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ENTREVISTA

Nunca me fui de Cuba

Vicente Battista, a sus 85 años una voz lúcida y provocadora en la literatura argentina, ha sido el ganador del XXI Premio Internacional de novela Rómulo Gallegos (2025) por su novela El simulacro de los espejos. Autor de una amplia trayectoria, con reconocimiento internacional, lo es de una extensa obra polifacética, traducida a varios idiomas: novelística, cuentística, ensayística y de teatro, así como periodística y de editor. Además, ha escrito guiones y un guion cinematográfico suyo ganó el Gran Premio en el Festival Internacional de Manheimm, 1973.

Fundó y dirigió, junto con el también escritor argentino Mario Goloboff, la revista literaria Nuevos Aires, así como formó parte de la importante revista El escarabajo de oro. Ha colaborado con el periódico Clarín, en la agencia de noticias Télam y otros. Novelas suyas han sido publicadas en Cuba por la Editorial Arte y Literatura: Gutiérrez a secas (2004), Sucesos argentinos (2010) y Cuaderno del ausente (2012). Y Casa de las Américas una antología de sus cuentos, El mundo de los otros (2006).

En esta entrevista reflexiona sobre su obra, la literatura, el mundo contemporáneo y su relación con Cuba.

Vicente, por qué de tantos oficios que tiene este mundo preferiste ser escritor, ¿no te hubiera gustado tener otra ocupación…?

Es posible que, de muy chico, ¡ha pasado tanto tiempo!, me imaginé bombero o miembro de la Legión Extranjera, pero lo cierto es que, por razones que aún no he dilucidado, decidí ser escritor. Esto sucedió cuando tenía menos de 12 años de edad, por aquellos tiempos iba a una biblioteca socialista que estaba, aún está, en mi barrio: Barracas. Se llama Sociedad Luz, y aunque el nombre suena a anarquista, todavía conserva en su vestíbulo de entrada un gran retrato de Carlos Marx. Ahí me encontré con los primeros libros, esa biblioteca despertó mi pasión por la lectura, aún mantengo esa pasión. Mi padre era carpintero, le pedí que me hiciera una biblioteca y ahí comencé a guardar los primeros volúmenes. Después le pedí a mi padre que me hiciera un escritorio, un mueble sólido y hermoso, que me acompaña desde entonces. Frente a eso, no me quedaba otro destino que escribir. Borges decía: “hay quienes se enorgullecen de los libros que han escrito, yo me enorgullezco de los libros que he leído”. En mi caso, me enorgullezco de ambas cosas.

Battista recibe el premio Rómulo Gallegos de manos del ministro de Cultura de Venezuela, Ernesto Villegas. Foto: Tomada de Internet.

Corre el rumor por ahí de que has asesinado a muchos personajes en tus novelas, eso responde a alguna satisfacción “oscura” o prefieres achacárselo a una forma preferida de hacer literatura.

Escribí cuatro novelas y un libro de cuentos policiales. Es un género que requiere de algunos cadáveres, pero esto no pasa de ser un justificativo. La muerte es un conflicto que me acompaña desde que tuve conciencia de mi finitud, para colmo, no tengo fe en ninguna religión, por lo que no me queda el consuelo de algún tipo de paraíso, sé que la Nada será mi destino. Aunque, en realidad, no me preocupa la muerte sino dejar de vivir para siempre, eternamente. La muerte, de una u otra manera, está presente en casi todos mis textos, mate o no a mis personajes.

Fue Raymond Chandler quien en “El simple arte de matar” estableció que, a diferencias de otros géneros, en el policial se mezclan fatalmente las buenas y las malas novelas, se trata de separar la paja del trigo, dejando de lado las malas, que abundan, y entre las buenas encontramos novelas escritas por Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Jim Thompson, David Goodis, George Simenon, para solo acercar algunos nombres, que se inscriben naturalmente en la alta literatura; basta con recordar qué opinaban André Malraux y André Gide de Hammett y de Chandler para que se entienda lo que quiero decir. Es interesante advertir que el policial enigma apareció en un momento clave de la política y economía en el mundo: la Revolución Industrial. A partir de Poe, tendremos nombres claves como Conan Doyle y Agatha Christie. Cuando el policial enigma parecía que llegaba a su fin, surge una renovación del género: el policial negro, que nace precisamente en otro momento clave político-económico del mundo: el crac del 29. Ahora, con todo lo que está sucediendo a partir de la revolución tecnológica, el género ofrece otra renovación: Henning Mankell y su comisario Kurt Wallander son el mejor ejemplo. Es infrecuente que se abandone la lectura de una buena novela policial, el vértigo de su escritura, la contundencia de su propuesta, el misterio de lo que narra y, sobre todo, el enigma de lo que no se narra pero que está implícito en el texto, son los elementos que siempre me atrajeron del policial, de algún modo intento proyectarlo en lo que escribo.

De tu extensa trayectoria como escritor, en qué género te sientes más cómodo.

