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LA CRONICA

Trino

A Clarista David le entraron nubes azuladas por los ojos y todas las santas tardes de sus días eran un temporal. La cabeza le pesaba, le retumbaba con un dolor persistente y no distinguía bien en medio de tanta neblinosa realidad. No le veía los ojos a Luis Salvador, su amor de tanto tiempo, ni los rostros de los cinco hijos y los veintidós nietos que la vida le dio como una bendición. Cuando caía la luz solo atinaba a sentarse en la desolación de sus sombras y a llorar, llorar, interminablemente, sin esperanza de alivio, o de que terminaran sus penas.

En la Venezuela del Oriente, en el camino a Tucupita, la capital distrital de la región del Delta Amacuro, la llanura es inmensa. Aparecen ante la vista los fugaces ríos, las curiaras -esas canoítas de aquí, tan alargadas y ligeras, con la hidalguía del leño con que fueron hechas, que parecen a punto de naufragar y sin embargo se deslizan seguras y veloces-, y las techumbres de los ranchos de los waraos o “gentes de las canoas” con sus pilotes firmes en las aguas.

Samuro está aún más lejos, y es uno de los pueblitos que se adosan a la ribera de las corrientes numerosas, desbordantes: ora apacibles, ora crecidas y turbulentas. La carretera se estrecha hasta parecer una sola senda, y la vegetación, espumosa y restallante, está en el verde a uno y otro lado del sendero, en un paisaje crepuscular de luces rojizas e imágenes sepia. Allí, en una pequeña casa con paredes de ladrillos sin repello y adobe rudo, vive Clarista, una anciana de 72 años, que nació de la unión entre una china y un venezolano guaica. A ella la educaron unos monjes católicos. Luego conoció al joven que ha sido su esposo y habla bien el inglés porque antes trabajaba en Guayana. Luis Salvador habla un poquito de muchas lenguas, inglés, warao, aruaco, caribe y castellano; es él quien nos trae de vuelta las sensaciones y emociones de Clarista, y sus palabras de regocijo porque con el viaje a Cuba se le han borrado los dolores y las angustias.

Ella no comprende lo que hablamos. Casi con una reverencia, responde en inglés a algunas preguntas y repite jubilosa: “Cuba bonita, gente bonita”.

Clarista lleva el pelo negro ceñido atrás, y los esfuerzos que ha hecho en esta vida le surcan el rostro y le agrietan la piel. Las manos recogidas al pecho sobre la blusa gastada y blanquísima, como quien no quiere creer aún que sus ojos ya están despejados, como si las nubes se hubieran desvanecido de una sola vez.

Y aunque sigue siendo tan pobre como siempre, Luis Salvador la sabe afortunada porque, gracias al convenio, ha tenido la oportunidad de operarse en Cuba. Lo afirma él, que la vio llorar sin consuelo todas las tardes durante cinco años y ahora: “No hace más que cantar y cantar”.

Pedimos a Clarista que entone una de las canciones que animan su corazón y ella, de los antiguos tiempos de su infancia, cual un pajarito del monte, eleva el tono en un rumor delicioso que recuerdo como la primera canción grabada en la historia, cuando, en 1877, Edison presentó esa maravilla de guardar voces y escribir sonidos que fue el fonógrafo. Y así, con su voz portentosa de viejita enamorada, Clarista comenzó el trino: “Mary had a little lamb…”.

(Crónica originalmente publicada en el diario Juventud Rebelde, 2004).

Ilustración de portada: “Clarista”, de Isis de Lázaro.

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Katiuska Blanco Castiñeira
Katiuska Blanco Castiñeira (La Habana, 1964). Periodista y ensayista. Fue corresponsal de guerra en Angola y redactora del diario Granma durante más de diez años. Es autora de libros como Ángel, la raíz gallega de Fidel, Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, y Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz.

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