” (O.C., XI, 187).

Aún no es seguro que las próximas elecciones presidenciales de los Estados Unidos se hagan en la fecha programada, ni que el actual césar, de ser derrotado, acepte los resultados de la votación. Pero, gane quien gane —ya se elija el que se espera que sea menos malo, o se reelija el que parece difícil de superar como el peor, aunque, tratándose del imperio, todo puede agravarse más—, hay algo que cabe vaticinar, y ya se está viendo: no se habrá “peleado a lo púgil, sino a lo serpiente”.

* Los números romanos y arábigos indican, respectivamente, el tomo y la página de las citas de José Martí en sus Obras completas editadas en La Habana entre 1963 y 1966, y con reimpresiones.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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