Como suele repetir en los encuentros, José Alejandro Rodríguez le hizo difícil la vida al periodista en cobertura cuando le obligó a escoger entre mil frases, cada una de ellas mejor que la anterior, para definir a Reinaldo Cedeño Pineda, el querido colega que este jueves presentó en la UPEC su libro Tirones, no solo delante de Pepe, sino también de Yuris Nórido, formando ellos —¿involuntariamente?— un trío de grandes plumas que hizo pensar que si esa mañana ocurría un diluvio de afectos en la UPEC la crónica en Cuba correría serio riesgo de naufragio.
A la postre, en un salón de reporteros lleno en buena medida por la agradable compañía de jóvenes estudiantes de Sicología de la Universidad de La Habana —y el contrapeso de la experiencia a cargo de Francisco Rodríguez, vicepresidente de la UPEC, y Edda Diz, Premio Nacional José Martí por la Obra de la Vida— uno se decanta en el inicio de la nota por ideas como esta: “Es un orgullo —dice Pepe, pleno de razón— contar en las filas de los periodistas cubanos con un cronista de la magnitud de este señor”.

Partiendo de su tesis de que “el cronista no es un ‘ser completamente normal’; nace con un don que luego pule con observación y asombro –’solo quienes se asombran pueden hacer buenas crónicas’”—, el presentador de estos Tirones dijo no solo que nunca ha visto a un cronista pegado a las alturas, gozando en los grandes salones, sino también que Cedeño sufre y goza Santiago tras una intensa trayectoria vital: “Ha pasado mucho en la vida. Alguna vez fue negado, tratado de esquinar, pero él se creció por sobre los rencores, prejuicios y mediocridades de algunas personas que ya pasaron”.
Reinaldo Cedeño sigue ahí, aquí, y por suerte lo hace con sus libros. “Bajo el iceberg de sus aventuras idiomáticas hay un país”, dijo Pepe antes de escoger, de ese ramo natural de cuarenta crónicas, tres para leer a los asistentes: “Férrea nostalgia”, “Mi amiga del camino” y “Las manos en la masa”, en las cuales el colega santiaguero muestra con nitidez esa mirada sensible y aguda de la realidad apuntada por Pepe, quien fungió no como un presentador “de turno”, sino justo el que el cronista quería para el libro.
Antes de Pepe Alejandro Rodríguez —también Premio José Martí por la Obra de la Vida— había hablado Santiago Jerez Mustelier, subdirector de la Editora Abril, la casa de libros que dio cuerpo, impreso y digital, a este título claro por fuera y por dentro, de 133 páginas de letras de alta factura acompañadas por hermosas ilustraciones de Ricardo Fabián Fernández.
“Es un libro muy especial que honra la tradición de Abril de compartir con los cubanos libros de sus cronistas. Cedeño sabe tocar el país con la maestría de los cronistas”, celebró Santiago.

Como periodista bien plantado: hábil sembrador, cosechador, jardinero o talador —según haga falta—, Reinaldo Cedeño no se anduvo por las ramas. Sacudió a los presentes con una de sus frases rotundas: “Una crónica es un latido”, lo que permitió entender en seguida la raíz del título: las estampas recogidas son parte de los bruscos tironazos del corazón de un hombre que siente, profundo, la patria
“Quisiera tener libros para lanzar en la Plaza, para todos”, afirmó después de agradecer a medio mundo de la Abril y más allá —los mayos, junios, julios… de su red de seguidores— por hacer realidad este, “uno de los más hermosos”.

“En Tirones —reveló— cuento cosas de mi niñez, de mi profesión y de la exégesis social. Algunas ya fueron publicadas en Alma Máter, Cubaperiodistas, Juventud Rebelde o La Jiribilla, pero otras fueron escritas especialmente para este libro”.
A seguidas, el colega santiaguero -personaje y personalidad únicos en su tipo en la prensa cubana- comenzó a “jugar”, cual si estas fueran de plastilina, con las almas de los presentes. De otro modo no pueden entenderse sus lecturas de “Solo una madre”, “Memorias de un periodista manisero”, “Cajeros” y “Alegría”, cuatro crónicas totalmente diferentes entre sí que ilustran fielmente las estaciones del clima “cedeñista”: todas emocionaron, pero sus erizamientos, de dolor, de angustia, de zozobra, de candor o de esperanza… registraban calores diferentes.
No tiene caso reseñar estas crónicas; no me alcanza la gracia para hacerlo, pero desde la butaca del que cubre la noticia —¡qué noticia si un hermano pare un libro!— creo que sí puedo apuntar otra cosa. Más que al Cedeño leyendo sus textos y que ver tropezar su entonación con alguna metáfora dolorosa, quiero cerrar mi reseña desde otro ángulo: la expresión en la cara misma del colega mientras Pepe leía las estampas escogidas.
Más serio que nunca, Reinaldo Cedeño, que estaba a su lado, parecía haber ido hacia otra parte. Pepe entonaba, “traducía”, actuaba aquellas maravillas y su propio autor parecía acabado de enterarse de ellas, revivirlas, desmontarlas, rehacerlas. En el público, unos cuantos jovencitos escuchaban por primera vez la peripecia de un grande del periodismo cubano y él parecía caminar entre colinas de anécdotas populares por su Santiago de Cuba, soñando las nuevas crónicas.




Cuántos Tirones latiendo en las paginas de un libro, que nos pone a palpitar lo ya vivido, como si fuera el ahora mismo lo que leemos.. esta cubanía que nace y crece en esos Tirones, que Cedeño pone a palpitar en el espejo de sus Crónicas. Y que Pepe Alejandro, presentó en una conversación con el verbo afinado para el elogio agradecido, de leer tres Crónicas de Tirones, y poner a Cedeño a latir con la voz de sus Tirones.