Sin duda, el cuento. Coincido con Poe en que, después de la poesía, es la forma que con mayor rigor representa a la literatura. No soy poeta, nunca escribí poemas, ni siquiera un soneto afligido porque una novia me abandonaba. Como escritor, el cuento inevitablemente me atrapa, una vez que comienzo a escribirlo y hasta que lo termino no puedo quitarlo de mi mente. Difícilmente podría incorporar la totalidad de una novela en mi cabeza.

Influencias literarias, ¿Borges, Roberto Arlt, Poe, Henning Mankell, Kafka, Orwell, Dino Buzzati, Italo Calvino, Shakespeare…? ¿Sigo…?

Podés seguir hasta el infinito. Las influencias literarias son infinitas. He aprendido y gozado de todos los autores que nombraste. Shakespeare es un capítulo aparte, coincido con Harold Bloom en que tal vez se trata de una criatura de otro planeta. El primer libro que saqué de la Sociedad Luz fue Tito Andrónico, con mis 12 años tenía noticia de que Shakespeare era un gran autor, fui directo al fichero y pedí Tito Andrónico, seguramente porque Tito le decíamos a uno de mis amigos. La obra me impresionó, sobre todo la antropofagia final, después la bibliotecaria me aconsejó títulos más adecuados a mi edad, pero Shakespeare ya estaba para siempre en mi vida.

En Cuba eres bien conocido, se han publicado varias novelas tuyas, fuiste mención en el Premio Casa de las Américas 1969 por tu primer libro de cuentos, Los muertos, que además había obtenido el premio por el Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 1968; la propia Casa de las Américas te publicó en 2006 una antología de tus cuentos, El mundo de los otros, y fuiste jurado del premio de esa institución. También viniste a Cuba en 2014 como jurado del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar y diste conferencias sobre la novela policial. Se han escrito, en diferentes años, numerosas entrevistas y críticas literarias sobre ti en periódicos y revistas cubanos. Has estado muchas veces en Cuba, entre ellas para la XX Feria Internacional del Libro de La Habana, donde se presentó Sucesos argentinos y fuiste jurado del Premio Alba de Narrativa 2011. Entonces… ¿qué pasa con Cuba? ¿Es un amor recíproco? ¿Cuándo te apareció Cuba en el mapa?

Hasta el asalto al cuartel Moncada, Cuba para mí era una isla que se caracterizaba por albergar a mafiosos de Estados Unidos de Norteamérica. En enero de 1959 se produjo el gran cambio, de pronto aparecía una revolución comunista hablada en castellano que, además de Fidel y Raúl y Camilo, contaba con un guerrillero compatriota: el Che. La Revolución cubana se transformó en el faro que iluminaba a América Latina. A partir de aquel enero de 1959 fui fiel a la Revolución cubana y lo seguiré siendo hasta el día que me muera.

Libros de Vicente Battista en ediciones cubanas. Foto: Tomada de Internet.

Tuve el gran honor de ser tu editora en la edición cubana de Sucesos argentinos, Premio Planeta 1995, publicada en Argentina y en Francia con el título Le tango de l´homme de paille, Éditions Gallimard, pero en una de nuestras cartas cruzadas, al yo percatarme de algunas diferencias, cambios, con la edición de Planeta, me dijiste: “La digitalización que te mandé tiene algunos cambios con respecto a la de Planeta. Y habrás notado que el personaje Pablo Benavides ahora se apellida de otro modo [Andrade], sucede que el personaje de mi última novela se llama Raúl Benavides, se trató de una casualidad y si a Pablo le dejo ese apellido más de un crítico conocedor de ambas novelas podría interpretar vaya a saberse qué cosa”. ¿Siendo así, podemos decir que la edición cubana es única en tu obra?

Efectivamente, tanto en la edición argentina, de Editorial Planeta, como la edición francesa, Serie Noire de Gallimard, Raúl se apellida Benavides, en tanto que en la edición cubana, de Editorial Arte y Literatura, su apellido es Andrade. En posibles reediciones, Andrade será el apellido definitivo.

“(…) fui fiel a la Revolución cubana y lo seguiré siendo hasta el día que me muera”. Foto: Tomada de Prensa Latina.

En 1973 fuiste a vivir a Barcelona y después a Islas Canarias, ¿sería que te ilusionaba ver la Sagrada Familia de Gaudí o hubo otras causas?

Llegué a Barcelona el 21 de enero de 1973, la dictadura al mando del general Lanusse dominaba mi país. Viajé invitado a escribir guiones para algunas películas que se filmarían en España. El propósito era quedarnos en Barcelona un par de años y regresar al país después, ya que se efectuarían elecciones en 1973. Estábamos listos para volver: habíamos viajado con mi esposa y volveríamos con dos hijas nacidas en Barcelona. En marzo de 1976 se produjo el golpe de estado y los planes cambiaron radicalmente: pocos días después del golpe, la Marina de Guerra allanó la casa de mis padres. La casa estaba vacía, mis padres y mis hermanos se habían mudado, pero en la casa quedaron mis libros, mis papeles, mis cartas, mis fotos, lo habíamos dejado ahí para recuperarlos al regreso. Los marinos requisaron todo, ni siquiera dejaron las fotos de mi infancia. Mi hermano logró huir, desde entonces está radicado en Suecia. Por supuesto, no podía regresar. Volví cuando la democracia se instaló nuevamente en Argentina.

