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Justo cuando más se la necesita: nace la Universidad Internacional de las Comunicaciones

Le ha llegado su hora a las Ciencias de la Comunicación. Como alguna vez le llegó a la Sociología, a la Psicología o la Antropología, hoy es el turno de la comunicación. Quien determina dicho turno es el contexto y la dinámica social que en ciertos tiempos demanda cierta urgencia para ciertas respuestas y explicaciones.

Qué duda cabe que el actual contexto nos interpela intensamente. El mundo parece haberse detenido por un instante y como Humanidad nos enfrentamos hoy a un “hecho social total” (Ramonet, 2020), a un crujir de las estructuras y de las relaciones humanas cuyos efectos nos alcanzan a todos y todas. “No es el fin del mundo, pero sí es el fin de un mundo” (Castells, 2020). Las circunstancias ponen en cuestión los patrones de vida que regulaban nuestras costumbres y hábitos, y como pocas veces, se necesitan con urgencia interpretaciones y explicaciones convincentes y orientadoras respecto a lo que está ocurriendo, a lo que podrá ocurrir y a cómo enfrentar mejor lo que viene, sea lo que sea.

Por lo mismo, las Ciencias Sociales tienen la palabra, pero esta vez no pueden plantearse hipótesis sociales o exploración densa y, a la vez, actualizada, sin considerar el fenómeno de las comunicaciones.

El shock estructural que vivimos ocurre justo en un momento en que transitamos civilizatoriamente por un salto tecnológico, la llamada Cuarta Revolución Industrial (4RI), en cuyo centro está precisamente lo comunicacional. La web 2.0 (la de las redes sociales), la 3.0 (la de la inteligencia de datos y semántica) y la 4.0 (la de la predictividad y virtualidad) están todas, a su manera, centradas en la experiencia comunicacional del usuario. Los dispositivos móviles inteligentes son hoy el modo en que la comunicación llega a la palma de nuestras manos, y de ahí a nuestra corporalidad toda, y de ahí a nuestros cerebros, desplegándose así la comunicación como una malla que genera una simbiosis inédita en la historia del ser humano entre comunicación, mente y cuerpo.

Y ahora con la pandemia la Humanidad entró de lleno en la era de la digitalización y, por lo mismo, en el uso intenso e imparable de lo tecno-comunicacional. Nos encontramos hoy —inevitablemente—  realizando las más variadas acciones humanas en modo on-line: compras de alimentos, consultas médicas, sexo, amistad, teletrabajo, clases virtuales, etc.

En este contexto se crea la Universidad Internacional de las Comunicaciones (UIC), con sede en Caracas. Nace justo en el momento en que más se necesita debatir, reflexionar, comprender e investigar el tema de las comunicaciones. Es sin duda un acierto debido a la demanda de época, pero también porque es una iniciativa audaz, y para tiempos inciertos nada mejor que la audacia. “Para vencer a los enemigos de la revolución hace falta audacia, todavía más audacia, siempre audacia”, decía el revolucionario francés, George Dantón, descrito por Lenin como “el más grande maestro de táctica revolucionaria que conoce la historia”. Sin duda asistimos con la creación de la UIC a una apuesta osada: mientras en diversas universidades del mundo sus autoridades discuten la pertinencia de crear o no institutos o facultades de comunicación, en Venezuela se lanza una Universidad. La audacia es necesaria en estos tiempos inciertos, que son los mejores tiempos para los y las revolucionarias, y los más preocupantes para los guardianes del orden.

Además de la audacia, para estudiar la cuestión comunicacional también es necesaria la interdisciplinariedad. Si hoy la comunicación comienza a estar crecientemente en el centro de las preocupaciones de las Ciencias Sociales es porque la cuestión comunicacional abarca dimensiones que —estando ligadas a ella— trascienden lo estrictamente comunicacional e inciden en lo social, en lo psicológico, lo antropológico e incluso en lo neuro-biológico (¿en lo evolutivo?). Si no se practica la interdisciplinariedad no se podrán abarcar esas otras dimensiones, se limitaría el potencial expansivo y explicativo de las ciencias de la comunicación a su área, a su barrio, convirtiéndolas en un campo disciplinar estanco (otro más). Y con eso se restringe la potencial y urgente contribución de la Teoría de la Comunicación a la Teoría Social.

Pero no es cualquier teoría social la que interesa, interesa a los y las revolucionarias del mundo una teoría social crítica. Es desde los riquísimos aportes teóricos que en el siglo pasado hiciera la Escuela de Frankfurt que la teoría de la comunicación no da un salto conceptual que logre vitalizar la teoría social crítica…y de eso ya han pasado 80 años. Aunque es justo recordar que se hizo un segundo intento de revitalización conceptual crítica a principios de los ’70.

Esta vez ocurrió en nuestro continente con el llamado pensamiento latinoamericano de la comunicación, ese que cuestionó el modelo periodístico anglosajón, que nos enseñó “Cómo leer al Pato Donald”, y que se vio mutilado y desaparecido por la ola de golpes de estado que azotaron nuestra geografía.

Ambas escuelas, una en Europa y otra en América Latina, aunque las separaran 40 años, tuvieron en común que pensaron la comunicación no como un oficio, sino como un modo de analizar críticamente tanto las sociedades capitalistas (énfasis de la Escuela de Frankfurt) como el fenómeno del imperialismo (énfasis de la latinoamericana). Esos eran, verdaderamente, sus objetos de estudio y sus finalidades políticas, por eso lograron hacer una contribución a la Teoría Social toda.

El de ahora puede ser el principio del tercer impulso; tenemos universidad para ello. Lograrlo implica formar comunicólogos/as que sepan de teoría social, y contar con cientistas sociales que sepan de comunicación. No es fácil encontrar esa mixtura, por el contrario, lo común es escuchar a sólidos cientistas sociales con débiles hipótesis comunicológicas, así como a consistentes comunicologos/as con insuficiente formación social. Acá no se puede cojear, el enemigo es demasiado poderoso y violento para permitirnos eso.

Es necesario aspirar a esa conjunción, para fortalecer nuestras luchas emancipadoras, para saber qué hacer en estos tiempos en que crujen certezas, en que un mundo se acaba y asoma otro. No es fácil, pero se lo debemos a Chávez y a Fidel que insistieron siempre, lúcida y adelantadamente, en la batalla de las ideas y en la batalla comunicacional. Y no hubo batalla que ellos no dieran.

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Pedro Santander Molina
Profesor titular de la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, donde dirige el equipo interdisciplinar Demoscopía Electrónica del Espacio Público (DEEP).

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