En Barcelona viví en un sobreático, en la calle Provenza al 500. El templo de La Sagrada Familia, a medio construir, estaba enfrente de mi casa. Lo veíamos desde nuestra terraza, los sábados a la noche iluminaban las torres, era una suerte de espectáculo dantesco. En los días de sol, mi hija Ximena jugaba en su interior. Años después volví a mi casa de Barcelona, había largas colas de turistas dispuestos a entrar a La Sagrada Familia previo pago de 20 o 30 euros. Un capítulo de mi novela El libro de todos los engaños está dedicado al templo, ahí sostengo que la muerte de Gaudí atropellado por un tranvía en realidad no fue un accidente, sino un suicidio de Gaudí.

El simulacro de los espejos tiene un título muy sugerente, ¿es una metáfora de la propia novela? ¿De la sociedad actual? ¿Se puede uno reflejar en esos espejos?

El fragmento del poema “La Recoleta”, de Borges, que puse como acápite, bien puede ser una metáfora de la novela. Y sí, la sociedad actual se refleja en esos espejos. Estos son los versos en cuestión: “El espacio y el tiempo son normas suyas, / son instrumentos mágicos del alma, / y cuando ésta se apague, / se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte, / como al cesar la luz / caduca el simulacro de los espejos / que ya la tarde fue apagando”.

El simulacro de los espejos nació en plena pandemia. La obligación de estar encerrado hizo que, además de leer y ver televisión, imaginara una historia para contar. En lugar de concebir un escenario bucólico, primaveral, con mucho sol y mucho verde, que contrastara con el encierro en mi departamento, decidí que mi narración debía transcurrir en un sitio aún más cerrado, sin ningún contacto con el exterior. Ese sitio se llamó El Lugar, al que ingresaban los Escogidos y las Escogidas luego de rendir un riguroso examen. Tanto los Escogidos como las Escogidas debían someterse a reglas muy rígidas, tratarse de “usted” y no tocarse bajo ningún concepto. Estaban vedados los sentimientos de todo tipo, ni odio ni amor, por supuesto, la amistad no existía bajo ningún concepto. Lo curioso es que los Escogidos y las Escogidas vivían en completa felicidad, o al menos parecía ser así. La novela está contada en tercera persona por un narrador que no goza de la omnisciencia que caracteriza a los narradores tradicionales. Decidí que mi narrador ignoraría qué pensaban o sentían sus personajes, no le quedaba otro camino que manejarse bajo suposiciones, por medio de los gestos de los Escogidos y las Escogidas. Indudablemente, Kafka está presente en el relato, también le debo mucho a Dino Buzzati, junto con Kafka uno de mis escritores preferidos. Según el veredicto del jurado que le otorgó el premio Rómulo Gallegos, conseguí lo que me había propuesto. Esto fue lo que dijeron: “Se trata de una obra de inspiración kafkiana, que crea una atmósfera opresiva muy particular y refleja alguno de los rasgos principales que definen a la sociedad contemporánea. La presencia de poderes dictatoriales invisibles, la vigilancia consentida por sus vigilados, la lógica del show contaminando permanentemente la política y la vida social, el diluvio de mensajes carentes de sentido, el vacío espiritual, así como la imposibilidad de proteger la intimidad de la mirada morbosa de los otros […]. Battista, al propio tiempo, describe su mundo asfixiante con una gran sobriedad, sin retórica alguna, sin discursos, sin permitirse ningún propagandístico”. Considero que la literatura desde siempre fue una trinchera frente a la banalización del pensamiento. En estos momentos lo debe ser más que nunca.

Y la pregunta que nunca debe faltar: ¿qué ha significado este premio para ti?

Una alegría infinita, por el valor del premio, por el juicio del jurado y porque me confirmó que no me había equivocado cuando en lugar de ser bombero o miembro de la Legión Extranjera decidí ser escritor.

¿Proyectos futuros? ¿Y cuándo regresas a Cuba?

Seguir escribiendo, seguir leyendo, seguir viviendo, sin abandonar ni por un segundo la esperanza de que mis nietos habitarán un mundo mejor. A tu pregunta de cuándo regresaré a Cuba, puedo parafrasear la respuesta de Aníbal Troilo el día que le preguntaron cuándo regresaría a su barrio. “Imposible que regrese —dijo el maestro Troilo— porque nunca me fui”. Que quede claro: nunca me fui de Cuba (Tomado de La Jiribilla).

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